«Hoy en día hay poco pensamiento. Pensamos todos igual porque vivimos más o menos todos del mismo modo»
Un año más, el Teatro Lagrada apuesta por la danza con el Festival Miradas al Cuerpo. Ya es la décimocuarta ocasión en que varias compañías dedicadas a esta disciplina desfilan por el escenario de este teatro del barrio de Embajadores mostrando algunas de las creaciones más actuales y experimentales de la danza contemporánea.
La compañía Al descubierto Physical Theatre será la encargada de abrir este festival que, entre el 28 de mayo y el 20 de junio, acogerá además a Inervo Art Company, la Compañía Samuel Ramirez y Bolonia Experimental Company. Los creadores de las piezas que componen el programa del Festival nos irán hablando sobre su trabajo y la importancia de iniciativas como esta que siempre levanta con mucho esfuerzo y mucha dedicación Teatro Lagrada.
Jonathan Martineau y Nataliya Andru, de Al descubierto Physical Theatre, nos hablan de su espectáculo Una danza para todos y para nadie que podrá verse del 28 al 30 de mayo.
Miradas al Cuerpo en Teatro Lagrada
Por Rubén Cabaleiro (Periodista y bailarín solista del Ballett am Rhein)
¿Cómo encaja esta propuesta en la línea artística que lleváis en Al descubierto Physical Theatre y con vuestros montajes anteriores?
Nataliya Andru: Una danza para todos y para nadie es una obra de danza butoh, aunque también se nutre de nuestra experiencia en otros campos. Yo vengo del teatro físico y la danza, cabalgando entre múltiples metodologías y vías de abordar el acto escénico. Mi compañero Jonathan Martineau desarrolla una investigación llamada butosofía, amalgama de butoh y filosofía o, como él lo llama, “sabiduría de la necesidad, el amor hacia lo que escapa del lenguaje”.
Al descubierto Physical Theatre somos una compañía que trabaja desde el enfoque de que las cuestiones estilísticas y estéticas pueden ser superadas por la necesidad de la creación. Esta obra, inspirada en Así habló Zaratustra, de Nietzsche, nos llevó a lugares inesperados y tiene atisbos de un montaje teatral con personajes y sus historias, y desde otras perspectivas no es más que una danza. Como dijo Kazuo Ohno: “No es butoh, solo es danza”. Pero no toda danza es butoh. La libertad respecto a la forma que caracteriza el butoh nos permite el desarrollo de herramientas de creación sin ordenarlas a expectativas específicas. Si en algún momento una obra recién nacida no ‘encajase’ dentro de la línea que llevásemos hasta ahora en la compañía, sería todo un éxito.
Como comentáis, para la creación de este espectáculo os habéis inspirado en la que se considera la obra maestra de Nietzsche, Así habló Zaratustra: Un libro para todos y para nadie. ¿Cómo ha surgido la idea y cómo se articula su filosofía en vuestra obra?
Jonathan Martineau: Podemos asumir la palabra ‘inspiración’ en este contexto. Hemos abierto Así habló Zaratustra y hemos expuesto nuestros cuerpos danzantes a su aliento. No se trata de una pieza sobre Zaratustra, ni mucho menos de una traducción a escena de esta obra de Nietzsche, primer filósofo que leí intensamente hace casi 20 años, y que sigue bien vivo en mí. Me gustaría algún día hacer una obra atravesando Zaratustra, explorando desde el cuerpo pensante toda la riqueza de la obra. De momento, Una danza para todos y para nadie es una primera aproximación. Hemos usado el libro de Nietzsche como un mapa hacia nuestra necesidad subconsciente del momento, para hilvanar danzas que potencialmente nos pongan en contacto con una libertad vertiginosa. Dice Nietzsche que hay que escribir con sangre, para entender que la sangre es espíritu. Preguntaba a menudo Tatsumi Hijikata, el creador del butoh, por la sangre de la danza. Hay que danzar con sangre, para entender que danzar es pensar en el sentido más bello de este verbo. No opinar, no mover muebles conceptuales, no ordenar, ni argumentar, ni jerarquizar. Pensar en tanto crear, pensar en tanto dejarse atravesar por una necesidad íntima e impersonal al mismo tiempo. Pensar como un abrirse a la vida anónima. En este sentido, Zaratustra siempre ha estado ahí, en todas mis danzas y toda mi investigación, pues Zaratustra imaginaba al ser humano como un puente. Esta enseñanza, en mi comprensión, es el pilar del movimiento: somos esencialmente un puente, un conector, un interfaz, un con, un entre, un vacío.
Para esta creación escénica en concreto, hemos ido a bucear en el libro para permitir que sus aforismos y metáforas y flechas tiñeran nuestra danza para generar una atmósfera onírica. Zaratustra ha sido una herramienta para explorar nuestra danza, una danza que nos libera un poco de nosotros mismos y nos proporciona la posibilidad de ser cada vez más puente.
¿En este proceso que nos explicáis habéis encontrado algún tipo de dificultad?
Jonathan Martineau: No pretendemos escenificar una visión filosófica. No queremos explicar a Nietzsche, ni medirnos con él, ni narrar el viaje de Zaratustra. En Nietzsche, que afirmaba no ser un ser humano sino dinamita, todo pensamiento es emanación de una organización fisiológica. Todo pensamiento es síntoma del subconsciente corporal. El libro que Peter Sloterdijk dedica a Nietzsche se titula El Pensador en escena. Pensar filosóficamente siempre es una escenificación del cuerpo, tal es la enseñanza del que filosofaba con un martillo. Pensar es un movimiento entre esto y lo otro, entre el pasado y el futuro, y el mundo es la gran escena donde nuestros pensamientos corporales entran en conflicto, en relación, en danza, en juego. La vida que llevamos delata nuestra manera de pensar. Podemos opinar diferente, podemos identificarnos con miles de discursos distintos, podemos llegar a ser un catedrático de lógica y pensar muy poco. El lugar donde vives, cómo te desplazas, qué comes, cómo vistes, qué movimientos y qué trayectorias encarnas en el mundo, la textura micropolítica de tus relaciones, ahí se ve qué piensas. Lo otro es solo viento, la verbalización de la opinión no es pensamiento. Y, siguiendo a Deleuze y Guattari, observando que pensar significa pensar de un modo diferente, llegamos a la conclusión de que hay poco pensamiento hoy en día. Pensamos todos igual porque vivimos más o menos todos del mismo modo. Y será cada vez más difícil escenificar en el mundo un pensamiento a través del cuerpo encarnado. Pensar nace. Pensar se escapa a través de las grietas. Y cada instante la vida ciudadana se hace más perfecta, más inmune al pensamiento que la expone a su otro. Nosotros danzamos para mantener viva la alteridad en el cuerpo, danzamos para perdernos, danzamos para soplar sobre las brasas de la vida anónima e inapropiable que da sentido a la existencia del sujeto individual. Danzamos para desposeernos. Nos hemos inspirado en Zaratustra para poner en escena un ejercicio de desposesión subjetiva. En este sentido, no hubo mucha dificultad, más que cuadrar horarios y encontrar salas. Zaratustra es una dinamita y leerlo en danza te pone en un gozoso peligro. La cuestión más difícil, el desafío más necesario es realmente cómo seguir pensando en un mundo con cada vez menos distancia, cada vez más acabado, sin futuro ni pasado. ¿Cómo escenificar pensamiento en un mundo tautológico que encuentra su sentido en la perpetuación de sí mismo? Esa es la pregunta. Danzar en escena no es la respuesta, obviamente, pero por lo menos mantiene la pregunta viva.
¿Es la primera vez que creáis juntos? ¿De qué forma os habéis organizado el proceso creativo y qué ventajas e inconvenientes habéis encontrado como pareja artística?
Nataliya Andru: Con una querida maestra y amiga, Evelyn Viamonte, y con Jonathan en el 2018 creamos Cenizas y diamantes, y tanto aquella vez como ahora en Una danza para todos y para nadie trabajamos co-creando. Traíamos propuestas a cada sesión e improvisábamos sobre ese material, y poco a poco, perfilábamos ciertos fragmentos que nos interesaban y otros tantos íbamos descartando. Después de varias semanas de experimentación, los caminos por los que seguir se hacen más claros y también los deseos de cada creador. En Una danza para todos y para nadie en un momento sentí que abruptamente la obra ya estaba ahí. Como si ella nos buscase para manifestar sus deseos y necesidades a través de nosotros, y no al revés.
Jonathan Martineau: Cenizas y diamantes trató de la emigración, queríamos saber qué pensaban nuestros cuerpos del viaje en sentido único que cada uno de nosotros había empezado. Siento que esta pieza continúa la interrogación llevando la pregunta a un ámbito más abstracto, o más existencial. Hemos improvisado mucho a través de los mapas de Zaratustra para entender qué necesitamos danzar ahora. ¿Qué necesita la vida? ¿Por dónde sigue el viaje? Y, como dice Nataliya, en cierto modo, hemos esculpido la pieza. Lijando, quitando, rompiendo, la obra fue apareciendo. Hemos descubierto una narrativa, una atmósfera, hasta unos personajes que se entretejen en escena según la misma lógica que organizan los sueños. No es el azar que ata las escenas, tampoco son caprichos, son corazonadas, son intuiciones, pequeños destellos de lucidez que hacen que al final haya una historia, que de cierto modo no cuenta nada sino que afirma que el misterio sigue vivo. La pregunta sigue viva y con ella la posibilidad de lo otro, y con lo otro la posibilidad del nacimiento de lo nuevo.
¿Ha sido en la danza o en el teatro donde habéis encontrado más herramientas para la representación de lo que queríais expresar?
Jonathan Martineau: Vengo del viaje. Ahí me he formado. Escapo. Huyo. Toda mi vida. Los trenes, los coches, los zapatos. Luego los libros. Estas sociedades y su hipocresía congénita dan una pena terrible. Estamos dominados por lo que Nietzsche llamaba los últimos hombres y el resentimiento en contra de la vida es la médula espinal del ciudadano trabajador consumidor. No queremos expresar nada. Tampoco representar, ni denunciar, ni mostrar. Quiero salir de aquí. En escena a veces se abre un portal y podemos sabotear un poco el mundo estático y las identidades fijas. La nuestra en primer lugar. No somos moralistas. Es en el butoh donde yo encontré, después del viaje, los libros, la filosofía, la escritura, el clown y los malabares, las herramientas para continuar. Citando el trabajo de un compañero de camino, podemos decir que no hacemos ni danza, ni teatro, ni siquiera butoh. Danzamos nuestro camino fuera del totalitarismo del lenguaje. Eso es lo más importante, el compromiso con la salida, el otro, el afuera, el sabotaje, el terrorismo existencial, el vértigo. La danza y el teatro son perfectamente compatibles con este imperativo social contemporáneo de mantener tu celda limpia, el cuerpo saludable y la mente equilibrada. La decisión salvaje de extirparse de la identificación individual, social, nacional, humana, es lo que importa. En este camino no se prohíbe ninguna herramienta, ni tampoco se reivindica ninguna. Nacer es lo único que importa.
Los espectadores se van a encontrar con una obra de danza Butoh, ¿qué aporta esta disciplina a la expresión artística de la compañía y, más concretamente, a esta obra?
Nataliya Andru: El teatro está reservado al saber y al arte de encarnar y mimetizarse con las fuerzas que continuamente se desatan y brotan en todas partes, que espantan, que hechizan, que enamoran, que producen alegrías o dolor, las fuerzas que acompañan nuestras vidas. Pero el butoh está reservado a la sabiduría de lo incomprensible. Es cautivador porque es una danza que vaga en la periferia del ‘todos’: es el arte de los que intentan desbocados desprenderse de la influencia del grupo recurriendo al nacimiento, al salir de un lugar conocido hacia otro desconocido. En el nacimiento no hay identidad, hay un adentro y un afuera que se vierten continuamente uno en el otro. Sin que el enfoque necesariamente sea este, cuando uno practica el butoh el yo se hace más permeable, más difuso, al mismo tiempo que el espacio se hace cada vez más impredecible. Este arte conlleva la belleza del surgimiento que agota toda lógica narrativa del lenguaje. Zaratustra dice que lo peor de los hombres superiores es que no han aprendido a bailar como hay que bailar – bailar por encima de nosotros mismos.
El butoh resuena profundamente con el pensamiento del profeta. Bailar por encima de nosotros mismos solo es posible dinamitando la visión de un espacio inerte y fijo, vertiendo la mirada hacia lo invisible, afilando la atención, haciéndonos amigos de la muerte, ensanchando el territorio pre-lingüístico oculto en el fondo del cuerpo. Este enfoque desata lo inesperado y el mundo se presenta más vivo.
¿Qué supone para compañías como la vuestra iniciativas como este festival en salas off o de pequeño aforo como Lagrada?
Nataliya Andru: Esta obra tiene que ver con géneros escénicos poco programables, el butoh es una danza underground, se mueve en zonas apartadas, no geográficamente hablando sino espiritualmente. Una danza para todos y para nadie se estrenó en el festival Surge Madrid 2020 y poder verla transformarse en el tiempo es una suerte. Siempre es una alegría que nuevos espectadores se acerquen a este arte que nosotros practicamos donde la danza es un manantial inagotable de posibilidades y que abre dimensiones que subyacen a la realidad convencional. Es una obra de vértigos, de caídas, de éxtasis, de silencios y almas que se desnudan. No contamos el viaje del profeta Zaratustra, lanzamos puentes entre sus voces y nuestro movimiento.