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Siguiendo la senda de migas de pan de la memoria

“Uno es, pero con el de al lado se es mucho más”

Aquellas migas de pan, de Jennifer Haley, es la nueva incursión en la dirección de Inma Cuevas. Una historia en la que Mónica Bardem y Carmen Ibeas dan vida a dos mujeres que descubren que se necesitan cuando la soledad y la enfermedad amenazan con hacerlas desaparecer. Conversamos con la directora sobre este espectáculo que pudimos ver del 11 de mayo al 4 de junio en el Teatro Infanta Isabel y que el próximo día 19 de septiembre contará con una función solidaria, dentro del acto ‘Una tarde para recordar’ organizada por la Fundación Alzheimer España (FAE), en el Teatro Fígaro.

 

Foto portada: José Aragón

Una de las características de Kendosan Producciones es el interés por llevar a escena temas de contenido social, ya lo pudimos comprobar con Lo que tú nos dejas, y ahora con Aquellas migas de pan, donde se aborda el tema del Alzheimer, ¿qué tiene que poseer un proyecto para que Jesús (Sala) y tú os volquéis en él?

Cuando Jesús y yo leemos un texto, cuando nos involucramos en llevar a cabo un proyecto, tiene que ver con que algo nos toque, que nos mueve, que nos revoluciona. Es algo tan sencillo y tan complejo como eso. Con lo difícil que es producir y levantar algo, nos tiene que apasionar muchísimo porque, además, nosotros producimos a pleno pulmón y tenemos que estar muy seguros de que lo que vamos a hacer nos conmueve. Necesitamos que el texto nos emocione, que nos cuente, que nos pregunte. Nos gusta que nos reten, que nos den qué pensar, que nos den material para poder crear, para poder llevar nuestra imaginación a lugares insospechados. Y en mi caso, ahora, como creadora, es lo que me ha pasado, que de repente Aquellas migas de pan, me ha dado la posibilidad de llevar mucho más lejos mi imaginación.

 

Aquellas migas de pan es un texto de Jennifer Haley, adaptado al castellano por Carmen Ibeas, ¿cómo llega a tus manos?

Nos llegó de mano de Carmen Ibeas, y de Niko Verona -Coproductores de la obra desde Varsovia Producciones-. Cuando leí el texto, de primeras me pareció muy bestia y dudé en levantarlo, porque me parecía un tema a abarcar muy delicado. Pero nos decidimos porque, a pesar de que estamos hablando de una demencia temprana, se abarca desde un lugar luminoso.

 

Esa es un poco la filosofía de vuestra productora, ¿no?

Todo lo que intentamos hacer tiene que ser luminoso, sí. Ya hay bastante oscuridad y abismo en el planeta. No sé si es una cosa generalizada, pero siempre hemos levantado textos que de alguna manera son esperanzadores, son vitales, son luminosos a pesar de la oscuridad. Por ejemplo, Constelaciones, que fue el primer texto, hablaba de una gran enfermedad, pero hablaba también del amor inmenso que se tiene un ser humano a otro; o pienso en La familia no, es lo mismo, cuatro hermanos que están perdidos, pero unidos que salen del abismo.

 

Vuelves a ponerte al frente de la dirección, como ya hiciste con Lo que tú nos dejas y Ciclos, pero esta vez dirigiendo a otras actrices. ¿Cómo afrontas este nuevo reto?

De alguna manera, nunca me había planteado dirigir fuera de lo que estaba a mi alcance y con Aquellas migas de pan, por fin, estoy ejerciendo de directora, como agente externo que ayuda a facilitar un trabajo a una segunda o tercera persona. En eso se ha basado básicamente mi trabajo con Carmen Ibeas y Mónica Bardem, acompañarlas, guiarlas, llenarles, como yo digo, la maleta de herramientas para que ellas se peguen el viaje, para que no se pierdan por el camino, o para que se pierdan y, de repente, encuentren su propio camino. Yo he ido descubriéndome en esa faceta, porque es la primera vez que hago este ejercicio y claro, no solo es dirigir un espectáculo, ha sido envalentonarme y abandonarme. Me fascinaba la idea de poder crear un espacio escénico, un espacio sonoro, un espacio lumínico, crear una imagen, pensar en colores, dejarme llevar por lo que me daba el texto, por las imágenes que me venían. Lógicamente siempre acompañada de un gran equipo. Por mucho que yo imagine, si no hay nadie a mi lado, como Javier Ruiz de Alegría, como Almudena Bautista o como Jordi Collet, que me acompañan con la escenografía, las luces, el vestuario y la música, es imposible. No te cuento ya, tener a Jesús Sala de la mano, sumando a Mónica y Carmen. Y luego que he tenido también a Alba Enríquez como ayudante que es súper trabajadora, súper estricta, me ha ayudado en todo el caos que yo genero.

 

 

¿Facilita que seáis dos actrices quienes hacéis las labores de dirección y ayudantía? ¿Hace que se establezca el mismo código entre actrices y vosotras?

He intentado trabajar con ellas y cuidarlas como a mí me gusta que lo hagan conmigo. Sin ser muy consciente de ello, me he abandonado a cómo soy y a cómo trabajo como actriz y a cómo ando por la vida, entonces, esto se ha visto reflejado en mi forma de trabajar. He intentado que ellas, cada vez que entraban en el escenario, en el espacio para trabajar, estuvieran en un lugar sagrado, a salvo, que estuvieran protegidas. Sabíamos lo que estaba sucediendo porque como dices, tenemos el mismo código, somos actrices y hemos vivido en nuestras carnes lo que es estar perdidas y, de repente, encontrarse. Alba y yo nos hemos encontrado muchas veces mirándonos sorprendidas, porque estábamos viendo en directo cómo ellas iban encontrando su camino, es algo mágico porque sabes que es el proceso natural de la vida de una obra. Ha sido precioso verlo desde fuera, sorprenderme y sentirme muy feliz de ver los pasos que ellas estaban dando.

 

Mónica Bardem y Carmen Ibeas encarnan a estas mujeres que se encuentran ante la enfermedad, la pérdida y la urgencia de rematar objetivos antes de lo inevitable, ¿de qué manera os habéis adentrado ahí?

Estamos trabajando un texto muy delicado, efectivamente habla de una enfermedad, hemos tenido que investigar, hemos tenido que indagar. Ha sido un trabajo muy minucioso, de paso pequeño a paso pequeño. Alida y Beth, los personajes que interpretan, viven eso constantemente, tienen miedo a desaparecer. Beth porque piensa que no es querida, no puede quererse a sí misma y necesita todo el rato del amor de fuera, a pesar de estar mendigándolo, a pesar de saber que no está yendo con la persona adecuada. Y Alida se ha tenido que hacer a sí misma, sintiéndose abandonada por su madre, tiene una demencia temprana, tiene Alzheimer temprano, y tiene miedo a perderse en su cabeza, a olvidar sus recuerdos, quién era. Esta obra parte del hecho de que a Alida tiene una enfermedad, pero en realidad es una obra que, efectivamente, habla del miedo a perderse, a no ser amado, a estar solo, del miedo a no encontrar el faro, no encontrar el camino, a sentirse en la oscuridad y a lo difícil que es eso a veces.

 

¿Y cuál es la parte luminosa de esta historia?

Últimamente se inculca que nosotros mismos podemos salir del abismo, sin embargo, no hay mayor recompensa, no hay mayor satisfacción, no hay mayor regalo, que tener una mano amiga para sacarte de ahí. Hay algo de abandonarse y dejarse querer, dejarse ayudar. Creo que es importante entender que uno es, pero que con el de al lado se es mucho más. Alida tiene esta parte de pensar que no necesita ayuda y de alguna manera Beth, que está perdida, no sabe que de verdad es el faro de Alida.

 

Las historias habitualmente se centran en hablar del enfermo, de quien padece, sin embargo, esta obra también habla de quien está al lado, de cómo se vive la responsabilidad y el peso del cuidado, de ser el ancla.

Es verdad que nunca se habla de quien cuida al enfermo, se habla del enfermo, pero ¿y la gente que tiene alrededor? ¿Qué sucede con ella? En este caso Alida está sola, no tiene ningún referente familiar y se encuentra con Beth, que es una persona ajena a ella, a su vida y no se fía de ella, pero poco a poco se da cuenta de que la necesita, que ella, de alguna manera, tiene que ser dependiente porque llega un momento que la cabeza no le va, se da cuenta que tiene que llegar al final de su historia, está perdiendo la memoria y necesita de alguien para transcribir sus pensamientos. Es verdad que en este caso es el viaje de Alida, pero sin Beth no se puede contar ese viaje. Al igual, Alida hace que Beth saque todos sus miedos y sienta que de verdad ella tiene el poder de decidir lo que quiere vivir. Para mí ha sido también muy difícil adentrarme en la enfermedad, hay muchísimo material. En esta compañía todos sabemos lo que es esta enfermedad, lo que es la pérdida, todos hemos sentido de verdad esa sensación de que nos falta un miembro del cuerpo, o de que estamos como inválidos, o un poco huérfanos, y eso nos ha hecho ir de la mano, sabiendo que estábamos hablando el mismo código, no solo como creadores, sino a nivel humano; también nos ha dado muchas herramientas para poder ponerle luz a esta función. A veces también hay que saber dejar ir, aunque duela. A veces uno tiene que saber hasta dónde llega su labor, o sea, hasta dónde tienes que cumplir una labor y hasta dónde tienes que dejar ir.

 

Aunque el texto posee mucha luz, no es nada condescendiente con el espectador. Posee una poesía desgarradora, rematada con un final donde se hace patente ese “dejar ir” del que hablamos.

De hecho, yo encontré toda la función haciendo el final. A veces en las obras los finales están mal rematados, están mal escritos, sientes como que hay prisa porque no se sabe cómo terminar. Y aquí, la clave de la función, me la dio el final, a partir de ahí pude crearla; cuando lo entendí, me vino la inspiración. La obra transcurre de un otoño a otro otoño, toda la función está impregnada de eso, en los colores, en la escenografía, en todo. El tiempo pasa y ves cómo ellas crecen, a mí me gusta mucho que se vea que los personajes han crecido, han cambiado, han ganado. Que han hecho como hace la langosta que llega un momento en el que necesita mudar el exoesqueleto porque duele, necesita romper ese caparazón y dejar que crezca una nueva piel, porque si no, quedas atrapado y te mueres. Y estos dos personajes son así, deciden en un momento de su vida romper esa cáscara y se abandonan a un nuevo ciclo.

 

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Carmen Ibeas y Mónica Bardem en una escena de Aquellas migas de pan. Foto David Ruiz.

 

La obra posee saltos en la memoria, se sitúa en tiempos no lineales, te da pistas desordenadas, ¿cómo has construido ese camino de “migas de pan” a seguir por el público?

Supe que era un reto muy grande porque Carmen y Mónica no solo representan a estas mujeres, sino que Mónica representa a Alida de adulta y niña y Carmen, en ciertos momentos, también ejerce de la madre, aparece en los recuerdos de Alida. Había algo de intentar ser virtuosas en el escenario, de intentar que los cambios se notarán muchísimo. He insistido muchísimo en el trabajo físico, en el movimiento, en sus cuerpos, en la rapidez de los cambios, y es algo mágico. Hemos jugado a ser niños, a esto de “ahora somos princesas, ahora somos dragones”. No hay transiciones grandísimas, es un segundo de tiempo. En la cabeza de Alida los tiempos son flashes, de hecho, insistí en crear un espacio medio onírico, medio estar en el bosque, medio estar en su cabeza. ¿Está soñando? ¿es de verdad? No sabemos si la función es un microsegundo en la cabeza de Alida, o si Alida ya no existe, si está dormida y es un sueño, si esto es solo una pesadilla que ella tiene. De alguna manera tiene que ser como esas descargas que hacen las neuronas, como la sinapsis. Quería jugar a eso, a que esas escenas surgieran como de pequeñas descargas de energía del cerebro, como una conexión de pequeñas imágenes que suceden en la cabeza de Alida y que el espectador ve. De hecho, van de más rápida a más lenta, porque asistimos a como el personaje va perdiendo las palabras, va perdiendo las imágenes, va perdiendo la fuerza. Hasta que ya no puede más. Quería un poco trabajar esa línea, insistiendo mucho en la rigurosidad del movimiento de los tiempos.

 

La escenografía, el vestuario, la música, son aspectos fundamentales que han jugado a perfilar y potenciar esa idea que tienes de la función.

De hecho, Jordi Collet me ha ayudado muchísimo a condensar esas escenas con la banda sonora. Yo siempre trabajo con música en mi vida y, desde luego, no iba a ser menos trabajando con Carmen y con Mónica. Desde que entraban en la sala de ensayos, las ponía música para que se adentraran en este mundo, se olvidarán del ruido exterior y se concentraran. De alguna manera empecé como a confeccionar una dramaturgia musical que luego Jordi Collet ha hecho magia con ella, es una cosa preciosísima e hipnótica, ha entendido perfectamente mi universo musical. Igual que Javi Ruiz de Alegría me ha seguido con las ideas, las ha aumentado, ha entendido qué es lo que quería contar y me ha regalado un espacio divino. Muchas veces pienso en la fantástico que es poder ver un pedazo de ti encima del escenario, porque tú como actriz, eres tú y tu cuerpo, pero como directora, como creadora, de repente, ves como si hubieran sacado de tu cabeza ciertas imágenes y tuvieran volúmenes, olores y sabores. Me he permitido el espacio de decidir qué quería y qué no, ese trabajo en la dirección también es importante.

 

Esto demuestra que, al final, poner en pie una producción es trabajo de todo un equipo, ¿no?

Efectivamente, yo no creo en el teatro como una individualidad, no puedo pensar en el teatro si no es en equipo, siempre. Es verdad que uno solo se lo puede hacer y se lo puede comer, pero cuando tienes muchas cabezas pensantes, a muchos creadores, todo vuela hacia un lugar donde todo se potencia mucho más.

 

Además de por Aquellas migas de pan, también estás de actualidad por A este paso (no) estrenamos, programa que podemos ver en La2 de TVE que habla del teatro de una manera muy diferente a la que se suele hacer.

Es un programa homenaje al teatro, a nuestros clásicos, a nuestros grandes autores del Siglo de Oro y del Romanticismo. De alguna manera, es un programa que enseña lo sagrado, lo importante, lo imprescindible que es el teatro y la cultura en este país. Cuando me ofrecen este programa dudo primero porque pienso que es un poco reality show, que es un talent show, y no es que no me gusten, sino que no siento que el teatro sea un lugar de competición o donde haya que poner nota, sino todo lo contrario, siento que el teatro es un lugar para compartir, de comunión, donde uno es lo que puede y lo que quiere de la mano del que tiene al lado y enfrente, y cuando me explicaron la mecánica, me pareció un acierto de programa, al igual que fuera Televisión Española, una televisión pública, la que diera cabida a un programa así. Es el lugar donde tiene que estar.

 

¿Cómo es la mecánica del programa?

A Cristina Castaño, Ángel Ruiz y a mí, que somos los tres mentores, nos han dado la posibilidad de poder compartir las herramientas que tenemos para trabajar con otras personas. Ha sido un programa un poco kamikaze porque cada día nos teníamos que enfrentar a un texto nuevo, un autor nuevo, a una escena nueva y a un aprendiz nuevo. Lo que he aprendido es que, efectivamente, yo no soy maestra, no soy profesora, soy actriz e intento compartir las herramientas que yo tengo. He aprendido a compartirlas. También he aprendido a escuchar a los aprendices, ver qué me ofrecían, con qué venían y potenciar lo que lo que ellos tenían. Por supuesto, hay un mínimo de trabajo, tenían que aprender los textos, y respetar la palabra sagrada de Lope de Vega, de Calderón o de Lorca; no vienen a hacer su show, vienen a hacer el show de Lorca, de Calderón o de Lope de Vega. También ha sido muy bonito porque todos han venido con mucha ilusión, con muchas ganas. Se ha respirado el amor por este oficio, se ha trabajado con muchísimo respeto. Está hecho con mucho gusto, es ligero, es fresco, es divertido, es divulgativo. Álvaro Tato ha sido nuestro gran asesor de verso y nuestro acompañante, ha hecho una labor brutal de adaptación de los textos.

 

¿Qué es lo que crees que aporta un formato como este a las Artes Escénicas?

Siento que el teatro tiene que ser un lugar donde todo el mundo pueda participar. Creo que desde pequeños nos tendrían que inculcar ir al teatro y hacer teatro en los colegios. Creo que debería existir como experiencia vital y personal, porque te da herramientas para la vida y porque además te acerca a lugares que de otra manera no puedes vivir.  No hacen falta grandes escenarios para que el teatro exista, pero en este caso tenemos la televisión pública para llevar, y llegar, a muchísima más gente. Deseo que este programa despierte curiosidad en personas que nunca se han acercado al teatro o personas que están deseando ser actores y actrices y se lo están planteando, que puedan ver la parte de atrás, ver un poco el proceso. Ojalá este programa haga que la gente vaya al teatro, necesitamos que la gente vaya aún más al teatro y que de verdad valore esta profesión.

 

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