En Palabras de... Raúl Losánez en Madrid
El periodista y dramaturgo Raúl Losánez.

Cuando empecé a colaborar con Ana Contreras, y ambos decidimos, hace ahora cuatro años, formar la compañía a La Otra Arcadia, mi propósito –lógicamente compartido por ella- era muy claro: intentar ofrecer un teatro poético que no veía ni veo por ningún lado en la cartelera. Claro que se hace teatro en verso, y muy bueno en ocasiones; pero lo que yo echo en falta sobre un escenario no es la poesía dramática, sino la poesía lírica; es decir, un teatro que se construya sobre la emoción, no sobre la acción; en el que los actores no se conviertan en los personajes que ha creado un autor, sino en la pura expresión y el sentimiento de ese autor. Un teatro en el que es fundamental, cómo no, desentrañar y aquilatar bien los conceptos que maneja el poeta, pero en el que, además, a diferencia del teatro dramático, hay que sujetarlos con firmeza y mantenerlos en la abstracción, adecuándolos al tempo y a la intencionalidad que marcan el corazón y el pensamiento profundo, que es donde se cocina este tipo de poesía. Porque, en contra de lo que muchos sostienen, esta no es una poesía que quiera ser ‘dicha’ a nadie, ni siquiera cuando se expresa en segunda persona, sino más bien que quiere ser ‘pensada’ y ‘sentida’ en pudorosa y solitaria voz alta. El público aquí funciona, por tanto, como un privilegiado voyeur espiando esa desnudez íntima del poeta, esa revelación insólita de su alma inconfesa.

Y qué mejor alma para ser espiada puede haber que la de Gustavo Adolfo Bécquer, que es el autor en torno al cual hemos levantado Vano fantasma de niebla y luz. Y qué mejores actores puede haber que Beatriz Argüello y David Luque para transmutarse en esa atribulada alma de Bécquer. Ella funciona como un ideal inalcanzable; puede parecer un ser humano concreto, real; pero también, y sobre todo, es un ideal intelectualizado; es la representación de la verdad, del conocimiento, del bien, de la belleza; y es, al mismo tiempo, la propia inspiración, el motor de toda creación artística. Él es, por su parte, un ser falible que trata en vano de buscarla, como quien busca el santo grial o el sentido último de su existencia. Estas son las ambiguas y simbólicas líneas argumentales de la obra.

 

 

Habiendo sido mi irrenunciable vocación como escritor la de poeta, y mi privilegiada escuela teatral el departamento de Dramáticos de Radio Nacional de España –cuando tal departamento existía-, es comprensible que mis intereses creativos se inclinen de manera natural hacia lo literario y lo sonoro. Esto quiere decir que en la dramaturgia de todos nuestros espectáculos no solo se privilegia la palabra poética, sino también la música que ha de arroparla en todo momento. En Vano fantasma de niebla y luz hemos podido contar con alguien de la talla de Jorge Bedoya, que ha creado una extraordinaria partitura que él mismo interpreta en directo al piano, y con Raquel Riaño, que ha transformado algunos poemas de Bécquer en preciosos temas que canta en la función acompañada por Jorge.

Afortunadamente, mis delirios literarios y el universo sonoro que hay en torno a ellos pasan en última instancia por Ana Contreras; es ella, al fin y al cabo, quien los convierte en imágenes igualmente poéticas, quien los dota de movimiento y plasticidad, quien les da, en definitiva, la entidad escénica que, honestamente, creo que tienen. Ojalá también se lo parezca así al espectador.

 

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