Ana Barcia es la autora, directora e intérprete de Mientras el meteorito llega, una obra en la que reflexiona sobre la existencia humana.
Junto a Raquel Mirón, la otra artífice de este proyecto, dan vida en escena a dos mujeres que conversan preguntándose quiénes y cómo se contará su historia cuando se acabe.
Mientras el meteorito llega podrá verse todos los sábados de mayo en El Umbral de Primavera.
Si me tuvieras que hablar de Ana Barcia, ¿cuál sería la versión oficial?
Puedo llegar a ser varias versiones de mí misma a lo largo del día. Versiones que se ubican en distintos puntos de la ciudad. Yo estoy en medio de todos esos puntos corriendo de un lado a otro e intentando exprimir el tiempo. La versión más estrictamente oficial es la de la señora que cobra dinero por su trabajo y paga con ese dinero un alquiler y compra cosas y vive en una ciudad muy cara en un barrio que se está volviendo un poco fantasmagórico.
Es una señora que da clases de lengua y literatura en un instituto público de Getafe. Se levanta muy pronto por las mañanas y cruza los irritantes semáforos de la glorieta de Plaza Elíptica para llegar al intercambiador mientras aún es de noche. Una señora que coge dos autobuses porque no tiene carnet de conducir y va mirando por la ventana imaginando que está en cualquier otra parte mientras comienza a amanecer.
¿Y la versión extraoficial, esa que te gusta inventar cuando coges un taxi o en una franquicia de cafeterías muy conocida?
Las versiones extraoficiales que me invento se componen de dos cosas. Por un lado, de todos aquellos caminos que se quedaron sin andar, de todas las puertas que se quedaron sin abrir, todas aquellas decisiones que no tomé y que dejaron un fantasma. Todas las cosas que no me atreví a hacer, las personas con las que no hablé… Son las historias que me invento cuando pienso: ¿qué hubiera pasado si…? Creo que es algo que hacemos todos.
Por otro lado, se componen también de lo que imagino cuando voy camino al trabajo. Ese periodo de tiempo que es el camino al trabajo es un poco como el gato de Schrödinger, hasta que no me baje en la parada que me corresponde soy y no soy la señora que trabaja. Justo ahí, en lo que dura ese intermedio, puedo inventarme que soy otra. Jugar a vivir otras historias.
¿Sigues mirando perpleja al mundo que nos rodea?
Me gusta fomentar la perplejidad en la mirada. Hay cosas a las que no quiero acostumbrarme. Me gusta que no dejen de sorprenderme la injusticia o la maldad, el odio, el abuso o la violencia. Me gusta hacer el ejercicio de mirar como si lo hiciera por vez primera.
¿De dónde sale Mientras el meteorito llega y cuáles son los temas que aborda?
La obra nace de una serie de textos dispersos que tenía en el ordenador. Durante un tiempo me estuve escribiendo emails a mí misma en los que recogía vivencias, reflexiones del momento, cosas que leía… Escribo además desde hace muchísimo tiempo diarios que son la forma en la que articulo mi pensamiento.
Hace cosa de un año, en un momento un poco de crisis, Raquel me animó a que escribiera un texto, una pieza para teatro que nos llevara a la acción y nos alejara de la lamentación. Somos muy amigas, ya hemos trabajado juntas en otras ocasiones y nos apetecía hacerlo otra vez. Cogí todo ese material que tenía disperso y lo utilicé como base para construir el texto de Mientras el meteorito llega. En él están presentes los temas y lecturas que me venían ocupando como la muerte, las formas en que construimos la realidad a través del relato, el cuestionamiento de los relatos oficiales, la nostalgia…
Tienes una relación muy cercana con Raquel, como comentas. ¿Sientes que sólo con ella podrías representar esta pieza?
Pues me cuesta plantearme esa pregunta. Raquel es una actriz maravillosa y una amiga de esas que forman parte de la familia elegida. Forma parte del proyecto desde el principio, del equipo que ha sido motor de su creación. El texto está escrito pensando en ella.
¿Esa cercanía con alguien hace que sea más fácil sacar adelante determinados proyectos más personales?
Un proyecto comienza siendo una idea, o unas palabras, que poco a poco van cobrando realidad. Me encanta compartir los procesos creativos, hablar sobre ellos mientras surgen y contar con otras voces que enriquecen mi mirada. Estoy feliz y me siento súper afortunada del equipo que me ha acompañado en la creación de esta pieza: Fran MM Cabeza de Vaca, Pablo Chaves, Sandra Espinosa, Raquel Rodríguez… Su visión sobre la idea inicial la ha multiplicado por mil. Estoy de verdad encantada. Esta es la escala en la que me muevo y desde la que trabajo. No sé cómo serán las cosas en otras formas de producción más grandes. En mi caso la cosa se cuece a fuego lento y en una dimensión muy cercana y personal.
¿Cómo es la puesta en escena que habéis elaborado?
Pues hemos contado con la asesoría de Pablo Chaves para la creación del espacio escénico y ha hecho una cosa que nos encanta. Estamos muy contentas. Queríamos jugar con la idea de estar en un lugar y un tiempo incierto, algo que refuerza el vestuario de Sandra Espinosa. Hay en el texto un juego con los tiempos verbales, con el presente y con el pasado que está a medio camino entre lo que ocurre y el relato de lo que ocurre o lo que podría ocurrir. Queríamos generar una sensación de cierta confusión temporal y el espacio lo refuerza.
La escenografía recoge y acoge de manera muy poética ese diálogo entre el presente y el discurso. Es un espacio sobrio, casi vacío. En el fondo del escenario se ve una fotografía impresa en una tela que retrata un espacio natural, un camino con un árbol. Como la luz de una estrella que quizá ya esté muerta, esa fotografía recoge un espacio que quizá ya no exista. Junto a esa fotografía vemos la maqueta de una ciudad. Tanto la maqueta como la fotografía juegan con las escalas y evocan algo que está o estuvo fuera. Hay también en el espacio otros elementos que, fuera de contexto, resultan extraños o misteriosos, pero que cobran sentido a lo largo de la pieza, cuando se desvela por qué o para qué están ahí.
¿Cómo es esa sencillez animal de la existencia que tanto te gusta?
Me gusta pensarme como animalillo, me da tranquilidad.
Hay dos conceptos sobre los que gira un poco toda la obra. ¿Qué es para ti la nostalgia? ¿O en qué momentos se manifiesta y a dónde te lleva?
Pues hay una forma de nostalgia que tiene que ver con mi manera de vivir las cosas. Tengo propensión a la melancolía. No es drama o tragedia, no me tomo tan en serio, es solo una capita de tristeza o una hipersensibilidad a la muerte que me hace ser consciente de que hay en cada cosa que ocurre una pequeña despedida. Pero no me tomes muy en serio, también me da bastante la risa.
Luego hay otra forma de nostalgia que pienso que es paralizante y contra la que intento combatir. Es la ensoñación del pasado como un lugar mejor, la idealización de lo que fue. Creo que añorar el pasado nos aleja del presente y nos permite no tomar decisiones. Estar en un lugar que no existe en realidad. La nostalgia siempre construye una imagen amable de lo que fue, olvida detalles, puede ser peligrosa. Quizá a veces el presente se vuelve oscuro y nos hace añorar lo que ya no existe, pero ahí nunca puede estar la respuesta porque la nostalgia nos deja en la contemplación y nos aleja de pensar en otros futuros y presentes posibles.
¿Cuáles son las palabras que te dan miedo?
Es cierto que hay palabras que me cuesta pronunciar. Hay algo ancestral en eso. Tiene que ver con el pensamiento mágico y me hace temer que pueda invocar lo real a través del lenguaje. Son palabras que encierran realidades oscuras y me cuesta pronunciarlas, me pasa desde niña. Palabras relacionadas con la muerte, con la enfermedad… Pero más allá de esta superstición, es cierto que le tengo respeto al lenguaje porque es lo que da forma a nuestro pensamiento. Me gusta cuidar las palabras, afinar su significado. Y hay palabras que me asustan porque construyen mundos que dan miedo. Palabras que hieren porque hablan de un contexto que las hace posibles. Palabras que son actos de habla. Exclusión, degradación, especulación, explotación, insulto, abuso, exterminio… No sé, se me ocurren unas cuantas
En la obra hablas de que hay una forma de vida que se está yendo a la mierda…
Más que pensar en que hay una determinada forma de vida que se está yendo a la mierda, pienso sobre el hecho de que nuestra forma de vida nos está llevando a la mierda. Los niveles de producción y consumo que dan forma a nuestro sistema son insostenibles. Que yo pueda comprarme a un precio irrisorio una camiseta que viene de un país lejano para devolverla a ese mismo país a los pocos meses convertida en basura, toneladas y toneladas de basura, es algo realmente loquísimo y truculento. Me causa mareo pensar en esa dimensión de las cosas. Pensar en el coste de todo esto. En el radio de acción y repercusión de acciones cotidianas como hablar por el móvil, meter tu compra en una bolsa de plástico usar cubiertos desechables, comprar un mango que viene de Brasil, pagar una cantidad escalofriante de dinero al mes por una casa… Son acciones individuales, pero es necesario hacer de ellas una lectura política, entender que están insertas en un sistema que las posibilita y que es necesario revisar. Me gustaría poder dejar de pensar que estamos más cerca del fin del mundo que del fin del capitalismo, no dar nuestra forma de vida por supuesta, dejar de considerarla inamovible… En fin, son cosas que pienso y que, de alguna manera, se han visto plasmadas en este texto.
Y el segundo concepto importante que se repite es la muerte. ¿Por qué la muerte?
Mi hermano mayor murió de un cáncer en 2017. Tenía menos años de los que yo tengo ahora. Acompañarlo en su enfermedad me hizo pensar mucho sobre la muerte, sobre la forma en que convivimos socialmente con la muerte y la enfermedad o más bien las dificultades que tenemos para hacerlo. En estos ocho años he reflexionado, escrito y leído mucho sobre la muerte, es algo que me acompaña siempre. Siempre habrá una parte que me falte, siempre seré la hermana de un hermano ausente. He intentado colocar esta ausencia dentro de la sencillez animal de la que hablábamos antes, darle otro sentido a la tristeza, meterla en una dimensión cercana que, a mí, me reconforta un poco. Nacemos y morimos. No deberíamos pensar en la muerte como una anomalía o como una derrota.
Hay también otras formas en las que pienso sobre la muerte, sobre el modo en la que manejamos ese concepto. Hay también otras formas de esconderlo. De la misma manera que nuestro sistema genera desigualdades en la vida, hay desigualdades que se extrapolan a la muerte. Hay muertes de primera y de segunda, muertes individuales y muertes colectivas, cuerpos más o menos prescindibles. Cuerpos muertos con nombre propio y cuerpos que se cuentan por cifras: En Gaza ya vamos por 50.000 muertos, en el Estrecho de Gibraltar 7000 muertos… Creo que todo el mundo puede hacerse una idea de lo que estoy hablando.
El mundo seguirá existiendo sin nosotrxs, ¿pero no hay un atisbo de tristeza al pensar que será así o deberíamos dejar de creernos tan importantes para el resto?
Claro que hay tristeza. Me gusta la vida y me gusta vivir. Pensar que el mundo seguirá existiendo sin nosotrxs es solo una forma más de revisar lo humano y de redimensionar la muerte. No se trata de menospreciar la muerte, se trata de quitarme importancia a mí como personaje de esta historia. Me gusta sentirme como algo pequeño que convive con otras formas de vida que son tan pequeñas como yo y a su vez igual de importantes. Esas otras vidas podrían contar también sus propias historias en las que nosotrxs seríamos quizá tan solo un paisaje.
¿Recuerdas todas las reencarnaciones que has tenido?
Esa idea de la reencarnación, de vivir los distintos momentos de mi vida como pequeñas reencarnaciones o como muchas vidas en una vida; nació de la perplejidad que me causa en ocasiones pensar en mi propio pasado. Hay algunos momentos de mi vida que los siento como esas mini series autoconclusivas que son una historia en sí mismas. Son momentos tan lejanos que, aunque los recuerde, es casi como si me los hubiesen contado o como si los viese en una fotografía o los leyese en una novela.
Ya no soy esa persona que fui, forma parte de mi historia, pero como una vida pasada y me siento muy lejos de ella. Me resulta liberador pensarme así, no sentirme atada a mi propia historia. No vivirme con nostalgia… y de nuevo aparece la nostalgia.
¿El presente es lo único que nos queda?
El presente es lo que somos y hay que cuidar el presente. Está bien pensar en el futuro, pero si se convierte en una ensoñación, no te lleva a ninguna parte. Es ahora cuando estamos y cuando vivimos y cuando dialogamos y cuando compartimos. Aquello que deseamos cambiar, y desearía que cambiaran muchas cosas, debemos construirlo en el presente. El verdadero compromiso político no es un discurso o una ideología abstracta, es una forma de hacer y de vivir. Entiendo la política como una ética. Nos construyen las acciones. Hay muchas cosas que pueden alejarnos del presente: la nostalgia, el cinismo, el fatalismo, la metafísica, la abstracción, la pereza… Intento poner mi energía en el presente. Habrá un futuro en el que ya no exista y por eso el presente es lo único que me queda.
¿El fin del mundo te va a pillar bailando?
Si va a ser bailando, que sea con amigxs. Con la gente a la que quiero. Bailando muy agarradxs.
Si sólo cuando llega al final puede contarse una historia, ¿qué opinas de las biografías en vida o de las obras de autoficción?
Pienso que son capítulos de una vida que no se ha terminado todavía. La historia no ha llegado a su final. Quizá sí ha terminado alguna de las reencarnaciones, alguno de los episodios autoconclusivos. En cualquier caso, hay siempre un lugar final desde el que nos situamos para contar. Cuando contamos una historia le damos forma a lo vivido. hay siempre un punto axial desde el que narramos.
Lo pensé cuando murió mi hermano. Que yo formaba parte de su historia que estaba ahora concluida y que algo de mí había muerto en esa historia en la que yo ya no sería más un personaje. Que yo ya nunca tendría 50 años en su historia.
Háblame de Molar discos&libros. ¿Tener una tienda de discos y libros es un acto de rebeldía, de valentía o de inconsciencia?
Somos tres socios los que abrimos Molar y fue, sin duda, un acto de inconsciencia. Ninguno de los tres teníamos ni idea de negocios, mercado, rentabilidad, contabilidad… Ni la más remota idea. Un periodista y dos filólogas sin grandes recursos económicos. Tuvimos que pedir un crédito y a duras penas logramos que el proyecto sobreviviera. No es un negocio de forrarse, pero es un lugar hermoso con el que, en pleno epicentro de la gentrificación, intentamos construir barrio.
¿Y dedicarse a las Artes Escénicas?
Dedicarse a las Artes Escénicas, en mi caso, es un acto de resistencia. Es el lugar en el que más feliz me encuentro y que más ansiedad me genera. Creo que las Artes Escénicas son la forma en la que pienso. Poder construir ese pensamiento a través de un proceso creativo y poner ese proceso creativo en diálogo con un equipo de personas es mi lugar favorito del mundo. Poner después ese producto, una vez es real, en contacto con la producción, la distribución, el reconocimiento y la validación mientras, a su vez, pago el alquiler y madrugo y cruzo los semáforos de Plaza Elíptica y me lleno de ansiedad. Ahí es donde sitúo el acto de resistencia.
¿Qué lugar ocupa lo humano en el relato de tu propia historia?
Estoy atravesada por lo humano y entiendo el mundo desde ahí, pero me gusta resignificar el sentido de la palabra pensándome como animal humano, o humana, porque creo que el masculino nunca fue genérico. Revisar esa escala, situarme muy en lo corpóreo, en la fragilidad del cuerpo y sentir que formo parte de un ecosistema en el que lo humano ha generado un relato que nos sitúa en el centro, pero en el que es solo un elemento más. Hay una fantasía de control y de dominio, pero de pronto llega una pandemia, una enfermedad o una riada y nos coloca en otro sitio. Creo que las fantasías omnipotentes que sitúan al individuo como héroe frente al mundo y que generan esa dualidad yo frente a lo otro, sea lo otro todo aquello que se considera subalterno por ser otra especie, otra raza u otro género, son un error. Estamos siempre en relación y somos en esa relación. Y no te hablo de nada trascendente, de nada metafísico, te hablo de la conexión de los cuerpos y las materias, de la conexión de todo lo vivo y todo lo inerte. Estamos aquí de paso.
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