Los dioses y Dios, por El Brujo
Por Alberto Morate
Las sombras y las luces de los dioses cotidianos. Aquellos que vienen acompañándonos de siglo en siglo desde la antigua Grecia y la ancestral Roma hasta nuestros días, reconvertidos en políticos, ejecutivos, deportistas, cantantes… o simplemente, famosillos mediáticos de pantalla pequeña. Esos son hoy nuestros dioses.
Sobrenaturales y perpetuos que se nos aparecen cada dos por tres en nuestras casas sin tener la puerta abierta. Aparentemente son humanos, pero llevan toda la carga, no espiritual, sí divina, en sus acciones que hacen que todo lo demás quede en segundo plano. No son un haz de claridad, pero influyen en nuestro pensamiento, o más bien, en nuestro entendimiento.
Rafael Álvarez, El Brujo, el juglar, el cómico, el improvisador, el gigante de la escena, capaz de llenarla con su sola presencia, quizás sea también un dios venido a las tablas, para ponernos en entredicho y sarcásticamente el éxtasis (positivo o negativo) en el que estamos viviendo en medio de tanta pandemia.
No se va por las ramas, se balancea en ellas. Se crece en sus palabras, se saca de su frac blanco y su camisa verde, a los dioses que antes fueron y que hoy nos gobiernan. Su excusa es Anfitrión de Plauto, para contarnos los cuentos actuales de personajes que se enfrentan a ellos mismos, de manipulaciones, de desbarres de esta sociedad nuestra.
Eso es lo grande de este Brujo de la escena, que hila y no da puntada sin hilo, pero que cose sin aguja, aunque su pinchazo llegue hasta la médula.
Le acompaña, como siempre, Javier Alejano en la instrumentación musical, al quite (ensayado) de su brillo, a sus gestos, a sus saltos de argumento, a la voz animosa y esmerada de quien empieza y no acaba, de quien termina pero espera comenzar y regresar repentinamente, porque algo se le viene, de repente, a la memoria.
Y con mascarilla no nos reímos igual de fuerte, pero nos encaja en ella el elixir celestial de lo mordaz (no mordaza), de la noche luminosa en el teatro Bellas Artes, de la noble trama de traernos mediante textos de grandes autores, (aunque Plauto sea un sinvergüenza), el estudio de lo que pasaba para vernos en el reflejo de lo que ocurre ahora.
El Brujo siempre será bien recibido porque nunca sabremos cómo nos va a contar la historia.