Fotos: Esmeralda Martín.
Hay palabras que no tienen final, historias que solo dan vueltas, que abren preguntas para las que no tenemos -o no nos atrevemos a tener- respuestas. Voces de sufrimiento sobre cuerpos en sufrimiento, y, entonces, ¿quién se atreve a mirar? ¿quién se acerca a ese abismo sin atisbarse en el vacío? ¿quién puede no identificarse en la incoherencia de querer vivir y desear morir, querer amar y llorar por amor, querer creer y perder la fe? Sarah Kane supo dejar por escrito el fragmentado pensamiento de un cuerpo herido y una mente que lucha entre lucidez y anestesia. Y, este junio, Natalia Huarte será su aliento sobre el escenario.
La obra, dirigida por la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, es un espejo que muestra los límites de la depresión, la soledad, la culpa y la inadaptación social. Sin unos ojos que busquen juzgar ni un intento de aportar soluciones, el texto llega en un momento en el que la ansiedad y el suicidio se erigen como problemas estructurales. Y, como una premonición de lo que ahora es habitual, profundiza en cuestiones como la necesidad de contacto, la incomprensión social del dolor o la adicción a los fármacos.
“Sarah Kane es una palabra que va más allá, es una palabra de cuerpo” afirma Luz Arcas. Y su reto está en poder “abordar el tema en toda su radicalidad, matizando y encontrando la belleza que hay detrás de lo violento”. De esta manera, con una cama en una habitación cambiante como escenografía, una mirada que proviene de la danza y una sola actriz en el escenario, se abre el telón a una historia que no empieza por el principio.
PULSIÓN DE MUERTE
La obra de Kane baila en los límites formales, sin pistas, sin pausas, sin una frontera entre poesía y diagnóstico. El texto, cuenta Arcas, “es muy complejo, pero también es muy dado a los estereotipos. Es extremo y los extremos si no se tratan con matices, resumen. Entonces, ¿cómo hacer que lo radical esté sin que sea un cliché?”. Para la directora, dentro de esos límites hay algo que no se entiende, que solo puede sentirse e intuirse.
Por ello, el trabajo ha encontrado como punto de partida los estados físicos. “Todo el proceso de psicosis implica una relación muy concreta con el cuerpo que muchas veces es de desintegración y despersonalización”, continúa Arcas, “la palabra está al servicio de eso que ocurre a nivel corporal”. Esta manera de entenderlo se traslada al proceso de creación, de forma que Natalia Huarte va habitando la pulsión de muerte de la protagonista desde el peso y el placer imposible que el cuerpo siente.
“Lo real de todo esto es que mi cuerpo, que no viene con esas circunstancias del texto, al trabajar desde ese lugar físico comprometido hasta el final, empieza a sentir todas esas emociones y frustraciones”, explica la actriz. Para ella está siendo un proceso muy intuitivo más allá del plano racional, en el que pararse a intentar entender significaría romper la conexión. “Hay partes del camino donde es bueno no saber y ponerle palabras acota”, indica Huarte.
DOS FUERZAS QUE SE ENCUENTRAN
La mujer de la obra está sola y, como tal, es consciente de su soledad. En ella, como subraya Arcas, “habita un deseo de desaparecer del mundo por un montón de cuestiones sociales, personales, históricas, metafísicas y artísticas”. Y, aunque a primera vista parezca que todo su ambiente es lúgubre, la pulsión de muerte implica la existencia de vida.
“Físicamente funcionan esas dos fuerzas: un lado luminoso hacia la vida y otro que tira hacia el final”, narra Huarte, “y cuando eso aparece llegan con ellas las propias contradicciones del amor y el desamor junto, de la presencia y la ausencia, del desaparecer y el quererme quedar”. Las dos apuntan que esas presiones contrapuestas están presentes en cada una de nosotras, aunque pasen desapercibidas y aparecen en forma de pregunta cada vez que frenamos.
“No puedo ponerle palabras ni definirlo de forma racional, pero tampoco puedo decir que no lo entiendo. A veces la necesidad de no vivir con tanta intensidad hace que pienses que las cosas aparecen de una en una, pero en cuanto meditas, te relajas, miras el mar… aparecen esas contradicciones”, añade la actriz. Además, sostiene que en grandes cuestiones como ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, o ¿hacia dónde voy? -que resuenan de base en la obra- extraer una explicación sería hacer más pequeña la pieza: “reducirlo a palabra sería hacerlo más pequeño”.
ANDAR A LO ANCHO
Aunque el texto esté escrito en los 90, en una Inglaterra marcada por la política de Thatcher, “Kane intuyó que, en el mundo que vivimos hoy, la anestesia social de su época que tanto le dolió, sería mucho más radical”, sostiene Arcas. En esa visión nihilista en la que no hay futuro, no hay dios, no hay nada, quizás el espectador pueda nombrar su cuerpo, liberarse. Y, en palabras de Huarte, en lugar de hacia un final, hacer el camino a lo ancho.
La actualidad está marcada por un ritmo frenético e inmediato donde la respuesta rápida es tanto norma como exigencia. “Incluso cuando vas a ver una función de teatro esperas tener una explicación nada más salir de la sala”, lamenta Huarte. Y aunque ante una obra tan delicada como la que Kane escribió ni directora ni actriz busquen un enfoque o una crítica, Huarte afirma que “es bueno reivindicar que nombrar estas emociones y estos pensamientos puede hacer precisamente que estemos mejor”.
“A veces vemos los procesos o la propia vida como una ruta en línea recta”, asegura la actriz, “pero la realidad es que, como ocurre en este texto, a veces no se empieza en un lugar y se va hacia otro, sino que se expande hacia los lados”. Por ello, considera que enfrentarte a una corporalidad como la que Kane propone te conecta con esa certeza.
MIRADA CORPORAL, MIRADA ESCÉNICA
Esta obra viene sin acotaciones, por lo que se ha representado de muchas maneras. Luz Arcas la entiende como una mujer en un monólogo consigo misma, que parte de una cama como el lugar de la depresión. Aunque la habitación en la que ella se encuentra es un espacio que cambia, la cama como elemento central siempre permanece estática. “El sentimiento de soledad tiene que ser escénico y plástico, lo tuve claro desde el principio”, subraya la directora.
Ellas entienden que, al profundizar en el texto, se hace patente el hecho de que todas las voces que aparecen son facetas de la protagonista. Y entre los temas con los que dichas voces golpean y hieren al cuerpo destaca, por encima, la culpa. “Ella se echa encima la culpa del dolor humano, y eso le da un carácter mártir: se hace y se siente responsable de la violencia y el mal”, sugiere Arcas, “siente en el fondo una conexión muy grande entre el mal generado de manera cotidiana y el mal generado en la macrohistoria”.
Si bien no queda claro si ese sentimiento nace de ella -como un autocastigo- o si proviene de una mirada externa que la señala como culpable, para Arcas “esa conciencia del mal que permea en la especie humana y, por tanto, al individuo concreto, es uno de los motores fundamentales de su sufrimiento”.
Junto a ello, Kane deja por escrito la lucha entre una adicción a los fármacos y un rechazo al estado en el que la medicación le deja. “Ella sabe que hay una versión de sí misma medicada a la que le cuesta menor vivir, pero que es más tonta que la otra. Sin embargo, la que rechaza esa anestesia sufre y quiere matarse, aunque sea más lúcida”, desarrolla Arcas. De hecho, hay una parte del texto que dice “no voy a poder pensar, no voy a poder trabajar si me medico”, pero “a la vez la lucidez le mata y escribir también, porque su crisis también es artística. La literatura es capaz de salvarle”, conviene Huarte.
Así, desde la grandeza de un texto que en toda su complejidad se presenta como una carta de despedida, Kane decidió, en palabras de Arcas, “posicionarse en la lucidez, aunque implicase el mayor sufrimiento”. Y, aunque revuelva, inquiete, o provoque reacciones violentas, Luz Arcas y Natalia Huarte esperan poder llevarnos a un lugar donde poder encontrarnos con las pasiones, los sentimientos y los recuerdos.