Nuestra sociedad, paradójica como es en multitud de asuntos, no se queda a la zaga en lo referente a la infancia. Generando contradicciones difíciles de solventar, coexisten el niñocentrismo y el adultocentrismo en función del aspecto ciudadano o sencillamente vital del que hablemos. Y aquí toca hablar, como es evidente, de lo que ocurre en las artes escénicas.

No es cierto que para el teatro solo haya niños en Navidad. Las programaciones de multitud de espacios cuentan con funciones infantiles durante todo el año, en fines de semana, tanto matinales como vespertinas. Hay numerosas compañías que diversifican sus producciones, incluyendo infantiles, precisamente porque son los espectáculos que sí suelen resultar rentables. Las campañas escolares, es decir, el teatro que viaja directamente a los centros, o las funciones en teatros municipales con espectadores organizados desde los colegios, son definitivamente abundantes. Así que no, el teatro para niños, sin duda, supone un alto nivel de facturación dentro del cómputo global de la industria.

Sin embargo, solo en Navidad parece legítimo participar en espectáculos infantiles. Es la única época del año en la que afirmar que uno, o una, está trabajando en un infantil no degrada inmediatamente al profesional dentro de su entorno. Los infantiles de Navidad son una actividad puntual que no te compromete, no lastima tu prestigio ni te condena al circuito infantil para el resto de tus días. Son apenas tres semanas, ¡quién podría negarse en Navidad a trabajar para los reyes de la casa!

El adultocentrismo del sector escénico se materializa en una concepción generalizada de la actividad profesional dividida entre el teatro ‘serio’ y, por tanto, difícil, y el teatro fácil, el que aparentemente requiere mucho menos esfuerzo y creatividad. Este discurso se contradice flagrantemente con el obstinado niñocentrismo de las cifras, que nos están contando una realidad muy distinta: si hay todavía espectadores en el patio de butacas, o bien es porque están jubilados… o porque aún no han empezado a trabajar.

En mi carta a los Reyes Magos de este año voy a pedirles que los grandes centros de producción públicos cuenten con programación infantil durante todo el año, de producción propia: que por estas producciones puedan pasar desde los profesionales que llevan años dedicados a la infancia como creadores de teatro para adultos de reconocido prestigio; que estas obras puedan verse en todo el país; y, por último, que reconozcamos más allá de la barra del bar que cuando las butacas están llenas de niños nos estamos enfrentando, sin duda, al público más difícil sobre la faz de la Tierra.

Feliz 2025.

 

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