Metáfora de una realidad degradada
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Fotos: Víctor Iglesias
El desguace de las musas es la nueva entrega de la compañía andaluza La Zaranda, y a sus habituales sobre las tablas se une un sorprendente Gabino Diego, junto a Inma Barrionuevo y María Ángeles Pérez-Muñoz. Escribe Eusebio Calonge y dirige Paco de La Zaranda.
La Zaranda cada vez está más lejos de Andalucía la Baja (la de la bajeza ahora que ha virado a la derecha) y más cerca de la eternidad, o sea, de ninguna parte. Inestables siempre, el combo de Paco y Eusebio, de Gaspar y Enrique, ha trabajado siempre en la sombra, no porque lo hicieran ocultos, sino porque en la sombra encontraban los motivos y los colores. La Zaranda es alumbrar la cara oculta de la Luna o, lo que es lo mismo, el hemisferio fugaz del ser humano, escurridizo, cenagoso, barroco, siniestro, pánico (de Pan sin pan) y puñetero, esencialista más que esencial, de carcajada desdentada, de humores y alientos en descomposición. La Zaranda era y es un desguace de pasiones paradisíaco donde conformar una suerte de frankenstein tosco en el toser y en el ser tó. Ea. Tirar p’alante. No hay más. Y al mismo tiempo, el envoltorio del juego, la música del carrusel, el aroma de los giróvagos polvorientos, fue siempre ambrosía para paladares gustosos de T.E.A.T.R.O. & Co. La Zaranda encuentra la vanguardia en la retaguardia. Cuando nos deleitan los claros clarines de Europa, ellos nos empalan por la puerta de atrás. El suspiro sodomita es tan placentero como anagnorisístico, si es que este palabro existe (va a ser que no). Por eso la primera obra de su nueva vida (pasados y celebrados los 40 primeros años de insanta compaña) tiene como piedra angular un género ajado y naftalínico: la Revista, las varietés, “historia proscrita hoy de los manuales escénicos, arrumbada en el olvido, cuando no denostada”, al decir de Eusebio Calonge, el dramaturgo de los zarandos y los tarantos. “No se trata de desempolvar nostalgias para ponerlas a la venta, sino de revivir, rescatar, si se quiere, con el dolor intacto, abriendo las cicatrices, un mundo que fue referente de nuestra cultura teatral y por tanto de la historia que nos conformó, para explicarnos la sociedad que somos. Estableciendo desde sus falsos esplendores de tela lamé y lentejuelas una alegoría con la realidad, un paralelo con la actualidad, donde parece imposible el consenso para sacar a flote la empresa, con vedettes que amenazan con dejar el antro y la sombra del pasado siempre se arrastra como una carga”.
Contra el mercado del ocio
En escena los consagrados Francisco Sánchez (que en su alter ego, como Paco de La Zaranda, dirige el cotarro), Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, los tres antirreyes magos, que en esta ocasión cuentan con la compañía de dos actrices, Inma Barrionuevo y María Ángeles Pérez-Muñoz, y un otro actor que, de primeras, sorprende ver con ellos: Gabino Diego. “La Zaranda entona su resistencia”, escribió un crítico del Diario de Sevilla. Resistencia a partir de una reflexión sobre el sentido del mundillo teatral y, por extensión, de la pléyade de artistas y artistillas ante el mercado del ocio y la banalidad del famoseo. “Un trabajo interpretativo construido desde las entrañas”, escribió un crítico del Heraldo de Aragón. Una metáfora de la claudicación del arte, de la devaluación del sentido crítico y la profundidad del mensaje poético en contraposición a la preponderancia de la burocracia, el conformismo, la vulgaridad y la recaudación de la taquilla. “La comedia siempre al borde de la tragedia. Sin fronteras”, escribió una cronista del ABC. Todo transcurre en un cabaret grotesco, casi fantasmal, donde las viejas glorias de la revista que nunca tuvieron ni un ápice de la fama soñada, ensayan y vuelven a ensayar un nuevo espectáculo con la esperanza de que este sí, por fin, les saque del pozo. “Jurada lealtad a sus principios”, escribió un cronista de La Vanguardia. Al airear los costrosos cortinajes salen pestes a sudor y desinfectantes. Penumbra mal ventilada. “Bajo los focos que desparraman azul noche, el diezmado coro de vicetiples ensaya una rudimentaria coreografía -narra Calonge-. Pereza de albornoces, chándales y mallas remedadas, aderezado con boas desplumadas, brillantes baratijas y acoples de micrófono. La tragedia contoneándose desde sus altos tacones. En el espejo del camerino, rodeado por bombillitas fundidas, quedó escrito con pintalabios: El desguace de las musas”. Bienvenidos a este universo paralelo de perdedores, a esta cara B del show must go on, a esta decadencia de ojos chispeantes con fondo triste. Bienvenidos a La Zaranda.