Autora y docente, Eva Llergo es una de las fundadoras de De boca en boca, una compañía teatral comprometida con su realidad. De ese compromiso nace Europía, tierra de nadie, una obra creada por la propia Llergo, dirigida por Natalia Narbón e interpretada por Nadal Bin, Pedro Martín, Mercedes de Miguel y Roberto de Miguel, que busca generar una reflexión sobre lo azaroso que es el lugar que ocupamos en la tierra.
Podrá verse los días 6, 13, 20 y 27 de junio en La Usina.
¿De dónde le viene a Eva Llergo su pasión por el Teatro y la Literatura?
Crecí rodeada de libros y de los personajes de los clásicos infantiles y juveniles que mi padre me leía por las noches. Supongo que eso sembró una semilla en mí y tuve claro desde muy temprano que la literatura era una pasión que quería convertir en profesión. Siempre me ha interesado la dimensión social y transformadora de la literatura y durante la carrera de Filología Hispánica, y especialmente en el doctorado, sentí que el teatro era el género que mejor representaba esos intereses por su dimensión de espectáculo vivo, tangible y catártico.
¿Siempre tuviste claro que querías escribir?
Vino en el mismo pack que mi pasión lectora. Son dos caras de la misma moneda. El problema es que para escribir hace falta mucho más tiempo que para leer y a pesar de que comencé a escribir muy joven, con 16 años, y de manera muy constante, he tenido también temporadas en que las circunstancias de la vida han llevado la escritura a un segundo plano.
¿Y en qué momento una se da cuenta de lo que tiene que contar merece ser compartido? ¿Cómo sabes que es bueno lo que sale de tus dedos, tu boca y tu cerebro?
Considero que todos los escritores escribimos para compartir nuestros pensamientos, deseos, modos de ver la vida. Nos inculcan en la escuela que la lectura y la escritura son actos solitarios, individuales, pero yo creo que no es así en absoluto. La lectura y la escritura, como otros muchos placeres, tienen una dimensión social importantísima. Está claro que era así cuando comenzó la literatura en su vertiente oral. Los contadores de historias, los juglares y juglaresas siempre narraban en grupo, para un grupo y con un grupo. La literatura siempre era compartida y así debe debería seguir siendo, aunque la imprenta y la alfabetización hayan hecho de la lectura un acto mucho más solitario. En la oralidad, está muy clara la dimensión social de la literatura que siempre me ha cautivado. En mi caso contemplo mi obra como una especie de militancia. Escribo sobre las cosas que me duelen o me enfadan pero en las que veo margen de maniobra y de mejora. Son ideas que espero que tengan valor, no sé si son buenas, pero si pudieran ser pequeñas soluciones a los problemas del mundo, si pueden hacer que alguien que no se había planteado algo como un problema lo observe como tal y quiera buscarle una solución, ¿por qué quedármelas solo para mí?
Además de ser profesora universitaria tienes tu propia compañía teatral, De boca en boca. ¿Quiénes formáis parte de ella y qué tipo de teatro os interesa?
Las bases de De boca en boca somos Ignacio Ceballos, director musical y coproductor de Europía, tierra de nadie, y yo. Nació en 2018 como reconversión del grupo de narración oral escénica El Aspersor, activo desde 2003, y en el que compartía escenario, entre otras, con Natalia Narbón, que hoy es también directora de Europía, tierra de nadie. En los espectáculos y las dramaturgias de aquellos años buscábamos una nueva fórmula de narración oral hibridada con elementos teatrales. De boca en boca surgió como una necesidad personal de acercar aún más la narración a la tradición oral y musical hispánica, acorde con nuestros estudios de Filología Hispánica, y dar cabida también a proyectos de índole más teatral. De ese origen, hemos ido creciendo y abarcando otras iniciativas, y así han surgido los montajes de mis textos teatrales Tonto, loco, salvaje (publicado en la editorial Ñaque, 2022) y Europía, tierra de nadie (Ñaque, 2025) que son sello identitario de mi forma de entender las artes escénicas.
Ahora llegas con un nuevo texto, Europía, tierra de nadie. ¿De dónde surge la necesidad de escribir una obra así?
Concibo mis obras desde la militancia y el teatro social. Escribo sobre lo que veo a mi alrededor y me duele. La indiferencia o incluso el odio que está suscitando en los países occidentales el tema migratorio me parece inadmisible y antihumanitario. Necesitamos rehumanizarnos y ver al otro como un igual, independientemente de su país de procedencia, del color de su piel o de su religión.
¿Por qué has subvertido la historia y has trabajado sobre una distopía alterando la realidad en la que vivimos?
Con el tema de la migración creo que en Occidente hemos desarrollado una especie de insensibilización, de asepsia, cuando no, lamentablemente, rechazo. Invertir las tornas, que seamos los europeos lo que tengamos que migrar y los africanos a los que les ha tocado por suerte la tierra próspera, puede generar una inmersión más inmediata por parte de los espectadores. Es como pasarse al otro lado del espejo. Sin embargo, hay otros aspectos de la realidad como el colapso medioambiental por los modos de vista capitalista, el control mediático o las noticias falsas que aparecen sin subvertir, pero encajan perfectamente también en la distopía.
Háblame un poco de los personajes de la obra y lo que representan cada uno de ellxs…
Asha, encarnada por Mercedes de Miguel, es el centro de todo y hace de enlace entre los otros dos personajes principales que representan posturas aparentemente irreconciliables, Arno, al que da vida Roberto de Miguel, que llega a las costas de Europía huyendo el hambre y la guerra, y Táleh, interpretado por Nadal Bin, habitante de una tierra próspera que quiere defender porque le han hecho creer que no hay en ella espacio para todos. Asha no tiene miedo a lo desconocido y se cuestiona los relatos de odio y desconfianza con los que han construido su imaginario. Ella va más allá de lo preconcebido y tiene ese don de conseguir aliento donde otros solo ven desesperanza. Lo que surge individualmente entre Asha y Arno nada más verse es el germen del cambio. Son una especie de Romeo y Julieta, pero que en vez de centrarse en su amor lo utilizan como fuerza para enfrentarse al odio de los que les rodean. Y, además, aquí el conde Paris, nuestro Táleh, juega un papel muy relevante, no como fuerza de oposición sino de concordia.
¿Cómo es la puesta en escena que has elaborado?
La puesta en escena ha corrido a cargo de Rebeca Padial en la escenografía y el vestuario, creando un entorno hostil y acogedor a partes iguales, con toques de ese futuro distópico que necesitábamos para la ambientación, el de esa playa, un personaje más, que para unos es recreativa y plácida y para otros un territorio extremo donde se juegan la muerte o la salvación. El vestuario posiciona a los personajes a partir de los cuatro elementos y a su lucha de fuerzas: Asha asentada en la tierra, en los acogedor y humano; Táleh, en lo pasional y fogoso; Arno, en lo líquido y escurridizo del agua y Remo (Pedro Martín), en la dimensión espiritual y etérea del aire.
Yolanda Pividal ha construido unas videoproyecciones magníficas que inundan la escena y generan un efecto de extrañamiento trágico sobre la ficción observada, conectándola con la propia realidad del espectador de hoy en día. Y, por último, Ignacio Ceballos ha aportado un espacio sonoro rotundo, tan emocional como descriptivo que mantiene al espectador totalmente absorbido en cada escena.
Como ya has comentado, te has puesto en manos de Natalia Narbón para que dirija tu texto. ¿Qué le ha aportado su mirada a la obra?
Conozco a Natalia desde hace casi veinte años y ya habíamos trabajado mucho juntas, pero no desde esta óptica. Admiro su trabajo como directora, por su sensibilidad y audacia, así que cuando me atreví a proponerle que dirigiera Europía y me dijo que sí, no pude sentirme más completa. Sabía que Natalia iba a entender perfectamente lo que quería transmitir con el texto; es más, que iba a saber mejorar cada aspecto con su mirada tremendamente humana y profesional. Y así ha sido. Ha sabido buscar espacio para que la tragedia respire y encontremos, incluso, momentos donde la risa es posible y hasta lógica. A través de su dirección se hace evidente que Europía es, ante todo, una historia de amor entre personas y también con la humanidad. No puedo estar más contenta de haber dejado el texto en sus manos.
¿Es fácil dejar algo tan personal como un texto en manos de otra persona para que lo moldee?
Es lo que tiene el teatro. Es un trabajo plenamente colaborativo. Si no das el paso de exponerte y dejar que un grupo de gente trabaje con tu texto, lo ponga del revés o directamente patas arriba, nunca llegarás a lo que todo dramaturgo desea: verlo sobre las tablas. La verdad es que, personalmente, nunca vivo con miedo la entrega del texto, sino con ilusión. Me encanta ver cómo mis palabras se transforman en cuanto las encarnan los actores y, en cierto modo, dejan de pertenecerme. Es mágico.
Cuando estás cerca del mar, quizá en un periodo vacacional, ¿eres de las personas que ve más cosas que el resto en esa inmensa masa de agua?
Veo tanto como los demás, pero supongo que lo importante es que quiero ver y también mirar. Trascender del hecho de que, en Occidente, nos acercamos al mar desde una dimensión puramente recreativa y que, sin embargo, en otros lugares del mundo hay seres humanos para los que el océano está connotado de una manera muy diferente.
Habéis colaborado con Open Arms, la conocida ONG que protege la vida de los más vulnerables en situaciones de emergencia. ¿Cómo ha sido esta colaboración y qué os han aportado para construir la historia?
La colaboración con Open Arms ha sido todo un regalo sin el cual Europía, tierra de nadie, no podría haber alcanzado su verdadero objetivo: conectar una historia de ficción con la realidad. Open Arms nos ha cedido las imágenes de salvamentos marítimos de personas migrantes que se proyectan durante el montaje, y cooperantes como Isabel Zamarrón nos acompañaron durante el coloquio que siguió al estreno para impedir que olvidáramos que la historia de Arno, Asha y Táleh presenta lo que diariamente les sucede a muchos seres humanos en el mundo.
Es algo que pasa desde siempre. ¿Qué intereses hay en generar siempre miedo y desconfianza sobre los que vienen de fuera, sobre los inmigrantes?
Preservar nuestros privilegios, supongo. Pero son unos privilegios basados en el azar. Porque, por suerte, hemos nacido en un país desarrollado, con una democracia. No hace falta, además, saber mucha historia para recordar que nuestra prosperidad está basada en el colonialismo inhumano al que Occidente sometió, entre otros continentes, a África. Pero eso, se ve que hay mucha gente que se empeña en olvidarlo.
¿Qué opinas de la política migratoria de nuestro país?
Precisamente el detonante para comenzar a escribir Europía fueron los saltos masivos de personas migrantes en las vallas de Melilla de marzo de 2022 y la reacción insólitamente violenta de las fuerzas del orden marroquíes y españolas. Desde luego hay políticas migratorias mucho peores a nuestro alrededor, pero creo que todavía tenemos mucho camino que andar para que alcance los estándares que piden las organizaciones no gubernamentales.
¿Qué sentido tiene el nacionalismo exacerbado cuando nacer en un sitio u otro es cuestión de azar?
Ninguno. Efectivamente, se nos olvida continuamente que haber nacido aquí o allá es simple y llanamente cuestión de suerte, y que las fronteras, las banderas y los nacionalismos son invenciones humanas. No preexisten como verdades prístinas, son constructos humanos y como tales no pueden ser tomadas con fundamentalismo, y menos en detrimento de la situación de vulnerabilidad en la que pueden llegar a encontrarse los seres humanos.
Hay que convertir el odio en respeto… dices en tu texto. ¿Cómo se consigue eso?
Viéndonos. Conociéndonos. El odio al otro surge del desconocimiento. Pero, no me engaño, es verdad que no es fácil dar ese paso cuando a nuestro alrededor se cultiva y se transmite toda una cultura de miedo y resentimiento hacia el que es distinto. Por eso la ficción es tan importante. Porque es una especie de ensayo con la realidad que no da tanto miedo asumir, pero que, una vez asumida, sí tiene el valor de una experiencia y nos puede llevar más fácilmente a efectuar cambios en el plano de lo real.
¿El amor es una de las pocas cosas que traspasan fronteras, colores y estratos sociales?
El amor es probablemente el sentimiento más transformador. Y, de hecho, el amor tal y como sucede en la obra te lleva más allá de ti mismo y te reconecta con el mundo. Es un punto de llegada y, al mismo tiempo, un punto de partida.
¿Ningún ser humano debería ser ilegal?
Eso es definitivamente verdad.
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