«La escritura es mi trinchera para cambiar un mundo cada vez más empeñado en destruir la palabra»
Sergio Villanueva es actor, dramaturgo, director de teatro y cine, escritor de poemas y novelas… con una larga trayectoria a sus espaldas. Ha trabajado en todo lo que se puede trabajar y con los más grandes, pero aún así, sigue peleando por encontrar su gran oportunidad. Quizá ésta llegue con Ondas gravitacionales, una obra sobre el acoso escolar, los miedos y los prejuicios que ha escrito y que él mismo dirige.
Hablamos con él sobre su trayectoria, sus nuevos proyectos y este nuevo estreno teatral que tendrá lugar en La Sala Mirador a partir del 22 de abril.
Sergio Villanueva en la Sala Mirador
Por Sergio Díaz
Foto de portada: Mayte Romero
¿Quién es Sergio Villanueva y de dónde te viene impulsar tu vida hacia las Artes Escénicas?
Alguien que nació en el Mediterráneo y que por eso se resiste a dejar de tener curiosidad, de inventar, de jugar, de ser niño en la arena de alguna playa. De ahí viene que me dedique al Teatro. Pero el impulso viene también de todas aquellas veces que soñé con habitar en la pantalla del Cine Serrano, del Tyris, del Rex, del Gran Vía, del ABC Park de Valencia. Me dijeron que para habitar en esos mundos tenía que ser actor. Y que para ser actor tenía que formarme en Teatro. Pero el primer flechazo con esto de actuar, de contar historias, vino del CINE, así escrito, con mayúsculas. Porque hubo un tiempo que se escribía así. Hoy, desde que habita en ordenadores y tablets, se escribe, y por tanto se siente, en minúsculas.
¿Qué fue primero, la interpretación o la escritura?
Yo creo que la escritura y la interpretación han ido siempre de la mano. A los cinco años ya escribía cartas y poemas de amor, pero también me llevaban de bolos por las casas a imitar a Travolta. Y a los diez, relatos de ciencia ficción y de aventuras y por las aulas a imitar a Michael Jackson. Sólo comencé a escribir Teatro cuando me enamoré del proceso como actor. Las novelas a los veinte años más o menos. Publiqué la primera cuando estaba empezando en cine como actor, en películas como La Celestina o Tranvía a la Malvarrosa. Entonces dejaron de llamarme algunos directores de casting porque pensaron: “Ah, vale, este niño ahora escribe, ya no actúa”… Así es España. Y les agradezco esa absurda conclusión porque me hicieron fuerte como escritor y generador de mis propios proyectos. Otros muchos supieron valorar que, si me desarrollaba en otras disciplinas, igual tenía algo más que decir como actor. En ese sentido le debo mucho a personas como Elena Arnao, que me han apoyado desde el principio de mi carrera.
Vamos a empezar por lo segundo. ¿Escribir, en tu caso, surge por un impulso puramente de creación o es un acto intimista de evasión del mundo que te rodea?
Básicamente escribo porque no lo puedo evitar. Escribo porque es sanador, para mí y posiblemente para alguien que me lea o que vea alguno de mis espectáculos algún día. A mí me ha pasado como espectador o como lector. Y si consigo eso mismo algún día con una sola página, que alguien se quiera dedicar a esto por algo que yo interpreté o escribí, habrá merecido la pena. Escribo, en fin, por una imperiosa necesidad de unir palabras que lleguen a entretener, a emocionar, a transformar en algún momento a alguien que se sitúe frente a ellas. La escritura también es mi particular trinchera, desde la cual tratar de cambiar un poquito este mundo cada vez más empeñado en destruir a la palabra.
Has escrito cuatro novelas, trece obras de teatro, relatos, varios poemarios… Para un escritor frustrado o cagado como yo. ¿Cómo es ese momento en el que decides que lo que escribes para ti tiene capacidad de salir al exterior? ¿Cuándo te das cuenta de que eres lo suficientemente bueno?
Cuando tomo perspectiva con mis manuscritos y los leo como lector, tiempo después, y me doy cuenta que es un material que podría ser el contenido de uno de esos libros que suelo comprar en las librerías que frecuento. Para escribir una página hay que leer mil. Para actuar en una obra de teatro hay que ver mucho, muchísimo teatro. Eso no te hace mejor escritor o actor. Pero te hace tomar conciencia de si estás a la altura o te queda mucho que trabajar para estarlo.
La primera vez que publiqué una novela, por ejemplo, viví algo muy hermoso. Algunas personas se acercaron a mí en las presentaciones para decirme que se habían emocionado. Pero una niña en concreto se acercó con sus padres. Estos me dijeron que había leído mi libro y que quería ser escritora. Me la he vuelto a encontrar años después en las presentaciones de nuevas novelas. Y creo que ya está publicando. Regreso a esa vivencia, cuando me entran dudas, y entonces sigo escribiendo y publicando.
¿Y cómo es la sensación de tener un libro tuyo publicado en las manos?
Es muy gratificante. Igual de gratificante que cuando como actor abro discretamente el telón con el dedo un par de centímetros y veo que la gente se va sentando y que el teatro se está llenando.
Como intérprete te formas en la Fundación Shakespeare. Habiendo otras escuelas, ¿por qué eliges hacerlo en esta específicamente? ¿Por interés hacia el dramaturgo inglés?
No. Porque ese año, en el que decido ya no matricularme en tercero de Económicas y Empresariales, y sí en la ESAD, la equivalente de la RESAD en Valencia, me dicen que, por estar aplicando un nuevo plan de estudios, no va a haber ese año primero de interpretación. Me hablaron del Teatre Jove de la Fundación Shakespeare. Y hoy me alegro que no existiera en ese momento primero de interpretación en la ESAD. Porque aprendí mucho en esa escuela, y conocí compañeros y compañeras que son todavía hoy hermanos. Años después me pude matricular en la ESAD, para la licenciatura de Dirección y Dramaturgia.
También tuviste un periodo formativo en Gran Bretaña. ¿Qué te aportó tu estancia allí y qué diferencias encuentras hacia la cultura teatral que tienen allí y la que tenemos aquí?
Estuve en el Royal National Youth Theatre con mi hermano Enrique Arce. Fuimos los primeros no británicos en la historia en esa Institución gracias a una beca de la Fundación Shakespeare y un intercambio. Íbamos nosotros dos como actores, y de allí venía un director a montar La tempestad, montaje en el que por cierto participé como Ferdinand. Nos miraban un poco raro al principio. Pero pronto nos dimos cuenta que a talento no nos superaban si nos poníamos las pilas. Nos respetaron. Y disfrutamos mucho. La diferencia entre Inglaterra y España todavía es que si en una familia allí les sale un hijo artista, lo celebran como un honor. Y aquí, si sucede lo mismo, suele ser motivo, generalmente, de sorpresa, de broma o de vergüenza.
¿Cómo eres como intérprete? ¿Desde dónde trabajas para crear los personajes que interpretas?
García Sánchez, Galiardo y Azcona decían que yo era un “galán latino acanallado”. Yo te puedo responder que solo trato de ser puntual, buen compañero de todas y cada una de las personas del equipo, que voy a los ensayos con buena energía, ilusión y el texto bien sabido, y que no tropiezo con cables, muebles, o focos. Trato de disfrutar todo lo máximo, sentir que estoy jugando. Así conecto con el niño, que es quien se lanza sin prejuicios a lugares a los que igual no lo haría tan libremente el adulto. Así soy, y desde ahí trabajo.
Has tocado la mayoría de los palos en las Artes Escénicas. No te voy a preguntar por tus preferencias, pero sí por tus sensaciones. ¿El teatro se hace para cambiar las cosas?
El Teatro se hace principalmente para entretener, pero también para lanzar preguntas, para transformar a alguien que se ha quedado sentado una hora o más delante del espectáculo, que puede que olvide por ese tiempo todos sus problemas y que tome conciencia del de los otros. El Teatro mejora la vida. Porque mejora nuestra educación, nuestro conocimiento de los demás y por tanto nuestra convivencia. Nos hace conectar en todo momento con la empatía, con la escucha, con la atención, la generosidad, la solidaridad. Es algo que debería ser protegido y nunca bombardeado porque es uno de los mejores refugios. Y si lo bombardean, como está pasando mientras comentamos, nos tocará seguir contando historias entre las ruinas. Si Putin hubiera ido un poco más al teatro, de niño y de adulto, no estarían pasando estas cosas.
Y si el teatro se hace para eso, ¿para qué se hace cine?
Para mostrar que los fascistas no pueden quedarse con el Santo Grial o con el Arca Perdida, que se puede encontrar el tesoro de Willy el Tuerto para parar unos desahucios, que se puede luchar contra el lado Oscuro y restablecer el orden en la Galaxia, que ningún cacique tiene derecho a matar a nuestra Milena Bonita, que ningún niño debería recibir 400 golpes. Pero, sobre todo, para dar ese primer beso que jamás se olvida.
«Siento profundamente que sigo peleando por esa oportunidad que todavía no he tenido»
¿Cómo es trabajar en la televisión? Fue un medio denostado en su momento y ahora es el medio principal para conseguir trabajo y con ello fama. ¿Es el objetivo a lograr por los intérpretes hoy día?
Cuando yo empecé en el Cine, éste era un negocio separado de la tele. Pocos actores o actrices de Cine querían hacer televisión. Pero el nuestro es un oficio de artesanos, de práctica. Como dice Emilio Gutiérrez Caba, lo importante es seguir relacionándose con la cámara en todo momento. En una película te pueden llamar para cuatro, ocho o doce sesiones de trabajo. Ruedas una cada año, en el mejor de los casos. En una serie te encuentras con tres o cuatro sesiones por semana. Eso es oficio. Además, puedes vivir progresiones, arcos de tu personaje que no hubieras imaginado. Y si consigues esa popularidad que te proporciona la televisión, mucho más grande hoy en día las plataformas, es muy importante para ser considerado cabeza de cartel en Teatro o en Cine. Pero todo en este negocio es una paradoja que va cambiando, además en cada década. Lo único importante es dar todo lo mejor de uno en cada jornada de trabajo. Y que los astros hagan todo lo demás. Que al fin y al cabo son nuestros verdaderos managers.
Te podemos ver trabajando en El Pueblo. Tiene que ser una experiencia muy chula trabajar para Laura y Alberto Caballero, rodando en un lugar recóndito… ¿Es así de bonito o la magia de la televisión esconde muchas otras cosas -a nivel de trabajo y esfuerzo- que no valoramos?
Trabajar para Laura y Alberto es una de las mayores felicidades y fiestas que he vivido en mucho tiempo. Peñafría es como un parque rural de atracciones. Comparto el viaje con compañeros y compañeras, tanto delante como detrás de las cámaras, que son magia. Me he vuelto a reencontrar con Empar Ferrer y Helena Lanza, a quienes adoro; con Dani Pérez Prada, que es un regalo que el universo me ofreció hace muchos años. Y he tenido la enorme suerte de conocer a Julián Ortega, a Alberto Montes, mis hermanos pequeños ‘Porronchos’, con quienes es una delicia jugar a ser los ‘Dalton sorianos’… La tele tiene un ritmo mucho más acelerado que el cine, que se permite mucho más tiempo para un solo plano. Como actor tienes que saber muy bien integrarte a esos cambios de ritmo. Que vean que eres resolutivo.
Te has metido en la piel de Federico García Lorca (Vientos del pueblo) y Chicho Ibañez Serrador (El Ministerio del Tiempo). ¿Cómo es ponerte el traje de dos personalidades tan imponentes como esas?
Pocas veces tiene uno la oportunidad de interpretar a gente que admira y que significa tanto para tanta gente. Chicho Ibáñez Serrador es mi infancia en casa de mis abuelos. A ellos, de un modo privado, les dediqué cada uno de mis planos. Y Lorca, a quien he interpretado en cine en tres ocasiones, y vuelvo a interpretar en La rota voz del agua, es un honor y una responsabilidad. Porque viene acompañándome en cada uno de mis pasos como estudiante, actor, director, autor, docente… No hay un año que no esté en relación con él. Es de los pocos autores con los que sigo cada año desde el principio, fascinado y totalmente enamorado.
Además de interpretar también diriges en teatro, cine… ¿Cómo eres como director? ¿Cómo te gusta trabajar con los intérpretes?
Quienes mejor responderían a esa pregunta son los actores o actrices con las que trabajo. Como principalmente habita en mí un actor, creo que soy, sin poder evitarlo, un director de actores, uno más entre ellos. Entiendo fácilmente cuando se encuentran con problemas en el camino o qué puede servirles de trampolín para lanzarse con confianza. Me gusta darles toda la libertad para jugar. Creo en el actor creador, no en el que obedece las líneas inquebrantables de un director. Mi método de trabajo consiste en saber muy bien qué es lo que el autor quiere contar con la historia. La dramaturgia es muy importante. La idea transversal del espectáculo o de la película la tiene el director. Pero al autor hay que respetarlo aunque tu puesta en escena sea revolucionaria. Al menos yo lo veo así, quizás porque también soy autor. Esa idea hay saberla transmitir a todos los departamentos, a todo el equipo artístico, al elenco, es fundamental. Si no comienzan a haber pequeñas incoherencias y el público comienza a hacerse preguntas durante la representación. Algo que no debería hacerse. Si eso sucede, algo hemos hecho mal.
Cuando uno es director ya con una gran trayectoria a las espaldas, cuando le toca seguir ejerciendo como actor, ¿es fácil cambiar ese rol? ¿Se acepta bien todo lo que te indiquen desde dirección o se ponen más pegas por deformación profesional?
No tengo jamás un conflicto con eso porque en cada ocasión que me enfrento a un nuevo proyecto, sobre todo como actor, parto de cero. Limpio, fresco, con ganas sobre todo de aprender. No de dar lecciones a nadie.
A la hora de conformar un equipo para llevar adelante un proyecto, ¿valoras más rodearte de personas con más talento o de buenas personas que hagan equipo?
Una vez Bigas Luna me dijo: “Dirigir es fácil, Sergio. Se trata de rodearte siempre de personas que sepan más que tú y con las que te irías cualquier día a cenar”. Trato de cumplirlo a rajatabla.
En tu caso, en tu primer largometraje, Los Comensales, conseguiste ambas cosas, porque menuda ficha artística te sale en la obra. ¿Cómo fue ese trabajo?
Los Comensales es una película de ‘afectos especiales’. Se trataba de reunir a gente del teatro que quiero y admiro, que saben más que yo y con los que precisamente me iría a lo que hicimos: comer una paella. Les lancé una propuesta de guión en escaleta, una estructura en la que los cinco actos correspondían a los cinco platos, a saber: aperitivo, primer plato, segundo plato, postre, café. Con la analogía del tiempo de la propia vida en cada uno de esos actos. Los temas más o menos lanzados a la mesa y ellos dialogando de un modo improvisado en cada una de las unidades, con total libertad. Todo el mundo entendió este ejercicio tanto delante como detrás de la cámara. Se empezó a hablar del teatro y de la vida. Y en montaje comprobamos la razón que tenía Bigas Luna.
Este mes de abril podemos ver en La Mirador Ondas gravitacionales, un texto tuyo que también diriges. ¿De dónde te surge la idea de escribirlo? ¿Fue por una experiencia personal cercana?
Surge a partir de una anécdota que me contó un amigo del colegio que es actualmente profesor en la Universidad Politécnica. Me contó que le había ido a ver otro compañero que tuvimos en el colegio, quien se pasó años acosándole en el recreo. Había ido a pedirle que cuidara de su hijo que iba a matricularse en su Facultad y el hijo tenía la misma cara que su padre en el colegio. Yo me quedé de piedra al escuchar la historia y le dije que iba a escribir sobre este encuentro cuántico. Y esa es la raíz de Ondas gravitacionales.
¿Cómo has abordado la puesta en escena?
Con gente de confianza que conocen mis locuras como creador. Con dosis de humor absurdo, aunque sea un tema tan serio. Porque entiendo el Teatro la mejor herramienta, con el ingrediente del humor, para generar conciencia en el público mientras se le tiene entretenido.
En esta obra hablas de física, bullying, miedos… Pero la obra se define como comedia. ¿Cómo es ese duelo dialéctico entre los dos personajes que interpretan la obra?
Tiene referencias que todo el mundo reconocerá, como La lección de Ionesco y ciertas dosis de Regreso al futuro. No tenemos un DeLorean pero sí un pupitre con el que de alguna manera viajamos en el tiempo sin necesidad de condensador de fluzo. Hay dialéctica científica y académica, que va entrando desde un lugar natural para potenciar la relación del profesor y el alumno. El tema del miedo he intentado servirlo en algún momento, también, con referencias a Pinter.
¿Qué nos puedes decir del trabajo que llevan a cabo José Olmos y Víctor Gil?
Creo que sin saberlo esta pieza la escribí porque en este mundo existen actores como ellos. Porque les he llevado a lugares oscuros, de enorme dificultad de texto. Pero lo han dado todo. Incluso más de lo que yo hubiera imaginado. Son mis hermanos. Con quienes quiero seguir formando familia para próximos viajes como autor, director o actor. Son magia de la buena. Actores de gran compromiso y oficio.
¿Cuál es tu intención a la hora de abordar el acoso escolar? ¿Cómo lo tratas en el texto?
Este es un tema muy complicado. En ocasiones nos encerramos en nosotros mismos sin saber que nos van a entender. Pero tenemos las palabras para comunicarnos. Y que nos escuchen con comprensión nos hace fuertes para solucionar el problema. Este o cualquier otro. He querido dar importancia a la figura del docente, a la relación profesor/alumno. También doy clases en ocasiones y he descubierto que se puede ofrecer mucho desde ese lugar a alguien que necesita ayuda porque está perdido.
¿Sufrir acoso escolar puede provocar perturbaciones graves del espacio-tiempo en la persona acosada?
Por supuesto. El Profesor de Ondas gravitacionales en un momento de la obra dice que nunca ha abandonado las aulas desde el colegio. Pasó por la Universidad y se quedó de profesor allí mismo. Sin poder salir más allá de esos edificios, de esos pupitres, por miedo.
También es una obra sobre los prejuicios, ¿no?
Efectivamente. El Profesor cree que el hijo de quien le maltrataba en el colegio será igual que su padre porque, además, es el vivo retrato. Pero poco a poco vemos que el chaval no tiene nada que ver. Que es todo lo contrario. Los prejuicios son muy peligrosos. En el mundo que nos está tocando vivir los están incrementando con bulos y fake news que hacen que crezca ese monstruo que creíamos derrotado llamado ultraderecha y que nos ruge a diario. Desde el teatro debemos señalar a ese monstruo, desafiarle, reírnos de él, hacerlo ridículo. Y no es nada difícil, porque nuestro oficio como bien dice Hamlet, es sencillamente ponerle un espejo a la naturaleza.
Hace unos días te hemos podido ver en unas lecturas dramatizadas también en La Mirador, La rota voz del agua, dirigida por Juan Diego Botto. Has trabajado mucho con él, ¿es por un amor mutuo hacia el teatro y hacia Lorca concretamente?
Nos une un amor mutuo por el Teatro y por Lorca, sí. Y los proyectos que le he propuesto hasta el momento siempre tiene que ver, precisamente, con Lorca o con el Teatro. Le conozco desde La Celestina. Éramos casi unos niños. Le admiro profundamente desde entonces, por su talento, su luz y su compromiso tanto en la calle como en el escenario. Quienes tenemos la suerte de conocerle a nivel personal y trabajando, sabemos que es un diamante irrepetible tanto en el arte como en la vida. La rota voz del agua es un encuentro entre Lorca, Margarita Xirgu y Pedro López Lagar en el Teatro Español de 1934. Cuando le comenté hace años que la estaba escribiendo me dijo que le interesaba mucho. Que la teníamos que montar juntos. Eso fue el verdadero empuje para concluirla con unas premisas que se ajustaran a Botto tanto como actor como posible director. Fuimos limando la obra hasta la versión que tenemos. Y que esperamos montar pronto para el Español, ya que la acción sucede en una sala del mismo teatro en 1934. También quiero adaptarla a guión cinematográfico porque sé que tenemos una película muy íntima y especial con la adaptación de esta obra.
Este año se cumple el centenario del nacimiento de Ava Gardner y estás preparando una obra sobre ella y su estancia en este España. ¿Qué nos puedes decir de este proyecto? ¿Cómo lo estás abordando?
Lavinia es una obra de Teatro para una sola actriz que debe interpretar a una Ava Gardner que regresa a su suite una noche del Madrid de mediados de los 50, y que se sincera con el público que tiene presente. Unos espectadores que ha podido convocar porque es ella también la diosa Pandora y no le gusta dormir sola. Pasamos una noche conociendo a esa mujer independiente, libre, única, toda una lección feminista en medio de la época más oscura y machista de nuestro país. Con ese texto gané el premio internacional del Corredor Latinoamericano en 2018. La representó en Chile un actor. A finales de año la publicaré con Ediciones Antígona. Pero en España sigue sin haber sido representada… algo que de vez en cuando le recuerdo a Bárbara Lennie.
¿Dirías que tu carrera artística está avanzando según los principios de la relatividad general o la relatividad espacial?
Mi carrera artística es más extraña que la propia física cuántica. No la entiendo en ocasiones ni yo. Avanza, se detiene, va a toda leche, vuelve a parar, desaparece, aparece en otro lugar inesperado. Todo el mundo suele decirme: caray, es increíble la de cosas que ya has hecho… y yo me quedo con cara de gilipollas y pienso como diría Galiardo “caca de la vaca flaca”, porque siento profundamente que sigo estoy peleando por esa oportunidad que todavía no he tenido. Imagino que, de alguna manera, como todos y todas las compañeras en los diferentes niveles de este complicado pero hermoso oficio.
Hay una foto tuya con un sombrero de paja, muy a la valenciana, que me recuerda a los cuadros de Sorolla y a la luz del Mediterráneo y perdóname el estereotipo. A pesar de ser un creador que da voz a personas que lo merecen, que saca a la luz historias de injusticias… en el fondo de tus trabajos siempre hay una invitación a vivir la vida. ¿Es esa tu intención?
Por supuesto. Es eso mismo lo que voy a ofrecer en Las sombras de los gozos, la segunda película que estoy preparando como director con Charo López como protagonista y en la que interpretará a dos hermanas distanciadas que son la analogía de las dos Españas. Todo lo que pueda aportar en esta vida en el teatro, en la literatura o en el cine, siempre está asociado a eso mismo: a disfrutar de un buen vino, una buena paella, una conversación junto a una playa en el atardecer, una reconciliación, un abrazo, el regreso a lo sensorial, a las primeras veces, a la memoria, a la propia la vida. Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo…
¿Todavía hay esperanza entonces?
Mientras siga habiendo alguien que quiera que le cuenten de viva carne y voz un relato. Mientras sigue habiendo alguien que quiera contarlo.