Por Pablo Corral Gómez
Fotos: Emilio Tenorio
Hemos llegado hasta aquí Miguel Torres y yo mismo, desde 1989, escuchando la vieja cinta, escuchando al viejo Krapp. Hoy la ponemos de nuevo a girar y recuperamos no la melancolía sino la satisfacción de volver al andén de la estación, sentarnos en el banco del viejo canal o permanecer en el muelle esa noche de marzo y al final, tomar la barca en el lago hasta quedar encallados entre las cañas. Volver como lo hacen los aniversarios, solo que esta vez lo es de Torres-Krapp. Y sobre todo volver a Beckett, retornando a un destino sin fin, con el que vernos cara a cara con la esencia del teatro. Ningún efecto espectacular para atenciones distraídas. Nada que camufle la materia que le da forma. El teatro ahí, sin más abalorios que el brillo de los ojos del viejo Krapp en la penumbra de su cuchitril. A la espera de que ella abra los ojos para dejarle entrar. Escuchando palabras memorables que un día pronunció, hoy ridículas pretensiones. Volver a esas certezas, volver a esas incertidumbres, materia de escritura con la que hacen su obra Krapp-Beckett. Con ellos regresamos a esa especie de pureza, contaminada de desperfectos, que es nuestra memoria. Allí la esencia de este teatro, del teatro. Alguien, nosotros mismos, convirtiendo lo que oímos y vemos ahí fuera, en la escena, en una escucha y un mirar pasado. Insistir es repetir, repetir por haber fracasado. Este ha sido el proceder de nuestro deseo por volver a La última cinta de Krapp.
Todos los fracasos anteriores nos llevan a repetir esta puesta en escena. Y con ella esperar que algo ocurra cuando la quietud y el silencio lo cubran todo. De esta manera invitamos a Beckett a ver soplar las candilejas de este sesenta y nueve aniversario.