«Mientras haya unos jóvenes que respondan suspirando a una voz que suspira habrá poesía»
En la biografía de José Luis González Subías puedes encontrar que es Catedrático de Lengua y Literatura, escritor, investigador, Titulado superior en Arte Dramático por la RESAD, Licenciado y Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, uno de los más destacados especialistas en teatro español del siglo XIX… un curriculum abrumador y envidiable. Incluso en esta entrevista descubro que fue cantante y guitarrista de un notable grupo de La Movida. Eso sí que es una vida aprovechada.
Y con todos estos méritos y 12 libros escritos, la gente le conoce más por su labor al frente del blog de crítica teatral La última bambalina. Cosas de los nuevos tiempos.
Ahora, se ha lanzado a escribir su primera obra teatral. Se llama de Desde mi celda… y, como el propio título indica, se ha construido sobre textos de Gustavo Adolfo Bécquer. El comienzo de una nueva aventura para este gran humanista tendrá lugar en La Sala todos los domingos de octubre. Allí descubriremos si las preguntas que lanza al vacío en esta obra resuenan con fuerza en nuestros oídos -y dejan poso- en esta construcción escénica dirigida por Carmen Latorre e interpretada por Ana Belén del Valle, Alicia Somalo, Joaquín Menéndez y la propia Latorre.
Desde mi celda, de J. L. González Subías
Por Sergio Díaz
¿De dónde viene tu pasión por las Artes Escénicas?
A comienzos de los ochenta del pasado siglo, una mañana intenté matricularme en el conservatorio para estudiar música y piano (hacía entonces mis pinitos como cantante de La Movida madrileña), y terminé apuntándome a las pruebas de ingreso en la RESAD, que estaba entonces en el mismo edificio (el actual Teatro Real). Es decir, llegué al teatro por casualidad, o por un capricho del destino.
¿Antes de seguir por el teatro, cuéntame eso de que eras cantante en la movida?
Sí, yo en aquella toqué en muchos sitios y formé parte de un grupo que se llamaba El Drama (muy teatral también). Yo era voz y guitarra y nuestro mayor hito fue ganar la X edición del Trofeo de Rock Villa de Madrid, en 1987. En aquel momento era uno de los trofeos más prestigiosos de la ciudad, todas las bandas querían hacerse con él.
¡Qué bueno!…, ¿Y cómo recuerdas esa etapa en la RESAD?, ¿y cuáles eran tus intenciones allí?
Como te comentaba, el hecho de que me aceptaran y me encontrara, sin saber muy bien cómo, en medio de un mundo totalmente nuevo para mí, hizo que mi paso por la escuela fuera una experiencia de completo aprendizaje y transformación personal. Era entonces muy joven, diría que el alumno más joven -o casi- de mi promoción; una promoción que dio después excelentes profesionales del arte dramático, como Blanca Portillo, Jesús Prieto, Juan Antonio Vizcaíno, Ione Irazábal, Maribel Ripoll, Pedro G. de las Heras y tantos otros. Fueron unos años maravillosos. Tuve la oportunidad de estudiar interpretación con Adela Escartín, que me reclutó para la RESAD, y José Estruch, de quien aprendí todo lo que sé sobre el verso clásico español y con quien me enamoré de nuestro teatro del Siglo de Oro. Pero también fui alumno de Francisco Nieva, José Monleón, Ricardo Doménech, Lourdes Ortiz y un sinfín de figuras de primerísimo orden que sentaron las bases de mi formación teatral e inocularon en mí el veneno del teatro. Sobre todo Estruch.
Respecto a mis intenciones, no sabría decirte. Amaba el arte, en su más amplio sentido. Para los teatreros, yo era el músico; y para los músicos, el teatrero. Era muy joven, no tenía una meta clara, más que aprender. De hecho, fue en la RESAD, gracias a la influencia de algunos compañeros, decisivos entonces para mí, como el periodista Alfonso Armada y Juan Antonio Vizcaíno, donde me interesé realmente por la literatura por primera vez y decidí completar mi formación intelectual y humanística e iniciar mis estudios de filología.
Sí, y de hecho eres también catedrático de Lengua y Literatura. ¿Cómo valoras la paulatina desaparición de las Humanidades del sistema educativo?
Hace tiempo que el saber humanístico tiene escaso o ningún valor en la educación. No tiene ninguna aplicación práctica y, por tanto, es inútil y prescindible. Un simple barniz de cultura es suficiente para cubrir las apariencias. Como humanista (no se me ocurre mejor término para definirme), no puedo más que lamentar esta deriva, iniciada hace tiempo, que nos conduce hacia un mundo cada vez más superficial, deshumanizado y alienante. Diría que, incluso más violento y autodestructivo. ¿Tendrá algo que ver todo esto con cuanto está sucediendo a nuestro alrededor en este siglo que parece tratar de competir con los peores recuerdos del precedente?
Todo parece indicar que sí y para eso es imprescindible la formación de las nuevas generaciones. ¿Qué inquietudes académicas y laborales tienen los alumnos y alumnas a los que recibes cada curso? ¿Cómo los ves?
Hace tiempo que no estoy en contacto directo con los adolescentes, puesto que imparto clases en horario nocturno, y el perfil del alumnado es en este caso bastante distinto. Por desgracia, los escasos alumnos que tenemos ahora mismo (cada vez hay menos interés en cursar bachillerato y se prefiere optar por un ciclo formativo) se matriculan por sacar lo más fácilmente posible un título que les permita ascender en su trabajo o aspirar a unas oposiciones… Parece que el interés por la adquisición de unas habilidades prácticas se ha impuesto, en consonancia con ese abandono del saber especulativo y contemplativo. No son estos buenos tiempos para la lírica.
Has escrito 12 libros si no estoy equivocado, tocando diversos géneros, pero todos ellos relacionados con el teatro. ¿Qué te mueve a la hora de escribir un libro? ¿Qué historias quieres compartir?
Sí, de momento una docena. Todos ellos, salvo una novelita que fue una especie de desahogo y de reto, son obras de carácter académico y ensayístico centradas en el teatro. Siempre que he creado algo (y la escritura, incluso cuando se trata de un ensayo o una investigación, también es creación) lo he hecho por gusto e interés personal. Solo escribo de aquello que me interesa hablar y cuando tengo algo que decir. Por eso, en todo cuanto escribo dejo una parte de mí mismo. ¿Habrá junto a la reflexión y el análisis, un poco de confesión y exhibicionismo? Debería meditarlo.
Te has especializado en el siglo XIX. ¿Qué tenía ese siglo para ti?
Siempre que se habla del siglo XIX, las personas que mejor me conocen comentan: «tu siglo». No sé si porque piensan que me he quedado en él, aunque nunca lo viví, no nos llevemos a errores (risas) o por el mucho tiempo de mi vida que le he dedicado. No sé a qué se debe, pero conecté desde muy pronto con las obras del Romanticismo; especialmente su estética y el halo de misterio, de inquietud ante la existencia o lo trascendente que parece emanar de un siglo que abandonaba las certezas del pasado, vivió las convulsiones de un presente tumultuoso y anunciaba las inseguridades de un futuro cada vez más incierto y cambiante. Quizá contemple el pasado con el barniz de un idealismo con el que identifico igualmente la escenografía y la banda sonora de ese periodo.
En el mundo escénico la gente te conoce por tu blog, La última bambalina. ¿Por qué decidiste abrirlo y qué te mueve a seguir alimentándolo?
Como tantas cosas en mi vida, La última bambalina nació de un modo casual, casi improvisado. Un día, allá por el verano de 2017, se me ocurrió que podría dejar constancia, por escrito, de mi experiencia como consumidor de teatro, aportando a esta mis conocimientos sobre la materia. Una forma de contribuir a la divulgación del teatro desde unos escritos ya no académicos ni librescos, sino más directos y cercanos. Quise hacer unos artículos de opinión teatral al estilo de Larra, por ejemplo (de nuevo un romántico), que con el tiempo se transformaran, por qué no, en un nuevo libro. De hecho, cuando concluya este periplo deseo escribir un extenso ensayo que lleve el título de mi blog, y quede como análisis y testimonio de este periodo de nuestra reciente historia teatral.
¿Tienes una buena conexión con tus lectores y el público teatral gracias a él?
La última bambalina me ha dado más satisfacciones personales, y visibilidad, que más de cinco lustros de dedicación al teatro desde la investigación académica, en lo que se refiere a las relaciones humanas. Es lo que tiene hablar de vivos, que si lo haces bien sueles ganar amigos. ¡Ojo! También puede suceder lo contrario. Es el riesgo de haber querido ejercer la ‘crítica’ teatral viva. Lo cierto es que los escritos y opiniones de mi blog han suscitado más interés y han sido más leídos que cualquiera de mis libros, que siempre han estado reducidos a un círculo muy minoritario; y me han dado una visibilidad que jamás habría podido alcanzar con las decenas de estudios y escritos académicos que he publicado, incluidas mis obras ‘mayores’. Confieso, en cualquier caso, que he sido muy feliz entablando un diálogo permanente con autores del pasado; es una actividad callada, silenciosa y solitaria que me fascina y continúo haciendo.
Ahora afrontas tu primera incursión escénica con tu obra Desde mi celda…, un título que nos lleva indefectiblemente a Gustavo Adolfo Bécquer. ¿Qué conexión hay en tu obra con el poeta sevillano?
Mucha. Bécquer no solo es el autor con el que descubrí y me enamoré de la literatura verdaderamente. Su concepción de la poesía, su estilo, de un romanticismo avanzado que conecta con el simbolismo finisecular, y los temas que aborda, el halo de misterio que envuelve su mundo ensoñado… Todo en él es anticipo, a pesar de la distancia que nos separa, de un tipo de literatura moderna (la que a mí más me interesa) marcadamente íntima, cercana y, a un tiempo, inquietantemente profunda y trascendente.
¿Has ido a la sierra del Moncayo para inspirarte y escribir?
El verano pasado estuve recorriendo la zona, pero no en busca de inspiración ni para escribir, sino para disfrutar de los parajes y recorrer con mis ojos los rincones que vio el poeta. Un lugar que me fascina, desde hace muchos años, al que volví, es el monasterio de Veruela, que tanta relación tiene con la obra que he escrito, desde su propio título.
¿Qué se va a encontrar el público que vaya a ver desde Desde mi celda…?
Un gran maestro de la dramaturgia española, un verdadero sabio de la escena cuyo nombre prefiero no mencionar, pero conocido de todos, me aconsejó en una ocasión que cuantas menos explicaciones se den de una propuesta teatral, o de cualquier otra creación artística, antes de que el público se enfrente a ella, mejor; cualquier explicación previa al disfrute del acto escénico mismo es siempre una distorsión de la obra. El producto real solo está sobre el escenario. Aun así, no puedo dejar de responder a tu pregunta. Baste, en principio, saber que Desde mi celda… es una obra construida a partir de diferentes textos de Bécquer, que he unificado en una historia personal llena de interrogantes y sugerencias, dirigida a los sentidos, a la sensibilidad y al intelecto. Es una obra de intenso sabor literario, pero, a la vez muy visual y auditiva, que espero mantenga el interés del espectador y lo seduzca.
Son varias las preguntas que nos planteas en tu obra. ¿Crees que los individuos de hoy en día se paran a hacerse preguntas trascendentales? ¿Tienen tiempo para eso o acaso no prefieren pararse por si lo que escuchan no les satisface?
Bueno, quizá no haya nada más trascendental que la propia vida, pues venimos a ella de la ‘nada’ y nos vamos de ella del mismo modo. No saber a dónde vamos ni de dónde venimos, incluso dónde estamos… son preguntas de corte existencial que el ser humano se ha hecho desde siempre. Nuestra existencia es un Misterio, así, con mayúsculas; es el gran misterio, al igual que la existencia misma del universo. Es tal la complejidad de este insondable enigma que no me sorprende que prefiramos ignorarlo, y centremos nuestra atención en asuntos más cotidianos, prácticos y asequibles. Sin embargo, estoy seguro de que todos, en algún momento, nos hemos hecho preguntas más allá de lo físico y de la realidad que percibimos, y hemos pensado en ese misterio. Probablemente en momentos críticos en los que hemos percibido nuestra pequeñez ante la infinitud, nuestra debilidad y extrema vulnerabilidad, que, como sabemos, conduce inexorablemente al mismo sitio: la muerte. El otro gran misterio que determina nuestra vida.
¿Hay mucha coincidencia entre las cosas que te mueven y las que movían a Gustavo Adolfo Bécquer?
La verdad es que no puedo saber con certeza qué movía a Gustavo Adolfo Bécquer más allá de lo que pueda inferir o imaginar por lo que dice en sus textos. Y en este sentido, sí, muchas de las inquietudes que percibo en Bécquer y de los temas que conforman su universo literario y vital me interesan, y algunas las comparto en buena medida; dejando a un lado la diferencia de más de un siglo que nos separa, por supuesto. El hecho de que ambos naciésemos un 17 de febrero es una curiosa coincidencia que siempre me llamó la atención.
Bécquer, tú… pero la obra está protagonizada y dirigida por mujeres. ¿Las emociones universales siguen estando por encima del género y el tiempo?
Absolutamente. Confieso que cuando escribí la obra, la imagen que tenía del protagonista era masculina (quizá una proyección de mí mismo y de Bécquer, como estamos hablando); sin embargo, la posibilidad de que Carmen (Latorre) la representara hizo que viera al personaje con ojos distintos, incluso mis propias palabras, y percibí que, en efecto, ese papel podía hacerlo perfectamente una mujer. No se trata de sumarme a la moda de cambiar de género a personajes tradicionalmente masculinos; nada más lejos de mi interés. En realidad, el ser que protagoniza Desde mi celda… es solo eso, un ser humano; es el hombre como sustantivo colectivo que abarca a toda la humanidad, y desde esa dimensión no hay género alguno posible.
Carmen Latorre, además de intérprete como hemos comentado, es la directora del montaje. Ella fue quien te retó a escribirlo y darle forma. ¿Por eso le devolviste el reto pidiendo que lo dirigiera y que fuera una de las intérpretes?
Así es. Era imposible que alguien con tanto contacto con la literatura dramática no cayera en la tentación de escribir algo propio. Todo crítico literario o teatral encierra un escritor dentro. No resulta extraño que alguna vez suceda, y, de hecho, ha sucedido muchas veces en la historia de la literatura y el teatro. Pero probablemente no me hubiera decidido a completar este texto, cuya idea me rondaba ya en la cabeza, de no haberme incitado Carmen Latorre a escribirlo. Fue en esos meses oscuros de la pandemia, cuando el mundo parecía haber tomado un color y un rumbo totalmente distintos, en aquel largo paréntesis que nos cambió la vida, cuando aproveché para recoger el guante y ponerme a escribir Desde mi celda… Cuando nació la criatura, que solo mostré a algunas personas muy cercanas, quienes afectuosamente me animaron a creer que el texto merecía la pena, quise verlo plasmado sobre la escena. Había nacido como una obra de teatro, y ese debía ser su lugar. Entonces pensé en Carmen. Ella me había empujado a escribirlo porque creía en mis posibilidades como autor, y yo quise devolverle el reto, porque creía en su capacidad como directora y actriz, y sabía que, si le interesaba el proyecto, daría todo por sacarlo adelante. Como ha hecho.
Se trata de una obra en la que prima el texto. ¿Hasta dónde te has implicado en el montaje de la obra? ¿Es un trabajo conjunto o estás dejando que Carmen haga su parte sin interferencias?
En efecto, Desde mi celda… es una obra eminentemente textual, la palabra lo es todo… o casi todo en ella. Pero no solo. La labor de Carmen, como actriz y directora, es primordial en lo que va a verse. Como creo haber dicho en otro momento, el elemento visual y auditivo juega un importante papel en su planteamiento escénico; y me consta que Carmen también lo ha planteado así. No obstante, desde el primer momento le dejé entera libertad para montar el texto como estimara conveniente, a partir de las muchas indicaciones escenográficas y ambientales expresadas en las acotaciones. No quise intervenir de ningún modo en su trabajo. Yo escribí las palabras, pero Carmen ha tenido absoluta libertad para interiorizarlas e interpretarlas como las ha sentido y del modo en que haya pensado puede sacarse de ellas el mayor rendimiento escénico. Dicho de otra forma, el día del estreno seré un espectador más, dispuesto a sorprenderme y a disfrutar con lo que vea.
¿Te ha sido fácil encontrar un lugar donde exponer esta obra?
Soy consciente de mis limitaciones al tratar de ‘vender’ una obra como autor. En este sentido soy un completo desconocido. De salida, no podía pretender que mi texto fuera admitido como una posibilidad escénica real en la programación de una gran sala. Tampoco habría sabido cómo hacerlo ni qué pasos seguir, estoy fuera de mi medio. Sabíamos desde un principio que nuestras aspiraciones debían ser humildes. Tanto Carmen por su lado, como yo, presentamos el proyecto a algunas salas (pocas en realidad), de las que no obtuvimos respuestas concretas; pero cuando conocimos el pequeño espacio dirigido por Eva Quirós y hablamos con ella en persona, nos dimos cuenta inmediatamente de que La Sala podría ser el lugar perfecto para que nuestra obra iniciara su andadura.
Formas parte del ranking de Godot y cada semana valoras las obras de teatro que has visto, cosa que te agradecemos. ¿Estás nervioso ante el escrutinio que va a tener tu trabajo?
No sabría decir si son nervios lo que tengo o una inquietud cargada de responsabilidad. Siempre he sentido mucho respeto por el trabajo de quienes se suben a un escenario a darlo todo, y he procurado reseñar estos trabajos desde el cariño y la admiración por la creatividad y el enorme esfuerzo que supone montar una obra. Soy consciente de que hay bastantes personas del mundillo teatral, y fuera de él, que conocen mi trabajo como crítico y estudioso de la escena, y eso puede que haya creado una cierta expectativa por saber qué ha hecho en la práctica quien tanto ha hablado desde la teoría. O no… Lo cierto es que esta vez no voy a poder hablar de este montaje desde fuera, como crítico y espectador. Ahora les toca a otros juzgarlo.
Últimamente, cuando hablo con autoras y autores, hay una pregunta recurrente que se me viene a la cabeza, quizá por aspiración personal. ¿Cuándo se da uno mismo cuenta de que lo que escribe es lo suficientemente bueno como para publicarlo o hacer una obra teatral con ello?
Yo creo que es la seguridad en uno mismo la que determina la visión que tenemos de lo que hacemos. Cuanto más inseguros somos, más necesitamos del reconocimiento de los otros. Ha habido grandes artistas que han necesitado el reiterado reconocimiento y aplauso ajeno para sentirse satisfechos de su trabajo, mientras que otros han creído en sí mismos, por encima de cualquier opinión externa, y el tiempo ha acabado dándoles la razón. O quizá no. Es muy complicado saber cuándo algo es realmente bueno. A veces se toma la decisión de divulgar lo que se sabe o se cree bueno, y en ocasiones se divulga algo para saber si realmente lo es, en la opinión de los otros (opinión no siempre coincidente y común). Como decía, quizá se trate de una cuestión de seguridad en uno mismo.
Para no andarme por las ramas, creo que lo que he escrito es suficientemente bueno para ser mostrado, y por eso me he decidido a hacerlo, pero no estaré totalmente seguro de ello hasta que obtenga la aquiescencia del público (o de mis colegas), que es quien determina siempre, en definitiva, la valía real (no ilusoria) de una obra.
¿Es cuestión de talento, de estilo, de tener un tema potente que contar…?
El talento es la base de cualquier creación artística, el estilo es el rasgo que nos distingue frente a otros creadores (sin él no somos nada), y la necesidad de tener algo importante o simplemente sugerente (prefiero lo sugerente a lo ‘importante’) que contar, un tema que nos afecte o pueda afectarnos a todos, es definitivo asimismo para que nuestra obra tenga interés, atrape, seduzca o emocione.
Bécquer te subyugó a ti, me subyugó también a mí, que cada vez que paso por Noviercas o Tarazona me parece que siento su presencia en cada rincón… ¿Crees que las nuevas generaciones pueden encontrar en él un referente a la hora de plasmar cosas en un papel o ya les queda muy lejos?
Es curioso que, aunque en principio pueda parecer que la figura y las palabras de Bécquer quedan lejos para los jóvenes de hoy, mi experiencia en las aulas durante muchos años me ha demostrado lo contrario. Todavía sigue siendo un autor que conmueve e interesa. Es cierto que, ahora como siempre, no a cualquiera, pero sí a ciertas almas sensibles que conectan inmediatamente con sus palabras. Y las hay. Cada curso vuelvo a encontrar esos mismos ojos ansiosos de misterio y de poesía entre mis alumnos. Y ya sabemos… Mientras haya unos jóvenes que respondan suspirando a una voz que suspira… habrá poesía.