Godot ha estado siempre al lado de las escuelas de formación artística, porque pensamos que su labor es imprescindible en nuestra sociedad. Ahora, como todo el tejido cultural y educativo, se enfrentan a un momento delicado y decisivo para el futuro de las artes. La enseñanza artística es el reino de la imaginación, una cualidad humana contra la que atentan las leyes mercantiles, por mucho que al neoliberalismo se le llene la boca de creatividad. Frente a la virtualización de la vida y el aprendizaje, las escuelas de formación artística, más que nunca, deben estar #presentesentufuturo*
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
“Todos estos edificios, todas estas aulas físicas, ¿para qué, con toda la tecnología que se tiene?” Esta es la pregunta que se hacía Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York, hace unas semanas, cuando, como cuenta Naomi Klein en un artículo demoledor (Distopía de alta tecnología: la receta que se gesta en Nueva York para el post-coronavirus), saludó la llegada del ex CEO de Google Eric Schmidt a la dirección de una comisión para reimaginar la realidad post-Covid. Es curioso que se use el término ‘reimaginar’ cuando lo que más dañado se verá si triunfa el plan de estos ‘dueños del mundo’ será, sin duda, la imaginación. ¿Por qué? Veamos.
Para empezar, porque una imaginación bien engrasada nos permite discernir lo real de lo ficticio en el contenido que nos llega por mil canales, sobre todo audiovisuales. En el mundo pantalla en el que vivimos, al que nos hemos agarrado como se agarra un náufrago a una madera durante el confinamiento, el bombardeo de imágenes es abrumador, nadie lo duda. Lo que sabemos los periodistas desde primero de carrera –aunque luego a muchos se les olvida- es que es primordial contrastar las fuentes y no dar por cierta una información a la primera. Hoy se hace más necesario que nunca que este gesto profesional sea patrimonio universal. Saber que la mayoría de la información, escrita y visual, que entra en nuestro cerebro a través de las pantallas, está ficcionalizada de un modo u otro, es casi un requisito vital si no queremos aborregarnos o infoxicarnos. Por lo menos que seamos conscientes del aborregamiento. Esto se consigue con la educación, y las enseñanzas artísticas contribuyen decididamente a entrenar nuestro músculo crítico.
Sin embargo, desde hace unos años cunde la preocupación en el ámbito pedagógico al ver que cada vez descienden más las horas dedicadas a la educación artística en los colegios. El retroceso no es raro si pensamos que las Humanidades están cada vez más arrinconadas en los planes de estudios. Años de arrinconamiento que terminan por generar unos ciudadanos proclives a tragar lo que les caiga en su móvil. Así es como han llegado a nuestras vidas personajes como Donald Trump o Jair Mesias Bolsonaro. O como Santiago Abascal y sus huestes. Personajes que se han abierto camino hacia el poder a base de manipulaciones, engaños y máquinas que generan y divulgan fake news. Ese descenso de las materias humanísticas y artísticas lo único que genera son analfabetos visuales, sin visión crítica que les señale cuándo les están mintiendo descaradamente.
Hace poco menos de un año se presentaba en Madrid, en los Teatros del Canal, una obra que se llamaba Arma de construcción masiva, una obra que pensaba críticamente la educación y convertía en teatro esa reflexión. Su directora y dramaturga es Silvia Ferrando, profesora y responsable del área de investigación e innovación del Institut del Teatre de Barcelona. Ferrando comentaba, en conversación al hilo de este estreno, sobre la unidimensionalidad de la educación actual y sobre el concepto de adaptabilidad: “Este mundo no nos gusta, pero creamos una educación para adaptarnos a él. Cada vez que un plan de estudios pone el acento en que nuestros alumnos encuentren más lugares de trabajo, hay que pensar hasta qué punto los planes de estudios los deciden las empresas. Responder al mercado desde ahí es muy perverso, porque la educación, frente al mercado, siempre llegará tarde. No podemos preparar a los alumnos para la casuística del mundo, pero los podemos hacer fuertes para que ellos adopten las herramientas para enfrentarse a lo que venga. Pongo en cuestión la adaptabilidad como valor. Hace falta una educación que promueva gente capaz de generar nuevos modelos, capaz de pensar en otras formas posibles. ‘Adáptate’ es el gran mensaje del capitalismo para arrasar con la imaginación del ser humano. Hay que cuestionar la adaptabilidad, porque nos dicen que nos tenemos que adaptar porque no hay otra. Por eso, para mí, la imaginación y la fantasía, la capacidad de pensar en otras posibilidades, son armas de resistencia al poder imperante”.
¿Cuántas veces habéis oído durante los meses de confinamiento que no nos quedaba otra que adaptarnos a las circunstancias? Adaptarse o morir. O te aclimatas o te aclimueres. Un escenario perfecto para que los ‘dueños del mundo’, los amos de la tecnología, nos digan que hay que digitalizar las aulas, aunque todos sepamos que eso va en detrimento de la socialización de niños y jóvenes, imprescindible para formar parte de una ciudadanía sana. Las escuelas de formación artística, como todas, tuvieron que cerrar e inventarse cómo enseñar cosas tan dependientes de la presencia física como actuar, bailar, maquillar o ser trapecista. Con la esperanza de la eventualidad, de la provisionalidad, bregaron con los problemas y no tiraron la toalla, porque se deben a sus alumnos y alumnas. El principal miedo era que ellos, los alumnos, desistieran. Y alguno lo hizo. Pero pasados los meses el porcentaje de abandonos ha sido ínfimo. Si hay una vocación fuerte en este mundo, es la vocación artística.
Es un suerte de selección natural. El que no tiene afianzada férreamente la idea de dedicarse al teatro, la danza, el circo o el cine, tarde o temprano se baja. El coronavirus no ha hecho más que acelerar esa tendencia normal. Sí que es cierto que, en esta ocasión excepcional, ha habido otras cuestiones que han obligado a algunas personas a dejar, definitiva o circunstancialmente, sus estudios artísticos: la distancia geográfica (estudiantes de otras provincias o de otros países que han tenido que volver a sus lugares de origen) combinada con la brecha económica y la tecnológica. Pero en general, la gente que ha decidido invertir dinero y años de formación en esto ya ha tenido que pasar por varias dificultades, como el mero hecho de enfrentarse con sus familias por ser vocaciones de futuro difícil. Abrirse camino como actor, como artista de circo, como bailarín no es sencillo, todos lo sabemos.
Pero precisamente por eso, estas personas son rocas cuando vienen mal dadas. Su sueño, su deseo, es capaz de aguantar hasta la crisis global más heavy de los últimos decenios. Las escuelas se han puesto las pilas para estar a la altura de esta expectativa. Por ejemplo, Jaroslaw Bielski, director de la escuela de Réplika Teatro, cuenta cómo ellos se negaron a sustituir simplemente la enseñanza presencial por el entorno digital, sin más. “Más bien quisimos aprovechar este cambio para abrir otros horizontes, otras maneras de pensar, reflexionar sobre la ficción, la presencia de la ficción en la vida, en el escenario, haciendo más hincapié en la lectura, en los referentes históricos. Esperamos volver a la práctica entre agosto y septiembre, porque la práctica es la base de nuestra enseñanza. Y espero que este tiempo nos haga reflexionar sobre el poder de la imaginación, porque la imaginación es libertad. Estamos invadidos por una tendencia peligrosa que trata de vendernos una realidad que no es tal. Si caemos en esa trampa, nos volvemos más fácilmente manipulables”. Esto es así. Si te borran los límites entre realidad y ficción, se elimina de raíz el elemento crítico, la capacidad de juicio. “El teatro ahí tiene mucho que decir, tiene que reivindicar este papel –continúa Bielski-, porque no todo el mundo se da cuenta de esto que está pasando, es un mal que se está metiendo en el cuerpo social”. Es otro virus.
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El alumnado de danza ha estado a tope también, por ejemplo en el Conservatorio Superior María de Ávila, según nos cuenta su catedrática de Análisis y Práctica del repertorio de la danza contemporánea, Agnès López. Durante todo el confinamiento hemos visto cómo los bailarines se ejercitaban en sus casas, en las terrazas, en las azoteas. La mismísima Tamara Rojo ha estado haciendo directos desde su cocina. La vuelta a la práctica de la danza está siendo rara, ensayando por grupos, con espacios delimitados en el linóleo, con mascarillas, nada de entrar al vestuario… pero los alumnos del conservatorio han estado al pie del cañón, sin perder un ápice de ilusión. “Dentro de las artes escénicas –comenta Agnès López- el bailarín es el más sufrido, es la práctica que más duele, físicamente. Subir una pierna hasta la oreja duele. Te levantas con dolor a los 20 años, y a los 15. El alumnado de danza sabe que esto es duro, de sacrificio y disciplina lo saben todo y se forja un carácter inquebrantable. La autodisciplina, el compromiso y la generosidad son dignas de alabar y agradecer siempre”.
El caso del cine es parecido, aunque tiene sus particularidades. Como nos cuenta Esteban Roel, uno de los fundadores y directores del Instituto del Cine de Madrid, las bajas allí, juntando todas las licenciaturas, no llegan al 8% del total del alumnado. Ellos partían con ventaja porque hace años que implementaron la enseñanza online, porque tienen muchos estudiantes latinoamericanos. Incluso para los alumnos de interpretación, aunque es importante la presencia, este tiempo les ha servido para ahondar en la actuación frente a la cámara, que es medular en estos estudios. “Han presentado ejercicios muy interesantes y creativos hechos con su móvil. Pero no deja de ser un reto. Como lo ha sido para los estudiantes de Maquillaje o de Foto. Pero estamos muy contentos, a la segunda semana de confinamiento la escuela estaba al 100% de actividad. Al final es una cuestión de responsabilidad: nosotros nos preocupamos de que todo esté dispuesto para ellos, y ellos tienen que ser responsables con su parte. Yo no puedo obligar a ningún alumno a conectarse, pero si no lo haces demuestras tu poca predisposición a aprender”, concluye Roel.
Pero si hay una enseñanza escénica que se da de bruces contra lo digital absolutamente es la de circo. Hablamos con Donald B. Lehn, director de la Escuela Carampa, una de las cuatro escuelas que hay en España de esta disciplina, y nos dijo cosas muy interesantes. Comentaba, por ejemplo, sobre lo que él llama el ‘efecto nido’ que se produjo con los alumnos cuando llegó la cuarentena obligada: “es la sensación que tienen los alumnos al estar en la escuela, que se les ha arrancado de raíz de repente. Quien elige circo es gente con un perfil muy determinado. Es una elección vital minoritaria, incluso dentro de las artes, y muchas veces supone una gran batalla con las familias. Y llegar a un lugar donde estás rodeado de gente afín, gente que entiende tu vocación y tu deseo de expresarte así, donde te sientes cuidado artística, física y emocionalmente, es algo muy enriquecedor. Y de repente tuvimos que cerrar la escuela. Fue como una bofetada para ellos, muchos se fueron llorando”. Aquí las brechas económica y tecnológica se acentúan y ha sido muy poca la formación online, también porque a parte de algunos contenidos de teoría, historia y dramaturgia, poco más se puede hacer; no se pueden hacer aéreos en el salón de casa o en una caravana, porque muchos viven en vehículos, es una experiencia consustancial al mundo del circo.
Con suerte, pronto podrán retornar a la carpa-nido. Tendrán que ponerse en forma, recuperar la condición física y volver a volar y hacer volar objetos. No será sencillo para ellos. Las escuelas también necesitan ayudas públicas para que puedan ponérselo más fácil a los alumnos con descuentos o becas. Pero “a día de hoy –reconoce Donald B. Lehn- los alumnos de formación artística no reglada no están en los planes de ayudas de las administraciones públicas. En las famosas 52 medidas ni se mencionan estas enseñanzas. En el INAEM señalan que hay un epígrafe que dice “Otras actividades”, al que nos podemos acoger, pero eso es dejar esta actividad al capricho de quien interprete esa frase. Nosotros, con muy poco dinero, porque el circo tiene pocas ayudas, bajamos el precio de matrícula un 25%. Los alumnos ahora mismo están pagando 4.000 euros al año, casi el doble de lo que cuesta una formación universitaria, pero damos más horas, 1.200 cada año, con lo que el compromiso de asistencia es importante. La mayoría de los alumnos vienen de fuera de Madrid y de fuera de España, con lo que eso supone también económicamente. Este año hemos tenido alumnos de 14 países distintos; varios países habilitan becas para venir a nuestra escuela. Es más fácil conseguir una beca en Brasil, en Colombia o en Finlandia, que si eres de Leganés. Es dramático”.
La demanda no es solo de ayudas, sino de protocolos de seguridad bien definidos. El circo tiene unas condiciones muy específicas, como las tiene el teatro o la danza. O el cine. Sabemos cómo tienen que ser los rodajes en la nueva normalidad, pero ¿qué protocolos deben seguir en el circo? “Nos hablan de aplicar el de gimnasios, o el de centros de alto rendimiento deportivo, o el de actividades lúdicas y de ocio, pero eso no puede ser, necesitamos nuestras propias medidas de seguridad, de lo contrario nos quedamos en un limbo jurídico y de seguros, y necesitamos dar confianza y seguridad a las familias, porque también tenemos programas de formación para niños y para que vuelvan los padres deben sentirse muy seguros”.
El guante está echado. Necesitamos unas instituciones comprometidas con las enseñanzas artísticas. Necesitamos un Estado fuerte que no solo garantice una educación pública de calidad, sino que apoye las vocaciones más fuertes, sin dejarse doblegar por las leyes del mercado. Porque el mercado y el arte, por mucho que se empeñen algunos, son como el agua y el aceite. Y está bien que así sea. “Con frecuencia –escribe el filósofo José Antonio Marina- el poderoso no sabe bien lo que está haciendo, porque las cosas o las personas le ofrecen poca resistencia. Caer en esta inconsciencia tóxica es el verdadero fracaso de la inteligencia, y por cierto muy peligroso. Es hermoso tener la fuerza de un gigante –escribió Shakespeare-, pero es terrible usarla como un gigante”.
Ya lo sabemos. Resistencia e imaginación frente al poder igualador. Reconquistemos la presencia. Sobre todo en el arte, en el teatro, en la música, en el cine, en la danza, en el circo. Presentes para decidir el futuro.
* Con este artículo, desde la Revista Godot iniciamos una campaña que se prolongará hasta octubre bajo el hashtag #presentesentufuturo. Con ella pretendemos, por un lado, apoyar y visibilizar la labor de los centros de formación artística, y por otro animar a los alumnos para que vuelvan a llenar las aulas con su ilusión y esfuerzo. Siempre, eso sí, bajo unas medidas de seguridad adecuadas.