Fernando Delgado-Hierro: "Las Apariciones es una autobiografía alucinada, distorsionada"
Después de Los Remedios, el tándem compuesto por Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves regresa con Las Apariciones, dirigidos de nuevo por Juan Ceacero, para invitarnos a descubrir cuál podría ser el futuro que les espera.
Hablamos con el autor, y actor, de esta pieza para descubrir cómo será este viaje en el tiempo que nos proponen desde la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, del 9 de mayo al 15 de junio.
¿Cuál fue el punto de partida, la primera imagen o intuición que te llevó a escribir Las Apariciones?
La primera imagen (y las primeras frases) surgieron hace varios años, las escribí cuando representábamos Los Remedios en el CDN. Acabaron siendo un par de monólogos, uno en el que una hipotética hija hablaba de mí, ya muerto, desde el futuro y otro similar, en este caso con la sobrina de Pablo hablando de él. A partir de ahí empecé a pensar bastante en los fantasmas del futuro, como ese de Cuento de Navidad de Dickens que le muestra a Scrooge lo que le espera. Pensé que se podía hacer algo así, concibiendo el teatro como un lugar capaz de revelarnos algunos fragmentos de eso que está aún por venir, imaginar una autoficción hacia el futuro.
¿Se puede entender como una continuación de Los Remedios?
Es algo así como una hermana de la otra obra. Empecé concibiéndola como una especie de reverso, como un negativo, una obra en espejo. Quería conservar algo de su estructura, crear una especie de respuesta hacia delante, precisamente para explorar esa idea de que el futuro y el pasado resuenan, de que tal vez haya un cierto futuro contenido en lo que fuimos. Ese componente cíclico (y por lo tanto trágico) es el que conecta las dos obras.
El texto tiene un tono íntimo, casi confesional, pero también mucha estructura y juego. ¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de construcción dramatúrgica?
En la relación entre autobiografía y elaboración siempre me acuerdo de Pessoa cuando dice eso de que «El poeta es un fingidor, finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente». Evidentemente la obra es una construcción dramatúrgica, pero que explora miedos, proyecciones, etc., que de alguna forma son universales y por tanto propios. Llega un momento en que es difícil hacer esa distinción entre biografía y ficción. Digamos que es una autobiografía alucinada, distorsionada.

¿Cómo se actúa «desde uno mismo» sin caer en el exhibicionismo?
Pues no estoy seguro. Ojalá no caigamos demasiado ahí. Siempre creo que es bueno reírse de uno, enseñar el lado más mezquino, la parte más estúpida o arrogante que tenemos, no tomarse tan en serio, o si uno se va a tomar en serio hacerlo de una manera lo suficientemente excesiva para que esa arrogancia encuentre contestación (en otro personaje, en la complicidad del público). A veces creo que en las obras que escribo intento que se actúe más contra uno mismo que desde uno mismo.
¿Cómo ha evolucionado tu forma de entender lo personal en escena desde Los Remedios hasta Las Apariciones?
Mirar hacia el futuro genera unas distorsiones distintas que mirar hacia el pasado. Hay un cierto pánico a la profecía autocumplida, incluso si esas profecías son de lo más juguetonas y bizarras. Ahora te diría que veo lo personal en escena como un modo de ‘desenvoltura’, de desenvolver una capa más de lo que uno puede pensar que es y que al mostrarla ante la mirada de los demás se manifiesta también como eso, como un envoltorio que tal vez no sea en realidad tan propio. Quizá el camino hacia la búsqueda de lo propio sea ir librándose de esas ideas, volverlas ficciones, y así ganar perspectiva.
Hay una cierta constante en tu teatro de revisar los vínculos: familia, amistad, pareja, barrio… ¿Qué papel juegan en este universo que propones? ¿Qué querías explorar?
Aquí los vínculos son lo que nos sostiene, lo que nos desafía, lo que nos interpela. La pareja, los amigos, la familia, nos retan a enfrentarnos con lo íntimo, con lo que no podemos esconder de nosotros mismos. Hay algo nuclear en ese tipo de relaciones, supongo que por eso me interesa explorarlas.
Lo invisible y lo poético, que aparece en forma de voces, recuerdos o alucinaciones, se mezcla con lo cotidiano. ¿Cómo trabajaste ese encuentro entre lo real y lo onírico?
Es una tendencia natural, me parece. Creo que la imaginación siempre ha intervenido mi forma de leer la realidad. Aquí, esos fantasmas del futuro pedían a gritos la entrada en un mundo onírico.
También la muerte aparece como una presencia constante, pero siempre desde el humor, el juego y la ternura. ¿Cómo equilibras estos registros?
Supongo que el humor es un bote salvavidas, o esa rama al borde del precipicio a la que uno se agarra después de haberse tirado y automáticamente haberse arrepentido. Creo que a la muerte hay que mirarla con cariño, la pobre se pasa la vida esperándonos.

Los diálogos fluyen con naturalidad, pero detrás hay una arquitectura verbal muy afinada. ¿Cómo encontraste ese equilibrio entre lo espontáneo y lo escrito?
Pues creo que compensando. Me gusta lo coloquial, lo que suena a voz popular, a la vez me encantan los diálogos y los juegos verbales, dar con la palabra precisa, con la musicalidad adecuada. Es lo más divertido, ese ten con ten (siempre he querido utilizar esta expresión, ten con ten)
En Las Apariciones se puede percibir un deseo por hablar de la masculinidad, pero desde otro lugar: el del cuidado, la fragilidad, la ternura. ¿Era una decisión consciente?
Pues de esto no había sido consciente. Imagino que es algo que nos interpela generacionalmente como hombres, es algo que está inevitablemente encima de la mesa y que de una forma u otra aparece, hasta cuando uno no se da cuenta del todo, como en este caso.
Hay una fisicidad constante: el cuerpo que envejece, que carga, que se enferma, que cría. ¿Qué papel juega el cuerpo del actor y del personaje en esta obra?
El cuerpo es fundamental aquí. Tanto esta obra como Los Remedios son obras diseñadas para el cuerpo, para exigirle mucho, para hacerle preguntas, para intentar relacionarse con lo que se planteaba Spinoza cuando decía aquello de que aún no sabemos lo que puede un cuerpo. Esperemos descubrir algunas cosas más de lo que puede un cuerpo, y a la vez esperamos que el cuerpo pueda y que siga pudiendo, porque ya no tenemos veintitantos como con Los Remedios. Y estamos más cansados, claro. Son cosas que van pasando.
La escenografía, la luz, el sonido… ¿Cómo estáis trabajando el universo visual y sonoro de la obra?
Pablo Chaves, además de actuar, y ser la otra pata autoficcional de la pieza (me ha permitido escribir sobre él, lo cual siempre es de una generosidad y de una confianza excepcionales), además de todo eso ha diseñado la escenografía. Personalmente me gusta mucho lo que ha concebido para la pieza, creo que es elegante a la vez que inquietante, minimalista pero contundente. A partir de ahí tenemos a Rodrigo Ortega con la luz y a Daniel Jumillas con el sonido, que están ahora desarrollando su trabajo para la pieza. Osea que creo que va bastante bien la cosa, vaya.
Ya que en la función hay un juego de proyección hacia un posible futuro, ¿hacia dónde crees que está evolucionando tu manera de entender el teatro?
Con Juan, el director de la función, hablo bastante del teatro como un lugar que revela cosas, que muestra, que enseña. Creo que el teatro es un refugio para lo humano, y que se manifiesta ahí en todas sus expresiones: lo terrible, lo elevado, lo patético, lo sublime… Todo lo humano tiene cabida en su forma más pura, que es la presencial, la que está libre de intermediación. La experiencia humana, encarnada y activada por el actor, se enfrenta directamente a la mirada y la presencia de los espectadores. Ese encuentro de presencias en vivo es el valor principal que encuentro en el teatro, lo que hace que no se parezca a ninguna otra cosa.