La dramaturga chilena Manuela Infante propone una nueva forma de pensar a través de Estado vegetal: un monólogo polifónico, ramificado, exuberante, reiterativo, divisible y sésil. La protagonista, Marcela Salinas -que es una mujer, no como individuo, sino como una multitud- reflexiona sobre la otredad «no solo pensando en la inclusión, sino en cómo aprendo a ser como los demás».
En su trabajo más reciente, la dramaturga más imaginativa de la escena actual viene experimentando con obras como Multicancha, Zoo, Realismo, en búsqueda de nuevas realidades escénicas que presentan una ruptura con el lenguaje teatral convencional, y despojan al hombre de su posición privilegiada en la escena. Estado vegetal es una propuesta totalmente novedosa y rupturista, en tanto que pone fin al antropocentrismo en el teatro: la experiencia humana ya no será el eje referencial en la narración.
Apoyándose en el pensamiento revolucionario de filósofos de las plantas como Michael Marder y neurobiólogos vegetales como Stefano Mancuso, este monólogo se convierte en una búsqueda filosófica que empieza con un accidente automovilístico: un joven que iba en moto se queda en estado vegetal al chocar con un árbol.
Infante busca redefinir la relación entre el hombre y las plantas, a la vez que propone una reflexión sobre nuestras propias nociones de lo que es pensar, sentir, estar, comunicarse, ser consciente. Pero como explica su autora, «Estado vegetal no es una obra sobre plantas; es un ejercicio para ver qué cosas del mundo vegetal nos pueden ayudar a repensar el teatro y el lugar de la actuación».
Estado vegetal ronda incansablemente alrededor de un diálogo imposible, el de los seres humanos y las plantas. Un diálogo fallido con la naturaleza que es, quizás, nuestro monólogo más innato.