Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa

 

Queridos Reyes Magos, para el año 2020 me gustaría que me trajeran un sector de las artes escénicas. Sería el regalazo del siglo, y ya no les pediría más en los próximos 40 años. Muchas gracias.
Fdo.: Ciudadana escénica preocupada

 

Leí hace unos meses una entrevista realizada en los años 80 a algún pope teatral, de estos que todavía resuenan en nuestra cabeza. No recuerdo de quién se trataba porque toda mi memoria disponible en aquel momento quedó para el titular, que más o menos rezaba así: “Hay que incluir el teatro en la educación general”. Seguro que es una reivindicación que les suena.

 

Esto quiere decir que, como mínimo, llevamos casi 40 años pidiendo a los poderes públicos que las artes escénicas dejen de ser un gueto y formen parte de la vida misma. De igual forma, llevamos 40 años no consiguiéndolo. Hay numerosas peticiones del sector de las que podríamos decir lo mismo, con mayor o menor recorrido como reivindicación: implementar la intermitencia al modo francés, revisión de la fiscalidad, revisión del modelo de subvenciones, promoción de las producciones públicas en todo el territorio nacional, fomento de las giras, soporte a los creadores, búsqueda de nuevos públicos… El diagnóstico es persistente, algunos de los remedios parecen evidentes, pero ningún gobierno de ninguna instancia en los últimos 40 años parece haber escuchado, o parece haberle interesado escuchar, lo que el sector demanda para sí mismo.

 

¿Pero qué es el sector? ¿Podemos verdaderamente hablar de la existencia de un ‘sector de las artes escénicas’? ¿Coinciden las necesidades y los intereses de Stage Entertainment, El Umbral de Primavera y Teatros del Canal? ¿O los de creadores individuales y compañías? ¿O las de grandes productoras y distribuidores? De momento, la respuesta parece ser que es no, y no porque yo me lo invente, sino porque los hechos hablan por sí solos. Un sector que es incapaz en 40 años de conseguir que las autoridades escuchen sus demandas no es un sector: es un conglomerado de intereses diversos, coincidentes en algunos casos, pero divergentes en muchos otros, que no ha logrado un consenso de mínimos sobre su lugar en la sociedad.

 

Y así afrontamos el año nuevo, la nueva década, casi el nuevo siglo… El movimiento asociacionista es cada vez más fuerte, se han creado entidades que pretende aglutinarnos a todos… pero la sensación es que falta la base, y es el diálogo real, de buena fe y constructivo entre los diferentes intereses. Porque las soluciones pueden ser distintas, pero el objetivo tiene que ser común. En lugar de hacer cada uno la guerra por nuestra cuenta, ¿no sería un gran regalo de Reyes Magos que nos convirtiéramos, de una vez por todas, en un sector?