Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa
(P.D.: Mira que me prometí a mí misma no abordar temas de género en este blog… pero la actualidad me puede.) (Y sí, a veces me gusta empezar con posdatas.)
Lo que menos, o quien menos, me importa en todo el asunto de la carta de Albert Boadella a Clásicas y Modernas es Albert Boadella. En serio. Si el algoritmo de tu Facebook no te ha permitido conocer este asunto, aquí encontrarás un pequeño resumen AQUI. Pero, repito, me generan muchas más reflexiones algunas realidades colaterales a este cruce de misivas que el ‘respetable’ texto en sí.
Como, por ejemplo, que el director de los Teatros del Canal (público con gestión privada) no solo no responde a Clásicas y Modernas (ciudadanas al corriente de sus obligaciones fiscales) con el respeto que se le tiene a quien te paga el sueldo, sino que además, bajo todos sus artificios verbales, el único argumento que esgrime es la ‘igualdad ejemplar’ que el gremio teatral ha venido practicando durante siglos. Boadella pone como ejemplos irrefutables dos hechos: que hombres y mujeres han cobrado siempre en función de su talento, sin distinción de género, y que la libertad sexual dentro del gremio teatral, sin distinción de orificios, ha sido y es síntoma de igualdad. Ajá. Lo de la libertad sexual en la farándula y la igualdad lo guardo en la caja de las semillitas de artículos para el futuro. Pero lo de la relación directamente proporcional entre talento y sueldo forma parte de la construcción narrativa más obvia, aunque no por ello menos exitosa, del neoliberalismo en el que vivimos.
El neoliberalismo, es ese sistema socioeconómico que detectamos con claridad meridiana cuando nos hablan de la deuda pública, de los banqueros, de las privatizaciones… Cuando nos manifestamos contra el TTIP, o cuando pedimos que el Estado subvencione más la cultura, estamos en contra del neoliberalismo. Ese, ese mismo neoliberalismo se invisibiliza cuando se instala en nuestra escala de valores. No hace falta que haya Estado que redistribuya la riqueza, los mercados se autorregulan, solo sobreviven las empresas que mejor se adaptan al mercado. No hace falta imponer cuotas que corrijan el sesgo patriarcal, el talento se autorregula, solo sobreviven los artistas que realmente merecen la pena.
Para mí que llueve sobre mojado si incido en que, además de un talento medianamente razonable, son factores cruciales para sobrevivir en la jungla artística la situación socioeconómica de partida, las modas, la astucia social y, por supuesto, el márketing personal. Y tener pene o vagina es uno de esos factores. Ni más, ni menos. A quien le ha salido bien la jugada le interesa resaltar el cuento del trabajo duro, el talento, el esfuerzo… porque el resto de los condicionantes restarían sobrecogimiento épico a su narrativa. Omitirlos en un discurso los oculta a la vista de la mayoría, lo que no significa que no existan, aunque el neoliberalismo los invisibilice. Explicar que son factores que se entrecruzan, que operan conjuntamente, que no se pueden analizar por separado, no por cansado sigue siendo menos necesario. Significa volver a poner sobre la mesa las estadísticas: obstinadas ellas, demuestran que, de todo lo mencionado anteriormente, ser ‘chico’ o ‘chica’ es un factor que influye en tu carrera profesional, atravesando capas sociales, países, sectores de actividad… Sí, claro que la Espert cobra más que mi mejor amigo hombre, que es el actor más talentoso del microteatro madrileño, ¿pero podríamos, en rigor, pensar que este dato es más significativo que el hecho de que en la temporada 2016 de los Teatros del Canal haya habido programados 19 directores y 2 directoras? ¿Y 27 dramaturgos frente a 6 dramaturgas? No se puede confundir la estadística con el caso particular, y transformar así en argumento la anécdota.
También me ha llamado poderosamente la atención el escaso revuelo en redes que ha provocado. Sí, a todas luces ha sido escaso. En las RR. SS. nos retroalimentamos viciosamente a nosotros mismos, teatreros del on y el off, y se nota enseguida cuándo algo tiene impacto. La declaración de principios de Miguel del Arco (hace un par de años, creo), afirmando que suspendía un bolo porque el ayuntamiento estaba incumpliendo el pago adelantado de parte del caché, corrió como la pólvora. No hace ni un mes que la solidaridad con Alberto Velasco ante los insultos gratuitos de Javier Villán en su crítica de Numancia esporularon en mi timeline de Facebook. Las inesperadas facciones que ha provocado la programación nonnata del Teatro Español ha creado víctimas, culpables, inocentes, verdugos, disensiones, exculpaciones, revisiones públicas de la propia trayectoria, intentos de conciliación… ¿Y la carta de Boadella, qué ha generado? Nada. En la época en la que la ciberadhesión forma parte de la vida real, en la que somos Charlie Hebdo aunque no hayamos leído jamás esa revista, resulta, cuando menos, llamativo que un texto tan posicionado, que pedía a voces reacciones igualmente posicionadas, haya obtenido tan poco eco en la vida virtual de las artes escénicas.
Otro cantar es la vida real. Desde que Albert demostró que su pluma sigue intacta a pesar de los años, creo que no me he tropezado con ningún alma de la endogamia que no supiera del asunto. En la barra del bar posfunción, ni un solo ‘Boadella tiene razón’ salió de los labios de nadie; más bien al contrario, el desprecio hacia su figura y lo que había dicho era compartido. Sin embargo, estos comentarios no han traspasado la frontera de la tercera caña. En Internet me han faltado tuits, me han faltado manifiestos, me han faltado posts de hombres y mujeres, de profesionales de todos los niveles de producción, que se indignaran con la misma virulencia al leer ‘respetables caballeras’ que ‘desparrame de carnes’. Me ha faltado contundencia como sector. Solo tengo hipótesis para explicar esta lasitud. Habrá quien, internamente, crea que, aunque la sociedad funcione desde la injusticia, nuestra profesión es un islote de meritocracia, y que si ahora no hay más mujeres es porque no son lo suficientemente buenas, y que ya las habrá cuando toque… Habrá quien no le dé importancia a posicionarse públicamente sobre este tema, porque está muy manido esto de la desigualdad, que sí, que ya sabemos lo del patriarcado, a ver el vídeo de PlayGround… Habrá quien no quiera posicionarse públicamente sobre este tema: el feminismo levanta ampollas y a uno como individuo no le gusta que le salpique el pus. Como decía mi madre, ‘Hija mía, tú no te metas en política, que luego te señalan a ti y la que se lleva la peor parte eres tú’. Nunca le hice caso.
¿Y a nadie le preocupa que esto no haya trascendido del ‘mundillo’ al resto de la sociedad? Un desconocido árbitro de Segunda Andaluza juvenil de apenas 21 años hace pública su homosexualidad, y sale en el telediario. Eso es salir del armario a lo grande. A partir de ahí, recibe el apoyo de políticos, artistas, colegas de profesión, que son la contrapartida pública de los insultos y humillaciones que sufre en el campo de fútbol. Consigue en poco tiempo más de 6.000 seguidores en Twitter, y ya he leído por ahí que está pensando en meterse en política: su cruzada personal es contra la homofobia en el deporte. Causa necesaria, sin duda alguna. Un director de un teatro público difunde en un periódico nacional un texto sobre el que no hay que explicar que es machista y despectivo, como respuesta a una carta para hacer efectiva la Ley de Igualdad en las artes. No sale en ningún otro medio. Pasa desapercibido. No, perdón: Toni Cantó lo retuitea junto a tres caritas sonrientes. Ni importa que Boadella esté en pleno ejercicio de un cargo pagado con el dinero de todos y todas, ni el peso de su trayectoria es un agravante a sus palabras, ni su patriarcal condescendencia suscita interés en los medios. A lo mejor el problema es que hace teatro, y eso no vende. O a lo mejor es que ha insultado a unas histéricas privilegiadas, y el machismo no vende hasta que calcinas en el patio de tu casa a una mujer con nombre y apellidos. Un caso particular para transformar en argumento: no sé de qué nos quejamos, si en el teatro nadie nos zurra…
Dejemos a Boadella en paz. Se merece salir por la puerta de atrás de su puesto, desde luego, pero él no es el futuro, y dentro de poco no será ni siquiera el presente (su contrato acaba el 30 de junio de 2016). El verdadero problema es que hay mucha gente a la que la carta de Boadella no parece importarle. Y eso a mí me hace daño.