Un escenario que podría ser cualquier momento de la vida, o de la no vida. Un tiempo que podría ser la última oportunidad, o tal vez el bucle infinito de la vida y la muerte. Lorca, Federico, el poeta, traspasa trágicamente el umbral después de su fusilamiento, y se encuentra en un proceso de adaptación, de comprensión, de lo que fue su vida y su obra, de lo que es ahora su muerte. En este caso, el poeta, con su lenguaje, con su pasión por la vida y su no falta de obsesión con el lado oscuro de la existencia -tal como se puede ver en gran parte de su obra-, va conversando con la muerte; quiere ser poeta a pesar de no existir, y con ello pretendemos el subrayado de lo inmortal de su creación. Al mismo tiempo, intercalados con el diálogo que vertebra el drama, vamos viendo fragmentos de obras teatrales del poeta y dramaturgo granadino.
De este modo entendemos y desarrollamos su cada vez mayor intimidad con la muerte, con esta Muerte personificada, pero al mismo tiempo nos sirve como homenaje e incluso como despliegue didáctico de una parte de lo que creó en vida, su legado, ese mundo tan particular, esa visión tan profundamente poética, entre lo real y lo onírico, entre lo mágico y lo surrealista: en ocasiones la batalla devastadora del amor; en ocasiones el juego cruel de la existencia, todo aquello por lo que es quizás nuestro poeta más universal, nuestra voz mundial que fue estrangulada prematuramente en los primeros días de ese otro juego cruel del hombre que es la guerra.
Así pues nuestro anhelo es mostrar o inventar el escalofrío que pudo sentir el fusilado cuando llegó a un lugar donde ya no había un mañana. Esta fantasía nos sirve para emular su lenguaje, su ser y, como queda dicho, para poner en escena una pequeña parte, aunque bastante representativa, de su obra.
Sólo dos actores en escena, que van siendo unas veces el propio Federico y la personificación de la Muerte, y en otras ocasiones los actores transmutan, entran al mundo lorquiano, y dan vida a algunos de sus personajes.
Un teatro pues de palabras y emociones, un teatro sobre el propio hecho teatral, y su trasunto esencial, que es la propia vida y su mutis, el modo en que abandonamos todo, pero todo sigue ahí, en lucha constante, en eterna dicotomía, a pesar de que el destino sea siempre un telón que se cierra, o tal vez un telón que se abre.