Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
La trouppe que comandan Àlex Serrano y Pau Palacios, la Agrupación Sr. Serrano, ha subido un escalón en su ambición artística y abre nueva etapa en su trayectoria con Kingdom, un espectáculo más grande que los anteriores de esta compañía catalana, donde a su habitual poética escénica basada en el cine en tiempo real y el trabajo con maquetas, se añaden intérpretes de carne y hueso, para dejar una impronta a través de la reflexión, siempre irónica, siempre ácida, siempre cáustica, sobre el sistema capitalista y su incidencia en la sociedad humana contemporánea. Hablamos con Àlex Serrano sobre los detalles de esta pieza y sobre lo que supone en este punto de la trayectoria de la compañía.
King Kong y la banana como símbolos de los que partir. ¿Cómo llegáis a ellos?
Nos gusta trabajar a partir de metáforas, nos gusta siempre hablar de elementos discordantes de nuestra realidad, elementos donde es difícil ponerse de acuerdo, o que generan conflicto. La realidad, por sí misma, es difícil contarla, es como si la realidad, la realidad líquida de la que hablaba Zygmunt Bauman, fuera muy difícil de aprehender, porque es muy compleja o porque es muy pornográfica, y cuando digo pornográfica es porque en el fondo se muestra de una manera muy violenta, muy evidente, muy directa, buscando la sensación, buscando la emoción, el pantallazo, la titularidad. Y eso hace que para hablar de una misma realidad necesitemos -al menos nosotros- buscar estrategias que son las de la ironía o la metáfora.
En el caso de Kingdom, queríamos hablar del sistema capitalista, no de la economía capitalista, sino del sistema, que es algo mucho más complejo y amplio. Nos dimos cuenta de que era algo imposible, es un sistema muy escurridizo e imposible de agarrar, de ninguna manera, y por tanto debíamos recurrir otra vez al paso atrás, o al pasa al lado, y en este caso eso se plasma en el uso de metáforas. Muy rápidamente nos vino a la mente King Kong como este gran gorila, este gran simio que vive en su isla, en su reino; es el rey de su isla, pero es un rey que impone su poder a partir de la fuerza, del sometimiento de todos sus rivales. Y muy rápidamente, desde esta especie de gran macho peludo, que es fuerte, que se impone, que se da golpes en el pecho y demás, nos dimos cuenta de que era muy fácil hacer esta analogía al sistema capitalista, este sistema creado por hombres blancos, heterosexuales, fuertes, viriles, que buscan someter y dominar no solo al resto de sistemas, sino al mundo mismo.
Y muy rápidamente vino entonces a la par la idea de que solo con Kong, con King Kong, se nos quedaba cojo, había cosas que no conseguíamos explicar, y de aquí surge la banana, el plátano, y surgió básicamente primero porque algo tan sencillo como que es el alimento del mono, o al menos el que tenemos en nuestro imaginario. Luego, leyendo un poco descubrimos que era una fruta que no existía hace 150 años, que era una auténtica desconocida, pero que en tan solo unos años se creó todo un imperio a su alrededor. Y esto es sintomático de todo el sistema económico más contemporáneo, el plátano, es decir, es muy buen ejemplo, esta fruta dulce, sencilla, apacible, viril a la vez, fálica, cómo llega a un mercado y somete a todo el resto de frutas, porque se convierte en la fruta más barata del supermercado, vale la mitad que una manzana cultivada al lado del súper.
El capitalismo está asociado al patriarcado, al machismo. ¿Teníais intención de abordar la masculinidad con esta pieza?
Hay una cosa que nos sorprendió y encantó realmente de todo el sistema capitalista que es su enorme capacidad de adaptación, lo camaleónico que es, es increíble. Cuando leímos un poquito durante los dos años que tardamos en desarrollar el proyecto, y cuando lees un poco de economía y del sistema capitalista, te das cuenta de que es un sistema que ha ido mutando muchísimo, pero además es un sistema que va mutando a partir de varias premisas: una son las crisis, que son elementos muy necesarios que tiene el capitalismo para purgar, para limpiar, una crisis no pone en duda el capitalismo, lo que hace es limpiarlo y reforzarlo; y la otra es todas las críticas y los ataques que recibe, que no solo es capaz de neutralizarlos, sino además de incorporarlos, es decir, los fagocita: todo lo que era mayo del 68, el punk, la anarquía, el 15M, el feminismo, los movimientos ecológicos… todo esto, de una manera o de otra, ha sido absorbido por el sistema y aprovechado para crear más beneficio.
O sea, los absorbe y los devuelve como mercancía.
Sí. Te pongo un ejemplo, muy banal: toda la cultura eco, lo eco propugnaba un modo más razonable de consumir, consumamos menos, tendamos hacia un decrecimiento, de una manera más responsable, y preservando el planeta. Y lo que hace el capitalismo es convertirlo en una marca, la marca eco, que puede ponerlo en los yogures, en los cereales o en un taxi híbrido. Lo que está haciendo es fagocitarlo y, por tanto, neutralizarlo. Es muy sintomático lo del punk en los 70, que teníamos allí a una Margareth Tatcher muy dura, y cómo cogió el capitalismo el punk y se lo comió para convertirlo en una marca.
Solo hay que ver que en la ceremonia de apertura de los JJOO de Londres sonó London calling como himno…
Parece una broma, pero es así. Este es un sistema creado por nuestros abuelos y bisabuelos, hombres blancos heterosexuales dominantes, una clase que tiende a autosatisfacerse y autoprotegerse, y fagocita todas las críticas. ¿Necesitamos más mujeres? Vale, incorporamos a más mujeres, pero de una manera, de la manera en la que el sistema siempre salga ganando, siempre sale obteniendo beneficio. Da cierto pavor ver cómo discursos muy críticos con el sistema patriarcal y por tanto con el capitalismo, como son ahora los movimientos feministas, los más recientes, el capitalismo los está convirtiendo en marcas, y da miedo observar esto, ver que con toda la legitimidad que tienen estos movimientos, el sistema los fagocita en su maquinaria y los convierte en objetos o formas de consumo.
Por tanto, ¿es Kingdom un espectáculo que habla sobre machismo o patriarcado? No habla directamente sobre él, pero sí lo evidencia, no lo evita, y no lo evita no criticándolo, sino haciendo una apología, que es una de las claves, dado que este es un sistema que lo fagocita todo y lo neutraliza, no vamos a atacarlo, porque sabemos que atacándolo no se consigue nada, sino que vamos a defenderlo, vamos a crear una apología de los hombres, de los machos, y de la explotación o del dominio sin freno.
¿Una apología irónica, crítica?
Claro. Si unos banqueros salen a hablar del sistema capitalista defendiendo sus virtudes (que, ojo, las tiene), evidentemente será una cosa seria. Pero en el momento en que una compañía de teatro contemporáneo que habla de bananas y de King Kong se pone a hablar de esto, siempre habrá –es inevitable, por la propio recepción- un contenido irónico, una connotación irónica.
Dais un salto en calidad y cantidad con este montaje respecto a los anteriores, hay una ambición de crecer. ¿Cómo se plasma esta intención en escena?
Nosotros, desde que creamos la compañía en el 2006, hemos tenido tres etapas diferentes: una del 2006 al 2010, donde hacíamos un teatro contemporáneo pero donde el elemento del vídeo era uno más que dialogaba junto con la performance, la danza, las maquetas, los actores… era un teatro algo más performativo con presencia de actores. La segunda etapa, que es la que nos da a conocer internacionalmente, es la de cine en tiempo real, y por tanto son sobre todo los ordenadores, las cámaras, las maquetas y la pantalla que lo domina todo y donde se sublima todo. Y Kingdom lo que pretende es ser un espectáculo de una cierta madurez en esto, o de una necesidad de cambio, ya llevábamos 4 espectáculos con un dispositivo similar, y necesitábamos cambiar, necesitábamos buscar cosas nuevas, necesitábamos equivocarnos, tomar riesgos. Kingdom lo que intenta hacer es sumar las dos etapas: no olvidamos el dispositivo, esta idea de cine en tiempo real, pero además le añadimos algo que nosotros no podíamos hacer, yo no podía bailar, hablar, tocar instrumentos, y en Kingdom esto está a través de los performers, que no interpretan ningún papel, no son actores, pero son capaces de bailar, de tocar instrumentos, hablar… nos gusta pensar que es como si hubiéramos subido el volumen, como si lo hubiéramos potenciado, enriquecido.
Kingdom se estrenó el pasado verano en el Grec de Barcelona y luego lo habéis hecho ya en algunos lugares de Europa. ¿Qué reacciones suscita en el público?
Kingdom tiene un nacimiento un poco ajetreado, porque, efectivamente, lo estrenamos en julio en Barcelona, pero muy rápidamente nos dimos cuenta por la recepción del público que era bien acogido pero recibía críticas. Nosotros nos ponemos a rediseñar Kingdom y en septiembre en Roma presentamos, y luego en Bruselas, una versión actualizada y nueva, donde la estructura y el tema son los mismos, pero los textos cambian, se modifica rítmicamente la pieza; es una muy buena actualización.
En cualquier caso, es algo que constatamos y que no deja de sorprendernos, porque hay como tres reacciones diferentes del público: la primera es la de todo aquel que te conoce, el efecto fan digamos, que lo ha visto todo, y tiene unas expectativas equis sobre ‘los serranos’. Estos se quedan como perplejos, lo cual es algo paradójico, ellos vienen a ver un espectáculo ‘serrano’ pero es diferente de lo que esperaban y están entre satisfechos y frustrados a la vez, y esto como artista en el fondo te hace preguntarte: ¿qué de hacer, lo que esperan de mí o aquello que deseo y necesito hacer? En este caso optamos por lo segundo. Luego están los que no te conocen de nada, que se dividirían en dos grupos: aquellos que no te conocen de nada pero están abiertos a nuevas experiencias, a probar en lo contemporáneo, que quizás han oído hablar de ti pero no han visto nada, y estos al ser la primera vez se quedan como muy impresionados, felices, y como muy energéticos. Y luego aquel otro público que piensa que esto no es teatro, el tercer bloque, resumiendo mucho.
Los guardianes de la pureza los llamo yo…
Exacto, esos que aun cuestionan las formas contemporáneas, y que no se dan cuenta que todo el teatro más costumbrista en el fondo pertenece a una visión algo reaccionaria de los códigos teatrales.
Finalmente, ¿qué queréis transmitir con Kingdom?
El mundo se va a la mierda, vamos a celebrarlo. Decía un filósofo que la historia, el pasado, debería relatarse con aquellos sucesos con los cuales no ha habido concordancia, con los que no nos hemos puesto de acuerdo, con temas que son conflictivos, por ejemplo: ¿hay que legislarlo todo o no? ¿Cuando legislamos, cuánto puede imponer el estado sobre el individuo? Cosas sobre las que no hay consenso, que la historia está llena. Este no ponerse de acuerdo es algo que nos interesa mucho a nosotros. ¿Es el capitalismo algo bueno? Si miramos al mundo o a Europa hace 70-80 años, estábamos en guerra, había más pobreza, había más analfabetismo y nos moríamos antes, es decir, las naciones unidas dan la razón al hecho de que el mundo cada vez está más educado, mejor alimentado y más equilibrado. Pero algo nos dice también que esto no funciona, es un sistema que nos favorece pero a la vez en cierta manera nos mata, y esto es lo que nos interesa del sistema capitalista, y por eso creo que es muy oportuno decir: el mundo se va a la mierda, vamos a celebrarlo, vivamos esta contradicción, el mundo se va a la mierda porque el capitalismo, por muy fagocitador que sea, no va a poder evitar destruirnos, ya lo estamos viendo, queda muy poco tiempo, y nos están alertando, aunque hayamos estado sumidos en el catastrofismo y nos encante, pero ahora ya es muy evidente que este sistema nos está envenenando. Pero aun y así, es un sistema que nos ha dado felicidad y nos la sigue dando, es una moneda con dos caras muy diferentes.
Venís de presentar Kingdom en el Teatre Lliure de Barcelona, que acaba de nombrar nueva dirección, con la polémica decisión de desprogramar el Monte Olimpo de Jan Fabre. ¿Cómo lo valoras?
La nueva dirección ha presentado un programa que es realmente muy bueno, es totalmente renovador y reformulista, veremos cómo se consuma, pero de momento las intenciones son excelentes. De lo de Fabre te diré que yo lo vi en Madrid y fue una experiencia única, y única en el sentido de que en muy pocas ocasiones, y esa fue una, algo artístico, una actividad artística, modificaba internamente mi manera de entender el mundo y de relacionarme con él. Me conmovía de verdad. Teniendo en cuenta que, sobre todo aquí en la España democrática de los últimos 40 años, todo el arte escénico se ha convertido en algo muy de consumo, muy burgués, muy dócil, muy domesticado, constaté como no lo hacía desde mucho tiempo atrás que el arte tenía esta función catártica, de ser incorrecta, de ser impura, de apuntarte hacia algo mucho más que pasarte la horita esa en la butaca y después irte a cenar. Es como si volviera a ser necesario el arte escénico. A mí me revolvió mucho, y que el arte te revuelva es algo de lo que nos habíamos olvidado. Y Jan Fabre lo consiguió. Y ahora la pregunta es: ¿hemos de juzgar al artista o hemos de juzgar a la obra de arte? ¿A quién condenamos, a Speer, que era el arquitecto de Hitler, o condenamos sus edificios?