Vértice es la historia de tres relaciones. Javier va a empezar a trabajar como profesor de literatura en el instituto de un pequeño pueblo en una zona rural y la obra empieza con su mudanza junto a Víctor, su marido. Silvia, vecina del pueblo, es la madre de uno de sus alumnos y está casada con un misterioso guardabosques. Dos matrimonios y una inesperada amistad marcados por el amor y el miedo.
Poco después de empezar el curso, entre rumores y miradas de recelo, aparece escrita la palabra ‘maricón’ en la puerta de Javier y Víctor. ¿Quién ha sido? ¿Quién no ha sido? ¿Tendríamos que habernos quedado en la ciudad? ¿Por qué hemos venido? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Por qué, por qué, por qué? Y mientras las preguntas se agolpan dentro de las paredes de su casa, Javier va impregnando su vida, su búsqueda del responsable, y su enseñanza de poesía.
Así, en este Vértice confluyen varios temas que atraviesan los vínculos cotidianos: las ansias de libertad y el miedo a alcanzarla, el deseo, la homofobia, el desgaste en el amor y la curiosidad. “Habla de grandes emociones en personajes pequeñitos”, explica su autor y director, José Cruz, “que a veces no nos parecen lo suficientemente importantes, pero que necesitamos contarlas porque reflejan lo que somos”.
TEMORES, SUEÑOS
Está obra se lleva cociendo desde hace más de una década, porque, como cuenta Cruz, “las historias llegan, pero a veces no estás preparado para contarlas”. Y es en el marco del Festival Malasaña a Escena cuando se topó con la posibilidad de aparecer en los escenarios. De esta manera, Maribel Pizarroso en el papel de Silvia, John Ramírez como Javier y Rodrigo Villagrán como Víctor comenzaron a dar vida a la trama. “Ha sido un work in progress”, detalla Pizarroso, “y eso nos ha dado pie a poder ir creando los personajes en el momento y ver cómo podíamos incorporar cosas de nuestra propia existencia”.
Para la actriz, el principal motor de la función es la libertad. “Silvia es una mujer que nace y crece en un pueblo. Ella siempre ha sido muy curiosa y se ve encarcelada allí”, subraya. De esta manera, la llegada de Javier y Víctor se convertirá en una puerta con la que acercarse a una realidad lejos de las convenciones sociales que marcan el ritmo del pueblo.
“Silvia quería haberse ido, pero conoció a su marido y se quedó: lo que pasa en millones de matrimonios y de zonas rurales”, continúa Pizarroso. Y ese deseo de escapar condiciona la vida de los tres personajes. Huir de una hiriente homofobia, de un lugar en el que se sienten arrinconados. Querer recuperar unos sueños, un erotismo y una felicidad que quizás espera en otra parte.
AMBIGÜEDAD, AUSENCIA
Para dar voz a ese bullicio de emociones, José Cruz introduce a través de Javier el arte de las palabras: la poesía. “Esta puede ser un buen espacio desde el que lanzar tu propio miedo, tus propias ansias de libertad, tu propio deseo”, indica. “Además, invitamos al espectador a completar las imágenes a partir de su propia experiencia”.
Con tres elementos que caracterizan la vida diaria como escenografía, la compañía trabaja “desde la sugerencia”, subraya Cruz, “desde la atmósfera por construir en la que el público termina de configurar a los personajes, al pueblo, la puerta y la casa”. Y siguiendo esa misma línea se presenta el guardabosques, un personaje determinante que puede ser cualquier cosa y a la vez nada.
Sin voz ni presencia física, el marido de Silvia es un personaje latente. Condiciona lo que ocurre en escena, aunque no está. Para Cruz, este tratamiento es “una herramienta super potente, colocar en el centro a un hombre del que se habla, pero del que realmente nunca sabemos nada”. Así, cada uno vuelca en él lo que se imagina. Atracción, desamor, reconciliación, reflejo.
Esta historia se cuenta desde una llegada, aunque hubiese comenzado muchos años antes. Aunque no hayamos visto el inicio del romance, la juventud, las bodas. Quizás por eso es fácil identificarse, porque el pasado y lo que vendrá después de este vértice, puede serlo todo.
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