No para, no para. Quiere saborearlo todo. Y salta, superficialmente, por encima de las cosas. No seas egoísta. Qué vergüenza. Tápate la boca que se te ven los dientes. Se hizo pequeño, pequeño… y ahora es un experto en complacer a todo el mundo. Aprovechando sus beneficios, claro. Un hábil arlequín. Míralo, salta de aquí para allá evitando, de este modo, parar un momento y observar todo lo que le rodea. Él es feliz en la fantasía. Baila porque ya no recuerda quién es. Nadie lo recuerda. Ahora ya solo se esfuerza para que le miren. No puede hacer más. No para, no para. Conseguir ser visto, aunque sea ofreciendo una pobre imagen, la libera de la torturante tiranía de la insignificancia.
La idea de hablar de la gula nace de la necesidad de poner énfasis en aquello que nos corrompe. Tenemos la sensación de que vivimos en una sociedad que no confía ni en el poder, ni en los bancos y gobiernos que lo gestionan. De puertas afuera, todo el mundo dice que actúa de la mejor manera, nadie asume errores; pero el vicio y la avaricia se cuelan por todas partes. Ahora, las sociedades son cada vez más desiguales y la situación climática es alarmante. Aun así, la gula sigue engulléndolo todo. Parece que nada ni nadie pueda detenerse.


