Texto elaborado para la Asociación de Profesionales de la Danza del País Vasco (ADDE). Euskal Herriko Dantza Profesionalen Elkartea-Encuentro para el sector de la danza. 9 de diciembre. Barakaldo Antzokia.
«¿Te puedo llamar?».
Y desde el otro lado del teléfono me encargan un texto sobre el futuro de la danza. Pregunto por el contexto, el prisma, el ángulo, el punto de vista. «El de la exhibición», se escucha.
Están preocupadas. Como para no estarlo.
Salgo a pasear con ideas posibles rondándome. Caminar para pensar, pensar caminando para escribir. Se ha hecho siempre, Virginia Woolf lo practicaba a menudo.
Yo también siento piedras en los bolsillos cuando cavilo sobre la danza y las dificultades de su exhibición. Ejercer el periodismo pasa por poner atención. «Contar es escuchar», recuerda Ursula K. Leguin desde su libro de ensayos sobre el decir. Y oír a la comunidad de creadores de la danza sobre la imposibilidad de llegar al público (porque ese momento de artista-espectadora parece cada vez más difícil) es tocar el desaliento. Pero, vamos a ver, ¿programar danza en los teatros públicos no es un deber? Un deber de aquellas personas para que éstas, yo, la comunidad de espectadoras, ejerzamos nuestro derecho a la cultura. Vuelve K. Leguin, susurra, «en los sueños, en la imaginación, empezamos a ser el otro. Soy tú. Caen las barreras».
Camino con Fika, mi perra, por Lavapiés. Afortunadamente, no hay ríos cerca en los que querer hundirse. El futuro de la danza se despliega para mí entre la ‘A’ y la ‘Z’. Esta cosa con las palabras… Me siento en la terraza del Juan Raro. Tomo notas antes de que se esfumen.
Pienso en la posibilidad de escribir un texto de ficción sobre el futuro de la danza. «Haz el texto que quieras y como quieras», me dicen. Me regalan confianza y libertad. Pienso en muchos puntos y comas. Entonces fabulo sobre convertir la danza en un personaje, la protagonista. Imagino a una señora mayor, de pelo largo y blanco. Avanza por un pasillo oscuro; estrecho como esa calle de Córdoba que quedaba cerca de mi colegio. Al fondo del corredor, mientras la danza-señora avanza lentamente (se cae varias veces, se pisa el vestido, una fuerza invisible la empuja al suelo) hay una palabra que comienza a desvelarse; parpadea y hace ruido. Es un neón fucsia en el que se lee ‘Futur’; la ‘o’ del final está apagada. Puede que fundida o estropeada. Tal vez nunca llegara a encenderse. Inexistente, al fin y al cabo. ; ; ; ; ; ; ;
El vídeo pertenece al proceso de escritura de este artículo en imágenes.
Vuelvo a casa, desecho el carácter ficcional del texto en un solo acto y con claros síntomas de vergüenza. A veces rezo para evitar los lugares comunes y esta idea de la danza-señora está repleta de ellos. Como esos discursos de postureo léxico de los que tampoco escapa la danza. Son los lugares comunes de los que creen no serlo, de los supuestos no comunes. El armamento hipster que simula la profundidad. La morfología floral del discurso manido. Se trata de decir ‘habitar’, ‘transitar’ y ‘tejido’ muchas veces.
Me siento en el suelo y juego un rato con Fika mientras sigo desechando la ficción para este texto sobre el futuro de la danza. Honestamente, inventar una voz narradora que a su vez hable en nombre de la danza me parece osado y tramposo. Y de ambos calificativos, la problemática de exhibición de la danza ya va sobrada. Opto por la primera persona del singular y escribo en un papel la palabra ‘sostenibilidad’. Me encomiendo a Annie Ernaux y dejo de preocuparme por las etiquetas.
Me levanto del escritorio y deambulo por casa. Pocos metros, ya sabemos cómo se las gastan los alquileres. El futuro de la danza pasa por moverse para encontrar el lugar desde el que escribir. Fika me mira, ella también parece preocupada. Le doy una chuche.
La danza del futuro ha de ser sostenible. Debe serlo. Tiene que. Y esa sostenibilidad pasa por un presente en el que asumir responsabilidades alrededor de su presencia. Del ser y del estar que debe acompañarla. Difícil evocar una danza del mañana cuando la de hoy se tambalea tanto. Porque la báscula está descompensada y la creación no podrá elevarse hasta que del otro lado no se asuma el compromiso que toca. La «ética de lo mínimo», parafraseando (libremente) a la filósofa Adela Cortina. Por si no ha quedado claro, la fragilidad a la que me refiero tiene que ver con la invisibilidad de la danza, por lo tanto con su desconocimiento, por lo tanto con su no accesibilidad, por lo tanto, con su ausencia.
El sol empieza a pegar fuerte y cierro las persianas. ¿Cómo abrirlas para la danza?
Atrapada en su propio movimiento, la creación contemporánea alrededor del cuerpo seguirá el camino hacia el futuro. A pesar de la oscuridad y los compartimentos estancos que la oprimen. Sin embargo, tal vez se necesite más que eso para la supervivencia presente y venidera. Y la cosa pase por agitar, hurgar, zarandear, exigir, revolver (se). Traspasar la pose de la palabra ‘resistencia’ y abrazarla desde el ejercicio real y consecuente, es decir, sin miedo y en comunidad. Total, la precariedad (de esta y aquella manera) ya está servida.