El pasado enero en Madrid un centenar de personas se manifestó frente al Teatro de la Abadía contra el estreno de la obra Altsasu. Hace poco más de un mes, supimos que en un condado de Florida (Estados Unidos) han censurado en las escuelas La casa de Bernarda Alba, entre un total de 673 títulos, porque expone a los alumnos a ‘conductas sexuales’. No son casos aislados.
En Godot hemos aprovechado que hasta final de temporada la cartelera estará salpicada con diversos montajes en torno a los textos de Federico García Lorca para reivindicar su obra, su lucha por las libertades y su indiscutible contemporaneidad. Charlamos con tres de los directores de estos estrenos: Alfredo Sanzol, sobre La casa de Bernarda Alba (en el Teatro María Guerrero, del 9 de febrero al 31 de marzo); con María Goiricelaya, sobre Yerma (en el Teatro Fernán Gomez, del 8 al 25 de febrero) y con Carlos Marqueríe, sobre Poeta en Nueva York (en las Naves del Teatro Español en Matadero, del 23 de mayo al 2 de junio). Además, permanece en cartel en el Teatro Infanta Isabel el espectáculo protagonizado por María Peláe, Lorca por Saura, dirigido por el cineasta antes de fallecer, y que recrea la vida del poeta desde su nacimiento en la vega de Granada hasta su fusilamiento.
LORCA, CON SUS PUNTOS Y SUS COMAS
Un mes antes del estreno de La casa de Bernarda Alba, el director Alfredo Sanzol tiene la generosidad de abrirnos las puertas de la sala de ensayos del Centro Dramático Nacional, en el distrito de Usera. Cuando llegamos, las 15 actrices que conforman el elenco se están microfonando, antes de pasar el texto con la ayudante de dirección, Beatriz Jaén. Ya lucen el vestuario diseñado por Vanessa Actif. Todas de negro, pero con ropa que podríamos vestir hoy cualquiera de nosotras. Con un toque bastante moderno, incluso, para las más jóvenes. Tiene que ver, en palabras de Sanzol, con “el deseo de que el público ahora reconozca a los personajes como iguales, que La casa de Bernarda Alba no sea una historia que le pasó a unas mujeres en tiempos remotos, sino que es una historia que trae energías de tiempos remotos como parte de nosotros”. También la escenografía de Blanca Añón, en la que destaca un impresionante telón de tul, y la música de Fernando Velázquez, a modo de caja de resonancia del corazón de Adela, nos recordarán que, efectivamente, vivimos en el siglo XXI.
Lo que sí ha querido dejar intacto Alfredo Sanzol es el texto que en 1936 firmó Lorca. Salvo tres expresiones que retratan con mayor exactitud lo que vemos en escena, las palabras que escucharán los espectadores desde el escenario serán tal cual las que escribió el dramaturgo. Y así lo pudimos comprobar en la lectura previa al ensayo, con todas las actrices sentadas en el escenario: Ester Bellver (María Josefa), Eva Carrera (Amelia), Ana Cerdeiriña (Mujer 1), Ane Gabarain (La Poncia), Claudia Galán (Adela), Belén Landaluce (Magdalena), Patricia López Arnaiz (Angustias), Chupi Llorente (Mujer 3), Lola Manzano (Mujer 4), Inma Nieto (Criada), Celia Parrilla (Mujer 2), Sara Robisco (Martirio), Isabel Rodes (Prudencia/Mendiga), Ana Wagener (Bernarda) y Paula Womez (Muchacha).
“Quiero que el público tenga la oportunidad de ver lo que Lorca escribió y de ver cómo eso que Lorca escribió, ahora parece que se ha escrito ayer”, responde Sanzol a la pregunta de si dudó ante la posibilidad de versionar o adaptar el texto.
LORCA, SIN UNA PALABRA DE LORCA
Caso contrario es el de la Yerma –Premio Max a la Mejor adaptación o versión teatral en 2023 y finalista a Mejor directora y Mejor actriz-, que versiona y dirige María Goiricelaya junto a su compañía, La dramática errante. Sobre el escenario, Ane Pikaza, Aitor Borobia, Unai Izquierdo, Loli Astoreka y Leire Orbe no pronuncian ni una sola de las palabras que Lorca puso sobre el papel. “Creo que no deberíais llamarle Yerma porque esto no es Yerma”, les han llegado a decir. “Hay disidencia con respecto a si el título es pertinente o no, aunque la mayoría está de acuerdo. Y creo que está de acuerdo -argumenta la directora vasca- porque, efectivamente, aunque no tiene una palabra de Lorca, hemos seguido los cuadros de Lorca, dentro de lo que es ese traspaso a esta percepción o a este planteamiento más contemporáneo”. Como añadido, para que “tuviera una resonancia más realista”, aquí Yerma es una reputada artista bilbaína; su marido, un exitoso hombre de negocios; su hermana, una mujer atropellada por la vida y su madre, esa persona que nunca la abrazó.
Esta producción, que nació en la sala BBK de Bilbao, acerca también parte del imaginario a la ciudad vizcaína. “Nos apetecía mucho -rememora Goiricelaya- que tuviera relación con la ciudad y la perspectiva de lo que es una pareja de clase media que aparentemente lo tiene todo -buenos trabajos, una vida social envidiable, amigos…- que disfrutan, para ver qué pasa cuando la naturaleza se interpone y dice: esto que tú quieres [la maternidad], tan acostumbrada como estás a conseguirlo todo en la vida, no va a ser posible”.
LORCA, FLUYENDO EN LOS EXTREMOS
Con Poeta en Nueva York, el director Carlos Marqueríe es conocedor de que se enfrenta a “un libro complejo y largo, con una estructura fragmentada que apunta por momentos una apariencia cronológica y en otros parece que los poemas se reúnen bajo preceptos temáticos”. Para su puesta en escena, “partiremos de esa estructura, sin buscar o justificar los huecos existentes; al revés, los potenciaremos, sabedores de que allí se hallan los grandes abismos poéticos que encierra el libro”, apunta. Con la propuesta musical de Niño de Elche y con un proyecto escénico en el que los títeres, la danza y la palabra serán puente entre lenguajes, “queremos romper esa dicotomía entre el Lorca vanguardista y el Lorca popular. Nos encontramos ante un poeta que viaja con maravillosa facilidad y naturalidad en esos aparentes extremos del lenguaje que hoy transitaremos de manera igualmente natural”, explica Marqueríe.
En consonancia, el director madrileño presenta este Poeta en Nueva York como “un traslado del libro a la escena, sin pretender buscar un relato que justifique la presencia de esos poemas esenciales y viscerales, llenos de amor y desamor, de solidaridad. Además, son reflejo de la gran transformación de lo que es la ciudad y nuestra sociedad, que comenzó a principios del siglo XX, y que es imprescindible para entender por dónde transitamos hoy”.
INCREDULIDAD ANTE LA CENSURA
Independientemente de la búsqueda de un relato que justifique la puesta en escena, coinciden todos en el eco ensordecedor y la resonancia hoy de las palabras del poeta, fusilado en 1936. ¿Será por eso que algunos consideran que se ha de acallar su voz? Ante la reciente noticia de que las escuelas de un condado de Florida (EEUU) han retirado La casa de Bernarda Alba de sus clases por exponer a los alumnos a “conductos sexuales”, Alfredo Sanzol no duda en advertir que “eso es un atentado totalmente a la libertad de expresión, a la libertad cultural. Estamos viviendo un momento político en el que otra vez hay que volver a principios fundamentales de lo que es la democracia”.
Y, sin ir más lejos, poniendo el foco en el intento de boicot por parte de Vox del estreno de Altsasu, el pasado enero en el Teatro de la Abadía, el director del Centro Dramático Nacional advierte de que es una situación muy peligrosa la que estamos viviendo y tenemos que volver otra vez al principio. Y hay que volver a recordar conceptos muy básicos que tienen que ver con que el bien común, el bien de todos, de los que pensamos de una manera o de los que pensamos de otra, se basa en que todos tengamos la posibilidad de crear ficciones en las que se ponen sobre la mesa conflictos sociales de una manera o de otra. Y que frenar eso a través de la prohibición lo único que crea es oscuridad, dolor y poner las bases del mal común”. Lamenta Sanzol: “Yo no pensaba que me iba a tocar esto, la verdad”.
LA CULTURA, UN ARMA PODEROSA
Es precisamente María Goiricelaya, la directora de Altsasu y Yerma, quien ha sufrido en sus carnes este intento de boicot. “La cultura es un arma muy poderosa y es algo de lo que los partidos muchas veces quieren apropiarse para imprimir su propia visión de la vida, porque la cultura al final lo que refleja es quiénes somos. Es una golosina en las puertas de un colegio para hacerte con ella y, a partir de ahí, intentar transmitir tus tan sesgadas opiniones. Y digo tan sesgadas porque la política siempre va como hacia un lugar, en vez de tener una mirada plural sobre lo que está pasando en el mundo. No todos los partidos, lo sé, pero hay muchos que sí”. Ante la retirada de La casa de Bernarda Alba de algunos colegios estadounidenses dice quedarse “perpleja” y le “produce risa en el siglo XXI que queramos sesgar cualquier tipo de literatura que tenga un componente sexual, cual sea, cuando tenemos la pornografía absolutamente extendida a nivel mundial y al alcance de todos en un clic”. La directora vasca señala que “muchas veces, en vez de tener una mirada abierta y una voluntad de asumir las problemáticas, las circunstancias y las contradicciones que nos rodean, cada vez estamos en una política que quiere constreñir, reducir derechos y libertades, en vez de ampliarlos”. Confiesa que estuvo a punto de coger un vuelo en navidades para ver La casa de Bernarda Alba que estaba en el National [Theater], con Rebecca Frecknall, “una directora que me apasiona” y que “por supuesto iré a ver la Bernarda que va a hacer Alfredo [Sanzol]”.
SEGUIR CANTANDO CON LIBERTAD
Carlos Marqueríe manifiesta no extrañarse ante los casos de censura y propone: “Quizá deberíamos dejar de pensar en la historia como un devenir en el que el progreso en las libertades es consustancial e irreversible. Lorca es un abanderado de las libertades morales y sexuales. Es normal que siga irritando a los retrógrados, conservadores y puritanos. Ante ello, debemos seguir cantando con libertad como hizo él”.
Al cierre de estas líneas, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunció la creación de una nueva Dirección General de Derechos Culturales para luchar contra la censura. El objetivo es “desarrollar acciones concretas y medidas específicas que generen las mejores condiciones posibles para que los proyectos culturales puedan desarrollarse y para que la ciudadanía pueda disfrutar de una vida cultural plena, cuyo ejercicio no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa», explicó.
¿POR QUÉ AHORA LORCA?
Echando la vista atrás, Marqueríe reconoce que su relación con la obra de Lorca “siempre ha sido compleja”. Cuando fundó La Tartana, estrenó Tierras de sol y luna en 1977, “realizada con títeres, con una resolución plástica muy cuidada y unos planteamientos políticos y ecologistas muy diferentes a los usuales del teatro independiente”. El nuevo grupo fue bien acogido, “pero siempre estaba latente una crítica al rigor plástico, acusándolo de esteticista, y a los planteamientos dramatúrgicos, fraccionados y alejados de la narrativa lineal”, recuerda. “En boca de todo el medio estaba el consejo: ‘Tendríais que hacer Lorca’. Y a mí, la verdad, es que no me seducía la idea. Admiraba al poeta y me gustaba profundamente Poeta en Nueva York, pero nunca supe cómo meterle mano a ese libro”. Lo que le hizo “desempolvar” su viejo ejemplar de Poeta en Nueva York fue la asiduidad con la que estuvo escuchando el Omega de Morente, mientras trabajaba en los títeres de Descendimiento, hace cuatro años. Ahí se dio cuenta de que su manera de leer esos poemas “había cambiado, y que quizá ahora, casi 50 años más tarde, estaba en condiciones de plantear una lectura escénica de Poeta en Nueva York”.
EDUCADOS POR BERNARDA ALBA
“No, ahora no; no, ahora no; no, ahora no”. Estas palabras estuvieron resonando durante muchos años en la cabeza de Alfredo Sanzol ante la idea de montar La casa de Bernarda Alba, un texto que siempre ha tenido encima de la mesa. Pero llegó un día en el que pidió a su madre que se leyera el texto. Al preguntarle qué le había parecido, ella le contestó: “Me ha gustado mucho, pero no era así exactamente, es un poco exagerado”. Y Sanzol: “¿Cómo? ¿Qué no era así exactamente?”. Entonces conversaron “durante una tarde entera sobre sexualidad: un señor de 51 años y una señora de 83, manteniendo una conversación que nunca había tenido con ella, con todas las implicaciones que suponía”. Fue después de esa charla cuando el director se dijo: “Sí, tengo que hacer La Casa de Bernarda Alba. Porque nunca había sido consciente de que si La casa de Bernarda Alba había educado a mi madre, y ella me había educado, también La casa de Bernarda Alba me ha educado a mí. Aunque con una pátina de modernización o con deseos de transformación, que yo puedo más o menos llevar en mi día a día, lo inconsciente, lo básico, lo que condiciona el comportamiento sin que sepamos cómo, es la educación de La casa de Bernarda Alba”.
EL ENTORNO COMO IMPULSO CREATIVO
En el caso de María Goiricelaya, el impulso para poner en pie Yerma nace de su entorno. “Ane Pikaza -la otra cabeza pensante de La dramática errante- y yo estamos en una edad donde teníamos a nuestro alrededor muchas mujeres pasando por procesos de fertilidad, con todo lo que eso supone. Teníamos amigas muy íntimas que llevaban años en este camino tan árido donde muchas veces las mujeres no están acompañadas porque se cuenta siempre a posteriori”. Un importante trabajo de investigación a nivel médico sustenta en gran medida la narrativa escénica. Y como el montaje dará el salto a la gran pantalla, la directora vasca continúa recabando información con sexólogos, médicos especialistas en fertilidad, entrevistas con muchas mujeres que están pasando por estos procesos, porque confluyen “muchos temas alrededor de la fertilidad y de la no maternidad biológica” y se generan “situaciones de gran dureza que son muy reales”.
LIBERTAD, MODERNIDAD, SENSIBILIDAD
María Goiricelaya cree que si Lorca viviera hoy, habría hecho una Yerma muy parecida a la suya “desde su visión tan política y poética a la vez; desde esta voluntad tan progresista que ya tenía, y desde esta libertad, sensibilidad y humanidad que puedes respirar cuando lees a Lorca”. La dramaturga imagina que “quizás los hubiera ubicado en otro ambiente, probablemente en otra ciudad, o tendrían otros trabajos”.
Casi coinciden en las palabras Goiricelaya y Sanzol a la hora de describir la obra del escritor asesinado. Sostiene el director del CDN que “Lorca es un autor modernísimo para nosotros, es un visionario; contó en sus historias las raíces de la sociedad en la que vivimos, le dio una forma poética y creó personajes que encarnan esas fuerzas. Lo leemos como parte de nosotros”.
La rabiosa modernidad del poeta, algo que Sanzol tenía “más o menos intelectualizado”, la ha encontrado “en el cuerpo de las actrices jóvenes, sobre todo”. El elenco ha podido resonar con esos conflictos, con “la fuerza que tienen estas palabras ahora, al trabajarlo de una manera realista”.
EL CUERPO DE LA MUJER EN EL CENTRO
Como conflicto principal, que todos identificamos en la superficie, destaca “la fuerza de la sexualidad de Adela frente a la represión de Bernarda”. Sin embargo, toda la obra está llena de otros temas y subtemas, como “el temazo que para mí es esencial -destaca el director del CDN-, que es el miedo a los hombres. Los hombres son una amenaza real a la integridad física de las mujeres. Entonces, es una obra en la que el centro también está en el cuerpo de la mujer, como un cuerpo con el que se comercia, un cuerpo al que se lincha, un cuerpo que hay que tener encerrado porque tiene un valor económico. También hay temas de clase social. Creo que es una obra que intenta hacer una radiografía de una estructura social y hemos intentado meternos ahí”.
Si bien el cuerpo de la mujer también está en el centro en el caso de esta Yerma que propone La dramática errante, el hombre, por el contrario, se puede considerar un aliado. En este sentido, se ha hecho un trabajo para que el personaje de Jon “fuera muy humano, y no plantear un marido que desatiende. Es verdad que él viaja mucho en esta versión, con las consecuencias que tiene, que en este caso afectan a toda la calendarización que hay de las relaciones sexuales cuando comienzas un tratamiento de fertilidad. Parte del conflicto está ahí, en que ellos no coinciden”.
Pero desde luego es el cuerpo de ella, esa mujer sin nombre en esta versión de Goiricelaya, el que concentra todo el dolor y el sufrimiento, en muchos casos producto de la desinformación. “Es un proceso muy duro porque hay un absoluto control sobre todo lo que tiene que ver con el cuerpo de ella, su forma de cuidarse. Se convierte en una cosa obsesiva y cuesta mucho salir de ahí porque tienes pautas médicas muy precisas”. Por supuesto hay mujeres que han tenido la fortuna de querer ser madres de forma biológica “y eso ha sido un paseo por las nubes. Pero claro, hay muchos otros relatos; hay muchas mujeres que desconocían cómo es un proceso de fertilidad, cómo es el sufrimiento que conlleva, la soledad muchas veces en estos procesos, también la violencia médica que se sufre en muchas ocasiones en el trato, en las cosas que te dicen, como que ya tienes una edad. También hay mucho que rascar en relación a cómo las mujeres venimos retrasando la maternidad y por qué es una especie de círculo en el que estamos muy ocupadas en llegar a un sitio y, cuando llegamos, ya es tarde”. Entonces entramos en otro círculo, que es el empeño. “Estamos en una sociedad en la que parece que puedes conseguirlo todo si lo deseas. Pues no, hay cosas en la vida que por mucho que tú te empeñes, y por mucho que lo desees, y por mucho que creas en ello, no pasan”.
LAS BERNARDAS QUE HABITAMOS
Ante esa violencia que la sociedad patriarcal genera contra las mujeres y sus cuerpos, surgen figuras como Bernarda. Toda esa represión que vuelca sobre sus hijas ella la justifica como un modo de defenderlas de una sociedad que representa un peligro. Si traemos hasta nuestros días la figura de la Bernarda, “más que una persona, es una manera de pensar, es una estructura de pensamiento que nos habita a todas y a todos -reflexiona Alfredo Sanzol-. No es algo que podamos poner en frente de nosotros, está dentro de nosotros. Es uno de los fundamentos sobre los que pensamos. Por eso las ideologías represoras encuentran eco, encuentran público, porque la estructura de la represión está sembrada. La Bernarda es una manera de pensar que tenemos todas y sobre la que tenemos que reflexionar: cómo es la Bernarda de cada uno de nosotros”.
Quizás este es el motivo por el que empatizamos y nos emocionamos con una soberbia Ana Wagener, cuando presenciamos toda su furia y, a la vez, toda su vulnerabilidad en el escenario. “Aquí cada uno produce miedo en otros y aquí cada uno es censor de otros. Por eso ha sido muy importante para nosotros humanizar a Bernarda. No para ponerla como alguien ajeno: ‘Ah, mira, por ahí aparecen los censores, los represores’. No, no. Es alguien que dices: ‘Sí, sí. Ah, vale, la estoy entendiendo, claro”.