Fernando Ferrer: "Sería hermoso abrir un espacio de reflexión sobre la memoria con esta obra"
El Teatro del Barrio vuelve a acoger funciones de Lavapiés, la nueva obra del dramaturgo y director Fernando Ferrer. Inspirada en Romeo y Julieta, pero con un motor diferente al amor romántico, la pieza explora los conflictos familiares, la inmigración, los odios heredados y las disputas políticas que atraviesan tanto la historia de España como la de Argentina.
Situada en el emblemático barrio madrileño de Lavapiés, la obra de la compañía La que va nos sumerge en la tensión entre dos familias de inmigrantes marcadas por un pasado de exilios y violencias. A través de un relato cargado de memoria y conflicto, Ferrer nos invita a reflexionar sobre la gentrificación, la polarización política y el peso de la historia en las generaciones presentes.
El montaje cuenta con las interpretaciones de Lis Berenguer, Eugenia Carnevali, Majo Cordonet, Quique Fernández Villar, Lucas Ferraro, Natalia López, Amelia Repetto, Agustina Rodríguez Eyras y Paula Salva, quienes dan vida a esta historia que transcurre en el escenario, pero también fuera de él, tomando el teatro como un espacio vivo y en disputa.
En esta entrevista, Fernando Ferrer nos adelanta cómo abordó el proceso de creación de Lavapiés, las resonancias entre España y Argentina, y el papel del teatro como herramienta para desafiar el olvido y reconstruir la memoria.
Lavapiés parte de la inspiración de Romeo y Julieta, pero en tu obra el motor no es el amor, sino el conflicto familiar y la guerra. ¿Cómo surge esta idea y qué te llevó a trasladarla al Madrid actual?
En este caso, empecé a escribir para un elenco puntual de amigos argentinos que están radicados en España y con quienes quería hacer una obra y tomé como punto de partida nuestras realidades aquí y Romeo y Julieta. El barrio de Lavapiés me llamó la atención por su diversidad cultural y me gustó que la obra ocurriera en el mismo barrio donde está ubicado el teatro. Por otro lado, la disputa en el seno de la familia tiene muchas riquezas y posibilidades, desde lo más amoroso a lo más siniestro. El motor es el afecto y todas las tensiones que provoca.
En ese caso, ¿esta pieza podría moverse a otros escenarios?
La obra puede funcionar en cualquier otra ciudad más allá de que el escenario elegido como centro tenga mucho que ver con el barrio de Lavapiés. La obra toca la temática de un Centro Cultural que ahora está abandonado y se quiere vender para hacer un Airbnb y creo que tiene mucho que ver con lo que se vive a nivel inmobiliario hoy en las grandes ciudades.
La obra se desarrolla en el barrio de Lavapiés, si esta obra la hubieras montado en Buenos Aires, ¿en qué barrios podría ser contada la historia?
Quizás se pudiese llamar Almagro, Abasto, Villacrespo o Palermo. Son barrios que fueron de trabajadores y que sufren ese fenómeno de la gentrificación y en alguna medida van perdiendo sus rasgos históricos distintivos.
El texto aborda temas como la inmigración, los odios heredados y la política. ¿Por qué elegiste este contexto y qué crees que aporta a la historia?
Leí por ahí que Lavapiés era como una puerta de entrada a la vieja Ciudad de Madrid en donde la gente se limpiaba para entrar. No sé si es cierto, pero me gustó el cuento. La obra aborda la historia de dos familias de inmigrantes que enfrentadas deben pedirse perdón. Entonces recordé ese cuento de entrar con los pies limpios a la ciudad y también la escena de Jesús lavándole los pies a los desplazados de la sociedad, y esas asociaciones me fueron marcando el camino de escritura.

La grieta política argentina y las secuelas de la guerra civil española se cruzan en la trama. ¿Cómo se relacionan estos conflictos en Lavapiés y qué paralelismos encontraste entre ambas realidades?
La pieza es una obra de teatro, no es un documental, es decir, es ficción. Aclarado esto, yo soy nieto de un abuelo que se fue a Argentina. Soy español gracias a ese abuelo que se fue de Altea a Venado Tuerto y los personajes de la obra comparten esta condición. Son nietos de los que se tuvieron que ir de España y, a su vez, ellos se tuvieron que ir de Argentina. Ellos hablan mucho de esos abuelos y de esa grieta que atravesó con dolor y sangre a España. Y también aluden al proceso militar y a la grieta política en Argentina.
La polarización política es un fenómeno global, pero en Argentina y España se ha intensificado en los últimos años. ¿Cómo crees que la situación política actual de ambos países dialoga con la historia que cuentas en Lavapiés?
No soy para nada un entendido pero parece haber polos nuevos que desplazaron a los polos anteriores que podríamos llamar de izquierda y derecha. Ahora sería el polo ‘del delirio’ frente al resto del mundo. Creo que es Occidente poseído por la desmesura de una cloaca de odio. Hay una especie de desquicio planetario en donde están triunfando estos discursos que hace diez años eran absolutamente marginales. Hay un reinado de desquicie y esto es transversal. La cloaca de las redes sociales, del efecto fácil, gracias al justificado enojo social, está en el poder. Estas familias tienen algo en común con este clima de época y es la desmesura. Shakespeare despliega este exabrupto y soporta y refleja muy bien el delirio de la realidad.
A menudo, el teatro se enfoca en la reconciliación y el entendimiento. En tu obra, ¿planteas una resolución posible para estos enfrentamientos o dejas abierta la pregunta sobre si es posible superar los odios del pasado?
Se enfoca más en las disputas y en todo caso genera síntesis de pensamiento en relación a las mismas. En el caso de Lavapiés, aparece algo del orden de la memoria que va a quedar, va a sedimentar, pero para descubrir cómo y de qué manera hay que venir a ver la función. Lo que puedo adelantar es que la memoria termina venciendo. No nos vamos a olvidar. Aunque hicieron fosas acá y allá, por algún lado salen las manos de los eliminados. El dolor queda abierto y genera un fondo de la historia que pese a los esfuerzos del discurso dominante de los vencedores, vuelve a emerger de diferentes maneras. En nuestro caso, de manera dramática. Puede parecer naif, pero estoy convencido que hay algo que finalmente termina saliendo adelante, aunque sea en forma de música, de canción, de encontrarnos, de ir al teatro, de apoyarnos. En medio de la desolación aún podemos cantar una milonguita juntos y bailar un tango.
Fran, el personaje externo a las familias, parece tener la clave para una solución. ¿Qué representa él en la historia?
Él es el testaferro de los que mataron y enterraron a los desaparecidos. La solución que propone es tramposa. Es la solución de la reconciliación nacional para que no se hable más de nada. Tapar todo y no hacer un juicio. Es alguien que ofrece la reconciliación, pero en realidad ofrece un pacto de olvido vestido de buenas intenciones. Eso también parece hermanarnos con España.
Y en medio de todo este conflicto tenemos la historia de amor de Julieta y Guada…
Guada y Julieta se reencuentran por motivos prácticos pero vuelve a surgir el amor, lo que hace que el curso de los acontecimientos cambie rotundamente los planes de ambas familias generando problemas para todos.
Guada y Julieta toman un camino alternativo para resolver el conflicto. ¿Es una forma de cuestionar el rol de las nuevas generaciones frente a las heridas del pasado?
Julieta empieza a tener un brote psicótico y se conecta con el pasado y la Guerra Civil española. Empieza a ver todo lo que está enterrado en ese edificio y el camino que toma es disparado por ese brote. No es una solución sino más bien un accidente revelador.
La familia como campo de batalla es un concepto potente en la obra. ¿Crees que, en la actualidad, la familia sigue siendo el núcleo donde más se evidencian los conflictos políticos y sociales?
¿Y vos qué crees? (risas). Hay un artículo de Freud que se llama algo así como Lo siniestro. No lo voy a decir bien porque no soy un estudioso, pero dice más o menos que en la familia se posibilita todo lo mejor y todo lo peor. Una noche nos vemos para ir a cenar todos juntos y podemos empezar con abrazos y terminar a tiros. Literal. Y si encima hay uno de izquierdas y otro de derechas, fantástico.
Además de la dramaturgia, te encargas de la dirección. ¿Cómo abordaste el montaje escénico para transmitir la tensión y el drama de la historia?
Al igual que con el proceso de escritura, lo voy armando todo a la vez. Mientras voy escribiendo ya voy pensando en cómo va a ser el montaje y una vez que tengo el espacio escénico ya lo veo todo más claro. Me gustó el concepto de que la obra no sólo ocurre en escena sino mucho fuera de ella. El teatro está tomado por estos personajes y entonces indago en una dinámica de múltiples espacios.
¿Y ha habido algún tipo de participación por parte del elenco en la toma de decisiones o la hora de aportar ideas?
Escucho porque los actores aportan un montón, pero no es una creación colectiva. Sí está el espíritu colectivo en el modo de encarar el proyecto. Acá hay un modo de producir que está buenísimo también, pero en donde se espera el apoyo para empezar a ensayar, para ver si después te programa no sé quién… Yo empecé a escribir y empezamos a ensayar en mi casa. Yo no sabía si iba a tener una sala. Tenemos una especie de inconsciencia y de certeza, de fe y de amor entre nosotras y entre nosotros que nos guía. En ese sentido, sí es colectivo, porque trabajo con un elenco que apuesta por eso y sostiene las decisiones de dramaturgia y dirección.
La compañía se llama La que va, ¿cuéntanos un poco cómo surge y qué significa esa expresión?
La fundamos con mi compañera Eugenia Carnevali. Hicimos La que levita en Teatros del Canal en el marco del Coordenadas Fest y La que va en El Umbral de Primavera. Luego Bello monstruo marino en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid sobre Ramón Gómez de la Serna, que es también un poeta cruzador de mares porque se fue en el franquismo y murió en Argentina. También desarrollamos nuestra actividad artística en Francia. La que va es la elección definitiva ante opciones vitales. Sale de un modismo rioplatense: “Es la que va”. Es la que tiene corazón, la que tiene que ser sin ninguna duda. La que va es hacer la que uno quiere hacer, lo que está ligado al deseo más honesto y muchas veces aparentemente lo menos conveniente. Siempre, pero más aún ante tanto desastre, lo mejor es hacer la que va.

Has trabajado en teatro en varios países y en distintos contextos. ¿Cómo crees que el público madrileño recibirá Lavapiés?
No sé, espero que bien, después te cuento. (risas). Hay algo que nos atraviesa porque yo veo que acá todos tienen un pariente en Argentina y nosotros tenemos un pariente en España, y espero que eso resuene de alguna manera. Ojalá haga eco política y afectivamente. En el Teatro del Barrio, además, vamos a invitar a algunas asociaciones de mujeres de la comunidad que están haciendo toda una campaña para mostrar cómo era Lavapiés antes de la gentrificación con una muestra de fotos. Sería hermoso abrir un espacio en la reflexión sobre la memoria.
La obra se estrenará en el Teatro del Barrio, un espacio con un fuerte compromiso social y político. ¿Qué significa para ti presentarla allí?
El Teatro del Barrio y yo nos veníamos mirando con amor desde hace algunos años y no se había dado la oportunidad. Habíamos venido a un Festival de Teatro clásico que tenía relación con Ana Belén Santiago, la directora artística y desde esas ganas mutuas finalmente coincidimos. Ana es maravillosa y estoy muy agradecido a ella y a todo el equipo, Lucía, Paloma y Toni. Es un orgullo y un placer estar ahí.
Después del estreno en Madrid, ¿tienes planes de llevar Lavapiés a otros espacios o festivales? ¿Cuál es el futuro de la obra y de tus próximos proyectos teatrales?
Pensamos mover Lavapiés por festivales. Por otro lado estamos por ensayar y estrenar en Francia una obra que se llama Impredecible y estoy ensayando Automáticos de Javier Daulte. También vamos a hacer La que va en Francia. Además, comienzo los ensayos de una obra preciosa de Ángela Encinar que se llama La ciencia de las flores que pronto se verá en España.
Desde tu punto de vista, ¿qué dificultades encuentras para acceder al circuito de salas alternativas de Madrid y a la vez dar el salto a teatros de gran formato respecto a Argentina?
Dentro de las dificultades que veo en el circuito, en lo personal me han recibido con mucha apertura y amor, específicamente en El Umbral de Primavera, que es una de mis casas artísticas en Madrid, como lo es también hoy el Teatro del Barrio. Hay una red que trabaja para seguir generando esta vida teatral y colectiva. Eso replica un modo muy parecido al que yo conozco de Argentina. En la obra anterior en Buenos Aires, empezamos en un teatro independiente muy prestigioso. Después saltamos al teatro comercial y luego al teatro público. Y la obra duró siete años. No veo que el teatro independiente sea una antesala a algo mejor. Ni allá ni acá. En Argentina el teatro independiente es prestigioso y es en sí mismo una usina de creación muy libre y compleja. En este momento no estamos anhelando un salto hacia otro lugar. Podríamos dar un salto a otros marcos pero no es porque sean mejores. Quizás sería mejor económicamente, por supuesto, y mi equipo lo merece. De todos modos, nosotros trabajamos con un motor interno más potente que la retribución monetaria. Y si luego se da, fantástico. Me interesa cualquier marco que dé a conocer nuestra creación a más personas y nos permita abrir nuevas posibilidades de interlocución valiosa.