El Teatro Tribueñe vuelve a convertirse en laboratorio de riesgo, casa de legado y territorio de revelación artística con el estreno absoluto de La gaviota de Chéjov + Chéjov, la nueva versión dirigida por Irina Kouberskaya y firmada junto a Candelaria de la Serena. El montaje, que levantó el telón por primera vez el 28 de noviembre y continuará su programación los días 12, 13, 19 y 20 de diciembre, es una invitación a mirar de nuevo uno de los textos más aclamados y más vivos de la historia de la dramaturgia moderna universal.

Irina Kouberskaya.

La obra nace de una premisa sencilla en apariencia, pero de una profundidad que desarma: ¿qué ocurre cuando La gaviota, con todos sus silencios, sus ironías y sus capas psicológicas, dialoga directamente con la voz íntima de Chéjov? ¿Qué sucede cuando su pensamiento, expuesto en cartas, diarios y recuerdos de sus contemporáneos, se filtra entre las escenas, como si el propio autor acompañara a sus personajes desde un lugar secreto? Para Kouberskaya, esta operación es una forma de justicia poética. “Rescatamos pequeños fragmentos del legado literario del autor que ponen en evidencia su filosofía, su capacidad de descifrar la realidad y, a pesar de ello, no perder la inquebrantable fe en el hombre”, explica. “Ha sido un trabajo delicado, tratando de no quebrantar la estructura transparente de la obra”.

El punto de partida conceptual está contenido en una frase que aparece en las memorias de Olga Knipper Chéjova, actriz, viuda del escritor y primera intérprete de varios personajes chejovianos: “¿Es posible interpretar esto?” Aquella duda reverbera todavía hoy y, para Irina, no es una pregunta técnica sino metafísica. “La mejor obra es aquella que guarda su secreto el mayor tiempo posible”, recuerda citando a Paul Valéry. En La gaviota, ese secreto no es un enigma narrativo, sino un iceberg emocional, un territorio donde “la inmensidad y la profundidad de las inquietudes humanas” permanecen ocultas. “Para entrar en el universo de Chéjov hay que tener personalidad, tu propio mundo, o ganas de empezar a crearlo”, afirma. Por eso, más que interpretar la obra, el reto es “escucharla”.

Que Kouberskaya afronte ese desafío no sorprende. Nacida en Moscú en 1946 y formada en la prestigiosa Escuela Superior de Teatro, Música y Cinematografía de San Petersburgo con maestros como Tovstonogov, Muzil o Katzman, pertenece a la misma tradición teatral que gestó el universo de Chéjov. Desde su llegada a España en 1973 ha trabajado con instituciones que marcaron el desarrollo de la escena contemporánea, el TEI, el TEC, la RESAD, el Laboratorio William Layton, y desde 2003 dirige el Teatro Tribueñe, espacio que ha convertido en una casa para las poéticas exigentes y los lenguajes escénicos de riesgo.

 

UN REVELADO DE 115 AÑOS

La historia de La gaviota es también la historia de un malentendido. Durante décadas fue acusada de “absurdo vestido de mala dramaturgia”, víctima de puestas en escena torpes o de lecturas excesivamente racionales. El propio Chéjov lamentó que nadie hubiese leído la pieza “con el corazón”. Irina rescata esa herida sin dramatismo: “La puesta en escena, la interpretación, el texto… Hubo muchos factores que no satisficieron a los críticos, pero la obra sigue viva y los nombres de los críticos quedaron en el olvido”.

Esa vitalidad es, para ella, la prueba de que la pieza necesitaba tiempo, como una fotografía que sólo muestra sus contornos tras un largo proceso de revelado. En su versión, ese negativo adquiere forma en un tejido escénico poblado de figuras, parientes, criados, aristócratas, médicos, jardineros, vulnerables, obedientes, desobedientes, cínicos,  que conviven bajo el mismo cielo emocional. “El teatro de Chéjov es una gran familia”, sostiene. “El entorno siempre es el mismo: la sangre congelada, la sangre emancipada, las estaciones del año… Los objetos empiezan a evidenciar su larga vida al servicio del pensamiento”.

Esa “fisiología del espacio” no es un simple telón de fondo, sino una suerte de paisaje interior que guía al espectador a lo esencial: la verdad velada que sostiene a cada personaje.

 

Escena de La Gaviota.

 

ROMPER EL ESPEJO

La versión Chéjov + Chéjov no es una relectura académica, sino una especie de conversación entre la obra y la vida del autor, una doble hélice donde ficción y biografía respiran juntas. “La fusión entre la vida del autor y de sus personajes siempre ha existido”, comenta Kouberskaya. “Nosotras solo la hemos potenciado sutilmente, evidenciando la búsqueda hacia la metafísica, hacia la poética del pensamiento”.

En este proceso, la verdad aparece cuando se rompe el espejo. “A veces, el director guiado por el dramaturgo tiene que romperlo”, afirma. “Porque al otro lado del azogue está el lugar donde nos está mirando la verdad. Ya no queda tiempo para el miedo”. El teatro, en esta concepción, es un espacio sin horas, un territorio espiritual donde los personajes, y con ellos los espectadores, buscan una dignidad amenazada por la estupidez contemporánea. La obra habla de destinos, pero también de elecciones. “La vida es una cosa sencilla, decía Chéjov, pero el hombre hace todo lo posible para complicarla”. Y el espectáculo, explica Irina, aspira a que el público sienta esa tensión filosófica sin caer en el melodrama: “Queremos canalizar emociones y pensamientos para que la representación pueda ser calificada como un espectáculo filosófico”.

 

UN ELENCO EN RIESGO, UN EQUIPO EN ARMONÍA

El montaje cuenta con un reparto que combina intérpretes habituales de Tribueñe con nuevas incorporaciones que han seguido de cerca el trabajo de la compañía. La directora habla de ellos con un respeto que roza la devoción. “Tengo un elenco magnífico”, dice. Entre los actores, algunos recuerdan todavía los aplausos del Teatro Chéjov en Yalta, donde la compañía recogió todos los premios posibles con El jardín de los cerezos en el Festival Internacional de Teatro de Chéjov de YaltaAquella experiencia, explica Kouberskaya, dejó una impronta profunda. “Esta nueva puesta en escena solo ha acrecentado nuestra admiración por el autor y la capacidad de emprender una aventura nueva y fascinante. La valentía de los actores está en el filo del riesgo interpretativo”.

En La gaviota de Chéjov + Chéjov, el reparto está formado por: Catarina de Azcárate (Irina Arkádina), Kike Lafuente (Treplev), Miguel Ribagorda (Sorin), Candelaria de la Serena/Virginia Hernández (Nina), Rafael Usaola (Shamráiev), Alejandra Navarro/Inma Barrionuevo (Polina Andréievna), Matilde Juárez/Virginia Hernández (Masha), Zalo Calero/Marco Vittorio (Trigorin), David García (Dorn), Juan Matute (Medvedenko), José Manuel Ramos (Yákov), Sylvia Richter (Criada), María Paula Montoya(Criada 2) y Santiago López (Criado).

El equipo artístico lo completan los Talleres Tribueñe en escenografía y vestuario; Nicolás Orduna y Miguel Pérez-Muñoz en iluminación; Enrique Sánchez como asistente de dirección; y Tribueñe en el diseño del espacio sonoro. La producción corre también a cargo de la casa, reafirmando la identidad artesanal y comunitaria que distingue al teatro desde sus inicios.

 

La Gaviota. Foto de Laura Torrado.

 

SALVAR A CHÉJOV DE CHÉJOV

Uno de los aspectos más sorprendentes de la versión es la presencia explícita, aunque siempre poética, del propio Anton Chéjov. Sus pensamientos, sus dudas, su humor y su lucidez aparecen intercalados entre las escenas, como si acompañara a los personajes desde un limbo afectivo. “Queremos salvar a Chéjov de Chéjov”, dice Irina con una sonrisa. “Crear las condiciones para un encuentro entre ambos. Lo van a pasar bien. Se van a reír mucho”.

La risa, efectivamente, ocupa un lugar esencial en el montaje. En la visión de Kouberskaya, la comedia no atenúa la tragedia, sino que la revela. El humor es, quizá, el verdadero acto de compasión chejoviana: mirar la fragilidad humana sin pedantería, sin moralismo, sin cinismo. “El reto está en sentir la respiración de la obra en todo momento y en adquirir la capacidad de compasión del autor”, afirma. “También en la valentía de situar al ser humano en el misterio de su vida”.

 

UN PUENTE ENTRE GENERACIONES

La versión está firmada por Irina Kouberskaya en colaboración con su nieta, Candelaria de la Serena. Para ambas, el proceso ha sido tanto artístico como íntimo. “Ha sido una oportunidad de unión y entrega hacia un tercero: Chéjov”, cuenta la directora. “Candela tiene una sólida preparación filosófica, sentido del humor y paciencia; yo la rodeé de la cultura rusa lo mejor que pude”. Ese diálogo intergeneracional se traduce en un montaje que honra la tradición pero también se atreve a cuestionarla, uniendo raíces y ramas, genealogía y búsqueda.

Kouberskaya lo expresa con una metáfora que resume su identidad artística: “Mis raíces están en Rusia, pero mis ramas están aquí, con Valle-Inclán, Lorca, Cervantes… Soy el pez de aquel océano, pero también un pájaro de este aire español. Quizá la gaviota”.

 

Foto de Laura Torrado.

 

UNA OBRA QUE ESCUCHA NUESTRA ÉPOCA

A medida que avanza la conversación con Irina se hace evidente que esta adaptación de La gaviota no pretende actualizar el texto, sino afinar nuestra escucha. El mundo contemporáneo, con su ruido, sus prisas y su saturación emocional, se parece más de lo que creemos al de los personajes de Chéjov: seres que buscan ser escuchados y comprendidos, que sueñan con una vida distinta y se estrellan contra sus propias limitaciones. En el escenario de Tribueñe, esas tensiones se convierten en un espejo limpio, o tal vez roto, donde podemos ver más allá del reflejo inmediato.

Y ahí, en ese acto de compartir, en ese soplo que une escenario y platea, se revela finalmente el secreto que La gaviota ha guardado durante más de un siglo. Un secreto sencillo, como la vida, y sin embargo insondable: el teatro es el lugar donde nuestras fragilidades encuentran forma. Donde lo velado se ilumina. Donde, como dice la directora, “solo la manifestación de talento es siempre nueva y contemporánea”.

Tribueñe, una vez más, lo demuestra. Chéjov también.

 

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