Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Una mirada sobre un grupo de jóvenes en el tránsito hacia la mayoría de edad. La Tristura se acerca a ese tiempo irrepetible en el que nos hacíamos personas.
Hace 7 años, La Tristura estrenó Materia Prima. No eran ellos, Celso Giménez, Violeta Gil, Itsaso Arana, quienes estaban en escena, como hasta entonces. Su historia la contaron a través de dos niños y dos niñas de 9 y 10 años.
«Cuando el hombre nace su cuerpo es frágil y ligero. Cuando muere es rígido y duro. Cuando un árbol crece es tierno y flexible, pero cuando está seco y rígido se está muriendo. La fuerza y la dureza son satélites de la muerte. La agilidad y la debilidad expresan la juventud de la existencia».
Esta cita de Stalker, de Tarkovski, se la leyeron a los niños de Materia prima durante el proceso creativo. Ahora se la han vuelto a leer a dos de ellos, Siro y Gonzalo, que participan en la nueva pieza, en Future lovers, con 17 años. Parece incluso tener más sentido ahora.
¿Cómo seguir siendo frágiles y ligeros?
Quizás la respuesta está en mirarles a ellos, a los adolescentes, mirar la poética de la ternura, la estética de lo ingenuo, lo político del hombre social naciente que adolece de futuro. Porque en la adolescencia nos convertimos definitivamente en seres sociales, porque empezamos a tomar decisiones vitales y cada cosa que nos sucede es identitaria.
Ese futuro que vendrá
Nada parece indicar que el futuro que le espera a la Humanidad esté lleno de amor y concordia. Hay una cierta trampa en el título de esta pieza. Por todas partes se estampa la palabra «lovers», como dice Celso Giménez, hasta para comprar una humilde barra de pan.
Estamos invocando al amor desde lo publicitario, sabiendo que es precisamente de lo que más carece el ser humano. “Es lógico -sigue Celso- cuando como comunidad te estás alejando de algo y lo dices y lo pronuncias a ver si así nos despistamos y pensamos en positivo. Siempre fuimos reacios a titular en inglés, a mí me parecía una mierda con lo bonito que es el castellano, pero en este caso sí había algo como de apelar a cierta globalización, apelar a un terreno que está por encima del idioma, que impone conceptos como futuro y como lovers. Parece evidente que el futuro no camina hacia ahí precisamente. Pero más que eso, en la decisión hay algo de no tener apriorismos con la generación que ponemos en escena. Nosotros tenemos 15 o 20 años más que ellos y damos muchas cosas por hecho: que son unos despistados, que están enganchados a la tecnología, que se están perdiendo muchas cosas. Bueno, sí y no. Tienen acceso a muchas cosas, a mucha información, para mal, y para bien también».
No sabemos qué les va a deparar el futuro a ellos, sabemos lo que nos deparó a nosotros el tiempo que siguió a nuestra adolescencia. Hay tantos futuros como personas, al fin y al cabo.
Mirarlos sin juicio
Sí, esta gente, los millenials, los nativos digitales, vienen con un cargamento de información y el reto está en enseñarles la capacidad crítica de discernir. Pero esta obra no es educativa, es más bien contemplativa.
Es detenernos a ver qué pasa en esos cuerpos y esas mentes con toda esa información que manejan. “Tienen un tipo de sabiduría de la vida que es como si hubiesen vivido más de lo que han vivido. Eso me parece muy simbólico. Estamos viviendo con mucha información de la vida antes de vivirla. Por un lado son muy salvajes, muy espontáneos, tienen mucha energía, pero luego son muy mentales también. Nosotros ya teníamos discursos preaprendidos a su edad, esto no es nuevo, pero ahora es mucho más fuerte”, comenta Celso.
Tampoco es nuevo esto de intentar reflejar la adolescencia en el teatro últimamente, aunque en este caso todo aquello tan manido que nos asalta como temas al poner la cuestión sobre la mesa, queda a un lado.
El salto generacional, la violencia, la hiperconectividad, el aislamiento… «tratar los temas más manoseados cada vez me resulta menos interesante, te hace volar menos realmente. El móvil está muy presente, desde luego, pero no para hacer fotos y subirlas a Instagram. Aquí no queremos lanzar la eterna pregunta de si las tecnologías o las redes sociales son buenas o malas. Prefiero ver cómo un chico le alumbra a otro con el móvil porque está oscuro, me parece más interesante ese uso práctico-poético».
Entre realidad y ficción, La tristura nos invita a mirar a un grupo de adolescentes sin apriorismos, sin prejuicios ni posjuicios. Dejarlos ser en escena como son en un botellón, pero botellón intervenido poéticamente.
Teatros del Canal
Del 12 al 16 de diciembre