Las 17:50 horas. Oigo risas de niños. No tengo claro si vienen del interior, pero quiero pensar que sí. Así que, como esto es una crónica, así lo voy a contar.
Las 17:50 horas. Oigo risas de niños en el interior. Miro la puerta adornada con flores forjadas en hierro y respiro hondo: Hospital Infantil Universitario Niño Jesús. Atravieso la entrada a ese ecosistema propio —un ecosistema de luces, sombras, miedos, sueños, esperanzas y, sobre todo, muchísima fortaleza— con el pensamiento de la suerte que tengo de estar pisando ese espacio exclusivamente como medio de comunicación.
En la entrada me ponen una bata y me dan la bienvenida como nuevo médico residente (lo más cerca que estaré de la medicina, mamá) y me hacen pasar al salón de actos con el resto de novatos. Dentro, periodistas, médicos, trabajadores del hospital, pacientes y familiares permanecen atentos a este proceso que la Fundación para la Investigación Biomédica del hospital está utilizando para estudiar los beneficios que las artes escénicas tienen para los niños en áreas como la movilidad, el lenguaje o la socialización. Personas con características y edades muy diversas, pero todas con algo en común: la sonrisa. Una fotografía facial que, a menudo, no representa lo que hay por dentro. Y es que, para conocerse de verdad, a veces hace falta recurrir a las ‘radio-grafías’.
Tras una cómica bienvenida orquestada por el gran maestro de ceremonias Juan Vinuesa, que pronto descubriré que comparte grandeza en talento y humanidad, y el joven paciente Daniel Rodríguez, que logra captar nuestra atención y aderezar la ruta con su humor y expresividad, iniciamos nuestro viaje al interior del ‘hospi’, acompañados en todo momento por un intérprete de lengua de signos.
Mediante distintas historias reales nos acercamos a lo vivido por peques como Curro o Enzo, a los que la vida les ha dado unas cartas más complicadas para jugar, pero que, tal y como vemos en las miradas de sus padres, no son el factor más importante para ganar la partida.
Entre pasillos de colores, salas de espera, consultas de rehabilitación y fisioterapia, parques y hasta un colegio, los protagonistas de esta historia nos dan una verdadera lección de perseverancia mientras comparten con nosotros secretos como los martes de pizza, los fantasmas cantarines, las reuniones secretas de hermanos o la monja traficante de natillas (¡eso sí que es ser una santa!).
Tras hora y media, la excusa para que los niños en tratamiento neurológico puedan expresarse acaba convertida en un viaje introspectivo sobre si aquello a lo que le damos importancia verdaderamente la tiene. De fondo suena Vivir, de Rozalén, cantada por todos estos verdaderos héroes. Sin embargo, la risa de la pequeña Julia al ver la cara del pato que salva meriendas opaca todo lo demás.
Supongo que ese es el sentido de una jugada incomprensible. Y es que, aunque la vida, de primeras, no sonría a todos, una ‘radio-grafía’ a tiempo puede salvarnos la existencia.