En nuestro país, las ayudas a la cultura son como las cerezas o las cigüeñas: un asunto estacional. Ahora estamos terminando la temporada alta de convocatorias de ayudas, y por eso me ha parecido pertinente dedicar unas líneas a esta interesante especie administrativa: la subvención ibérica.
La subvención ibérica nace en las sedes electrónicas de las administraciones municipales, autonómicas y estatales entre diciembre y marzo, aproximadamente. Se suele caracterizar por requerir del solicitante una serie de documentos modelizados (cada instancia tiene los suyos), otra serie de documentos comunes (como la fotocopia del DNI o las escrituras de la empresa) y una cantidad de días hábiles para presentarla que oscila entre los 15 y los 20. La subvención ibérica suele nacer en invierno, pero su vida total tiene varias etapas: la admisión a trámite provisional, la admisión a trámite definitiva, la resolución provisional, la definitiva y la justificación. El solicitante tiene que estar al tanto para avistar estas etapas en las sedes electrónicas de la instancia pertinente, ya que en cualquier momento se le puede requerir documentación. En la última fase, la justificación, la profusión de documentos no solo anticipa el final de la vida de la subvención ibérica, sino posiblemente también la de su beneficiario.
El beneficiario, una vez superada la sorpresa de ver su nombre en un boletín oficial, acompaña la vida de la subvención ibérica que le ha tocado en suerte con una mezcla de emociones, que abarcan desde la alegría por sentirse afortunado hasta el pavor más absoluto, en la creencia de que una justificación mal presentada supondría el final de su carrera. Por este motivo la vida de la subvención ibérica es trágica: nace deseada, muere maldecida.
Pero lo que el beneficiario no sabe, o prefiere no saber, es que tras la justificación la subvención ibérica no muere: hiberna. La subvención ibérica puede pasar hasta cinco años en un perfecto y silente estado administrativo, tras los cuales saldrá para dar sus últimos estertores en forma de petición de justificantes de pago al azahar y facturas al romero, de aquel momento en el que fue, como la gracia de Dios, concedida. El que fuera una vez beneficiario de aquella subvención ibérica tiene, de esta manera, la oportunidad de revivir no solo los gratos momentos que pasó junto a ella, sino también todos los improperios y apóstrofes en desuso que su memoria sea capaz de rescatar.
No culpemos a la subvención ibérica de su extraño ciclo vital: pertenece a un ecosistema, el de la administración pública, trufado de mecanismos para garantizar que no hay ni un euro del dinero de todos que se gaste en algo que no pueda ser demostrado. A priori, a favor del concepto. Pero sería interesante sentarse cara a cara con todas esas subvenciones y pensar si hay otra manera más amable de ayudar(nos) para que este animal administrativo deje de ser el monstruo que nos está devorando la vida.