Foto portada: Valeria Sigal

 

Llevaba ya casi veinte años en Buenos Aires cuando me fui a uno de los teatros porteños más queridos, el Maipo, la obra que estaban haciendo era de un dramaturgo español, Ignasi Vidal, su extraordinaria Dignidad. Tuve la fortuna de que justo él estaba allí y pudimos conversar un rato largo.

No mucho tiempo después, viajé solo por un mes a España, última función de Juguetes Rotos en el Teatro Español. No era casual que su sobresaliente directora fuera argentina: Carolina Román. Conecté con cada segundo de Kike Guaza y Nacho Guerreros respirando en escena. Con ella decidimos dejarnos el alma y crear María Teresa y el león una obra sobre exilios y todo el amor a través de la vida de María Teresa León.

Un par de años más tarde recibí una llamada de Nacho Guerreros proponiéndome dirigir una obra de Ignasi Vidal.

¿Qué probabilidades había de que ambos artistas se unieran en mi vida? Todas.

 

 

A veces pensamos que estamos creando todo por primera vez, que los cruces de océanos y nuestras vidas trashumantes las crearon las coproducciones o las plataformas. Hoy escuchamos al conmovedor Pacífico de Carmelo Gómez a través de la dirección de Tolcachir, Guillermo Cacace viene con su mejor pedagogía y dirección, a Santiago Loza nos lo ha traído Eduard Fernández este año, y Mariano Stolkiner acaba de estar con Rota protagonizada por una actriz a la que necesito abrazar siempre al terminar la función, Raquel Ameri. Son solo algunos ejemplos de nuestro teatro de ida y vuelta.

Vuelvo a María Teresa y a Román y recuerdo la escena en la que la escritora convidaba a sus amigos en su hogar de exilio argentino: Lorca, Xirgu, León Felipe o Gori Muñoz. Me viene el vértigo y la admiración solo pensar en aquellos desterrados. Cuando el Marsilia atracó en Baires donde viajaban un grupo de intelectuales españoles, dicen las crónicas de la época que fueron tratados como criminales durante el trayecto, que ni mirar por los ojos de buey les dejaron.  No imagino el teatro del que gozo y del que me alimento sin haber aterrizado en Argentina en 1999. Esa creatividad sin descanso y sin dinero, pero siempre adelante, siempre jugada, siempre desde el tuétano. Todo lo aprendido, lo calado entre cooperativas y salas porteñas, me siento obligada por privilegio y compromiso a portearlo y compartirlo en esta ciudad madrileña tan querida como desconocida para mí, teatralmente hablando. Me gusta pensar que es lo menos que podemos hacer para honrar aquel surco en el mar que nos trazaron. A veces me encuentro con actores aquí que no quieren saber nada de trabajar desde el cuore, desde ellos mismos, capaz sea el miedo, capaz solo vagancia. Aprendí de Baires que trabajar con la verdad es siempre revelador, que la Memoria es revolucionaria y que los titiriteros fueron y somos el mejor verso de León Felipe: «¡Qué lástima que yo no tenga una patria!».

Imagino a ese vapor saliendo de puerto hoy, con todos los que nos abrieron camino en el mascarón de proa, sus manos sujetas junto a su corazón de paria, van dejando tras ellos una larga estela y con el rozar del Mistral se escucha un eco en las olas: Sígannos siempre.

 

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