«La obra es un buen reflejo de la precaria realidad laboral a la que se enfrenta mucha gente cada día»
Es actriz e impulsora, junto a Carlos De Matteis, del reconocido espacio Plot Point. Es la cara visible de una de las obras más longevas de nuestra cartelera: Mi madre, Serray y yo. Ahora protagoniza, junto a Verónica Bagdasarian, Radojka, una comedia sobre lo complicado que es el mundo laboral en la coyuntura económica y social en la que nos movemos actualmente, sobre todo para las mujeres de cierta edad. Marina nos habla de sus comienzos como actriz en Argentina, de su carrera y de este nuevo proyecto que espera guste mucho al público que se acerque a disfrutarlo a Plot Point.
Marina Skell protagoniza Radojka
Por Sergio Díaz
¿Cómo empezó tu amor por las Artes Escénicas?
Yo empecé ya en el colegio, ya me gustaba entonces actuar y subirme al escenario en los actos y esas cosas. En la secundaria también estaba apuntada en un grupo de teatro y hacíamos nuestras cosas, así que viene desde siempre. Incluso por herencia familiar, ya que tengo un primo de mi madre que es Antonio Gasalla, que es un actor muy reconocido en Argentina y mi abuela trabajaba en la compañía de Gasalla haciendo la taquilla y eso. Y cuando yo iba a ver a mi abuela los fines de semana lo que hacía era acompañarla a las funciones y empecé a ver este mundo muy de cerca y me encantaba.
Con esa herencia familiar es más fácil también que te llegue la magia de las Artes Escénicas, ya que vives cosas que otras personas ni se imaginan.
Sí, eso es cierto, ayuda mucho. Yo, por ejemplo, recuerdo vivamente ese momento antes de que entrara el público al teatro, ese silencio y esa atmósfera que se respiraba era mágica, sobre todo al saber lo que venía después. Aún hoy lo vivo igual, esos momentos antes de salir cuando todo está en calma me encantan.
Así que decidiste continuar por ese camino incierto…
Sí, yo vivía por entonces en La Plata, como a 60km de la capital, Buenos Aires. Y cuando había terminado secundaria yo ya había empezado a estudiar teatro y mi abuela me dijo que si yo quería hacer este camino me tenía que ir a Buenos Aires, porque todo lo que sucedía en mi país en ese ámbito ocurría allí por entonces. Así que me fui a vivir con mi abuela y empecé a estudiar teatro con profesores muy reconocidos en esa época y a hacer castings. Con 20 años me presento a un casting multitudinario que había propuesto una cadena de televisión que buscaban 9 intérpretes jóvenes nuevos y desconocidos y allí se presentó todo Dios y yo quedé entre las 9. Empezamos a hacer una serie de televisión que primero era semanal, grabábamos de 12 de la noche a 7 de la mañana porque no había otro horario para nosotros, ya que era un proyecto un poco de segundas para la cadena, claro. Pero funcionó tan bien la serie que al final terminó siendo diaria y eso ya fue un gran empujón para mí porque tuvo una gran repercusión mediática. En paralelo hago otro casting para una película con Federico Luppi y me cogen. Así que a los 20 años explotó todo para mí. Yo empecé a ser portada de revistas, decían que iba a ser la actriz del futuro en Argentina… cosas de ese tipo, no sé, fue estar en el sitio correcto en el momento adecuado. A partir de ahí empecé a trabajar mucho en tele, más que en cine, mucha telenovela donde siempre hacía de mala malísima y así fueron mis comienzos.
¿Y cómo te sabían los aplausos entonces, o ya que era tanta tele, el reconocimiento?
Era raro, el tema aplausos no tanto como dices porque apenas hacía teatro, yo el teatro empecé a hacerlo realmente aquí, cuando llegué hace 20 años. Como se daba todo por el lado de la televisión sí que la gente me paraba por la calle y era muy extraño porque te tratan con una familiaridad que tú no sabes ubicar. Y la gente venía y me agarraba y me decía que no fuera tan mala y yo no entendía que no hubiera distancia, yo era el personaje para esas personas que me abordaban, nunca Marina, y las cosas que hacía eran horribles y la gente me lo afeaba (risas), pero bueno, hay otro punto que está muy bien, claro, también reconforta en cierta forma que te conozcan por tu trabajo.
¿Y esa fue tu vida hasta que decides venirte a España?
Sí, a ver, en medio de todo esto yo conozco a Carlos (De Matteis), nos casamos y empezamos a tener hijos uno tras otro, hasta cuatro (risas), y eso hizo que de alguna manera se cortara mi carrera, no de trabajo, porque trabajo sí había, pero más bien el boom ese mediático hacia mi persona. Dejé de ser la actriz mona que la iba a romper y hubo un bajón de popularidad porque ya los personajes eran otros y pasé a ser actriz de reparto. Cuando la mayor de mis hijas tenía 15 y la pequeña 8 decidimos venirnos a Madrid. Tomamos esta decisión en base a varias cosas, pero sobre todo por la situación social que se vivía en Argentina. Y eso fue un freno a todos los niveles, claro. Hubo que empezar de cero ya que yo era una actriz conocida allí, pero aquí no me conocía nadie y encima con mi acento argentino, que nadie te da un papel para trabajar en la televisión con este acento si no es para hacer algo muy específico. Y entre ubicarnos, entender cómo funcionan las cosas aquí, sobre todo a nivel de gestión y burocracia, y escolarizar a los niños y la vida en definitiva, pues el tema de actuar quedó un poco en suspenso, había que trabajar de lo que fuera para sacar adelante a la familia. Yo trabajé en una inmobiliaria, Carlos hizo de electricista y cuando ya nos fuimos asentando decidimos retomar nuestra vena artística. Primero abrimos una escuela en un piso y luego en 2005 ya cogimos este local para poder tener una sala de exhibición además de la escuela. Yo al principio me encargaba de la parte administrativa de Plot Point y lo de actuar seguía en un segundo plano, hasta que en 2008 nos lanzamos con Mi madre, Serrat y yo y ya volví de nuevo a ejercer como actriz, esta vez desde un escenario.
Y Serrat te sigue acompañando hasta el día de hoy, 14 temporadas después.
Que se dice pronto, 14 años haciendo esta obra. Surgió como un proyecto mediano-pequeño, que es lo que nosotros por espacio podemos hacer, y la verdad es que nos sorprendió mucho la respuesta de los espectadores. Siempre cuento que estrenamos un lunes 5 de enero. Un día horrible para estrenar. Y sin que nadie tuviera referencia de nada, ni hubiera ningún comentario sobre la obra por Atrápalo, tuvimos 14 entradas vendidas para el estreno y eso nos dio algo de confianza. A partir de ahí la gente salía contenta, se corrió la voz y aquí seguimos todas las semanas.
Cuando miras atrás y piensas en los comienzos, ¿sientes que ha merecido la pena todo ese trabajo?
Sí, sin duda. Carlos y yo sentimos que Madrid es nuestro lugar en el mundo. Ninguno de los dos ha tenido ganas de regresar nunca a Argentina, lo cual nos habría puesto en una tesitura complicada, pero como eso no ha sucedido, pues aquí seguimos muy felices. A base de mucho esfuerzo hemos podido lograr la oportunidad de desarrollar lo que sabemos hacer y sostenerlo en el tiempo. Nuestros hijos creo que también han podido desarrollarse de otra manera y eso nos hace sentirnos muy bien. Fue un gran cambio en las vidas de todos el venir aquí, pero creo que mereció la pena, sí.
¿Podríamos definir a Plot Point como un espacio de reflexión?
Sí, pero mas bien yo diría que es un espacio de alegría, de disfrutar de lo que uno hace. De reflexión también, pero porque esa es la función del teatro, la de poner la mirada propia en conflictos universales.
Me refería un poco más a vuestras propias producciones, al teatro que hace Carlos, que él siempre quiere provocar preguntas al espectador, más allá de que su forma de hacerlo sea a través de un humor muy fino y sutil.
Sí, por ese lado sí, seguro. Enfocado desde ese lugar es cierto que el tema de dejar al espectador preguntas es muy de la cabeza de Carlos. Preguntas, emociones, reflexiones… pero es cierto que el tema del humor es algo fundamental para él, para que el mensaje cale de una mejor manera, ya que todo el mundo no siempre tiene ganas de venir al teatro a reflexionar. Tu pregunta la he tomado por ahí, porque la palabra reflexión suena como muy seria y te hice esa acotación, porque en Plot Point prima la alegría, y claro que abordamos temas serios y complejos, pero queremos que sea a través del humor.
Radojka es un poco esto que comentamos, ¿no?
Exactamente, es una comedia pero es una obra política al fin y al cabo. Y digo política en el sentido de que refleja, exageradamente y desde un humor negro muy importante, una realidad que en mayor o menor medida mucha gente transita como es la precariedad laboral, que es el eje fundamental sobre el que se articula la obra. Está contada desde un disparate, pero lo que se plantea es: ¿Qué estás dispuesto a hacer para no perder tu trabajo? Una realidad que siempre está ahí, pero en épocas de crisis como la que estamos viviendo, pues toma más relevancia si cabe. Y es que las cosas ahí fuera están muy complicadas, no sé si somos conscientes de eso, pero cuando se acaben los ERTES habrá que ver qué pasa con toda esa gente cuyo trabajo pende de un hilo y habrá que ver si las cosas vuelven a estar como estaban antes de la pandemia.
He visto que la obra ya se ha montado en Latinoamérica
Sí, en varios países de allá como Argentina, Chile, Uruguay, Colombia… y está siendo un éxito de público impresionante. Así que esperemos que aquí también lo sea (risas). La gente que venga se va reír muchísimo de primeras, porque es una comedia pura y dura. Luego ya, cuando salgan, le irá quedando el poso de lo que de verdad sucede en la obra, al igual que sucedía con el neorrealismo italiano, que te reías, pero luego pensabas en lo que acababas de ver y se te iba borrando esa sonrisa. Que igual te sucedía al día siguiente, no en el momento, pero te llega.
Es que esta comedia va de dos mujeres de cierta edad que se aferran a lo único que tienen para no salirse de una rueda que las sacaría del sistema para siempre, con lo que ello conlleva…
Sí, y eso es muy triste también, de ahí lo que hablamos. Están en una edad muy complicada. Son dos mujeres sin preparación a las que la vida las ha ido llevando de acá para allá y trabajan de cuidadoras de Radojka. Y sin esa preparación, sin ahorros, sin otras expectativas, ¿qué haces? Pues locuras, como vemos en el montaje.
Es una obra creada por dos autores uruguayos (Fernando Schmdit y Christian Ibarzabal) pero que habla de algo universal, y quizá ahí radique su éxito, de esa precariedad laboral y de ese sistema tan cruel con las mujeres de cierta edad, algo que ocurre en todos los lugares.
Así es, las mujeres de mi edad somos invisibles a las miradas de todo el mundo dentro de esta sociedad. Si no te miras al espejo ya no te mira nadie y en lo laboral es aún más sangrante. En el ámbito de las Artes Escénicas ya vemos que apenas hay trabajo para nosotras y sobre todo papeles protagonistas, y en los demás sectores pues igual. La sociedad ni nos mira ni nos incluye.
¿Cómo dais con este texto?
Tenemos un buen amigo, Franklin Rodríguez, que es dramaturgo, director y actor uruguayo que trabaja muchísimo allí y nos habló de esta obra y nos la pasó y así nos enteramos de su existencia y vimos que Patricia Palmer, una actriz con la que yo trabajé, la estaba haciendo en Argentina y nos decidimos a hacerla también aquí nosotras.
¿Cómo se consiguen los derechos de una obra como esta?
Pues depende de la obra. En este caso todo se hace a través de SGAE, se paga un porcentaje de taquilla y ya. A veces te piden un adelanto. También hemos hablado con los autores, negociamos con ellos, les pareció bien y aquí estamos con Radojka.
¿Habéis cambiado algo del texto original?
No, está tal cual, hemos respetado el texto, aunque esa fue una duda que tuvimos al principio, si españolizarlo o no. La diferencia es que situamos la obra en España y somos dos cuidadoras argentinas, hemos modificado alguna palabra para que se entienda mejor, pero no mucho. Mi compañera de reparto, Verónica Bagdasarian y yo, nos reímos porque en la vida cotidiana ya no hablamos de una forma tan ‘argentina’ y en la obra nos sale todo eso que llevamos dentro (risas).
¿Desde dónde has trabajado el personaje para dar vida a esta cuidadora?
En escena hay dos mujeres que son dos personajes con personalidades distintas. Una (Gloria, que es el personaje que hago yo) tiene una personalidad más autoritaria, es la que va llevando adelante el plan, y la otra (Lucía, que es el personaje que hace Verónica) es una mujer más insegura y se va dejando llevar y aceptando cosas inaceptables. Desde ese lugar, en los ensayos era ir buscando todo el rato el contraste con mi compañera. Trabajamos también investigando para ver de dónde podían venir estos personajes, fuimos realizando improvisaciones físicas para ir adecuando sus movimientos en función de lo que nos íbamos encontrando. Al principio parecía claro que las dos mujeres éramos de un ambiente bajo y pobre, luego vimos que Gloria, mi personaje, era una pija venida a menos. Fuimos probando diferentes trajes para encontrar los colores que consideramos adecuados para conformar esta puesta en escena.
Carlos De Matteis es el director de la obra, ya has trabajado mucho con él y le conoces muy bien, dado que es tu marido. ¿Cómo se lleva eso?
Pues bueno, a veces va mejor y a veces peor (risas). No, en general muy bien, porque son muchos años juntos, de hecho acabamos de cumplir 38 años de casados, así que fíjate si son años. Yo confío plenamente en él. A veces, a lo mejor no veo por dónde está yendo y yo me voy preguntando «¿y por qué estamos haciendo esto?», y a veces ya digo que nos pongamos a hacer y paremos de investigar porque se nos acaba el tiempo (risas), pero sé que él tiene su camino y su experiencia para llevar a buen puerto los montajes y tantos años en cartel así lo demuestran. La comedia se le da muy bien.
¿Y en la vida cotidiana Carlos te da indicaciones sobre la obra?
Noooo, solo faltaría (risas). Desde hace ya muchos años tenemos la buena costumbre de no hablar en casa del teatro. Cuando hay cosas que resolver nos ponemos un tiempo concreto, hacemos una reunión o lo que sea y paramos y seguimos con nuestra vida normal, porque si no es un lío monumental.
Tú también has dirigido algo, pero no mucho. ¿No te llama esa faceta?
No, la verdad es que no mucho. Lo que dirigí al principio fue ¿Y si Dios fuera mujer?, un espectáculo con el que nos recorrimos España de punta a punta. Luego vino Diosas, divinas y peligrosas, que también nos fue muy bien y con el que nos fuimos hasta Chile, pero después ya no he encontrado nada que me seduzca. Yo trabajo mucho con la persona, de poder sacar de cada persona algo, eso sí que creo que se me da bien. Lo de coger un texto y pensar la puesta en escena ya me cuesta algo más. Y de momento no he encontrado otra cosa que me seduzca, me sigue encantando estar encima de un escenario. También soy fotógrafa y estoy explorando esa vertiente, así que de momento feliz con lo que voy haciendo.
Y ahora que ha pasado el tiempo, volviendo al principio, ¿qué sientes cuando te aplauden?
Ahora sí, ahora lo disfruto un montón. Y cuando se ríen aún más. Eso fue todo un descubrimiento, porque yo no había hecho comedia en Argentina, ni teatro como te dije, y la verdad es que fue maravilloso descubrir cómo la gente se reía con mi trabajo. Y lo descubrí con Mi madre, Serrat y yo. Para mí, mi momento feliz de la semana es venir a hacer esta obra, aún hoy, es cuando mejor me lo paso. Son tantos años que ya lo tengo en vena y sigue estando tan vivo que me hace muy feliz. Y espero que con Radojka pueda pasar algo parecido.
¿Y aunque sean tantos años, cada función es distinta?
Sí, es un juego diferente cada día. Le gente me dice que si no me aburro de hacer tantos años la misma función, y es al revés, cada vez lo disfruto más. Yo, las obras nuevas no las disfruto tanto, no lo paso bien con los comienzos, con el proceso de ensayos, siento más responsabilidad. Y con Mi madre, Serrat y yo es simplemente salir y disfrutar. Además, tenemos dos actrices que van haciendo el papel de la hija en paralelo, con lo cual ya existe un cambio, porque me tengo que adaptar a cada una de ellas y ya han pasado 14 actrices por la obra, con lo cual es que sí que es diferente cada función. Por ejemplo, en Yo decido. Amor, sexo y muerte, que es la otra obra que he estado haciendo últimamente, es un monólogo, estoy yo sola en escena y ya me lleva a otra energía. En ninguna de las dos obras ya hacemos ensayos grupales, salvo que haya algún cambio, no hace falta después de tanto tiempo, pero en la que estoy sola sí que el día de la función me meto más en personaje durante las horas previas, lo voy repasando y haciendo mentalmente. Me encanta también a dónde me lleva, pero es otra cosa. Y con Mi madre, Serrat y yo es la satisfacción plena.
¿Cómo es el futuro de Plot Point?
Pues estamos investigando en cómo abordar la formación, trabajando más el tema digital y viendo sus posibilidades, que son muchas, y que hemos implementado con la pandemia. Estamos trabajando en ello. Somos pocos para hacer mucho y con todo el trabajo que hay en el día a día pues bastante tenemos, pero por supuesto que miramos hacia delante, explorando nuevos caminos para seguir consolidando el proyecto.
A nivel programación también he visto algunos cambios en lo que era habitual.
Sí, estamos buscando nuevas fórmulas y nuevos caminos. Estamos intentando traer más compañías de fuera para que puedan mostrar aquí sus trabajos, aunque es difícil programar un fin de semana a gente que no se conoce mucho porque al público le va a costar más acercarse al teatro. Es una ecuación que nos ha dado siempre dolor de cabeza, pero este año nos hemos decidido y estamos probando a ver si funciona. Estamos dando más fechas a las compañías también, en vez de dos o tres días que puedan hacer seis funciones en fines de semanas alternos. A ver si con el 100% de aforo se va notando más afluencia. Los infantiles siguen funcionando de maravilla, por ejemplo y seguimos ofreciendo espectáculos de calidad para toda la familia. Hemos sacado las convocatorias de apadrinamiento para dar oportunidad a los nuevos montajes, en fin, que como te digo seguimos innovando, probando cosas para encarar el futuro de la mejor manera posible.
¿Y en ese futuro queréis que Plot Point pueda funcionar sin vosotros o morirá cuando Carlos y Marina ya no estén?
No, la idea es que siga aunque sea sin nosotros, claro. Tenemos que encontrar las personas que quieran hacerlo posible, porque sería una pena que terminara.
Son muchos años. Es un legado cultural muy importante para la ciudad.
Pues sí, eso también. Y quien venga tendrá su impronta, claro, no será el mismo lenguaje ni la misma forma de hacer que nosotras, pero ojalá podamos encontrar a alguien que tenga una visión parecida del teatro que pueda dar continuidad a Plot Point. Nuestras hijas ninguna ha querido seguir este camino, todas se dedican a otras cosas. Estamos empezando a ver personas que están cerca y que nos interesa su modo de trabajar para proponerles alguna cosa en común y para ir iniciando esa transición, que hay mucha gente valiosa que no tiene por ahí un espacio para poder desarrollarse.
¿Crees que tener un espacio propio, por la energía que tienes que poner en él, ha ido un poco en contra de tu carrera como actriz?
Puede ser, pero ha sido una elección personal. Igual me dijeron cuando estaba en el top de mi carrera en Argentina y empecé a tener hijos, que si no me arrepentía de eso, pues claro que no, nunca sentí que había perdido cosas de mi carrera porque fue mucho más importante, emocionalmente y desde todos los sentidos, tener una familia. Nunca pensé que pudiera hacer sido Penélope Cruz, no he pensado en eso. Y con lo que me preguntas de la sala pasa un poco lo mismo. Es cierto que hice una película en 2016 con Bárbara Lennie (María y las demás) y me di cuenta que me encanta hacer cine, me lo paso increíblemente bien, pero Plot Point es mi proyecto personal y requiere de una gran cantidad de energía, como tú dices, y es ahí donde pongo el foco, no en hablar con directores de casting, pero lo llevo con mucha alegría y sin ninguna contradicción al respecto. Es un proyecto común con Carlos, nos ha fortalecido como pareja, somos muy buen equipo y me encanta. Plot Point es mi vida y no lo cambio.