Ernesto Caballero y Juan Mayorga sacan a relucir el nombre de Voltaire en esta nueva propuesta nacida de Teatro Urgente que se estrena en la que es su casa, el Teatro Quique San Francisco, gracias al apoyo incondicional de su director, Juan Jiménez. Una pieza nacida para reflexionar sobre aquello que nos parece intolerable dentro de nuestras propias vidas y en el teatro.
Una propuesta que cuenta con un reparto compuesto por Tábata Cerezo, Alberto Fonseca, Karina Garantivá y Pablo Quijano; y con la colaboración de Fernanda Orazi, recién incorporada a la familia de Teatro Urgente.
¿Dónde están los límites de la tolerancia?
Foto de portada @dondykriga
Sentarse frente a frente con dos creadores como Juan Mayorga y Ernesto Caballero impone, no lo vamos a negar. Uno se documenta, se prepara la entrevista y respira hondo esperando estar a la altura del encuentro ¡Qué responsabilidad!. Quedamos en el Teatro Quique San Francisco -¡mira que me cuesta no seguir llamándolo Galileo!- donde están ensayando Voltaire, la nueva producción sobre la que vamos a charlar y que arranca la temporada de Teatro Urgente junto a la reposición de Hannah Arendt en tiempos de oscuridad de la que ya hablamos con su creadora: Karina Garantivá.
Nada más atravesar las puertas me los encuentro de frente, sin tiempo a recomponerme de la carrera que me he dado desde el metro. Charlan entre ellos y según los veo, me cruza un pensamiento por la cabeza: “¡Están esperando a Godot!” y con una risita nerviosa interna pienso: “Definitivamente, no vas a estar a la altura”, pero antes de que me domine el pánico, sin que ellos sepan lo que estaba pensando, me confiesan que estaban haciéndose la misma coña y en ese momento los nervios desaparecen. La cordialidad con la que me reciben hace que todo ese amasijo de nervios se transformen en el goce de tener una posición privilegiada para asistir a este reencuentro artístico, catorce años después de su último trabajo juntos, La tortuga de Darwin.
El principio de todo
“Aquella fue la tercera colaboración” dice Caballero cuando se lo recuerdo, “antes habíamos colaborado previamente en una comedia antológica de Calderón, El monstruo de los jardines, que hizo la versión”. Un viaje en el recuerdo que despierta en Mayorga las ganas de retroceder un poco más en la memoria para hallar el inicio de este camino entre ellos. “Todo esto tiene una prehistoria. Cuando yo empezaba a ilusionarme por el teatro y pensar que trabajaría para él, yo ya seguía a Ernesto. Recuerdo haber visto su teatro en el Círculo de Bellas Artes…-, dice intentando recordar el espectáculo- aquello sobre las sectas…”. Caballero le saca de la duda apuntándole el título: “Sol y sombra”. Mayorga asiente, feliz de despejar la duda: “Una obra muy interesante. Fue una enorme alegría que me propusiese hacer la versión de El monstruo de los jardines, la conexión fue inmediata y no hemos dejado de conversar”, para acto seguido contarme que La tortuga de Darwin no solo es que la dirigiera Ernesto, sino que la escribió expresamente para él. “Recuerdo que le saqué tres papelillos de este tipo de cuadernillos” prosigue Mayorga mientras saca una de sus famosas libretas que, para quien no lo sepa, siempre le acompañan y es donde suele apuntar sus ideas, frases y cualquier cosa que sirva como material para escribir, “y uno de los argumentos que le propuse fue sobre la tortuga Harriet que había cumplido 175 años en Sidney, Australia. Recuerdo que le comenté que quería escribir algo sobre esto. La verdad que fue muy bonito”.
Después de aquello, las conversaciones y los encuentros han sido frecuentes, pero no ha sido hasta ahora, con el nacimiento de Teatro Urgente, que se ha podido materializar la nueva colaboración entre ambos creadores. “Ha sido muy hermoso reencontrarme con él en torno a Voltaire”, dice Mayorga.
Sobre la tolerancia y lo intolerable
Para quien todavía no haya oído hablar sobre Teatro Urgente, debe saber que nace de la necesidad de poner en escena aquellos temas que están “a la orden del día” a través del pensamiento filosófico, además de suponer una “reflexión sobre el propio arte teatral y nuestra responsabilidad”, señala Ernesto Caballero. En este caso con el estreno de Voltaire pone sobre la mesa los conceptos de la tolerancia y lo intolerable, buscando que el espectador “se pregunte por los límites de su propia tolerancia, sobre lo que se puede decir y lo que no, tanto en el teatro como en la vida pública -desvela Caballero-, abriendo muchas preguntas al espectador en torno a esta cuestión”.
Una serie de historias cortas, nacidas del Teatro para minutos del propio Mayorga, entre las que se encuentran 581 mapas, Tres anillos y, la que da título al espectáculo, Voltaire, dan forma a la propuesta. “He revisado las tres piezas y además he construido otras tres que acaban siendo un mosaico -nos cuenta Mayorga- y, de algún modo, cada una de esas piezas obliga a revisar lo que cada uno creía sobre las que antes vieron y contagian una fuerza, una poesía, una deriva, a las que luego vendrán”.
Lo metateatral como herramienta discursiva
El mundo del teatro está muy presente. “No negamos nuestra condición de los que somos: teatreros”, dice Caballero. Pero lejos de regodearse de lo endogámico, lo que buscan para este espectáculo es utilizarlo desde la posición del contador de cuentos. “Los cuentos son infinitos, nos acercan a lo fundamental, al sentir de la vida, a la amistad, a la muerte, al amor, al paso del tiempo -señala Mayorga-, y nunca te ofrecen una respuesta definitiva, de forma que nosotros somos aquello que parece proscrito en determinados cenáculos, somos nada más y nada menos que contadores de cuentos”. Un enfoque que, como dice su autor, hace que los propios intérpretes reflexionen “sobre aquello que tienen entre manos poniéndolo en discusión”.
La obra arranca como una representación más que, poco a poco, va despojándose de esa primera piel, descubriéndonos cómo asoman los propios intérpretes a través de sus personajes y mostrando una voz propia “fuera del texto”, hasta que finalmente es la figura del propio actor la que tiene entidad para cerrar la historia. “Invitando al espectador así mismo a hacer una reflexión del cómo y el porqué del cuento”.
Cuéntame un cuento
Frente a la corriente anti-narrativa del teatro europeo contemporáneo, tanto Mayorga como Caballero, dicen entre risas sentirse como el Sultán de Sherezade: “Si alguien me cuenta una historia, le entrego mi corazón”, posicionándose en esa otra vertiente que apuesta por no dejar la narración fuera de la experiencia teatral. “Es un espectáculo que requiere un cierto sosiego, cierta curiosidad, trata de recuperar la no tan sencilla sencillez de los cuentos – explica Caballero-, hemos adaptado algo que apela mucho a la participación del espectador y a su capacidad imaginativa. El ejercicio gozoso de imaginar está indisolublemente unido al de pensar”.
“Lo que me atrapa del teatro de Juan cuando leo sus obras es ese carácter de cuento o de parábola que son inquietantes, nos está advirtiendo que el acceso al conocimiento solamente se puede vislumbrar mediante relatos, mediante poesía, fábulas, nunca se puede tocar de una manera directa porque uno se quemaría. Y eso genera debate porque siempre queremos certezas”, apostilla el director de Voltaire.
Esperando a Voltaire
Hay que advertir al espectador despistado que Voltaire no es un biopic sobre el escritor y filósofo francés, más bien es el pretexto para marcar la línea de esta propuesta. “Me llama mucho la atención la tenacidad de Voltaire, y por otro lado su humor, su capacidad de goce, y ambas cosas están vinculadas al espectáculo -dice Mayorga-. El humor es una forma de victoria, de la resistencia, de refugio y eso está en esta obra”. A través de este tono de humor se invita al espectador a que saque sus propias conclusiones sobre cada una de las historias planteadas, lanzándole cuestiones sobre la libertad, la tolerancia, el compromiso colectivo o la autoridad.
El encuentro finaliza, los ensayos deben proseguir y yo, agradecido, me llevo a casa el goce de haber presenciado este momento, confiando en haber logrado despertar la suficiente curiosidad en el lector o la lectora para que sienta la necesidad de acercarse al Galileo -perdón, al Quique San Francisco- a dejarse embriagar por estos cuentos urgentes.