“Un clásico, si lo es de verdad, sigue iluminándonos en nuestro presente”
Xavier Albertí dirige El príncipe constante, la nueva producción de la CNTC que reivindica la importancia de este clásico de Calderón de la Barca y la impronta atemporal de las reflexiones que encierra la lucha de su protagonista por ser dueño de su destino. Estará en el Teatro de la Comedia del 17 de febrero al 11 de abril.
Lluís Homar protagoniza este clásico de Calderón de la Barca
Por David Hinarejos
¿Cuándo uno se enfrenta a un clásico debe cambiar el chip como creador escénico?
Cuando uno se enfrenta un clásico se enfrenta a una teoría de especulación, de recepción, de transformación y valoración de un tiempo que no es el nuestro. Por tanto, es importante informarse de cómo fue la obra recibida en su momento. Un creador que quiera acercarse a un clásico lo primero que tiene que hacer es establecer la hermenéutica del contenido del texto y su recepción en su momento y ver qué parte de esos momentos son útiles en la actualidad. Un verdadero clásico, si lo es de verdad, seguirá iluminándonos en nuestro presente. En el teatro, a diferencia de otras artes, el museo es imposible, cualquier puesta en escena de hoy es contemporánea, aunque el texto fuera escrito hace tiempo.
¿Cómo de importante es contar para un personaje de las convicciones y fuerza de Fernando con un actor como Lluís Homar?
Sin él yo no hubiera hecho la obra. Es un actor enorme, uno de los grandes sino el más grande, con el que llevo 20 años trabajando y tengo el privilegio de poder decir que hemos vivido aventuras que nos han alimentado muchísimo. Si algo creo que tiene Lluís en este momento es ninguna necesidad de demostrar nada a nadie. Eso le permite acercarse a una partitura de una complejidad técnica como El príncipe constante no desde la consciencia del virtuosismo sino desde la del viaje profundamente honesto hacia los elementos que la obra plantea, como es encontrar la felicidad dentro de la renuncia a casi todo. Estamos ante una historia de un príncipe, un militar, un conquistador que se convierte en un esclavo para acabar siendo un mártir o un santo. El viaje actoral que implica interpretar a Fernando solo es posible si uno siente la profunda necesidad de contaminarse de la verdad de Calderón y creo que él lo está haciendo.
Es una obra muy valorada por los expertos y en muchos países extranjeros. Sin embargo, parece que le ha costado popularizarse en España.
La obra fue estrenada por Goethe en Alemania en 1810 como un clamor contra las invasiones napoleónicas; la hizo Meyerhold en la Rusia soviética para hablar de la tensión entre individuo y razón de Estado y en el mismo sentido la hizo Grotowski en la Polonia de la Guerra Fría utilizándola también como elemento de creación de los paradigmas técnicos de lo que para él era el actor sagrado. Sin embargo, en España es una obra poco conocida y es una pena porque para mí es una de las grandes obras maestras de Calderón de la Barca. Se puede leer desde sitios confusos, aparentemente puede hablar de guerras y religiones (Islam y cristianismo), también de la expansión europea sobre África, de esclavismo, de colonialismo… todas esas lecturas son posibles pero no son las únicas. Para mí, plantea la tensión entre cristianismo primitivo y catolicismo. Calderón la escribe después del concilio de Trento y la contrarreforma y con esta obra él se presenta como un reformista, como alguien que está al lado de una iglesia primitiva, mucho más anarquista, más cercano al recorrido místico del individuo sobre sí mismo. Nos plantea la necesidad de no despreciar todo aquello no científico que hemos puesto de manera excesivamente fácil en el cajón de lo no útil. Calderón vuelve a ponernos en el camino de la espiritualidad para buscar nuestra propia felicidad. Esa espiritualidad que gracias a él podemos entender que está en muchos sitios. Es un gran pintor de imágenes, su palabra es transformadora, quien haga este viaje con nosotros se sentirá apelado a la búsqueda de su propio camino interior de liberación y de sentirse responsable de su destino.
Tantos temas, tantas interpretaciones de los mismos, la utilización de distintos géneros… es una obra muy difícil de etiquetar.
Formalmente la obra es un poco Frankenstein. Nadie sabe muy bien si es trágica, una comedia de santos, histórica… tiene un poco de todo y de nada. Su libertad y complejidad formal verdaderamente es algo único dentro en el corpus calderoniano. Casi nadie ha conseguido unanimidad en la definición de un género.
¿Qué lugar ocupa dentro de la dramaturgia de Calderón?
En la obra laten muchas de las grandes pulsiones que un Calderón de 28 años desarrollará después hasta su muerte a los 81 años. Es una obra de juventud, pero al mismo tiempo una obra de profunda madurez.
¿Qué ha pesado más en tu versión del texto?
Lo que más me importaba era acercarme a un público joven para hacerles sentir el camino de la búsqueda de su honestidad, de la implicación en su mundo, que comprendan que es algo que está en sus manos. Calderón nos enseña un camino de compromiso radical, que estoy convencido de que resonará en todos los espectadores, pero necesito sentir también que lo hará entre los más jóvenes.
También te encargas de la composición musical. ¿Por qué asumir este reto?
Me gusta acercarme a mis espectáculos también en mi condición de músico. En este caso no he creado una música que subraye dramáticamente ningún momento ni el trabajo que tiene que hacer el actor desde el texto. He intentado hacer una música con una función claramente arquitectónica, que nos permita separar espacios y construir silencios, dinámicas y el sonido de lo indecible, del alma. Sé que son palabras complejas y a la altura de genios como Bach, pero inspirados por él lo hemos intentado.
¿Qué papel van a jugar la escenografía y vestuario realizados por Lluc Castells?
Ambas parten de la búsqueda del no historicismo, no es una obra que esté centrada ni en el siglo XV, cuando suceden los hechos, ni en el XVII cuando la escribe, ni actualmente. Hemos buscado un lenguaje escénico atemporal, sin ningún signo histórico y que el único viaje sea el de la palabra a nosotros en nuestra contemporaneidad y en nuestra responsabilidad de ser una colectividad de individuos conscientes, honestos y comprometidos.