Ya van cuatro décadas de La Zaranda, ¿cómo le sientan estas décadas? ¿en qué momento os encontráis?
Paco de La Zaranza: En el mismo momento de siempre, con la esperanza y el espíritu de ilusión y emoción, porque no nos queda otra. Si hacemos caso de la palabra “crisis”, el teatro no tendría razón de ser sin esa crisis, entonces, vivimos una crisis de espíritu tan grande que sentimos que está todo por hacer. El viaje de nuestro teatro es un viaje al alma de la creación y la creación siempre se llena de estados emocionales, estados difíciles del ser humano, aunque las preguntas siempre sean las mismas, las respuestas las encontramos de otra manera.
Eusebio Calonge: Yo creo que La Zaranda se encuentra en un momento donde le queda lo mejor. Creo que ya tiene muchos años, tiene mucha vejez y eso aporta mucha tranquilidad y mucha sabiduría. No tiene ese impulso que te puede dar la juventud de querer romper con todo lo que hay, pero sí tiene la sabiduría de saber que el camino que tomó no fue del todo equivocado. Creo que está en su mejor momento, en el teatro siempre estamos en el mejor momento porque siempre estamos en el presente. Cuando en el teatro miramos para atrás todo se hace humo, todo es ceniza, todo lo que hicimos, todo lo que alguna vez tuvimos en alguna parte, todo desaparece, no tiene importancia porque hacia lo que nos dirigimos realmente siempre es al próximo encuentro con el público, a la próxima función. Ahí sí que de nuevo va a nacer el teatro. ¿Lo demás? Pues bueno, es parte de unos términos y de una convención.
¿De dónde nacen los espectáculos de La Zaranda?
Paco de La Zaranda: Es muy complejo y particular. Creo que nace de una espera sagrada, y el resultado de esa espera siempre es comunicativa. Nosotros siempre esperamos a que venga la obra a visitarnos. La obra tiene su propia alma, ya está ahí, lo único que hay que hacer es salir al encuentro y saber escuchar. De nuestro estar perdidos, y estar abandonados en el tiempo y el espacio, es donde tomamos consciencia de lo que viene a visitarnos.
¿Y de toda esa experiencia, ese camino y esa espera, es de donde surge Manual para armar un sueño?
Eusebio Calonge: Y también de la necesidad, ahora que ya tenemos una edad, que sabemos que estamos cerrando puertas, de comunicarse con la gente que las va abriendo. Eso era muy importante para nosotros. Queríamos dejar constancia en esa gente que viene abriendo las puertas del teatro como creación, que sigue creyendo en el teatro como arte, no como comercio, que es algo que a La Zaranda siempre hemos abominado. Por eso me centré, desde el texto, en las metáforas del propio teatro que siempre son muy cercanas a las metáforas de la vida. Hablamos, no del teatro dentro del teatro, sino del teatro dentro de la vida y creo que, siguiendo esas huellas, siguiendo a los clásicos, que siempre han tenido esta visión profunda del teatro como algo, no diría yo arqueológico, sino como algo que irrumpe en la realidad. Yo creo que los clásicos son siempre revolucionarios, son lo más revolucionario que hay, por eso quedan en los cimientos de nuestra cultura. Siguiendo esas huellas es que nosotros estábamos buscando un horizonte. Creo que esto aparece con contundencia en Calderón o Cervantes. Yo creo que era un rescatar eso como materia viva. Creo que partíamos de ahí y de la premisa de que nosotros simplemente somos los que llevamos o hemos llevado la llama del teatro durante un tiempo y que hay gente detrás que vienen a hacernos ese relevo, gente con mucho talento y con mucha fuerza.
¿Cuáles podríamos decir que son los temas que aborda la función? ¿El teatro mismo? ¿La esperanza? ¿El paso del tiempo?
Paco de La Zaranda: Esa una de las lecturas del trabajo, pero no vamos a decir lo que el que está en el patio de butacas va a percibir porque eso es imposible. La obra es una totalidad que encuentra vida en el que está allí, es libre, tanto como la propia obra. La única obediencia que puede haber ahí es escuchar, escuchar es lo que empieza, antes que nada. Nosotros escuchamos en el silencio más profundo que hay en nosotros y queremos que ese silencio siempre hable, y cuando habla es comunicativo. Nosotros nos encontramos con lo inesperado, y el público también debe encontrarse con lo inesperado, que el teatro nos sorprenda, y que nos dé esa revelación y eso se le da al que está allí. El teatro va más allá del director, del actor y del texto, es algo que va a suceder dentro del espectador. El teatro es palabra, pero palabra nacida de algo que sucede. Nosotros ardemos en preguntas, nos interrogamos, con lo que sucede, y ahí nace el teatro, no hay trampa ni cartón.
Al final es casi una experiencia litúrgica, algo casi religioso y confesional. Compartimos el espacio y el encuentro para vivir algo íntimo.
Paco de La Zaranda: Por supuesto. El teatro que hacemos no sabemos de dónde viene, ni a dónde va, y al que se lo lleva, se lo lleva. Es algo que nos trasciende y esa, de alguna manera, es la misión del teatro, la de colocarnos frente a nosotros mismos. Lo que pasa es que hay miedo de mirarnos y escucharnos, de lo que nuestros oídos puedan percibir sea algo que nos sorprenda. En definitiva, el teatro tiene que aspirar a un silencio profundo, y ese silencio es el que se va a dar en la obra de teatro. Ese silencio que nos lleva a, que lo que sentimos, sea quizá más grande que nosotros mismos.
Eusebio Calonge: Es una comunión y la comunión es un acto social, pero que para llegar a lo más íntimo. En el teatro se da una cosa muy curiosa, está el pálpito de todo un público, porque eso también lo nota un actor desde el escenario, hay algo en común, pero luego cada espectador ha visto o ha sentido algo muy diferente en una gama que puede ir desde que ha desconectado absolutamente y se ha salido a los cinco minutos, como que ha quedado algo que le ha prendido en la memoria. Entonces tiene eso que tú dices.
¿Cómo se asimila que lo que se cuenta desde un escenario pueda atravesar a quien lo presencia? ¿No es apabullante?
Paco de La Zaranda: Bueno, yo también soy una persona, quizá una persona que busca que el teatro me eleve y me haga subir un peldañito en este sinsentido que sentimos desde otro plano que es la vida, y el teatro me hace contemplar, de alguna manera, una belleza que está en otra parte, la belleza interior y particular de cada ser humano. Apabullado no me siento porque una cosa es lo que uno realiza en carne y otra lo que es desde fuera. Creerte que esto no es un sueño es muy complicado, y este trabajo habla de eso. Calderón decía que la vida es sueño, y uno no va a caer en la vanidad del elogio. Quizá te da la responsabilidad de no poder traicionar lo que estás haciendo, porque muchas veces nos vemos tentados. Yo me siento muy pequeñito, por muy bien que nos haya ido. No se trata de alcanzar ninguna grandeza, se trata de hacer lo que uno siente y de lo que debe hacer, y no traicionarse a uno mismo. Y dormir lo más tranquilo que se pueda.
¿Qué me puedes contar sobre Manual para armar un sueño, sobre lo que nos vamos a encontrar cuando lleguéis al Teatro Español?
Paco de La Zaranda: Por una parte, nos vamos a encontrar con poca cosa, lo importante es que esa poca cosa se haga grande. Contamos muy poco, todo lo que contamos es un pretexto para que el teatro se dé. Nos hemos atrevido a jugar con los clásicos, con el teatro clásico. Hay mucho de nosotros, en el sentido de que el trabajo es muy nuestro, hasta el punto de que nos hacemos una autocrítica, una autopsia de nosotros mismos. Hay algo novedoso que no me gustaría descubrir a través de mis palabras. En resumen: Hay un personaje olvidado que ha dedicado su vida al teatro, ahí entramos un poco en esas preguntas de quién soy, qué soy y, cuando ese personaje entra en el espejo, ve a ese otro y, ese otro, que está lleno de vida en contraposición con él, que está lleno de muerte, de estar acabado, y le ayuda a transitar. Manual para armar un sueño no es un manual pedagógico, porque el teatro no tiene una formula exacta. Aquí también hay un humor corrosivo como el que siempre hemos hecho. El espectador se va a encontrar con un hombre que va a profundizar en él mismo, que se va a meter en lo hondo de sí mismo. En el encuentro de ese profundizar, se va a encontrar con su pasado, ese pasado lo trae al presente, y con lo que hay en ese presente va a jugar, va a estar Calderón, va a estar Cervantes, y una serie de historias que lo van a traer a la realidad de él mismo hoy en día.
Habláis de Cervantes, de Calderón, de teatro clásico, ¿de qué manera tienen presencia dentro de este espectáculo?
Eusebio Calonge: Yo creo que hay un rescate desde la presencia de lo que a ellos les hace escribir, desde la presencia de la propia fe que ellos tienen en lo que hacen en el teatro, en llegar al corazón del hombre. Yo creo que cuando se montan los clásicos se está más pendiente de las estructuras lingüísticas que verdaderamente de la fe que los llevó a escribir. Creo que es lo que falta y es lo que nosotros hemos buscado con mucha intensidad: ¿Qué es lo que hacía escribir y qué es lo que hace que eso permanezca vivo? Desde luego es más que un estilo o que una floritura o que, digamos, una obra literaria. En el teatro hay algo más que está por dentro, es ese lenguaje que no podemos definir nada más que desde el cuerpo del actor. Esa es la presencia viva que hemos intentado ese, digamos, en muchos sentidos, estado de devoción por el teatro que hay en nuestros clásicos, ese sentido de fe profunda que los mueve para hablar de la realidad. Hemos buscado dentro de esa hondura, dentro de ese pozo oscuro. ¿Qué queda en esa realidad de perdurable? Yo creo que es todo, porque están todas las pasiones del hombre a flote, como siempre.
¿Cómo es el camino que hay entre Paco de La Zaranda, Francisco Sánchez y ese personaje que interpretas?
Paco de La Zaranda: Yo intento desaparecer, cuando lo hago, me siento muy bien. Ese tiempo que generosamente me es ocupado por alguien que me habita, es quien verdaderamente comunica con el público, porque yo soy incapaz de comunicarme con el público, es el personaje. ¿De dónde viene ese personaje? En eso llevo casi cincuenta años investigándolo, no lo sé. Sé que su misión es traspasar, llegar al alma del espectador y ese trabajo es un sueño. Porque armar ese sueño es armar el sueño de esta vida, de los que nos toca hacer teatro. Cuando el hombre está desnudo delante de uno mismo, del que nos pudre en el día a día, las preguntas siguen ahí, las preguntas eternas son constantes. Y este manual puede que diga por dónde debe ir, pero cada uno debe descubrir cuál es su sueño y como lo va a armar, puedo decirle en qué se va a equivocar, en qué es lo que no tiene que hacer, en muchos casos lo puedo decir por la edad que tengo, pero nada más. Y por supuesto el trabajo es una pregunta que el espectador se va a hacer, es un trabajo al contrario que otros, quizá muy generoso en cuanto a la comprensión de cuanto sucede y divertido, pero un divertimento que nos engrandece, no estúpido de pasar el tiempo. El tiempo no pasa está ahí. El trabajo no es como en otras ocasiones durísimo con personajes al límite, esto es quizá una respuesta al ser humano ante su destino, ya lo hacía Calderón o Cervantes. Hemos bebido de tantas fuentes que quizá nos volvamos a encontrar en el principio, pero con más madurez. No nos importa equivocarnos tanto como antes, porque en ese equivocarnos está el encontrarnos.
Eusebio, ¿cómo se escribe para que después en sea palabra de un actor?
Eusebio Calonge: Un autor, igual que un actor, tiene que escribir con el cuerpo. Es decir, tú pasas de algo que te ha conmovido, que ha agitado toda tu epidermis, y luego, empiezas a evocar las imágenes que de ahí surgen y pones todo eso en movimiento, pero haciendo, por ejemplo, respirar al personaje antes de hablar, sintiéndolo estrechamente en tu cuerpo. Yo creo que el teatro se escribe siempre sobre el otro, nunca habla de ti, pero desde tu cuerpo. Es complicado, pero yo siempre aconsejo escribir desde el cuerpo, desde la halitosis, desde el aliento, desde la saliva del propio personaje. Al fin y al cabo, el autor también se tiene que dejar habitar, el autor también tiene que dejar que los personajes vivan en él.
Y eso, imagino, se logra escribiendo a pie de escenario, ¿no?
Eusebio Calonge: Sí, eso siempre lo hago con La Zaranda, con La extinta poética y con todo lo que me acerco en el teatro. No concibo al autor lejos del escenario, eso para mí es un gran fallo, ahí dejas de ser un autor teatral y te conviertes en un autor de literatura dramática. El autor está siempre para mí, como lo estuvo Esquilo, como lo estuvo Shakespeare, como lo estuvo Calderón, al pie del escenario. El teatro se fragua entre todos y el autor, mientras esté vivo está ahí, está con la compañía que hace con él el trabajo, que hace la obra y lo importante siempre es la obra, no el nombre de nadie en particular.
¿En qué sentido nos ayuda ese manual a “armar un sueño”? ¿Como forma de construirlo o como herramienta para poder defender ese sueño que, al fin y al cabo, es el teatro?
Eusebio Calonge: Esa arma cargada de futuro, que diría el poeta Celaya. Yo creo que armar en ese sentido, armar al hombre de nuevo de sueños, armar al hombre de nuevo de esperanza, armarlo de fe. Todo eso es construir de nuevo lo que el teatro de revelador, lo que tiene que decir al corazón del hombre. Creo que tenemos que usar la poética del teatro como un acto de rebeldía frente a un mundo donde hay una marea de superficialidad… Bueno, retiro la palabra «marea», diría charco que anega todo, porque la marea, el mar es profundo y la superficialidad, la vulgaridad, a la que el teatro ahora nos conduce no. Creo que de algún modo hay esta rebeldía ante un teatro que cada vez observo que es más dócil hacia el poder, un teatro que cada vez veo más dócil hacia el comercio, un teatro que cada vez me parece más convencional y, por tanto, más muerto. Un teatro con muy poco riesgo. Por supuesto, hablo de un teatro que es el que se considera como estamento cultural, no como el teatro que como semilla perdurable empieza a nacer. Yo veo a mucha gente joven que empiezan a desarrollar sus propios lenguajes llenos de esa poética.
¿De ahí esa frase: “un mundo hostil a todo lo que escape a su comercio”?
Eusebio Calonge: A mí me preocupa que en los jóvenes, digamos, hay mucha desesperanza y rápidamente su intento por hacer algo verdaderamente genuino, algo verdaderamente poético, rápidamente es interceptado, es neutralizado por este mundo de la distribución o de la exhibición teatral. Es muy difícil para la gente joven tener una continuidad cuando se meten en el mundo de la distribución. Son como fenómenos que cuando nosotros empezábamos, estaba todo más basado, como era en el mundo de los clásicos, en la compañía, en esa banda de hermanos que decía Shakespeare, y eso prácticamente ahora desaparece porque se neutraliza rápidamente, se neutraliza en aras de un triunfo rápido, de la fama, de todo este tipo de cosas, de todo este tipo de tentaciones, de esas banalidades que también habla nuestro trabajo. Digamos que hay casi un decálogo de pecados que nosotros, por supuesto, pudimos cometer y de los que se advierte. Creo que eso era el sentido antiguo del camino que sea tan presente. Creo que hay algo que la gente joven ve en nosotros, por lo menos según me han comentado algunos jóvenes, y que es, pese a todo, que se puede hacer el teatro que uno sueña, que no tiene que ser, por supuesto, parecido a La Zaranda, pero sí es parecido a lo que nosotros queremos establecer frente al mundo, lo que nosotros somos capaces de pensar y de soñar. Y yo creo que ese es un motivo siempre para comunicar, de los que estamos en una parte muy avanzada del camino a los que lo inician. Creo que eso, de alguna manera, también está en esta obra.
¿Qué tiene que tener el teatro para armarse de esa rebeldía?
Paco de La Zaranda: El teatro tiene que buscar el misterio que transita entre los seres humanos. He aprendido que el ser humano no es tan distinto, el amor, la muerte y todo los demás, es lo mismo en cualquier cultura y cualquier latitud, esos interrogantes los tiene cualquiera. No me gusta la actualidad inmediata, hacer teatro con la actualidad inmediata no nos lleva a nada. Hay que apostar por el alma del ser humano, que nadie apuesta por eso. Es difícil que en los tiempos que corren que nadie se quiera parar a escuchar, es difícil que la gente busque trascendencia en la belleza, en esperar que llegue la primera y florezca. Ya me pongo poético. Lo importante es que tu obra florezca en los demás. Si la gente viene al teatro a decir que bien lo ha hecho Pepito y que bien me lo he pasado y me voy a tomar una caña, pues eso me parece muy bien y muy humano, pero hay algo que va más allá, hacia lo divino. Sin lo divino no se puede vivir, se puede existir, pero vivir son palabras mayores.
¿Cómo se logra sobrevivir con una compañía como La Zaranda, con la que acabáis de cumplir 45 años de andadura?
Paco de La Zaranda: Es muy complicado de explicar. Con fe ciega en lo que uno apuesta, no te queda otra. Nosotros ya no esperamos a Godot, ya llega tarde. Nosotros ya estamos más que celebrando su venida, estamos en nuestra espera permanente, y mientras esperas es importante no desesperar, porque desesperando no viene nada. Somos gente que amamos el teatro y lo que hacemos. Tenemos suerte de tener un equipo con el que poder hacer el teatro que queremos y somos unos privilegiados, no montamos una obra porque vaya a tener más o menos éxito, el éxito es que haya habido alguien que haya sabido escuchar. El éxito está en saber vivir, en buscar belleza y la libertad que te da cuando la encuentres. Todo no es mercantilismo. El problema es cuando al hombre se le anestesia para que ni se pregunte ni busque, eso es lo terrible.
Eusebio Calonge: Yo creo que eso es un milagro. No creo que ni Paco, ni yo, ni Gaspar, ni Quique, ni bueno, ni los actores que ocasionalmente han aportado todo lo mejor que tenían en nuestra compañía pueden contestar. Se ha dado, es un milagro. Miramos para atrás y decimos, bueno, ¿cómo hemos podido sortear tantos obstáculos de todo tipo? Hasta el final, hasta esta última obra que fue especialmente difícil, especialmente dura, ¿Y por qué? Bueno, yo creo que son razones que el teatro sabrá, yo no sabría contestarte. Entonces no sería un milagro, un misterio. No tendríamos respuesta hasta eso. No lo sé, nunca pensamos realmente que íbamos a llegar ni siquiera a durar de una obra a otra. Al principio, decíamos: “No sé, ¿será posible estrenar?”, y cuando estrenamos, decía “bueno, se ha podido hacer”, pero nunca hemos pensado en una trayectoria ni hemos pensado en a largo plazo, ni en nada de eso. Ha venido dándose de un modo muy natural, como la vida, como uno cumpleaños sin darse cuenta, que de pronto se mira en el espejo y ve que está todo blanco y dice “vaya, el tiempo ha ido pasando”, pero por dentro sabe que, por otra parte, hay cosas que siguen perdurando en toda su juventud. Esa es una pregunta, como las preguntas hermosas, una pregunta sin respuesta.
Es verdad, se va haciendo camino sin que uno se lo plantee.
Eusebio Calonge: Al final, como dice una frase que prologa siempre el programa de mano: «Y al final uno acaba siendo el propio camino, con todos sus errores, con todos sus vericuetos, con esa vida. Y al final uno acaba siendo el propio camino». Bueno, es eso. Ese ha sido un camino largo y un camino corto. Hay las dos cosas, porque cuando uno se sube al escenario, el camino acaba de empezar, el camino es tan nuevo como para el chaval que se sube con su primera obra porque está esa agitación y está todo ese vértigo, está toda esa esperanza, está toda esa fe en el teatro. Es largo y es nuevo todo en la vida, son largas horas y días que pasan pronto, ¿no?
Y dentro de ese camino, ¿qué horizonte vislumbras?
Eusebio Calonge: Bueno, como te dije antes, creo que a La Zaranda le espera lo mejor porque el horizonte de La Zaranda, su batalla, no creo que acabe aquí porque hemos sido personas de fe, entonces el horizonte está más allá de la vida. Yo creo que ahí empieza lo más hermoso. Quizá mantenemos esa fe. Yo creo que el horizonte de La Zaranda, pues bueno, tiene también la esperanza en el teatro siempre en la gente que va a venir, que es lo importante, La Zaranda no es nada, ni significa más que los que portaron la antorcha, como todo hombre de teatro, durante el tiempo que le tocó vivir. Intentamos que no la apagara el viento y esperemos que esa llama al hombre, a otro que será el que tendrá, digamos, la importancia, el que tendrá, pues bueno, toda la responsabilidad para llevar dignamente esa luz al que venga.