Me gustaría arrancar la entrevista hablando de Francisco Nieva. Tu trabajo de fin de carrera de la RESAD fue la puesta en escena de La carroza de plomo candente de Francisco Nieva, posteriormente vuelves a este autor con Coronada y el toro y ahora con su versión de La Paz, originariamente de Aristófanes. ¿Qué vinculación sientes con este autor y de dónde nace? ¿Lo conociste personalmente?
A diferencia de lo que le pasó a otra gente, yo no lo conocí en persona, pero desde que lo descubrí, que fue haciendo una ayudantía de dirección en Albacete, de donde yo soy, precisamente para la obra de La Paz, con una compañía que se llamaba Teatro Capitano, hubo una vinculación fuerte por la renovación que proponía a nivel dramatúrgico. Tenía 19 añitos y fue el momento en el cual decidí estudiar dirección porque hasta entonces era actriz. Las raíces invisibles, el arraigo y el desarraigo que él tiene tanto hacia España como hacia la Mancha, es algo que tenemos en común, junto con la idea de huir del realismo y del mundo cotidiano que se impone a veces en los escenarios y abrir la puerta a un mundo fantástico, a crear un estímulo al espectador en el sentido de haber obra de arte total en la que se produce un espectáculo, pero no hay un espectáculo y ya está, es que encima hay una literatura dramática de calidad: Teatro como literatura, teatro como espectáculo, teatro como puesta en escena, transformación espacial… son muchísimas cosas las que Nieva revolucionó en esos años 70, que es cuando realmente empieza a estrenar sus obras. En la RESAD, tuve la suerte de tener como profesor a Juanjo Granda y trabajamos las obras del centro de teatro, las piezas breves, y cada uno hacía un par de ellas. Ahí le continué descubriendo y me seguía interesando hasta el punto de, como indicas, hacer el fin de carrera con la puesta en escena de La carroza de plomo candente.
Ahora que se cumplen 100 años de su nacimiento, ¿crees que su teatro se ha reivindicado lo suficiente en la escena española?
Siempre pensé que si trabajaba en el Teatro Español haría un Nieva porque no me parecía que se hubiera reivindicado una figura tan importante como la de él, ni su teatro, su renovación, su propuesta, su escándalo sensato para una revolución con pies de plomo, como él mismo dice. Me fascina eso y tantas cosas, como su sentido del humor, su sátira hacia España, su amor y su sensibilidad, su humanidad… Es un teatro goyesco en el sentido más humano y sensible, como también lo era Goya, su creación del esperpento, su herencia de la figura de Valle. De este decía que deberíamos avergonzarnos de no haber comprendido la plasticidad escénica que existe en el lenguaje de Valle-Inclán. Y a mí me pasa lo mismo con respecto a Francisco Nieva. Deberíamos haber hecho el esfuerzo, bueno, yo sí y muchísima gente también, por aceptar y acoger su teatro, que es estímulo puro para el espectador y hay filosofía, poesía, diversión y entretenimiento, porque para él era muy importante aunar lo elevado, lo culto, la erudición, un lenguaje estilizado, toda la palabra contenedora de acción con lo popular. Eso, sobre todo, en su teatro furioso. Esa unión debería ser una fórmula magistral. Sobre el centenario de su nacimiento, hay actos, de hecho, yo tengo algunas ponencias, pero realmente es paupérrimo el valor que se le da al teatro de Francisco Nieva. Él propone una salida del confort y una entrega a lo dionisiaco, que parece que la sociedad está en eso, pero no todo el espectador es un espectador culto, no todo académico es académico culto. Hay una cosa muy engolada en el teatro español y no se comprende que se pueda ser inteligente, sensible, erudito y, además, loco con todo lo bueno que contiene esta palabra. Eso era Francisco Nieva. Rompía todos los moldes y, además, era una persona inteligente y erudita a más no poder. Eso parece que no convive en España. Es vergonzoso que no se esté haciendo nada en un Centro Dramático Nacional, que tiene una sala que se llama Francisco Nieva. Se está haciendo más en el ámbito académico. No salgo de mi asombro.
Bueno curiosamente, Coronada y el Toro no ha tenido gira a pesar del éxito que ha tenido ¿no?
Claro, cómo es posible que una obra que tuvo el éxito de Coronada no haya tenido gira o apoyo de toda la institución cultural de Castilla la Mancha. Pues como dice el hombre monja, en Coronada y el toro: “Nadie es profeta en su tierra”. Pues hay mucha gente que sí lo es, pero cuando el profeta tiene tantísima luz y tiene un nivel tan alto, cuidado, porque este país continúa estancado cultural, teatral y artísticamente en las antípodas de lo que corresponde a este siglo XXI. No estoy enfadada, aunque lo parezca (risas). Yo sigo mi marcha, al igual que Nieva seguía la suya. Él tuvo que convertirse en académico, decía. Con 9 años leía La Celestina y El Quijote, tenía un nivel de cultura y de arte, de vida, de experimentarlo todo y de mente de niño disfrutón, que hacer convivir todo eso es lo que parece que no está permitido. Llama la atención que haya profesionales que tras ver Coronada y el toro reconozcan que no conocía a Nieva. Es muy triste. Y no culpo a esa persona, esto es una cosa social y de la comunidad, de quienes nos dedicamos a esto. Si no lo conoce un profesional, cómo lo va a conocer el espectador. Coronada iba directamente a la víscera del espectador y no todo se tiene que entender. El espectador tiene que aceptar eso. La mayoría lo acepta. Luego está el programador censor que, si no lo quiere programar, no puedo hacer nada.
Volviendo a La Paz…, esta obra se estrenó en 1977 en el Teatro Romano de Mérida ante 3.000 personas y tú también estrenaste allí este verano en la última edición de este Festival, ¿Cómo describirías esta experiencia?
El Festival de Mérida es como una boda gitana que no acaba. La experiencia es maravillosa. Estar en contacto con esas piedras, con esos ancestros, con el legado… es un sueño cumplido. El espectador disfruta muchísimo, pero trabajar en un teatro así, acostumbrados a otros espacios, no es fácil. Y no estoy hablando de dimensiones. A mí me faltaban metros porque yo tengo gran formato en mis obras y no era una cuestión de tamaño sino de aire libre, de cómo se impone ese monumento.
¿Y la experiencia de sumergirte en una propuesta más comercial?
Teatro comercial no hago. No debería serlo, pero teatro comercial es una etiqueta bastante peyorativa para el teatro o para quienes creemos en un tipo de teatro. Para quienes creemos en que el teatro debe transmitir una serie de ideas, debe estimular al espectador, debe hacerle reflexionar mediante una atracción que esté en la puesta en escena y que esté en las interpretaciones, excelentes, de los actores. Yo trabajo de la misma manera, al servicio del proyecto y creo en un tipo de teatro que se pueda representar en la Sala Cuarta Pared como en Mérida. Por supuesto cambian las condiciones, la responsabilidad y la eficiencia. Bueno, la responsabilidad no. Es la misma, porque el pagar la entrada por ver un espectáculo para mí sigue siendo una de las cosas sagradas de las artes escénicas. El enfoque es el mismo.
¿Y cuál sería el riesgo que asumes con La Paz…?
Lo arriesgado es que estamos con un texto de Francisco Nieva que es un auténtico revolucionario y que sigue sin ser comprendido, pero para mí es lo mismo. Cambia el formato y las condiciones. Siempre he sentido que mi trabajo debía estar en grandes producciones para que pudiera ser el que realmente quiero que sea. Y cuando trabajo por encargo, hago lo mismo que si es una idea mía, me lo llevo siempre a mi terreno. Lo más importante es crear algo en lo que me reconozca, que transmita una serie de ideas al espectador, cree una serie de estímulos, sea una experiencia inolvidable para él y le abra la puerta a otro mundo. La realidad no se queda fuera, pero sí el realismo y lo cotidiano. Y nos metemos en un espacio, espectadores y artistas, a soñar juntos.
¿Qué le aportas tú a esa versión de Nieva y qué cambios se han producido en tu adaptación?
No he hecho ninguna adaptación, es la obra de Nieva. En el original, La Paz no tiene palabra, pero yo he querido que hable y que cante. Son formidables los textos del coro que nosotros hemos transformado en canciones. Con esta propuesta mi intención fue acercarla al público desde la pura diversión del juego escénico. En la forma es una propuesta sumamente contemporánea y estamos hablando todo el rato de acabar con la guerra y de conseguir la paz. No cargo las tintas hacia lo que es la guerra, no me interesa. Nieva la representa como algo muy ridículo y yo he ido hacia eso interpretado magistralmente por Astrid Jones, el personaje de la guerra. Con Trigeo, Joaquín Reyes hace un trabajo formidable que se lleva su terreno y es hermoso porque tienen una naturalidad diciendo esas palabras que también comprende y con las que se relaciona. Y para recuperar una mirada inocente recurro a la paz. La obra tiene algo muy épico, pero no he cargado tanto las tintas sobre ese aspecto. Hay una mirada inocente de juego. El argumento es sencillo, estamos en guerra, queremos paz, cuando estamos en paz volvemos a la guerra. Es una obra que aúna una comedia, que no es desternillante sino profunda y filosófica, que tiene algo sencillo, pero complejo al mismo tiempo. Me centré en qué podemos hacer para mantener la paz porque me gusta trabajar con preguntas sin respuesta y si la tiene, que no se pueda contestar con sí o con no. Eso es lo que organiza el acto escénico.
La acción se centra en las hazañas quijotescas de Trigeo, su protagonista, subiendo al Olimpo para pedir a los Dioses que instauren la paz que tienen secuestrada en el cielo. Con todos los frentes abiertos que hay en la actualidad, ¿reconoces algún Trigeo entre la Humanidad? ¿Por qué?
Digo no, y a la vez hay muchos. Todo el mundo que es voluntario, que es cooperante, un corresponsal de guerra… esa gente que quiere cambiar el transcurso de las cosas, que sale de su zona de confort y se va cerca del campo de batalla poniendo en riesgo su vida. Esos son los Trigeos. No son famosos. Desconocemos su nombre y apellido, no son Ulises, no son Odiseos, como sí que sucedía en todos esos mitos y leyendas que conocemos de la antigüedad. Hay algo muy interesante que no tienen nada que ver con el panfleto político que viaja hacia otros lugares. Es universal porque Francisco Nieva retrata a los personajes como alegorías. Por supuesto, son interpretadas por personas de carne y hueso, pero son alegorías, son cosas más fuertes que una persona, son creencias, son fes, son sistemas políticos-sociales…
¿Y por qué crees que Aristófanes recurre a la comedia para hablar de un tema tan serio como la guerra o la paz?
Cuando él crea esta comedia, después del drama satírico y de la tragedia, lo hace porque porque era ya un irreverente, y encontró esa fórmula en la que burlándose de todo ese sistema y de toda la política del momento, podía llegar a cambiar la mente de la sociedad. La gran diferencia entre Nieva y Aristófanes, de muchas, es que Aristófanes se centra en esos concretos, en la guerra del Peloponeso, y hay muchos localismos, y está hablando de ciudades, está contextualizando mucho una situación de guerra y Nieva le da un carácter muy universal a su obra. Estamos en Grecia, estamos en Atenas, pero no habla de los políticos del momento y eso a mí me parece más interesante.
¿Cómo describirías a cada una de las personas que conforman este elenco y qué pueden tener en común con los personajes que interpretan?
Trigeo representa ese héroe trágico que llevado a la comedia tiene que ver mucho con un antihéroe que va a hacer todo lo posible para ir a encontrar la paz. Recibe muchas críticas y va al mismo Olimpo para hablar con Zeus. Hay algo de representación de lo quijotesco, del altruismo, del mundo de las ideas, de la ética quizá ausente en muchos de los gobernantes que, de alguna manera deberían materializar la idea de instaurar la paz en el planeta tierra. Representa toda esa osadía. Para este personaje siempre pensé que Joaquín Reyes era el héroe que tenía que hacerlo. Él tiene una comedia por los poros de su piel que nos transmite todas esas ideas que están en el discurso de la obra. Tiene una comedia natural, una luz y una manera que es poco épica que es justo lo que buscaba. Es un hombre sencillo y común. Esto es un canto a que cualquiera, si se armase de una serie de valores para desarmar a la guerra, podría conseguirlo. Es un personaje precioso que mantiene una pureza, que está en el propio Joaquín, para encarnar todo este pensamiento. Es fácil comprender a Trigeo en el cuerpo y alma de Joaquín Reyes.
En el caso de Corifea, interpretada por Ángeles Martín, es el personaje que está entre lo que sucede en escena y el espectador. Le va contando la historia y, a la vez, transmitiendo todo ese discurso que está en la obra. Es el personaje conciencia que guiando a Trigeo para que consiga ese gran reto. Lo hace mediante la comedia, la alegría, mediante una palabra que es sabia pero que también baja a tierra. Ángeles es una Corifea espléndida que tiene un punto de locura y de diversión fantástico. Decidí que fuera una mujer porque me parecía interesante que fuera ella. Es una Lady Macbeth optimista y alegre que sabe qué decir para que Trigeo obtenga la paz.
Sara Escudero interpreta a Hermes, que queda representada como una diosa con la mayor facilidad de comunicación con los mortales. Es capaz de entablar un diálogo y un concilio, es una facilitadora. Sara hace un trabajo fantástico, muy cómico y divertido. Es un bichillo muy especial y está en toda la energía y dinamismo de Sara y en la voz con la que introduce las palabras.
Astrid Jones interpreta a la guerra y necesitaba una actriz con mucha fuerza que pudiera interpretar esta alegoría porque tiene que entenderse que la guerra no está personificada y que es algo que trasciende y a lo que el pueblo debe enfrentarse. Tal y como lo hemos querido construir hay algo estridente en ella. Astrid tiene todas esas habilidades para representar ese poder de la guerra que al final no es tan fuerte y puede derrotarse.
Tumulto es su siervo y la parte mas humana. El brazo ejecutor de un sistema de guerra y es través del que se humaniza todo lo que supone estar en una situación de guerra. Lo interpreta Carlos Troya con una fuerza, una energía, un saber decir y una presencia muy similar a esa energía que tiene Astrid Jones. Los dos son como un pequeño equipo.
La acción pacífica está representada por Laura Galán que interpreta a la paz. Ella representa toda esa calma, ese estoicismo de saber estar en el lugar, afrontar las cosas sin violencia y dejar que entren. Parapetar toda violencia y frenarla. Laura es una actriz formidable para esto porque desprende una pureza, una inocencia y una verdad que es incontestable.
Luego, tenemos a Pedro Ángel Roca y Nerea Moreno representando a los esclavos que son la clase obrera y eso queda muy aclarado en el texto. Son los que más sufren la consecuencias de la guerra y con quienes el espectador puede empatizar más. En el caso de Nerea quise representar la fuerza, el sacrificio, el sacar las cosas adelante sea como sea, la urgencia y el peso de la guerra. Por el contrario, con Pedro Ángel quise representar la debilidad y la humanidad que se pierde en las ideas pero que no pasa tanto a la acción. Nerea también representa el papel de la Ninfa festival que es un regalo de los dioses para premiar el valor y el coraje de Trigeo. Son dos actores excelentes que están cerca de un montón de referentes con el que el espectador puede conectar.
Es un elenco entregado que baila, canta, actúa, que tiene gran potencia y que articula la historia para poder hacerla llegar al espectador.
La puesta en escena trabaja, entre otras cosas, la presencia de la música y se apoya en un coro, ¿Qué influencias musicales nos vamos a encontrar?
En Mérida tuvimos un coro de 8 personas que no vamos a tener en Teatro del Canal. La música está compuesta por Pablo Peña y Darío del Moral que son componentes de un grupo fantástico que se llama Pony Bravo y las influencias musicales tienen que ver mucho con su grupo. Tienen ese estilo que es también muy ecléctico, que bebe de la raíz, en este caso no española, como si sucedía en Coronada. Va hacia otro lugar más universal. Tiene mucho que ver con el Glam, con lo festivo y con lo setentero. Es muy collage la música que sucede. Lo que trabajamos con ellos, tanto como con la coreografía de Julia Monje, que fue fascinante y es una combinación maravillosa, fueron las intenciones que tenían. Yo les proponía las intenciones que tenía que contener cada pieza musical, a nivel tanto físico como musical, al igual que en la coreografía.
¿Y respecto a los elementos escenográficos y plásticos, cómo los trabajaste para levantar el montaje?
Me apoyé en José Luis Raymond y Laura Ordaz, escenógrafos, amigos, compañeros y maestros. Es sencillo trabajar con ellos. Ellos hacen realidad mis sueños con todo su talento y lo subliman. Era muy importante trabajar huyendo del realismo, pero sin crear tampoco hay mucha fantasía. El concepto era un mundo a medio construir y era importante que hubiera montones de mierda en escena, que es como arranca la obra y una forma de escenificarlo de manera literal. La guerra es una mierda, pues está todo lleno de mierda. La escenografía se basa en una torre de vigilancia que es más industrial, que es como un andamio, hay carretillas, hay una hormigonera y un listado de objetos que forman parte de un mundo de construcción, industrial, en ruinas… que es lo que sucede cuando desgraciadamente es bombardeada una ciudad y todo queda destrozado.