Foto de portada: Micaela Portillo
¿Cuál es la semilla que hizo germinar Alaejos; pocos y lejos y con qué objetivo surge?
Todo comienza cuando me doy cuenta de que internet sabe más que yo de mi historia familiar. Descubro que no tengo conocimiento de la historia de mi bisabuelo, torturado y desaparecido en el 36. Nunca se ha hablado y yo tampoco había preguntado nunca. Me dejó en shock no saber esto de mi familia y ese fue el impulso de arrancar esta investigación: conocer. Hacer preguntas, aprender quiénes somos a través de las historias que nos vertebran como familias y como país. Luego cada persona que haga lo que quiera con esta información, pero lo primero es conocerla.
¿Qué sabías de tus abuelos y bisabuelos antes de comenzar esta historia?
¡Ni una décima parte de lo que sé ahora! Sabes cosas, claro, has convivido (en el caso de los abuelos) con estas personas en tu niñez, pero entender el contexto histórico de su infancia y juventud te hace comprender sus biografías desde otra óptica. Atas cabos, llenas lagunas, resuelves silencios… pero sobre todo te das cuenta de que todos somos protagonistas de nuestras biografías y que, igual que tú, han hecho las mismas tonterías que todos, solo que en otro momento de la historia.
¿Lxs creadorxs del proyecto habéis descubierto muchas cosas inesperadas de vuestra historia familiar?
Ha sido (y está siendo) un proceso muy emocionante. Ha tendido muchos puentes entre generaciones, pero no solo con abuelos o bisabuelos: en muchos casos las personas protagonistas de las historias han fallecido y la investigación se ha podido completar gracias al testimonio y recuerdo de terceras personas que conocieron estas vidas. Y es cierto lo de que ‘la realidad supera a la ficción’: ¡hay biografías increíbles! Tanto que hemos recortado algunas partes de cara a la obra porque parecían inverosímiles. Descubrir que personas ‘normales’ vivieron estas aventuras ha sido de lo más inesperado y emocionante.
Denomináis esta obra como teatro del recuerdo, un híbrido entre teatro documento y autoficción. ¿Os ha sido fácil bucear en vuestras historias familiares o imperaba ese silencio tan propio de las familias cuando se intenta remover recuerdos del pasado?
¡Pues no! Estábamos, en el inicio de la investigación, caminando con pies de plomo y anticipando un silencio y resistencia que no hemos encontrado. La gente quiere compartir las historias, mantener el recuerdo. Es cierto que hay temas más peliagudos que otros, pero este proyecto nos ha hecho darnos cuenta que lo principal es hacer las preguntas, las personas están deseando charlar sobre las respuestas.
Eso sí, cada una con su versión, esto ha sido muy gracioso. Y esto se traduce en que, como la memoria, nuestra dramaturgia tiene mucho de censura, versiones personales, silencios, fantasía, mucha mentira, pero también mucha verdad.
¿Cómo habéis elaborado la dramaturgia? ¿Son distintas historias personales que se van entrelazando?
Nuestro objetivo era poder reflejar un país en un momento histórico concreto. Nos parecía que contar una sola biografía iba a reducir tanto la perspectiva que tenía el peligro de quedarse en la anécdota. Por eso mismo el proyecto se sostiene en las historias familiares de todo el equipo. La premisa de la investigación fue: ¿qué hacían nuestros abuelos y bisabuelos cuando tenían nuestra edad? Hablamos de su juventud y, como esta juventud se ve atravesada por un contexto muy concreto, inevitablemente, hablamos de memoria histórica.
¿Vuestra obra es un ejercicio de memoria familiar para hablar de memoria histórica?
Lo personal es político y el acto de dar el foco a las micro-historias un acto de revolución. Cuando le pones cara a los números de los libros de texto todo cambia. Hablamos de historia con H minúscula y, paradójicamente, estamos 100% hablando de geopolítica, ética e historia. Es entrar por la puerta de atrás del teatro político para pillar a las expectativas por sorpresa.
¿Qué habéis entendido de nuestro país buceando en vuestras historias personales?
Si supiéramos más de nuestro pasado no estaríamos haciendo las atrocidades que vemos cada día y exigiríamos a nuestros políticos y figuras públicas respeto cuando blanquean los crímenes contra la humanidad. Cuando el fascismo es un chiste, la memoria histórica cosa de otros y el pasado reciente uno de los temas más aburridos del libro de texto, aparecen niños de 14 años pesando que Vox es gracioso. Y no les culpo, ¿qué herramientas estamos dando a las nuevas generaciones para construir el futuro? Si tenemos a candidatos a la presidencia diciendo que un genocidio es «una pelea de abuelos», es que algo estamos haciendo muy mal como país. La memoria histórica no es algo de hace siglos, es la historia de las personas que nos cuidaron de pequeños. Las heridas, ni están lejos ni están cerradas.
Este tema de la memoria histórica, de remover el pasado, siempre genera posiciones encontradas. ¿Es necesario seguir hablando de las heridas de la guerra? ¿A los jóvenes como vosotros es un tema que os sigue interesando?
Yo nací en los 90 y mis abuelos me han cuidado desde pequeña. Ellos nacieron en los años 30 y han vivido en primera persona el final de una guerra civil, una posguerra y una dictadura fascista de 40 años. ¿Cómo no me va a interesar las heridas de guerra si son las de las personas que me educaron? No son cosas de las que se hablen, pero ahí están. Esas generaciones han criado a nuestros padres y después a nosotros. Me parece peligroso pensar que, como el franquismo sale en el libro texto de historia, es algo que nos compete tan poco como los romanos o los visigodos.
Por otro lado: Los crímenes de la guerra y del franquismo no son historia, son presente. Los bebés robados, los bienes expropiados, los cadáveres en fosas que abonan el suelo de nuestro país… son presente. Nos guste o no. Es un tema que existe y que define a este país. Si lo viésemos así creo que nadie podría pensar que es un algo que no interesa o que no nos compete. Si queremos construir el futuro tendremos que empezar en el pasado.
Alaejos es un pueblo de la provincia de Valladolid y de ahí sacáis el título de la obra. Los que formáis el equipo artístico sois de distintas regiones de España. ¿Con este proyecto habéis descubierto más diferencias o similitudes sobre la historia de cada unx en función del lugar de procedencia?
Esta diversidad de orígenes ha generado un caleidoscopio de historias que se complementan entre ellas y nos permiten reflexionar como país en lugar de como individuos puntuales. Creo que, si no se hubiera dado esta maravillosa casualidad de proceder de territorios diferentes, la dramaturgia no tendría ni la mitad de interés. España es un país plural en el que conviven distintas naciones y eso se ve reflejado en la obra.
Siempre hemos visto a nuestros abuelos como personas con una vida ya hecha y con achaques y problemas asociados a la edad y quizá no valoramos lo suficiente todo lo que han hecho. ¿Es vuestra obra un remedio para eso? ¿Quiere ofrecer una mirada diferente sobre la gente mayor?
Todos somos los protagonistas de nuestras vidas. Descubrir esto fue un antes y después en el proyecto. Efectivamente, buscamos tender puentes entre generaciones y romper con la idea de que nuestros antecesores son gente seria, que nunca se equivoca y que vive en fotos en blanco y negro. Ha sido muy divertido y emocionante descubrir que hacían las mismas tonterías que nosotros, que se enamoraron, viajaron, perdieron amistades, defendieron sus ideas, les rompieron el corazón… El telón de fondo es otro, claro, pero las personas seguimos siendo las mismas.
Estrenasteis la obra en 2021 en Teatro del Barrio, en un momento muy complicado de la pandemia, algo que nos ha pasado factura a todxs, pero sobre todo a los más mayores. ¿Cómo recuerdas esas funciones?
Fue un acto de valentía por parte del Teatro del Barrio y del público estrenar esta función. ¡Había toque de queda! ¡Nuestras familias no podían viajar a Madrid a venos actuar! ¡El aforo era reducido y la mascarilla obligatoria hasta en la calle! Teníamos momentos en escena en los que nos entraba el pánico por no llevar mascarilla y luego tu cerebro recordaba que estabas actuando. Fue difícil, pero lo vivimos como un momento clave para el proyecto; en esos momentos de tanta distancia hacer un acto de memoria colectivo fue en sí un hito histórico. Al menos nosotros se lo contaremos a nuestros nietos, seguro.
En las distintas representaciones que habéis hecho, ¿qué feedback os ha dado el público? ¿Cómo recibe la obra?
Lo más bonito que nos está pasando es que la gente sale de la función queriendo preguntar a su familia. «Voy a llamar a mi abuela» es de las cosas que más nos dicen al acabar la función. Esto es muy emocionante. La gente nos habla de su familia, de sus memorias, de lo que recuerda de su herencia… la obra es lo de menos, lo bonito es lo que genera después en quien la experimenta.
Y ahora llegáis a Nave 73 con la esperanza de…
Estrenar de nuevo la pieza y volver a compartir con nuevo público estas historias para que no queden en la anécdota de una obra de teatro que se hizo cuando el Covid. Estamos muy felices de tener una nueva oportunidad en Madrid de recordar a estas personas y de abrir la función a todos los que no pudieron verla en 2021. Y, por otro lado, ¡siempre es un buen momento para hacer memoria!
Tras todo lo que pasó en tu familia, ¿qué te suscita Alaejos?, ¿es un lugar al que sueles acudir o permanece en el recuerdo?
Nunca nadie ha vuelto a Alaejos de mi familia, no es un sitio del que se guarde un buen recuerdo, claro está. Para este proyecto viajamos a conocerlo y hoy apenas es un pueblo más de los que encuentras en la carretera. Darme cuenta de que estas atrocidades se cometieron en un “pueblo cualquiera” ha sido de los momentos más espeluznantes, pero al mismo tiempo más esclarecedores para el proyecto. Esta no es una obra sobre la guerra, es una obra sobre los vecinos.
¿Cómo nace Producciones Kepler y quiénes formáis parte de ella?
La compañía nace en 2017, cuando nos dimos cuenta de que no iba a venir Almodóvar a llamarnos para su próxima película y que la mejor manera de generar nuestros propios proyectos y contar las historias que nos emocionasen era hacerlo en colectividad.
No se puede hacer nada solo en el teatro, el equipo es la clave. Producciones Kepler son las personas que dedicamos nuestro tiempo, energía y alegría a sacar adelante cada proyecto concreto. Hoy en día somos: David Alonso, María Elena Gallegos, Itxaso Larrinaga, Adriana Navarro, Berta Navas, Leticia Ramos y Juan Carlos de la Vega. Y, para esta vuelta a Nave73, nos acompaña Marina Palazuelos en la iluminación.
¿Cómo es vuestro método de trabajo? ¿Es algo vertical en el que tú u otra persona del equipo propone una obra cerrada o creáis de forma horizontal a partir de un texto construido entre todxs?
Nuestra forma de trabajo tiene como base la creación colectiva en la sala de ensayos. Partimos de una idea, que a veces es un texto, otras un tema o unas biografías, como el caso de Alaejos, y dedicamos varios meses (¡en este caso han sido años!) a investigar sobre ello y buscar dispositivos, maneras de contar y de trasladar estas ideas intelectuales al escenario. Yo coordino el proyecto, pero desde un punto de vista que tiene más que ver con la producción o las líneas generales de trabajo de la compañía. La dramaturgia va generándose desde el trabajo en la sala de ensayos y la firmamos en colectividad, igual que la dirección artística. Todo lo que se ve en escena surge de la unión de las mentes de todo el equipo y eso es infinitamente mejor que lo que pudiera hacer un solo cerebro, sin duda.
Como compañía empezasteis adaptando clásicos y ahora estáis focalizados en el Teatro documento. ¿De dónde nació ese cambio?
Siempre hemos estado en búsqueda de grandes historias que nos emocionasen para trabajar a partir de ellas: relatos emocionantes, de personas que se enfrentan a grandes decisiones en contextos desafiantes. Tramas que admiramos y que queremos acercar al público de hoy y hacerle ver que, aunque nos separan siglos, podemos aprender mucho de estas historias. Por eso mismo el giro de pasar de los clásicos al teatro documento no se ha sentido como un cambio de rumbo: sencillamente hemos intercambiado unas grandes historias por otras. Puede que nuestras abuelas no fueran piratas, caballeros o damas barrocas, pero sus vidas contienen una carga dramática igual o mayor que los personajes de Lope.
¿Cuál es la mayor dificultad a la que se enfrenta una compañía joven como la vuestra para poder llevar a cabo sus proyectos?
No ser dueños de nuestro tiempo es el mayor obstáculo para la creación. El arte nos llena el alma, pero no la nevera. Tenemos que compaginar nuestra carrera artística con cientos de trabajos precarios para poder subsistir. En mi opinión el mayor lastre de todo esto no es el dedicar se a otras cosas, sino la falta de tiempo (físico y mental) que destinar a la creación.
¿Cómo veis la salud de las Artes Escénicas en estos momentos?
Las artes escénicas llevan convaleciendo tanto tiempo que siento que decir que están en crisis es como no decir nada. Lo que veo es cada vez más compañías jóvenes naciendo y buscando su lugar en colectividad, eso me llena de esperanza. Me encantaría que los teatros públicos dieran más valor a estas semillas y fomentasen el trabajo en agrupación.
¿Qué futuro le auguras a Producciones Kepler?
¡El mejor de todos! ¡Puestos a augurar, siempre hay que augurar lo mejor! Hemos aprendido mucho en los 6 años que llevamos trabajando juntos. El equipo ha ido mutando y las personas que lo forman cambiando. Visto con la perspectiva que ofrece la distancia, estoy muy agradecida a todas las personas que unieron su sensibilidad a crear con nosotros, sin ellas no estaríamos donde estamos hoy. Y hoy podemos decir que somos muy felices.
Cuanto los descendientes de tu familia se pongan a hacer un árbol genealógico, ¿qué quieres que descubran de Itxaso Larrinaga?
Que fui igual de cabezona, indecisa, divertida y friki que mis nietas. Que, aunque me vean como alguien que nació abuela, puedan descubrir todas las aventuras y decisiones de mi juventud y se echen unas risas haciéndolo.