En 2016, un grupo de jóvenes actrices del Institut del Teatre de Barcelona decidió presentarse a un concurso enviando un vídeo de un ensayo… que nunca había existido. Aquel “ensayo del ensayo” fue el origen de Las Huecas, un colectivo que hoy, casi una década después, estrena en el Centro Dramático Nacional Risa Caníbal / Riure Caníbal, su cuarta creación. El gesto fundacional, entre la broma y la declaración de intenciones, resume bien el ADN de la compañía: cuestionar la lógica del teatro convencional, jugar con las expectativas y, sobre todo, no tomarse demasiado en serio.

Las Huecas -Júlia Barbany, Núria Corominas y Andrea Pellejero- se definen como “actrices que dirigen y escriben”. Su proceso es radicalmente colectivo: no parten de un texto cerrado, sino que el material surge en los ensayos, de la improvisación y la investigación en escena. “Durante un ensayo puede haber tres o cuatro rotaciones. Todo se decide en común. Es lento, caótico y frágil, pero funciona”, explican. El texto llega casi al final, como una sedimentación de lo vivido. La dirección, lejos de ser una voz única, es comunitaria.

Esa manera de trabajar explica el ritmo pausado de su trayectoria: diez años, cuatro piezas. “Lo único que nos da de comer es la creación, pero lo que queremos es girar, que la gente vea el trabajo. Si recibimos ayudas públicas, tiene que ser para compartirlo, si no, no tiene sentido. Queremos que nos vea el máximo de gente posible”, señalan. La compañía, que ha contado con colaboradoras como Esmeralda Colette, ya desvinculada del colectivo, y Sofía Ana Martori, su actual coordinadora técnica y cómplice desde los inicios, se ha permitido incluso separarse durante largos periodos para nutrirse de experiencias individuales antes de reencontrarse. “Es como una familia con puertas abiertas: salimos, volvemos, traemos cosas nuevas, inesperadas, y crecemos juntas”.

 

 

DE LA MALDAD A LA ULTRADERECHA

Cada proyecto nace de un gran tema, casi una obsesión compartida. En Risa Caníbal / Riure Caníbal ese punto de partida fue la “maldad”, que pronto las llevó a explorar la ultraderecha contemporánea, acompañadas en esta ocasión por las actrices Sofia Asencio y Judit Martín. Al principio pensaron en retratar a las votantes, pero pronto comprendieron que debían apuntar más alto: a las líderes. “Nos interesaba esa cuarta ola de la extrema derecha con figuras femeninas potentes: Ayuso, Meloni… mujeres que a veces se performan como hombres y que representan un falso feminismo tan particular que tiene la ultraderecha”, explican. La elección de personajes femeninos no es casual: “Somos mujeres, y hay algo específico en cómo el fascismo actual utiliza esas figuras”.

El resultado es un espacio cerrado, casi beckettiano, en el que cuatro líderes de ultraderecha -carcasas más que personajes psicológicos- se enfrentan a las consecuencias de estar en escena. “La pregunta es cómo representar a quienes ya representan una ideología. Las ponemos en un escenario donde la escena misma las desvela”. No hay trama lineal ni moraleja: “Es un ejercicio teatral puro, un espejo deformado en el que la realidad siempre acaba superando a la ficción. No estamos haciendo ni diciendo nada tan bestia que esta gente no esté haciendo o diciendo ya antes. Es imposible superarles”. El inglés, idioma en el que se interpreta la obra, es otra estrategia de distanciamiento: “Nos permite mirar a los personajes sin sentimentalismo, generar una barrera que, a la vez, se rompe porque la sala Francisco Nieva del CDN coloca a los espectadores muy cerca”.

 

 

 

METACLOWN Y BODY HORROR

La estética de Risa Caníbal / Riure Caníbal es tan ambigua como su planteamiento. Ellas hablan de “metaclown”: un estado intermedio, “un clown dislocado” que aparece y desaparece, un juego que bordea el clown sin abrazarlo del todo. “Esa nariz de payaso es un objeto simbólico, no una técnica. Es el antes y el después del clown, un lugar peligroso si te quedas demasiado tiempo. No es gracioso, aunque pretende hacérselo”. A ello se suman toques del teatro de lo grotesco, del “body horror” y un minimalismo escenográfico que se va ensuciando con el tiempo. “Proponemos una estética que no corresponde a la interpretación: hay un realismo aparente en los objetos, pero lo que ocurre rompe esa expectativa. Es una especie de realismo mágico chungo”.

Las referencias van de Beckett al cine de Buñuel, pasando por un humor que ellas mismas definen como “idiotez vanguardista”. Reivindican, de hecho, el derecho a ser “profesionales de la idiotez”: “Nos daba ‘cringe’ ocupar el lugar de la izquierda responsable, de la que da lecciones. No, nosotras somos las verdaderas idiotas, nuestro trabajo es hacer el idiota, pero hacerlo como buenas profesionales de la idiotez que somos. Nos lo hemos puesto muy difícil, es como coger El método Gronholm, pero en barato y con fachas, es algo raro”, dicen entre risas.

 

 

TEATRO COMO ESPEJO

Pese a su carga política, Las Huecas rehúyen el panfleto. “No es una pieza pedagógica ni un panfleto de izquierdas. Si alguien de ultraderecha se siente aludido, es porque se reconoce. En este sentido es todo un juego psicológico en el que, si tú te molestas, tienes algo que revisar y que no puedes expresar públicamente, porque sería demasiado grave”. De hecho, dudan de que esos espectadores acudan, pero confían en que el público que lo haga -“ojalá sea lo más heterogéneo posible”- salga con preguntas más que con respuestas. “Nos interesa que la gente hable después, que se pregunte cómo responder a la violencia sin caer en la nostalgia ni en el sentimentalismo”.

 

DIEZ AÑOS DE RESISTENCIA

Mantener un colectivo independiente durante una década no es sencillo. Las Huecas lo han hecho desde una “retirada permanente”, como ellas mismas la llaman: un pie dentro y otro fuera, para no perder la cordura en un sector precario. “Hay poca infraestructura para compañías experimentales: muchas funciones se quedan en dos o tres bolos. Pero ahora estamos en un momento bueno, con temporadas en Madrid y Barcelona, algo atípico para nosotras”.

Ese equilibrio entre compromiso y libertad, entre riesgo y juego, define su lugar en la escena contemporánea. Risa Caníbal / Riure Caníbal no busca dar lecciones, pero tampoco se esconde: es una invitación a mirar de frente a los monstruos -los de la política y los del propio teatro- y a reír, aunque la risa tenga filo.

 

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