Comedia sin título, poeta, dramaturgo
Por Alberto Morate
Foto de portada: Luz Soria
La luz se hace en el escenario y ya no hay vuelta atrás, hasta que el teatro se destruya. Y el clamor del pueblo se impregne del rocío de la mañana y del polvo de la tierra.
Lorca no quería un teatro burgués al uso. Lo pretendía visible y quizás tremebundo, a pie de pueblo, con el corazón palpitando. Y advierte que el que no lo quiera, puede abandonar la sala.
Está sediento de teatro y no puede desdeñar la poesía. Trabaja incansable para abrir una senda nueva que desprecie la pacatería.
Quiere que el espectador sienta lo que pasa. Por lo tanto, ya no será el público, sino una parte fundamental de la obra.
Si le fuera posible, haría crecer los árboles en escena. En contrapartida, la destruye, no malintencionadamente, sino buscando la verdad. El teatro no puede ser mentira. No son solo palabras, no solo personajes, hay que plasmar en realidad los sueños, hacer realidad la poesía.
Y creo que Marta Pazos, junto con José Manuel Mora, así lo entienden. Beben de las fuentes del propio Federico con retazos de Antonin Artaud y su teatro de la crueldad, el teatro surrealista desde Apollinaire hasta Alfred Jarry, y la palabra muda para dar paso a la plasticidad, a la música, a las luces, al vestuario sin vestuario, una amalgama de lenguajes físicos, simbólicos, repetitivos.
Se lanzan al abismo de creer y crear lo que Lorca podría haber pergeñado. Después de la destrucción del teatro, solo cabe hacer una visita a La Morgue, antesala del Cielo. Y en esas ubicaciones, si se pueden llamar así, sus fantasmas y sus miedos, su homosexualidad y su soledad en las profundidades, su caída libre hacia el abismo de una sociedad demasiada retrasada para su concepto de arte y creación.
La obra no tenía título, y así nos ha llegado, Comedia sin título, desnuda, como los actores de esta compañía Voadora que maneja Marta Pazos.
Dicen que… Lorca quizás la hubiera titulado El sueño de la vida, en conexión con Calderón y con Shakespeare y ¿por qué no? El sueño sin vida. Pero eso es lo de menos. Como muchos poemas que no tienen título, su epígrafe principal es el primer verso, en este caso es el primer acto, es la valentía del autor, es el poeta dramaturgo considerando su desgarro con el teatro.
Cuando la luz se va desvaneciendo y la luna, entonces, hace acto de presencia. Esa luna lorquiana humana y sensual, también acechante, luz enemiga del día que da paso a los focos anaranjados de un sol ausente.
Lorca revive en la noche, en las sombras, en las tardes del Centro Dramático Nacional, sediento de verdad.