Garmo dirige la adaptación -realizada por Yolanda Pallín- de El desconocido, novela con la que ganó el Premio Planeta de 1956 Carmen Kurtz, una autora cuya obra para adultos ha sido deliberadamente olvidada de la historia de nuestra literatura. Ángela Boix, Toni Agustí, Elena González, Mariano Llorente, Víctor Antona y Paco Flores protagonizan este texto que aborda la complejidad emocional de un reencuentro inesperado, el de un matrimonio tras pasar él doce años en una prisión rusa.
La obra podrá verse en el Teatro Español del 14 de noviembre al 23 de diciembre.
¿Cómo llegas a Carmen Kurtz y a esta obra en particular?
Es una propuesta del Teatro Español, siempre están leyendo y recopilando textos para nuevos proyectos. También, particularmente, Eduardo Vasco está intentando recuperar textos de mujeres, por eso el año pasado se montaron dos obras de Luisa Carnés. En el caso de esta novela de Carmen Kurz, que fue Premio Planeta en 1956, les gustó mucho y vieron posibilidades de adaptarla al teatro, algo que le propusieron a Yolanda Pallín. Cuando pensaron en mí para la dirección, no conocía nada a la autora, por lo que ha sido un gran descubrimiento. Es muy parecido a lo que me pasó el año pasado con Luisa Carnés cuando tuve que dirigir Cumpleaños.
Mucha gente descubrió a Carnés con la adaptación teatral de Tea Rooms hace unos años, de la que este mismo año, como dices, dirigiste una adaptación de su obra Cumpleaños en el Teatro Español que regresará esta temporada del 22 de enero al 8 de febrero. Últimamente, es habitual asistir en nuestra cartelera a la recuperación de autoras inexplicablemente olvidadas. ¿Por qué Kurtz es una de esas creadoras que merecen un sitio más relevante en nuestras letras?
Solo he leído de ella Duermen bajo las aguas y El desconocido, así que no soy una especialista en su obra. La primera es una obra muy autobiográfica, con un estilo mucho más directo que El desconocido, que me parece de una escritura complejísima, con una manera de desentrañar los sentimientos muy profunda que nos permite ponernos en el lugar que se encuentran los personajes. Es muy inteligente y sensible a la hora de contarnos lo que les pasa, lo lees y lo entiendes perfectamente, hayas vivido situaciones parecidas, o no.
Cuando lees El desconocido parece una obra adelantada a su tiempo, ya que ahonda en las consecuencias psicológicas en víctimas de la guerra y, sobre todo, en algo de lo que no se hablaba tanto a mediados del siglo pasado, como es la situación en la que se quedan los familiares durante su ausencia y cómo viven el regreso.
Incluso actualmente seguimos teniendo pocas referencias literarias que nos muestren qué les pasa a los familiares en estas situaciones. Se supone que cuando regresan a casa estos soldados es un reencuentro feliz, pero muchas mujeres lo que se encuentran es una persona que no es la misma. En la mayoría de los casos aceptan a esa nueva persona, pero ¿y si ya no sientes nada? Carmen nos cuenta esto en el personaje de Dominica. Es realmente interesante, ella intenta ajustarse a esa nueva situación, pero sabe que ya no quiere a su marido, Antonio, porque ve que, tanto él como ella, han cambiado y que nada va a ser igual que cuando él se fue doce años antes. De alguna manera, es un poco como Penélope y Ulises. Penélope acepta a ese Ulises que regresa, aunque no le reconoce de primeras. Dominica lo intenta, pero esa situación puede acabar destruyéndola.
A Carmen Kurtz se la conoce principalmente por sus libros infantiles y juveniles. ¿Crees que sus novelas para adultos se vieron lastradas por la censura de la época?
Creo que sí, lo primero es que era catalana y eso ya la perjudicaba en la España franquista. Luego, el haber terminado su trayectoria centrada en los cuentos infantiles, hizo que se olvidara todo el trabajo que había hecho antes. Yolanda Pallín nos contaba el día de la lectura del texto que Carmen Martín Gaite llamaba a todas estas mujeres que iban destruyendo los tópicos del franquismo, ‘las chicas raras’. Ahí estaba ella, Carmen Laforet, Kurtz… mujeres que no asumían el papel que se les había impuesto simplemente por ser mujeres. Hay un período muy largo en el que todo lo que no seguía las ideas que querían imponer desde el poder se apartaba y se intentaba borrar.
Supongo que cansada de eso, en El desconocido plantea una historia, la del regreso de un combatiente de la División Azul, que sabía que contaría con el respaldo del régimen franquista.
Totalmente. A estos hombres que regresaron de la División Azul se les ensalzó muchísimo en el franquismo. Entonces, una obra de esto ya la situaba en un lugar que la censura, de primeras, iba a respetar. Personalmente, creo que sí fue una estrategia que ella se planteó.

Aunque luego aprovecha esa historia para plantear otros temas…
El libro no tiene nada de político. Lo saca totalmente de ahí. Cuando digo nada político, me refiero a nivel de ideología o de guerras entre países, porque también es política los temas que aborda, como el de la posición de la mujer en la época, los roles de género…
¿El título es ya una declaración de que va a primar lo que ella siente?
Es algo que dice literalmente Dominica: “Tú no eres Antonio. Eres un desconocido”. Es cierto que el punto de vista de Dominica está más presente y es más profundo, seguramente porque la autora, que también estuvo casada con un soldado que estuvo preso dos años en un campo de concentración alemán, entendía muy bien lo que podía sentir ese personaje. Pero creo que en la novela defiende un poco la postura de los dos. Eso también es interesante, que no solo vemos lo que le pasa a ella, sino también lo que está sufriendo él. Eso estamos intentado en el montaje, que se comprenda que los dos están cambiando y cómo ese cambio hace irreconciliable la relación.
Yolanda Pallín ha mantenido en la adaptación uno de los elementos más característicos de esta novela, como son esas conversaciones entre la pareja en las que se dicen poco, pero que se ven intercaladas, sobre todo en el caso de Dominica, por todo lo que está pensando de verdad y querría decir.
Es algo que hablé con Yolanda, porque fue una de las cosas que más me gustó de la novela, que tuvieran esa profundidad de pensamiento tan grande y que luego no lo verbalizaran. La incomunicación entre ellos es para mí uno de los grandes temas de la obra. Luego, claro, te planteas: “¿Esto cómo lo vamos a hacer en escena?”. Bueno, pues al final se hace, se va probando y se va consiguiendo. Todavía no sabemos si el público lo va a entender, pero estoy intentando dirigir para que se note la diferencia entre cuando la actriz dice algo que solo está pensando y cuando habla y la están escuchando. En todo caso, si el público no lo entiende así, tampoco pasa nada. Puede ser que lo vea como raro, pero también jugamos con eso en la obra. Esa cosa del desconocido, de la extrañeza, la estamos llevando a todos los ámbitos de la escena: la escenografía es extraña, como un lugar un poco inhóspito donde todos están dentro, pero a la vez están a la intemperie. Un dentro y fuera insólito en el que están incómodos. Si esa incomodidad se la trasladamos un poco al espectador, también está bien.
¿Es así como resolvéis también los diferentes saltos temporales y de espacio que tiene la obra?
Sí. El teatro te permite estas cosas. Cuando lo lees te lo imaginas de una forma muy cinematográfica, pero luego tienes que pasarlo a un montaje teatral. Hemos creado un concepto que nos permita jugar, ha sido un gran reto. Además, las escenas se van solapando, casi no ha terminado una y ya está comenzando la siguiente, es todo como una vorágine de una cosa que lleva a la otra. Tiene tantas escenas que es casi inabarcable. Tiene alrededor de cincuenta, algunas con más densidad, otras muy cortas, es muy compleja. Por eso, para mí era importante montar todas las escenas cuanto antes para verla en su totalidad y, a partir de ahí, trabajar.

Ángela Boix y Toni Agustí, interpretan al matrimonio protagonista y tienen mucho peso durante toda la obra. ¿Cómo están llevando toda esta vorágine de escenas y rarezas?
Es un viaje sin frenos. Arrancan y ya no hay tregua, al principio más Toni y luego lo mismo pasa con Ángela. Una locura, que si voy aquí, ahora voy allá, ahora paso a esta escena, y todo con el peso que se va acumulando según se va desarrollando la obra.
Por lo que dices, va a ser muy ágil.
Sí. El peligro es que, como es una estructura tan fragmentada, puede resultar incluso repetitiva: van al salón de la casa de los padres, la habitación, la casa de Germán, la calle, la casa de Germán, la habitación… Estamos intentando que haya cambios de ritmo en la propia puesta en escena y parar en ciertos momentos porque es necesario tanto para nosotros como para el espectador.
¿Con qué peso cargan Dominica y Antonio cuando se reencuentran?
Dominica ha estado doce años esperando a ese Antonio joven que se fue. Ellos se conocen, ella tiene diecinueve años, él veintidós o así, y se casan. Están tres años juntos y él se va. Ella se queda viviendo en casa de la familia de él, casi ocupando el lugar que le correspondería a él. Pasas a ser la hija de sus padres, la hermana de su hermano y todos viviendo en la espera. Ese es otro tema, porque no solamente vemos a Dominica, sino también a Enrique, el hermano pequeño, que cuando Antonio se va tiene siete años y cuando vuelve tiene diecinueve. Yo me imagino a ese niño toda la vida intentando contar a sus padres sus problemas, pero viendo que no son nada comparado con los de su hermano que está preso en otro país y no se sabe si vivo o muerto. Dominica sobrevive idealizando el amor por Antonio, volcándose en ese recuerdo e intentando ser la mujer perfecta que espera y bloquea su vida.
Enrique dice: “Nosotros soportamos eso de ser los que no hicimos la guerra y los que escuchamos los partes de guerra en lugar de cuentos”. Se introduce así otro tema: cómo afecta la guerra a las generaciones posteriores.
Enrique ve que ha nacido en un momento en el que no se les ha dado valor, no se les ha dado su lugar, porque había otros que estaban luchando. Tiene un problema de identidad e incluso de envidia de su hermano que es un héroe.
Aunque Antonio realmente es un hombre roto y perdido…
Y que se siente culpable. Hay que tener en cuenta que el se va como un niño pijo que decide vivir una experiencia. Él se alista porque quiere, tiene todo en la vida, pero busca vivir emociones y lo que resulta es que se pasa doce años en una cárcel. Al volver se da cuenta de la superficialidad del mundo en el que ha vivido, con el que ya no se siente identificado. Por eso, se agarra a Germán, su amigo de la guerra que ha regresado con él, e intenta no separarse de su lado porque es el único que puede entenderle, el único con el que está a gusto.
¿Qué provoca en Dominica y Antonio su desencuentro como pareja?
Todo se derrumba. Para Antonio es más fácil porque vuelve más enamorado que antes, pero para ella es muy difícil porque ya no le quiere y no sabe si va a ser capaz de fingir. A mí me parece que el final es muy abierto y da un poco para todos los gustos: para los que quieran ver que esa relación se ha acabado y para los que quieran pensar que Dominica se queda con él y solo busca vivir el presente y ser más independiente.

Para este proyecto, que es una producción del Teatro Español, has podido contar con dos de tus colaboradores habituales: Pilar Valdelvira (iluminación) y Benigno Moreno (Sonido y Música original). Entiendo que esta es una puesta en escena menos contemporánea que lo que hacéis en Colectivo Germen, del que los tres formáis parte.
Es genial poder hacer esto juntos y cobrando (risas). Cada texto requiere cosas diferentes. El año pasado, por ejemplo, hicimos una obra que se llama Como las grecas que también era un texto más convencional. Germen, la obra con las que empezamos juntos era una cosa más post-dramática. Lo cierto, es que veo otros directores o autores en los que se puede identificar muy bien si una obra es suya y siempre me pregunto: “¿Cuál es mi estilo?” Pues ni yo lo tengo claro.
Cuando salga este número de la revista ya habrás participado en el ciclo de lecturas dramatizadas de la Fundación SGAE de tu obra Mi madre no existe, ganadora del VI Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado, y se habrá publicado dentro de su colección TeatroAutor. ¿De dónde surge esta historia sobre una madre y su hija, que padece esquizofrenia?
Es una mezcla de muchas cosas. La escribo en la pandemia, aunque luego la termino de escribir como un par de años más tarde, con la idea de cómo sería vivir siempre encerrado, metido en una casa. Entonces me acordé de un curso que hice hace tiempo de acompañamiento a personas con autismo donde conocí a una madre que decía que no podía salir de casa porque a su hijo le daban pataletas muy fuertes y les miraban mal. Eso me llevó a pensar en cómo es vivir con eso y ser la madre de una persona con una enfermedad metal o una discapacidad. La obra es sobre una madre y una hija metidas en una casa en la que la comunicación es uno de los grandes problemas y en la que cada se agarra un poco a la ficción para sobrevivir.
Como tienes esta triple faceta de actriz, directora, autora. ¿En tu cabeza está ya montada la obra?
Un poco. Me la he tenido que imaginar por la lectura dramatizada. Al final te tienes que imaginar un poco situaciones, pero bueno, una lectura al final es una lectura y se queda un poco ahí. Sí es verdad que, cuando la escribes, ya te imaginas cosas, pero también es bonito volver a redescubrirla, cuando te propones dirigirla. También confío mucho en lo que los actores proponen y en trabajar conjuntamente. Entonces las cosas al final dejan de ser tan tuyas y de estar tanto en tu cabeza y empiezas a verlas en otros cuerpos y a oírlas en otras voces.
¿Y es un texto que vas a batallar por montar tú misma o no te importaría que lo montase una compañía u otro director?
No lo sé. Ahora mismo tengo otro texto, Guayominí, para estrenar en Nave 10 el año que viene con el que va ser la primera vez que me pase, que un texto mío lo dirija otra persona. Supongo que es algo natural, que hay que soltar ya que es la visión del director la que tiene que primar. En el caso de Mi madre no existe, creo que costaría más, pero nunca se sabe.
Como hemos comentado, también vuelves con Cumpleaños a partir de febrero al Teatro Español.
Funcionó muy bien el año pasado y creo que gustó. El trabajo que hace Mamen Camacho es excelente y estoy encantada de que pueda volver a dar vida al personaje de Eva durante tres semanas. Solo estuvimos ocho funciones la otra vez y las entradas estaban agotadas antes de empezar. Así que, es como si se hubiera acabado antes de empezar.

¿En qué momento estás con Nacho León y Teatro A Bocajarro, la compañía con la que tratáis de acercar los clásicos al público de hoy?
Pues a tope. Estrenamos este verano en el Festival de Almagro Antona García, que es una obra de Tirso de Molina adaptada por nosotros. Estamos moviéndola, intentando a ver si entramos en las distintas redes teatrales y conseguimos bolos. Es un trabajo que está muy bien, la verdad. Nos habla de una heroína, de un personaje histórico que existió, Antona García, de la ciudad de Toro, que luchó a favor de los Reyes Católicos. Era una mujer con una fuerza sobrehumana, casi como un personaje de cómic. Mezclar el Siglo de Oro con esta labradora fuerte, luchadora y que levanta al pueblo, es muy interesante. Además, seguimos girando con El arte de ser comediante, donde rendimos homenaje a los cómicos áureos.