María Estuardo e Isabel I son las protagonistas de esta historia que nos plantea un encuentro entre ellas para ‘saldar’ cuentas, aunque no sabemos si entre ellas o consigo mismas. ¿De qué manera surge el imaginar este encuentro que nunca tuvo lugar y poner en pie esta historia?
Hace varios años Pepe Cibrián escribe esta obra y yo la leo, Pepe la ha leído varias veces, eso es como la primera parte de la historia. Conocí a Nacho Guerreros hace poco más de un año, trabajando algunas cosas entre él y yo, y teníamos el deseo de hacer algo juntos; entonces, le propongo varias obras en cuatro o cinco, y como él, Nacho vio Juana la loca y le gustó mucho, dije: “voy a poner dentro de las propuestas esta alternativa que es del mismo autor”, un texto escrito hace varios años por Pepe Cibrián y, cuando Nacho ve la propuesta dice: “¿Isabel de Inglaterra y María Estuardo? ¡Muero por hacer eso!”. Desde ese momento hasta el día de hoy han pasado dos meses y medio nada más.
¿Sólo dos meses y medio?
Solo dos meses y medio. Como yo siempre digo, lo estamos produciendo a la Argentina. En Argentina todo es mucho más sintético, se hace todo más rápido, acá hay muchísima planificación y es un gran aprendizaje para uno, pero también es verdad que, a veces, aparecen oportunidades y hay que cogerlas. Para mí la oportunidad de llevar adelante esta obra, de ponerla en pie, el proyecto de actuar junto a Nacho en una obra de Pepe, es glorioso. Y que además la oportunidad profesional esté dada por algo de semejante sublimación artística entre un verso, una prosa poética tan fuerte y un actor tan bueno como es Nacho. Estrenaremos la obra como si lleváramos meses haciéndola, que es como para mí tiene que suceder el teatro, y esto lo da la planificación, la certeza de conducir un barco con la experiencia de haber conducido muchos otros y por supuesto, tener una tripulación que te permite hacer el viaje que vos querés. Te diría que yo estoy de fiesta, no trabajando.
Como comentas, esta es una obra en verso escrita por Pepe Cibrián, toda una institución en el ámbito escénico de Argentina, no es la primera vez que vuestros nombres coinciden en cartel, ¿cómo es vuestra trayectoria?
Pepe Cibrián, es mi maestro. A mí me gusta mucho el concepto de maestro, Pepe no es mi profesor, es mi maestro y para mí lo que difiere es que él es una referencia en mi vida, yo empecé a estudiar con él cuando tenía quince años. Es como mi padre de algún modo. Pepe en Argentina es una persona muy célebre, un ciudadano ilustre, tiene un premio Domingo Faustino Sarmiento, que es el máximo galardón que otorga el Senado de la Nación Argentina.
¿Pepe ha participado dentro del proceso creativo de esta puesta en escena concreta?
Sí, pero fue muy casual. Pepe tenía un viaje a Madrid ya programado, hacía tres años que no nos veíamos, entonces, vino acá, hizo una lectura para nosotros y para parte del equipo creativo, luego tuvimos un momento muy bello, Pepe y yo, marcando un poco la obra. Tenemos un contacto diario, cotidiano, en el que más que participar del proyecto es comentarlo, y eso hace que este proyecto tenga una intimidad muy fuerte, porque estamos autor, actores y director en constante comunicación diaria y eso lo hace muy potente.
La función parte de una premisa del teatro Isabelino, donde dos hombres interpretan roles femeninos. ¿De qué manera Nacho y tú jugáis el poneros en la piel de estas dos mujeres?
En primer, lugar es con un absoluto respeto. Hay en la obra, desde la fantasía inicial del autor, la idea de que sean dos hombres, haciendo un juego con este poder patriarcal que existía en aquel momento. Han sido dos mujeres de mucha lucha por lo que ellas querían y creían; entonces, nuestro primer lugar como actores ha sido abordar no las reinas, sino a las mujeres porque en esta obra, más allá de que se habla de los reinos y de la inminente sentencia de muerte de María, el tiempo que se dilata en la pieza es el de la decisión de Isabel fundamentalmente y es una excusa muy válida para hablar de cuestiones muy humanas que trascienden lo monárquico, lo autoritario, que van al hueso de aquello que tiene que ver con la humanidad de dos mujeres tan distintas. Es una obra que está llena de grandes e intensísimos momentos, está repleta de un humor muy ácido porque ya te imaginarás, en este supuesto encuentro se dicen unas cosas horrorosas una a la otra, con una altura maravillosa, y creo que el abordaje que hemos hecho ha sido del mejor lugar que podríamos, respetando el género femenino, tratando de homenajearlo humildemente de nuestros lugares y abordando desde ahí la humanidad y no el rol de estas reinas.
Dentro de tu trayectoria. Como intérprete, esta no es la primera vez que interpretas a una mujer ni a una reina. ¿De qué manera llegan estas mujeres a ti como actor?
Pepe es el responsable. Cuando yo decidí que me iba a venir a vivir a Madrid me dijo, “¿y por qué no haces Juana la loca?”. Yo había tenido esa obra en un teatro del que yo era director y me parecía un delirio, le dije: “no, yo no puedo hacer eso, es imposible. No tengo la memoria para meter todo ese texto”, y él insistió mucho y la verdad es que ha sido un trabajo que me ha traído muchas satisfacciones. He hecho a Juana la loca, estoy haciendo a María, hice a Isabel Primera de Inglaterra, en una comedia musical que se llama Elizabeth I, y después hice una mujer más de una obra de Pepe que se llama ¿A quién le importa Grace Sanders?, que era una directora de cine. A mí el juego del histrionismo femenino siempre me parece muy interesante, creo que la mujer tiene recursos en el escenario que los hombres no tenemos y que me resultan fascinantes como intérprete. Soy un hombre criado por mujeres y soy un hombre que ha admirado muchísimo a las mujeres a lo largo de su vida y lo sigo haciendo entonces cada oportunidad que yo tengo de representarlas, para mí es homenajearlas. Tengo el cuerpo y la cabeza llena de imágenes de mujeres fascinantes que, como te decía, me criaron, me enseñaron la lucha de la vida. Entonces cada una de estas es una oportunidad de enaltecer mi pasado y a ellas.
Los reinados de estas dos mujeres desafiaron las expectativas de la época respecto a la capacidad de las mujeres para liderar naciones. ¿Cuáles son los aspectos que destacarías tú de estas dos mujeres?
Voy a hacer un juego anatómico con lo que me estás preguntando, y lo que más destacaría son sus ovarios, con toda la acepción y la dualidad que puede implicar lo que digo. Más allá de las decisiones políticas que pudo haber tomado Isabel, que me parecen fascinantes y enaltecimiento del arte a través de su reinado, la piratería que ha puesto su reinado en el lugar que tenía que estar, o que le convino estar, y que quizás no estoy tan de acuerdo; pero no podemos negar que ha hecho con Inglaterra lo que no hizo ningún gobernante hombre a lo largo de la historia. Luego María creo que ha sido una mujer con suerte de cuna a la que la vida le trajo bastante desdicha. Sin embargo, pienso que, si tengo que enaltecer algo de esta mujer es su convicción, su fundamentalismo, su no ceder frente a lo que ya considera que es propio. Yo en mi vida muchas veces digo, bueno, por no pelear, deja que se quede con esto tal o cual o deja que se quede con esto, no es dinero, es la razón, es lo que sea. Y yo creo que de María admiro profundamente el lugar de decir, a mí me corresponde esto por derecho e insistir y bancarse hasta su muerte, hasta digamos que haya caído el hacha sobre su cabeza. Por podríamos decir, por orgullo, sí, pero yo creo que va más allá. Creo que va por principios. Yo intento ser un hombre muy ético siempre. Para mí la ética, la lealtad y la gratitud son 3 valores fundamentales y yo creo que ella, las dos eran dos mujeres muy éticas. Isabel I tuvo a María décadas encerrada en la torre, decidiendo si matarla o no porque no la quería matar por más que se lo obligaba, la exhortaba su Parlamento, su corte. Pero Isabel era muy supersticiosa y ella consideraba que matando a una reina ungida por Dios estaba pecando fuertemente. Todos estos planteos a mí me parecen fascinantes, admirables, cómo no admirar que una mujer que tiene su vida en riesgo por la presencia de otra, decida no matarla por ética. Cuando hoy en día nos sacamos los ojos por cualquier cosa, ausentando la ética de nuestras vidas. Eso es lo que más admiro.
¿Y qué es lo que las hace tan teatrales como para llevarlas a escena?
Más allá de la fantasía que podemos tener sobre la historia, el vínculo es precioso porque originalmente nunca se conocieron y esta obra empieza cuando ellas se conocen, en un encuentro que se inventa al autor en el que se habla de todo. Hoy hicimos un pase y vino una queridísima amiga actriz y me decía, vi tantos momentos de mundo femenino, dos mujeres hablando de un hombre, dos mujeres peleando por un hombre, dos mujeres hablando de ropa y de elegancia. Eso es lo que las hace teatrales, que vas a ver en este espectáculo a dos hombres haciendo de mujeres vestidos de reinas, pero hablando fundamentalmente de lo que les acontece como mujeres, no como reinas, y eso me parece la teatralidad.
¿En qué tono está contada esta historia?
Yo creo que la obra tiene una vis de tragedia. Todos sabemos cómo termina, los dioses ya han decidido cómo termina la historia, que es el verosímil trágico original de la dramaturgia. Y, sin embargo, creo que lo interesante, es que esta obra es como la vida, ese encuentro de una hora y diez en el cual nos reímos, lloramos, tenemos momentos de tensión, nos damos, aparecen silencios, pausas. Es que además tanto la obra como el autor son tan eclécticos que creo que, al tomar una decisión tan coartadora, metiéndola en un género, encasillarla, la obra y el autor pierden mucho y, por consiguiente, nosotros como actores. Creo que yo siempre intento que el teatro sea una extensión de la vida, o sea, no un momento solemne, sino un momento devenido de algo que podría ser cierto y muchas veces pienso humildemente, que al decidir un género teatral que establezca el tono de la pieza uno pierde ese devenir orgánico de lo que podría suceder en una esquina.
Creo que también habla del atractivo, de la materialidad y el poder como detonantes, y que eso las conecta un poco con el sentir actual de la sociedad, donde parece que todo nace a partir de la apariencia y el estatus.
Qué interesante lo que decís. Sí, estoy muy de acuerdo. Creo que ellas, ni bien se ven, se desnudan instantáneamente una a la otra y todo lo que queda es como una cebolla, que va perdiendo sus capas lentamente, pero las dos ya saben lo que hay debajo desde el primer momento. Entonces yo entro al escenario y Nacho ya está y nos miramos, no como actores, sino como personajes, aparece una certeza muy clara de hacia dónde va a ir este encuentro. Creo que, así como hablábamos del verosímil trágico, de que los dioses han decidido el final de la historia, es interesante saber que las dos sabemos que María Estuardo va a terminar muerta. Todos sabemos que María Estuardo va a terminar muerta. Lo interesante es ver cómo Isabel intenta infructuosamente no matar, y como el orgullo de esta mujer, su fundamentalismo y su ética la llevan al mismo lugar todo el tiempo. Mantenernos con la mirada en nosotros y no en el otro. Eso es lo que me relaciona de lo que decía sobre la apariencia. Este mundo de hoy tan sórdido, tan con poca entraña, y que en estas mujeres se desnuda rápidamente.
Curiosamente, y de manera involuntaria, el texto trata temas que están de actualidad como es el asunto de la posibilidad de un indulto, la amnistía, que le pide María a Isabel, y la apropiación de la palabra ‘zorra’, pasando de un insulto a apropiárselo para hacerlo estandarte del empoderamiento. ¿Qué mensaje es el que acerca al espectador de hoy?
Me parece muy interesante lo que decís. Yo creo que la vigencia del texto es que tiene una ambigüedad muy abierta y nos permite, a día de hoy, generar puntos de resonancia para que cada uno de nosotros, como espectadores o espectadoras, encontremos esa parte de la historia que refleja una parte de nuestro interés hoy, o de lo que hoy somos, o de lo que hoy queremos ser. Creo que esto habla de la humanidad del autor que trasciende absolutamente la cáscara, que va al hueso y que evidentemente, por lo que decís, funciona al resonar en cada uno de nosotros con una parte del hoy.
El verso y el teatro musical poseen esa forma diferente de acercarse a las historias, ¿cómo ha sido el trabajo en este sentido?
Yo soy un hombre que empezó en el musical a mis quince años y, algunos años después, empecé a hacer teatro clásico. Y cuando el Teatro Clásico entra en mi vida, siento que todo lo que había ocurrido antes fue una mentira, porque empiezo a encontrarme con directores y directoras que me piden una verdad que excede la técnica que propone el musical y empiezo a encontrarme muy a gusto con el teatro clásico y el verso. Entonces, la realidad de cómo trabajar el verso es olvidarme que existe tal verso, creo que lo importante es trascender la métrica, la rima e ir a la unidad de acción dramática. Decimos el verso y yo siempre pienso cuál será la fantasía del público al escuchar que la obra está en verso, ¿será que se la imaginan solemne? ¿será que se la imaginan distante? Y yo creo que lo bonito de esto es que no es nada de todo eso. El nivel de lengua ha sido una elección del autor, pero mi elección como director, trasladada a mí como actor y a mi compañero, es que esto sea fácil y que ocurra como en la vida, que de repente uno llora, al rato se está riendo, de repente parece que estamos hablando de algo tan determinante como la muerte, y la cosa se va mezclando y podría pertenecer como género a una tragedia, podría ser un drama, podría ser una comedia dramática, como la vida misma.
¿Cómo manejas la dualidad de dirigir y protagonizar una propuesta como esta?
Es un ejercicio en el que tengo un poquito de gimnasia. La primera obra que dirigí y actúe, yo hacía el Marqués de Sade en un musical con 35 actores y yo no salía nunca del escenario. Esa situación de estar dentro, para mí, más que pesar es todo lo contrario, me habilita para convertirme en un, entre comillas, director activo en la escena y a tener mucha conciencia de lo que ocurre. En el caso de esta obra, creo que la experiencia es lo más parecido a la esquizofrenia que uno podría encontrar, hay un desdoblamiento que debería ser orgánico de lo que ocurre en la cabeza, en el cuerpo. Yo, cuando lo miro a Nacho, cuando María mira a Isabel, hay absoluta convicción de lo que está ocurriendo, pero hay algún lugarcito de mi cabeza que ya está entrenado en ir registrando todo aquello que sucede por fuera de la ficción. Filmo mis ensayos, los miro y, por supuesto, hay acá algo que valida mi trabajo, que es la confianza del actor en mi capacidad al hacerlo, porque podría tranquilamente decir: “no, no, necesito que alguien esté sentado afuera mirando todo el rato”. Mi trabajo, entre otras cosas, siempre es darle la confianza necesaria al actor para que pueda crear libremente.
¿Qué elección de puesta en escena has elegido?
Es una puesta en escena austera, aunque preciosa. El vestuario de Rubén Díaz es glorioso, hacía mucho que no veía algo así. La escenografía es justa y funcional, la obra pide tres tronos dispuestos que estarán y son maravillosos; y un diseño de luces muy activo, dinámico. Pero todo esto acompaña, porque la obra es una suerte de conversatorio en el cual lo interesante es ver estas dos mujeres y creo que el acento fuerte del montaje está en la actuación. En atravesarlo, en transitarlo, hemos trabajado mucho las transiciones, en pasar de la risa al llanto, a la tensión, a que el espectador o la espectadora comience un viaje sin poder concientizar por dónde está pasando, sino simplemente siendo conducido.
Ya son unos cuantos años trabajando en España, pero me gustaría que me dieras tu visión como artista argentino, de la situación que se está viviendo actualmente en tu país con respecto a la Cultura.
Argentina es un país al que le late el teatro. Cuando yo me vine a España hace tres años, solamente en Buenos Aires había 350 teatros. Hay una tradición muy hermosa de ir al teatro, de que las abuelas lleven a sus nietos, nos une como sociedad muchísimo. El teatro ha encontrado siempre en Argentina su gran esplendor cada vez que ha habido crisis. Hubo un movimiento muy interesante en Argentina, en la última dictadura militar, que se llamó ‘País cerrado, teatro abierto’, uno de los eventos culturales más conmovedores para mí del mundo, en donde se juntaron doce autores para hablar sobre el cercenamiento de la libertad de expresión en la última dictadura cívico militar y el día del estreno, el Gobierno de facto, les puso una bomba en el teatro. Aun así, por la tarde estrenaron. O sea, el gen argentino del teatro es sobrevivir y por eso lo que ocurre me parece todo muy triste, pero no me preocupa, porque yo sé que nosotros, argentinos, como sociedad y como comunidad artística, nos hacemos cargo de lo que toque, lo transformamos y seguimos para adelante. Pienso que, si yo estuviera ahí, estaría pensando en ir a hacer teatro a las villas y arremangarme, si está dentro de mis posibilidades, para que la gente pueda comer. Creo que la labor del artista está hacia el otro.