La crítica es un género periodístico que se estudia como parte de la licenciatura de periodismo. Lo que quiere decir, que tiene unos principios, más o menos básicos, que se pueden estudiar, aprender y ejecutar. Pasan por unas claves de redacción, un enfoque, una ética (periodística, humana), y deberían pasar también por el lugar desde el que se escribe. Dónde nos situamos cuando elaboramos una crítica, ¿nos alejamos lo suficiente, para bien y para mal?, ¿escribimos desde el análisis, más o menos profundo, con el que deberíamos?, ¿nos dejamos llevar por estados alejados de lo artístico? ¿por el entusiasmo de escucharnos a nosotras mismas? Creo que son preguntas del todo pertinentes a la hora de analizar cómo estamos desarrollando nuestro trabajo, pero desafortunadamente, no es tan fácil. La crítica también es el género de opinión por excelencia y por lo tanto, el más subjetivo que hay. Y en este sentido, se me ocurre un primer paso como lectoras para revalorizarlo: acercarnos hasta las críticas como auténticos funambulistas escépticos, cogerlas con pinzas y no perder de vista la fragilidad del asunto. Firme quien firme. Se publique donde se publique.
Posiblemente el primer conato de ruido a la hora de tomar conciencia sobre la ineficacia de una crítica (¿cuándo son eficaces, de qué manera y por qué?), sea el hecho de recibirla como una verdad absoluta, como una certeza, como algo verdadero, cuando no lo es. Nunca lo es. Lo de coincidir o no con lo que se cuenta en ella, no la hace mejor o peor crítica. Solo se da un encuentro de pensamiento entre quienes leen y quienes escribimos. Tampoco hace que el montaje del que se escribe tenga más valía o menos. En lo de la calidad artística entran muchos factores humanos, a veces interesados, que hace que no podamos explicarnos muchos de los éxitos o fracasos de éste o aquel trabajo de danza. Sí se agradece, supongo, más allá de la opinión, que la crítica vaya bien argumentada para esto o lo otro.
Creo que mantener una sana distancia con lo que estamos leyendo podría ser un primer movimiento legítimo. Ningún crítico o crítica de danza deberíamos tener poder sobre nada ni nadie y mucho menos ejercerlo. A ninguno de nosotros se nos debería otorgar esa fuerza validando o desacreditando nuestro trabajo, que en su fin último, no deja de ser una elección de criterio, una opinión. Casi todo lo artístico puede ser justificable y defendible o susceptible de lo contrario, como bien sabemos.
Libertad e independencia son fundamentales para poder ejercer bien nuestro trabajo como críticas y críticos de danza. Y se me ocurre que podrían transitar por dos aspectos: acercarnos a un espectáculo y a nuestro propio texto con desafecto, alegatos argumentados y sin más interés que desentrañar el hecho escénico de manera honrada aunque nos equivoquemos, y contar con lectores inteligentes, entendiendo la inteligencia como esa gran autonomía para interpretar (lo que se ve en un teatro y lo que nos leen). Casi nada.