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La voz de la memoria de Canción del primer deseo

Consuelo Trujillo: «Ha habido tanto silencio que casi parece que contar es abrir heridas, cuando realmente es lo contrario».

Nuestra reciente Premio Godot de Honor, Consuelo Trujillo, se encuentra hasta el 23 de junio representando Canción del primer deseo en el Teatro Quique San Francisco. La pieza, escrita por el dramaturgo australiano Andrew Bovell y dirigida por Julián Fuentes Reta, cierra una trilogía que comenzó con Cuando deje de llover y continuó con Las cosas que sé que son verdad.

Tras un proceso de creación de cinco años, la función narra la herencia que dejó la Guerra Civil enmarcada en tres etapas (1943, 1968 y 2024) y aborda temas como la reparación de las heridas del pasado y la recuperación de la memoria para poner en valor nuestra historia. Los compañeros de Consuelo en escena son Olga Díaz, Borja Maestre y Jorge Muriel, pero es con ella con quien nos detenemos a charlar sobre la reposición de esta pieza que se estrenó la temporada pasada en el Teatro Abadía.

 Cuéntanos, ¿cómo ha sido el proceso de creación de esta pieza, escrita por un dramaturgo australiano y qué interés le causó la historia de este país?

Vivimos una experiencia única en un periodo de residencias en Matadero para crear una obra junto a Bovell y nos sumergimos en ella para conocer lo que no conocíamos de nuestra historia familiar y de nuestra historia como país. El elenco lo conformamos Olga Díaz, Borja Maestre, Jorge Muriel y yo junto a Julián Fuentes Reta, director de la pieza, y un equipo artístico que se fue destilando a lo largo del tiempo. Bovell nos preguntó de qué no queríamos hablar y mucha gente del equipo dijo de la Guerra Civil y su respuesta fue que de eso es de lo que teníamos que hablar. Su maestría en el proceso se reflejó en sus preguntas y en sus propuestas de experimentación y búsqueda que nos llevaban a la almendra del conflicto.

Además, Andrew ama España, su mujer es griega y se siente muy próximo a nuestra cultura. Él se interesó sobre todo por el silencio, cómo ese pacto político y familiar nos ha paralizado en la construcción de nuestro país, cómo vivimos sin conocer lo que les ocurrió a nuestros padres, abuelas, bisabuelas… y, sobre todo, cómo hay varias generaciones que no preguntaron nunca. Ese silencio fue el motor de Bovell. El nuestro fue atravesarlo y preguntar a nuestros seres queridos, los que aún vivían, y también les preguntamos a los que ya no estaban comunicándonos de otras formas. El teatro es un lugar donde los muertos pueden expresarse, esto está en toda la tradición homérica y yo lo aprendí con Bovell y con Wajdi Mouawad.

La voz de la memoria de <i>Canción del primer deseo</i> en Madrid
La actriz Consuelo Trujillo. Foto de Pier Francesco Artini.

Hablando de la memoria familiar de cada uno de los intérpretes, ¿qué nos puedes desvelar de la tuya y cómo de emotivo ha sido para ti acercarte a esos recuerdos desde este prisma? 

Mi madre aún vivía cuando hicimos este periodo de residencias. Su historia está en la obra, la suya, la de mi abuela y mi bisabuela. Ellas forman parte de los dos personajes que interpretó. Mi bisabuela perdió un hijo de 16 años luchando en el 36 y dos tuvieron que exiliarse a América del Sur al acabar la guerra. A uno de ellos no lo volvió a ver nunca más. Tengo las cartas de su mujer a mi bisabuela porque él no tenía fuerzas para escribir a su madre. Mi abuela fue una sobreviviente. El amor de su vida, el padre de mi madre, murió también en el 36, Guardia de Asalto de la República. Mi madre nunca conoció a su padre y nadie le dijo su nombre ni le habló de él. Ella tampoco preguntó por él. Imperaba la ley del silencio y del miedo a hablar. Le pregunté a mi abuela antes de que muriera y fui yo quien le dijo a mi madre el nombre de su padre. Sin embargo, la familia de mi padre no participó muy activamente en la guerra, eran católicos y de buena posición social. A mi padre estuvieron a punto de secuestrarlo los Maquis afines al bando republicano para pedirle dinero a mi abuelo. En la obra está mi relato y el de mis compañeros (Jorge, Borja, Olga, Pilar, Julián, Iñaki y todos los que nos acompañaron en algún periodo de este proceso) y nuestros personajes honran las vidas de este relato personal y familiar, que es el relato de nuestro país.

 

Imagino que cada uno de los intérpretes vendría desde un lugar distinto ¿qué debates y reflexiones se suscitaron entre vosotros a raíz de este trabajo?

Todos traíamos silencio, violencia y dolor. Hubo momentos de enfrentamiento y el debate nos llevó a abrir la mente y el corazón. El teatro y la mirada incisiva y compasiva de Bovell fue lo que nos ayudó a entrar en el camino de querer saber para comprender, sanar, poner luz en lo oscuro, sentir y comprender el dolor de los demás. En nosotros estaban todas las Españas: los de derecha, de izquierda, de un bando, del otro, los que se cambiaron, los que se tuvieron que acomodar para sobrevivir… todo. La obra no es partidista, pero es fiel al relato de lo que ocurrió.

Cuando después de la función nos sentamos en una mesa y las personas, que acaban de ver la función empiezan a hablar, están todas las historias y en todas hay mucho dolor y mucha necesidad de contar y de escuchar a los otros. Romper el silencio nos ayuda a no sentirnos aislados, nos hace sentir acompañados.

 

¿Qué ‘feedback’ os llega por parte del público tras ver la función? ¿Os ha confirmado algún espectador que partiera desde un punto y la función les hubiese modificado? 

El público sale conmocionado y agradecido. Tenemos testimonios de personas de todas las ideologías, todos se sienten reflejados y también comprendiendo más a los otros, más empáticos. También hay espectadores que no quieren escuchar el relato porque quieren seguir anclados en una visión unilateral de nuestra historia. Y bueno, porque ha habido tanto silencio que casi parece que contar es abrir heridas, cuando realmente es lo contrario. Todos los especialistas en trauma nos cuentan que el primer paso en el camino de la sanación es hablar y escuchar a los otros. Me hablaron del testimonio de una mujer que había sufrido mucha violencia y abuso en su vida, que comentó que el día que escuchó la historia de los abusadores, ese día sintió que sanaba. La verdad que la gente que está viniendo al teatro en esta segunda temporada es más abierta. Sentimos muchas ganas de compartir, mucha conexión y emoción con la historia, esto llena de sentido nuestro trabajo en el escenario cada día.

 

La ley de Memoria Histórica no se aprobó hasta 2007, ¿qué ha generado en nuestra sociedad todos esos años de desmemoria?  

Dolor, trauma y separación. Hemos expulsado las vidas de las personas porque les hemos arrebatado la memoria. Recordar y recordarse es lo que nos permite no repetir. Y ya no podemos repetirnos mucho más. Es necesaria la memoria, honrar a los muertos y sacarlos de las cunetas. Son nuestra gente, nuestros antepasados, los de todos. En todas las familias hay desaparecidos, aunque no lo sepan. El teatro es un foro que revela la importancia de lo colectivo, de recordar y restituir.

 

Esta función transita por épocas distintas: 1943, 1968 y el presente. ¿Qué tienen en común y qué las diferencia entre ellas? 

Andrew Bovell es un maestro en el viaje de la violencia y las heridas a través de varias generaciones. Lo hizo magistralmente en Cuando deje de Llover y aquí lo vuelve a hacer. Dos familias, unos acontecimientos que ocurren en 1943 les marcan trágicamente. En 1968, en la última etapa del franquismo vuelven a salir a la luz en nuevas generaciones y en la época actual, Madrid 2024, vuelven a emerger y la obra nos lo cuenta a través de personajes muy dañados de manera muy distinta. Hay daño en la víctima y en el perpetrador. La oscuridad está en todos y todas, pero también está la necesidad de luz y reparación.  En la obra no hay condescendencia, hay un sentido profundo de la necesidad de justicia, esto adquiere en un momento de la obra un clímax trágico muy potente, pero hay un paso de tiempo y también hay un momento de perdón en la historia.

 

 

Mientras la pieza pretende reparar las heridas del pasado, hablando de la Memoria Histórica, uno de los dos personajes que interpretas se debate en un duelo con el Alzheimer, ¿de qué manera lo has abordado y qué ha sido lo más difícil a la hora de ponerse en su piel? 

Camelia tiene un propósito, visceral y de alma; quiere recordar y saber quién es. Es un movimiento de su alma que sólo puede darse en estados alterados como lo son la demencia, la locura, y en el ansia irracional de conocimiento. Para mí, esto es seguir el movimiento del alma, el llamado del ser. Ella lo sigue. El símbolo maravilloso que me regaló Bovell es que Camelia está escarbando en la tierra del jardín con sus manos, no sabemos lo que busca, cada espectador y yo misma hacemos nuestras asociaciones cada tarde, dejamos que los símbolos hagan su camino en nuestra memoria y en nuestro contacto con el inconsciente. Ella está habitada por lo simbólico, su perturbación le abre las puertas de lo oculto en el inconsciente. Y yo, como actriz, intento ser canal e intento no interferir. Cuando lo logro, el viaje es un regalo, una experiencia que me aporta mucho como ser humano y como intérprete.

 

Los personajes que interpretas son antagónicos, ¿de qué manera te sientes identificada con cada uno de ellos?

Margarita la madre de 1968 es un muro, aprendió a serlo para sobrevivir, ama fieramente y duramente, guarda un secreto muy doloroso y con eso vivirá hasta el final de sus días, pero será capaz de un acto de rebelión. Para mí es un enigma. Me enseña el poder de la contención, lo que somos capaces de aguantar los seres humanos para sobrevivir. Es madre en todos los sentidos, también en el más oscuro. Camelia es la liberación de la locura, es el cuerpo, el encuentro con la niña vieja, es ternura y desolación. Con ella quiero honrar la infancia y la vejez. Y transitarla me trae mucha dulzura y compasión a mi alma.

 

Acaban de entregarte el Premio Godot de Honor, ¿en qué momento vital te llega este galardón?  

Cuando José Antonio Alba, el director de la revista, me lo comunicó sentí un abrazo precioso de la familia Godot, gente que como yo ama tanto las Artes Escénicas. Dentro de mí estaban la actriz, la mujer y muy dentro la niña que, con pasión, amó el teatro desde su infancia sin saber que se convertiría en su vocación, profesión y camino de conocimiento. La niña se regocijó y lo celebró brincando de alegría. La mujer lo agradeció y sintió que su corazón se dulcificaba y la actriz lo recibió como un aliento en el camino de seguir creciendo en el arte. Este reconocimiento me llega en un momento de cambio vital, metamorfosis de mi cuerpo y de mi espíritu. Siento el valor del tiempo y no quiero perderlo. Tengo un deseo de gozar sin prisa lo que la vida me va trayendo, de experimentar, de conocer lo que todavía no se de mí, lo que está emergiendo en este instante. Estoy muy curiosa y despierta.

 

La voz de la memoria de <i>Canción del primer deseo</i> en Madrid
Consuelo Trujillo recibiendo el Premio Godot de Honor 2024.

 

¿Qué balance haces de tu carrera artística y qué batallas has tenido que librar para luchar contra la invisibilidad del trabajo de las mujeres de las Artes Escénicas? 

Tengo 64 años y no me he dado cuenta de que mi vida ha sido una vida en el teatro, dedicada por completo al mundo de la interpretación como actriz, maestra y creadora. He tenido la oportunidad de contar personajes de gran calado y he disfrutado de oportunidades muy bonitas en el audiovisual y, en este instante, lo estoy invocando con fuerza. Como mujer mayor que soy, siento el techo de cristal y no sólo en los sueldos, lo llamaría «el muro de la ignorancia» de todas las personas que formamos parte de la creación escénica y audiovisual. Reivindico con alegría y con ganas de aportar, personajes femeninos con vida propia, sexualidad, conflictos con el poder, la vida laboral, el vicio y la virtud (no sólo con hijos y maridos), personajes protagonistas porque todas y todos somos protagonistas de nuestras vidas independientemente de nuestro género, edad y orientación sexual.

 

¿Nos quedan mucho camino por recorrer aún en la igualdad? 

Desgraciadamente, el patriarcado se nos ha metido hasta la médula. Hace falta abrir la mente mucho y querer hacerlo para que las mujeres de mi edad contemos de verdad las historias que queremos contar.

 

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