El minuto del payaso

 

Por Alberto Morate

 

Hay gente que piensa que no hacen falta los payasos. ¿Hay gente que puede pensar esa tontería? No estarán suficientemente versados, serán excesivamente pragmáticos y, posiblemente, tampoco crean en las revoluciones. Sabemos que la defensa de la libertad cuesta trabajo. Pero nadie está seguro si no hubiera un payaso cerca. Ponga un payaso en su vida, y no se deje engañar por la seriedad imperante.

Habrá quien diga que los payasos no saben hacer nada; nada más que hacer reír a la gente. Y este que tenemos hoy aquí al menos «sabe comer una flor y tirarse un pedo».

Los payasos, dada su naturaleza, sabrán ver la espinita en el ojo ajeno, serán capaces de engañarte sin mentirte y, del mismo modo, dirán la verdad mintiendo.

Es más que probable que la expresión “eres un payaso” sea despectivo, pero ellos, burla burlando, consiguen que quien ha afirmado tal vulgarismo resulte patético.

Un payaso solo necesita un minuto, o ni siquiera eso, para incomodar al más serio. Y lo hace haciéndolo reír, porque es alguien distinto.

José Ramón Fernández, el autor, comprende esto y humaniza a un payaso y, entre sus propias intimidades del pasado y la espera de salir a escena cuando a los demás se les antoje, nos lo hace confidente y compañero y, aunque sea un soliloquio (solo el loco), se despliega ante nosotros y lo acompañamos en su emoción, su merendola, sus achaques, sus recuerdos, su visión crítica y el patetismo melodramático, pero de los otros.

En realidad, y como dice al principio, «no pasa nada», «no pasa nada» y si pasa son los demás los que se sentirán avergonzados. Luis Bermejo, sin cara blanca, qué pereza, asume el riesgo. Es un payaso poderoso, de voz y lenguaje claros y sin contención. También tiene su deje de amargura, pero eso es lo que le hace reaccionar y venirse arriba. Va ‘in crescendo’. Nos va ganando poco a mucho, hasta hacernos gritar «papapancho» sin venir a cuento, pero qué bien nos lo pasamos.

En la dirección Fernando Soto imagino que habrá introducido innumerables variantes para que el actor/payaso se sienta cómodo, haciendo imprevisible cada función, aunque en cada función se repita de algún modo.

El minuto del payaso se hace corto. Casi como si realmente fuera un minuto, el que le van a pedir a él para distender el show de otros. Mas la finalidad del payaso auténtico, la dignidad, no es tanto provocar la risa sin más, sino crear conciencia, ser sarcástico, que tenga sentido lo absurdo y elevar a categoría superior aquello de «serás payaso». Que contribuya a no menospreciar el sentimiento, a ensanchar el campo de visión de la cerrazón de unos pocos, a hacer ver los defectos del rey a modo de bufón de otros tiempos (aquel que se cree superior), a descubrir que «de payasos, poetas y locos todos tenemos un poco».

 

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