Escrita por Eugenio Hernández Espinosa en 1967, María Antonia presenta a una mujer que, desde el corazón de un barrio habanero, se enfrenta a las tensiones entre tradición y deseo propio. En un universo habitado por orishas, cantos y tambores batá, la obra celebra la vitalidad del folklore afrocubano. Esta puesta en escena fusiona la gestualidad de la danza tradicional con el teatro físico de Lecoq y herramientas de diseño escénico, creando un lenguaje híbrido donde lo ancestral y lo contemporáneo conviven en un espacio vivo e inmersivo.
La pieza está centrada en una mujer valiente y desafiante, María Antonia, quien, al igual que otras heroínas trágicas como Medea o Carmen, lucha contra las normas establecidas por la sociedad. María Antonia se enfrenta a la Muerte, personificada en el personaje de Cumanchela, que la persigue debido a su desobediencia y falta de respeto hacia su comunidad y practicas culturales. Aunque su lucha parece una derrota, en realidad, su caída no es más que la afirmación de su libertad frente a las imposiciones externas. La obra pone de manifiesto la universalidad de sus temas, ya que la lucha de María Antonia por la autonomía personal y la transgresión de los límites impuestos resuenan más allá de su contexto inmediato. Cada personaje representa una deidad Yoruba dentro de este patakí (mito lukumí), La Madrina simboliza Yemaya, Maria Antonia a Oshun, Julian a Shango, etc. Por lo cual los personajes tienen momentos de baile frente al tambor como acto de afiliación con sus raíces y la naturaleza.

