Por Álvaro Vicente/ @AlvaroMajer
Lo que viene siendo una comedia
Ernesto Caballero dirige un elenco que cualquiera querría para sí. Carmen Machi, Secun de la Rosa, Nelson Dante, Paco Déniz, Tamar Novas o Chema Adeva son algunos de los encargados de dar vida a la que fue última obra de Chéjov. Esta nueva versión puede verse a partir del 8 de febrero en el Teatro Valle-Inclán.
Una comedia, sí. Lo pone justo debajo del título y lo dejó allí escrito el propio Anton Chéjov: “Comedia en cuatro actos”. La obra la estrenó en Moscú, en 1904, la compañía Teatro del Arte, la de Stanislavski, y el célebre creador del método que lleva su nombre le imprimió todos aquellos hallazgos del naturalismo y el psicologismo, novedosos y extraordinarios para el teatro de la época, que sin embargo fijaron algo inamovible en el devenir sobre la forma canónica de hacer a Chéjov que con el tiempo han teñido siempre de una cierta melancolía desesperanzada sus obras. Una losa que Ernesto Caballero ha querido quitarse de encima en este montaje de El jardín de los cerezos, que será el penúltimo que lleve a cabo como director del Centro Dramático Nacional (abandona el cargo el 31 de diciembre de este 2019 y antes de que acabe el año acometerá otro montaje, el último).
Vigencia inusitada
Caballero asegura que este es un texto muy divertido, “y yo curiosamente le he visto mucha relación con el mundo de Ionesco, porque es una distorsión muy lúdica y muy lúcida de determinados comportamientos y conductas. Mi montaje rezuma esa vitalidad y huye de esas versiones decadentistas. Hay una gestualidad de ahora, fresca, viva, rehuye ese elemento del disfraz, de ese costumbrismo que se espera siempre de Chéjov, las sombrillas, el samovar, la melancolía, las músicas rusass… todo eso es precisamente de lo que hemos prescindido”. Todo esto al servicio de una decisión que, como cuando afrontó el montaje del Rinoceronte de Ionesco, es una manifestación clara de la bicefalia que supone ser al mismo tiempo artista y gestor de un centro dramático público. “Como creador me llaman unos textos, pero como gestor tienes la responsabilidad de ofrecer a la sociedad propuestas que tengan que ver con los grandes clásicos. Evidentemente, El jardín… es un clásico ineludible del teatro contemporáneo, pero además es una obra que interpela de una manera muy directa a la sociedad de ahora; su vigencia, como sucedía con Rinoceronte, es inusitada”. Para los despistados, recordemos que la pieza cuenta la historia de una familia aristócrata rusa con problemas económicos que podría salvar su delicada situación con la venta de su enorme finca, lo cual por contrapartida supondría la desaparición del fantástico huerto de guindos, porque cerezos en realidad no son, esto es una licencia de las traducciones, en Rusia no podrían crecer los cerezos por el clima. El caso es que el que en otro tiempo fue sirviente de la familia, Lopahim (aquí interpretado por Nelson Dante), viene ahora a intentar comprar la finca (la abolición de la servidumbre y el cambio de régimen en la Rusia de finales del Siglo XIX como telón de fondo). “La obra habla esencialmente de cómo nos relacionamos con el pasado -señala Caballero-, de las incertidumbres y la vulnerabilidad a las que estamos sometidos en un momento en el que somos conscientes de que todo un modelo, un sistema, se viene abajo, un cambio de paradigma que no sabemos hacia dónde nos conduce. Se trata de ver cómo nos comportamos ante este cambio, ante la inminencia de una nueva realidad aparentemente dolorosa, o poco amable. No es casual que Chéjov sitúe la acción en el primer y último acto en el cuarto de los niños, un espacio para recuperar la inocencia, un lugar de infantilización, de huída de la responsabilidad”.
Antecedente de Airbnb
Un actor argentino de rasgos casi indígenas, Nelson Dante, para un personaje que viene a hablar de las economías emergentes, de los cambios sociales donde lo que estaba abajo empieza a subir. “Al final es eso de lo que habla la obra -dice el directo- de alguien de una familia del barrio de Salamanca venida a menos que se queda sin su caserón porque de pronto viene uno que era el criado, o el chófer, o el portero, uno que ha medrado y se queda con la casa y hace apartamentos para ponerles en Airbnb. También está bien que hablemos de esto así, porque sucede en la vida y en el teatro, no solemos ver actores de otros países y otras realidades en nuestro teatro, su encaje no es fácil. Hay que ponerlo de relieve”.