La Compañía Nacional de Teatro Clásico pone este mes en escena una de las apuestas de la compañía para esta temporada, junto a la ya vista, y muy celebrada, La discreta enamorada y la próxima llegada de El castillo de Lindabridis, estreno absoluto de lo nuevo de Nao d’amores.

En esta ocasión Lluís Homar vuelve a sacar los pies fuera del tiesto de la programación del repertorio del Siglo de Oro, para alegría de unos y escándalo de otros, y propone visitar la segunda mitad del siglo XIX para descubrirnos la historia del precursor de un estilo teatral que posteriormente nos ha regalado géneros tan nuestros como la revista o el cuplé, hablamos de Francisco Arderius y su compañía Los bufos madrileños que ahora vuelven a cobrar vida en escena bajo la dirección de Rafa Castejón.

 

UN EMPRESARIO TRANSGRESOR

Francisco Arderius además de actor y cantante, no demasiado bueno según se cuenta, fue un innovador empresario teatral de la época. Tanto fue así, que él fue quien introdujo en nuestro país la fórmula de la ópera bufa de Offenbach tras un viaje a París del que volvió absolutamente deslumbrado. Y es que, siendo un país en el que (casi) siempre nos hemos reído hasta de nuestra propia sombra, pensó que este estilo teatral, entre lo satírico y lo musical, podría funcionar con éxito en nuestros escenarios. Y acertó de pleno, ya que, como dice Castejón, “su compañía puso patas arriba el teatro en la España de los convulsos años que antecedieron y sucedieron a la revolución de 1868”.

Cuenta el propio Castejón que fueron el propio Homar y Xavier Albertí quienes le descubrieron la existencia de Arderius y su compañía, a pesar de venir de una familia como la suya, tan fuertemente vinculada al mundo de la lírica. “Me sorprendió no saber nada de don Francisco, el poco conocimiento que se tenía en general de este interesantísimo fenómeno teatral decimonónico y la honda huella que dejó en su época”.

Ahora, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, recupera su figura y pone en escena la historia de esta compañía, utilizando Los órganos de Móstoles, cuyo libreto fue firmado por Luis Mariano de Larra, hijo de Mariano José de Larra, estrenándose en el Teatro del Circo de la Plaza del Rey en 1867, historia que arrancaba con un padre que busca marido para sus hijas, subastándolas en la sección de anuncios del Diario Oficial de Avisos.

 

<i>Los bufos madrileños</i> y nuestra comedia musical en Madrid
Imagen de ensayo de Los bufos madrileños. Foto de Sergio Parra.

 

EL MADRID DE AQUEL ENTONCES

“El plan dramático de Los órganos de Móstoles fue trazado por Larra con mano maestra; sus personajes parecen arrancados de las caricaturas de Ortego y se expresan por medio de una versificación chispeante y variada. Como es habitual en el repertorio de los Bufos, la ruptura de la cuarta pared es constante, dotando a la obra de una ironía moderna cuyo humorismo continúa funcionando”, apunta el musicólogo Enrique Mejías García, quien además explica que el libreto hacia alusión a la vida anterior a La Gloriosa, que supuso el destronamiento de la reina Isabel II, donde se hacían alusiones a acontecimientos de la época como el ferrocarril, al telégrafo eléctrico e incluso el espiritismo, y donde se realizaba una parodía de personajes como el Tenorio.
Mejías García añade que el estreno de este título fue todo un escándalo en la época: “la compañía tuvo que cortar chistes y el Gobernador de Madrid secuestró la primera edición del libreto -Oops!-. Arderíus, sin embargo, continuó representándola hasta la década de 1880”.

La puesta en escena que veremos en esta ocasión en el Teatro de La Comedia, interpretada por Clara Altarriba, Chema del Barco, Antonio Comas, Paco Déniz, Eva Diago, Natalia Hernández, Beatriz Miralles y David Soto Giganto, junto al propio Rafa Castejón, es un claro homenaje a los cómicos y cómicas y resulta una fabulosa oportunidad de poder descubrir ese legado nacional que poseemos, que ha servido para que nuestra cultura adquiera su propia identidad y que, sin embargo y sin motivo aparente, ha quedado arrinconado en el cuarto oscuro de la desmemoria… ¡Hasta ahora!