¿Por qué decidís hablar sobre la figura de Calígula?
Calígula es un vehículo. El origen de todo viene de la relación profesional y personal tan cercana que tenemos Mabel del Pozo y yo. Trabajamos juntos en Famélica de Juan Mayorga y a partir de ahí nace una conexión muy bonita entre los dos. Y un día ella me dice que quería dirigirme haciendo un Calígula unipersonal. Y este es el punto de partida. Luego, una vez que empezamos a trabajar sobre la función, lo que hacemos es convertir a Calígula en ese vehículo para que nos lleve a donde queremos llegar. Calígula está instalado en el imaginario colectivo como un gran monstruo y como un demente, y a nosotros, lo que nos interesa es reflexionar acerca de la división que hay en todo ser humano, el odio y del amor, la luz y las sombras en cada uno, las contradicciones, los conflictos internos y, sobre todo, en qué momento y cómo una persona llega a convertirse en algo así, en ese monstruo que ha trascendido a lo largo del tiempo. Más allá del prejuicio, de que Calígula era un tirano y ya, no queremos dar por hecho nada. Hablemos, investiguemos, trabajemos… y a partir de ahí empezamos a encontrarnos con un montón de cosas de las que nosotros queríamos hablar y de nuestro propio Calígula, del que uno tiene también dentro.
¿Cómo es esa conexión que tienes con Mabel?
Es increíble, es la mejor conexión que se puede tener. Es difícil llegar a poder afirmar algo así, pero es que no se puede trabajar mejor de lo que Mabel y yo hemos trabajado en este proyecto. Está siendo un camino verdaderamente idílico. No sabíamos que podíamos llegar a tener un proceso tan bonito. Lo más importante para mí es el nivel de comunicación que ella y yo tenemos, porque hablamos el mismo lenguaje artístico y el mismo lenguaje técnico, que no es cualquier cosa. Cuando uno está hablando de instrumentos creativos y de instrumentos actorales artísticos, no es lo mismo decir una cosa que decir otra, y los matices, lo concreto, lo específico es absolutamente determinante. Yo lo que tengo es la sensación de que Mabel me daba indicaciones que podían haber llegado en código morse de un submarino a un barco y que yo habría entendido, yo sabría qué rumbo tendría que tomar. Es muy difícil tener la sensación de que todo está a tu favor y Mabel consigue que yo en todo esto sienta que el mundo está a mi favor para que yo salga ahí y disfrute y haga disfrutar.
Además de esa conexión personal que comentas, ¿en la idea de hacer una obra de teatro sobre una figura así, tuvo que ver la situación social y política que teníamos en 2016 y 2017?
Desde luego que también tiene que ver, todo lo que veníamos viviendo nos invita a reflexionar y está vinculado con la obra de alguna forma. Pero la causa principal y lo que Mabel quería mostrar son esas divisiones internas que todos tenemos, los fácil es que se dispare irse hacia un lado o irse hacia el otro.
¿Y cómo son esas primeras impresiones sobre Calígula?
A partir de empezar a investigar el primer elemento que llama poderosamente la atención es que todo lo que sabemos de Calígula nos llega de sus enemigos. Son los mismos que están en el bando contrario a Calígula, los que le asesinan, los que dejan escritas sus impresiones sobre él. Son aquellos que le destrozan asestándole 30 puñaladas y matan a su hija estrellándola contra una pared hasta que le revientan el cráneo y matan a su mujer… Entonces, claro, ya partimos de una historia sesgada.
Está claro que todo esto pertenece a una época concreta de la historia y en base a esa época hay que juzgarlo. No podemos juzgar con los ojos de hoy las cosas que sucedían en el Imperio Romano. Y está claro que Calígula es, como todo ser humano, responsable de las decisiones que toma y de los hechos que acomete pero, a la vez, también es el resultado de la convulsión de una sociedad en la que vive y, en su caso particular, del contexto personal que a él le toca vivir, que es aterrador, y por todo esto nos parece que la obra también puede ser una oportunidad increíble para reflexionar acerca de las consecuencias que tiene vivir los hechos que te tocan vivir y heredar lo que te toca heredar, cómo te afecta esa herencia vital, todo lo que vives de niño, cómo se traduce en tu yo adulto.
Como tú bien dices, no hay muchos textos de la vida de Calígula y los que hay son de sus enemigos. ¿De qué fuentes habéis bebido para construir el texto y este relato?
Sin duda que el libro Calígula, de Albert Camus, ha sido una gran inspiración, al igual que la película de Tinto Brass de 1979. Pero en este camino también está David Bowie y el Marlon Brando de Apocalipse Now… hay también bastantes referencias en la obra a la cultura pop moderna.
Desde el estreno en Madrid en 2018, en el Teatro de las Culturas, ¿cómo ha cambiado el proyecto?
Se ha redimensionado mucho. Tuvimos la mala suerte de que cuando la obra empezaba a despuntar llegó a la pandemia y eso lo paralizó. El año pasado lo retomamos porque yo sentí la necesidad personal y profesional de darle una nueva oportunidad a un proyecto que había sido tan bello de crear.
En cuanto a la producción se han fortalecido muchos elementos, se han trabajado cosas nuevas que en su momento no su pudo dar. Le hemos dado al proyecto la oportunidad también de renacer y de reencontrarse, y algo que me parece súper bonito es que tras la pandemia, al retomarlo de nuevo, Mabel y yo decidimos olvidarlo todo para crear algo nuevo, pero partiendo de ahí, acabamos siempre llegando a los mismos lugares, pero revisitados y eso me parece algo que vuelve a redimensionar el proyecto y que vuelve a hablar de la buena sintonía que hay trabajando entre nosotros, porque ambos, ya no somos las mismas personas que en 2019, no somos los mismos creadores. Ella es otra directora, yo soy un actor nuevo, porque he vivido más y hay cosas que han cambiado mucho dentro de mí.
Y, como te digo, tras la pandemia nos planteamos reescribir, nos planteamos remontar, nos planteamos el nombre del proyecto y volver a hacerlo de nuevo, pero lo que era extraordinariamente bonito era que hacíamos propuestas completamente distintas, las trabajábamos con toda la intención de que se quedaran, pero al final, una y otra vez, volvíamos a la esencia de la obra que teníamos. Creo que este proyecto es como tiene que ser para bien y para mal. No digo que sea perfecto, ni mucho menos, pero creo que tiene que es lo que tiene que ser porque es en lo que nos sentimos contentos y por eso volvemos con ello. La temporada pasada hicimos unas funciones en La Sala Mirador y es un espacio en el que nos sentimos muy a gusto. Quiero dejar claro lo diferencial que es trabajar en un espacio como La Mirador, ese culto por el cuidado del espectáculo, ese mimo con el que tratan a los creadores… es algo extraordinario, de verdad, son absolutamente sobresalientes en ese trato y creo que hay que agradecerlo y hacerlo notar porque no es fácil encontrarlo hoy día.
¿Desde dónde trabajas para meterte en la piel de Calígula?
Desde lo más íntimo de mi persona. Creo que todos los personajes han de ir ahí, pero parece que un personaje que está instalado en nuestro imaginario como un monstruo, como te decía antes, podría parecer que está muy alejado de una persona tan buena como yo soy, tan riquiño como decimos los gallegos (risas). Yo me considero buena gente, una buena persona con mis virtudes y mis carencias, que trato de mejorar y de ser mejor persona cada día, y mis actos están muy lejanos de los que Calígula podría llevar a cabo cada día de su vida, pero creo que lo bonito de estos personajes es acabar yendo a la raíz, encontrando su esencia, porque yo puedo tener sensaciones o pensamientos que se pueden acercar a ciertas conductas de Calígula, pero cuando una persona tiene salud mental, aprende a discernir lo que su ser más instintivo sería capaz de hacer de lo que su ser social se puede permitir hacer, eso es la cordura. Seguramente habríamos hecho cosas terribles si no hubiéramos tenido una capacidad de equilibrio en nuestras cabezas como seres sociales, pues pertenecemos a una sociedad que se rige bajo determinadas reglas, y podríamos llegar a hacer determinadas cosas que se albergan en lo más oscuro de nosotros mismos. Para mí, lo más importante del personaje de Calígula no son tanto las atrocidades que comete, que lo son, evidentemente, y que lo definen en cierta manera, lo más importante, como en cualquier otro personaje, es qué le mueve profundamente.
¿Y qué es eso que le mueve?
La falta de amor, el ser amado incondicionalmente. Eso a él le lleva una demencia extrema y unos estados de ánimo tan polarizados. Ojo, en un contexto que es el que es, insisto en ello. Hay que contextualizar siempre a los personajes, pero no para justificarlos, sino porque yo como actor necesito entenderlos. Y hay algo que me llama poderosamente la atención de Calígula, y es que era un niño feliz con sus padres, eso sí aparece en sus textos. Pero a partir de cierto momento, asesinan a su padre, aíslan a su madre hasta que se muere, aniquilan a sus hermanos, y a él y a sus hermanas les ponen al servicio del emperador, que es quien ha aniquilado a su familia. Todo este contexto no me parece que sea lo que a día de hoy un psicólogo recomiende para nuestros hijos si queremos que estén un poquito equilibrados, ¿ no? Así que yo creo que todas esas ausencias provocadas por las circunstancias dejan claras sus carencias afectivas y de ahí surge esa necesidad de ser amado.
Sin embargo, él, cuando empieza a gobernar, es amado por su pueblo.
Sí, eso es, es amado por su pueblo inicialmente debido al cariño que le tenían a su padre, el General Germánico. Y al principio de su reinado toma decisiones absolutamente vitoreadas, ya que fue muy generoso con el pueblo y el ejército, y reforma los grandes teatros, ya que es un apasionado de la cultura y de la música. Luego ya todo va cambiando a peor. Lo que nos interesa en la obra es buscar en los momentos donde surgió ese cambió, en ese ‘click’ que hace que todo empiece a degenerar.
¿Y crees que ese ‘click’ tiene que ver exclusivamente con la muerte de su hermana Drusila como se expone en la obra de Camus y en la vuestra o tiene que ver alcanzar el poder?
Lo que nosotros trabajamos es que el detonante definitivo es la muerte de su hermana, porque se sabe que él la amaba profundamente, estaba enamorado de ella y era lo poco que le quedaba de su núcleo familiar. Está también su otra hermana, pero ella al final acabará conspirando contra él. La muerte de Drusila creemos que es ya el detonante definitivo, porque Calígula siente que el universo y los dioses le han privado del único reducto de amor puro que él considera que tenía en la tierra. Por lo tanto, si el mundo es terrible para mí, yo seré terrible para el mundo y como soy emperador y Dios, pues me erijo en disposición de poder empapar al mundo del dolor que yo tengo.
Ser emperador de Roma era como ser alguien todopoderoso, un personaje con muchísimo poder en el lugar de mayor poder del mundo en ese momento, y Calígula, cuando siente que le han arrebatado el último de reducto de felicidad que él consideraba que tenía, ya cae en la desesperación más absoluta, en la demencia más absoluta, lo que le conduce a cometer actos desproporcionados. Dentro de todo ese contexto, indagamos acerca de cómo un personaje en esas circunstancias cruza constantemente de la luz a la oscuridad y de la oscuridad a la luz.
¿Hay ejemplos, salvando las distancias, de personas que se comportan así en nuestros días?
Claro, ¿acaso Trump no es un Calígula?, ¿o Netanyahu?, ¿o Putin?, ¿o Milei? Pero si hay algo sobre lo que también reflexionamos en la obra es la responsabilidad de la sociedad en elevar a los altares a personajes así, con esa megalomanía. Calígula es la excusa perfecta para que una sociedad se sienta mejor consigo misma, ¿pero qué sociedad permite a Calígula? Él lo dice en un momento de nuestra obra: “¿Quién me pone a mí aquí? Hice lo que hice porque podía hacerlo, porque vosotros me dejáis hacerlo”. Una sociedad que no quiere monstruos no permite monstruos y ahí viene gran parte de la reflexión de la obra. ¿Qué parte de responsabilidad mía hay en eso también? Ese Calígula, ese Trump, ese Netanyahu, ese Putin… son personas a las que permitimos que estén ahí porque las hemos puesto nosotros.
La obra es una centrifugadora de emociones para los espectadores. ¿Para ti también?
Absolutamente. Para mí, esta obra es el ejercicio de interpretación más complejo y completo que he hecho en mi carrera como actor. Mabel me ha construido como un Las Vegas de la interpretación. Yo empiezo en un estado que luego me lleva a otro, que después me lleva a otro… y todo eso se va sumando. Es como un huracán que a mí me va llevando durante toda la función y espero que poder transmitir todo eso que yo vivo a los espectadores. Luego habrá quien conecte con eso y quien no, pero lo innegociable para mí en la obra es que yo pase por todo eso proceso, por todas esas emociones, y si luego la gente lo disfruta, pues genial, pero si no les gusta pues también me vale mientras yo haya hecho bien mi trabajo. Me encantaba una frase que decía Juan Mayorga en los coloquios que hacíamos con Famélica: “Nuestro objetivo aquí no es entretener a nadie. Nuestro objetivo aquí es viajar a través de la propuesta que tenemos”, se la decía al público, con todo el cariño, ¿eh?, pero se lo decía, y eso es lo que yo hago en Calígula.
¿Hay una necesidad de trascender en la gente que trabajáis en las Artes Escénicas de alguna manera?
Buena pregunta… Yo creo que si uno no tiene necesidad de trascendencia se desprende de la necesidad de la propia existencia. O sea, creo que como especie buscamos trascender de forma inconsciente porque eso es lo que permite la perpetuación de la misma, ¿no? Tener hijos me imagino que es la mayor sensación de trascendencia. Yo no lo sé porque no soy padre, pero creo que hay algo inalienable al ser humano en cuanto a la necesidad de trascender, sí.
Y luego los intérpretes… en nuestro oficio contamos con herramientas que te pueden permitir trascender. Que luego aquí hay cosas muy complejas, como el ego de los intérpretes, que daría para conversar horas. Y también creo que está la tentación de querer ser trascendente. Yo prefiero quedarme con la posibilidad de tener la herramienta para la trascendencia que está ahí y si sucede bien, pero si no sucede tampoco pasa nada. Pero lo que no quiero es querer trascender en cada cosa que haga porque si voy por ese camino la cosa se desvirtúa demasiado y eso es algo muy peligroso en nuestro oficio. Yo creo que cuanto más humilde sea como persona, mejor actor acabaré siendo. Y hay que focalizar y trabajar sobre eso, porque a la vez que te digo esto luego uno, internamente, tiene las tentaciones que tiene…
Y tiene que luchar contra sus propios monstruos.
Claro, tenemos que ir luchando contra nuestro Calígula interno e ir aplacándole. Mira, yo tengo la suerte de haber estado en montajes y en proyectos que gustan mucho a la gente. Esto es una gran suerte en la carrera de un actor, pero con Calígula en concreto me sucede que, y más en La Mirador, con ese patio precioso que tiene, es bellísimo al terminar la función salir y ver al público esperando para charlar un rato, y me pasa mucho que la gente me viene a saludar y no les salen las palabras, pero por gestos yo sé que les ha gustado. Entonces, yo les abrazo y les doy las gracias por devolverme eso y creo que ahí ha trascendido algo. Por eso te digo que la herramienta de la trascendencia está implícita en nuestro oficio, no creo que haya que buscarla cuando se busca ser trascendente porque creo que al final se acaba siendo pretencioso.
¿El miedo lo anula todo?
Qué gran frase de Calígula. El miedo es algo fascinante porque es la mejor herramienta que tenemos para la supervivencia. Si no tuviéramos cierto miedo, no duraríamos vivos ni tres días. Pero el miedo, como todo, tiene que tener su medida, su justa proporción. Tiene que estar actuando cuando se le necesita y cuando no se le necesita hay que abrazarle y darle las gracias por los servicios prestados, dejar que descanse cuando estás en entornos seguros. Pero es verdad que el miedo excesivo paraliza todo.
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