Madre infinita
Por Alberto Morate
Foto: Raquel Rodríguez
Me dejé caer cuando Federico fue asesinado. Viví de prestado desde entonces. Si pude seguir hablando, y comiendo, aunque fuera tierra, fue por mis otros hijos y porque creo que se lo debía. A él, tan vivo siempre. Sobre mi cabeza pesaban las dudas, los silencios, el frío en pleno verano.
Desde aquel verano de 1936. Desde agosto. Se me había caído el tiempo ya para siempre. Me ayudaron tus versos y tus obras de teatro. Tus cartas. Tu voz que seguía flotando en el aire. Y después comprendí que también habías sido salvavidas de muchos otros. De todos los que te conocieron y todos los que te leyeron y descubrieron luego. De todos los que aún hoy siguen, y continuarán manteniéndote vivo entre ellos.
Para siempre ya fue siempre invierno. Pero hemos cerrado el balcón porque no queremos oír más el llanto. Al final, me sobrevives, y yo, por fin descanso.
Así podría expresarse Vicenta Lorca, la madre del poeta. Así, y a su manera, lo han entendido tres profesionales de la escritura, que han dado su visión de lo que Vicenta podría haber dicho, podría haber pensado, podría haber sentido, podría haber sufrido. Itziar Pascual, Yolanda Pallín y Jesús Laiz, soñadores de cuchillos de plata, de lunas y sus romances, de personajes de dramas que han bebido del gran dramaturgo de nuestra escena, y del inmenso poeta de nuestros sueños. Nos traen a Vicenta, humana y real, madre infinita, la madre fuerte y no quejumbrosa, aunque los recuerdos la estén atormentando.
Y lo hacen poniéndola en el cuerpo y la templanza, la voz y el sentimiento de Cristina Marcos. Que se desvive por vivirlo, que se asoma a nuestra emoción como pidiendo permiso, pero entrando de lleno.
Hay hojas de otoño en el suelo. Y una mesa de maestra, y maletas con títeres de cachiporra que son ella misma y Federico, y un piano que pudiera ser de Falla, pero es de Cristina Presmanes que lo ejecuta a través del tiempo.
También aparece Lorca poeta, en blanco y negro, en onírica visión no distorsionada, porque está, y pocos más lo han conseguido, en nosotros. Ahora se llaman Daniel Albadalejo, o Ángel Ruiz, o Miguel Rellán, o Elisa Matilla, o Manuel Paso, o podría ser Alberto Morate, o Javier Gómez, o Blanca Martín, por inventarme algunos nombres. Porque ese Lorca somos todos ya, desde que hemos dejado de buscarlo y es él, el que nos encuentra.
Así lo comprende el director José Bornás, y así nos lo presenta. Con la delicadeza con la que un hijo trata a su madre, con la ternura con la que una madre nos habla de su hijo, con el amor que se pone siempre a quien queremos.
Lorca, Vicenta. Como cuando se pasa lista. Pero esta vez para incidir en que esta mujer fue la que dio vida a Lorca, Federico.