La nueva producción del Teatro de la Zarzuela, Los gavilanes, llega con la dirección de escena de Mario Gas y la dirección musical de Jordi Bernàcer. Esta zarzuela en tres actos con música de Jacinto Guerrero y libreto de José Ramos Martín se estrenó en este mis recinto con enorme éxito el año de su apertura en 1923. Estará en cartel del 8 al 24 de octubre.
20 años sin representarse a pesar de su popularidad
Por Redacción
Fotos: Teatro de la Zarzuela. Bocetos para la escenografía realizados por Ezio Frigerio.
De la mano de un grande de la escena como es Mario Gas, regresa al Teatro de la Zarzuela una obra que podríamos considerar de repertorio para la institución. Los gavilanes de Jacinto Guerrero se estrenó el mismo año que se abrió el teatro, en 1923, y desde entonces en multitud de ocasiones ha sido llevada a su escenario. Por ello resulta extraño que hayan pasado veinte años desde la última producción de este título, pero por suerte este mes se pondrá fin a esta ausencia.
Esta zarzuela supuso para Guerrero su consagración definitiva en Madrid, si bien es cierto que ya había obtenido un rotundo éxito en 1920 con el sainete lírico La pelusa o El regalo de reyes (se mantuvo en cartel 100 noches seguidas en el Teatro de La Latina de Madrid). Su posterior trayectoria estuvo plagada de éxitos tanto en España como en América, llegando a crear más de 200 obras entre zarzuelas, operetas, revistas y sainetes.
La historia
Los gavilanes nos presenta la historia de un indiano que regresa rico y poderoso a su tierra. Desde su nueva posición se cree merecedor del amor de una muchacha, hija a su vez de una mujer con la que tuvo una relación en su juventud. Preso del deseo, al no verse correspondido, arrastrará en su locura a toda la aldea y sus habitantes. Finalmente, entrará en razón y enmendará su comportamiento.
Viaje en el tiempo
Mario Gas cuenta para poner en pie esta pieza con la dirección musical de Jordi Bernàcer, la escenografía de Ezio Frigerio, el vestuario de Franca Squarciapino y la iluminación de Vinicio Cheli. Si bien el montaje original se situaba en una aldea cualquiera de La Provenza en 1845, en este caso Mario Gas nos rebela que «hemos querido -mi equipo y yo- contar la historia, eliminando aquello que nos ha parecido superficial o perteneciente a otra época. Y hemos trasladado la acción a los años 20, un tiempo estéticamente atractivo y que coincide con la del retorno de las últimas oleadas de indianos que marcharon a hacer las américas a mediados y finales del XIX. Una época conflictiva y premonitoria. De la mano de los magistrales Ezio Frigerio, Franca Squarciapino, Vinicio Cheli, y acompañados por Riccardo Massironi y Sergio Metalli, hemos transitado por un mundo alejado del ruralismo paisajista y naturalista para adentrarnos en elementos neofigurativos, pictóricos, inspirados en los años veinte y contrastados con estructuras fuertemente constructivistas. El hierro, el miedo detrás de la sonrisa, tiempo de entreguerras… ¡fascinante!
Hemos trabajado escénicamente en profundidad -continúa Gas- con dos repartos de excelentes cantantes y actores y tengo que decir que la colaboración y compenetración con el maestro Jordi Bernàcer ha sido absoluta. En este teatro y con su actual equipo escénico y directivo, con Daniel Bianco al frente, me siento como en casa».
Unos paisajes de acero
«Desearíamos situarla simplemente en una alegre aldea de la Provenza -afirma el escenógrafo Ezio Frigerio -, entre geranios y margaritas como una antigua postal ilustrada para enviar a la enamorada… Inevitablemente, de ese mundo entre dos guerras, de ese momento que parecía feliz ahora nosotros sabemos, observándolo después de casi cien años, que la bella aventura no acabó así. Los bellos pueblos de pescadores ya en aquellos años se convirtieron en destino de miles de turistas; en torno a ellos se levantaron enormes grúas de hierro para construir hoteles por todas partes. Puentes de acero atravesaron ríos para que trenes y automóviles corrieran cada vez más rápido, los aviones atronadores constelaban el cielo de aquel hermoso paisaje que estaba desapareciendo. Cuando la obra se escribió, el mundo feliz del que se habla ya había desaparecido. Y nosotros aquí no queremos ignorarlo. Hemos usado imágenes legitimadas por la época del autor para una nueva realidad, pero de manera feliz, alegre, a través de nuevos colores. Hemos deslizado silenciosamente las estructuras de acero a voluntad de la música. Nos hemos preguntado: viendo como han ido las cosas… ¿encontramos la felicidad y la alegría de vivir entre las torres, el ritmo insistente de los ferrocarriles y los nuevos aviones que han agujereado el cielo? Hemos dado vida a la moda de entonces con nuevos colores. Pensando en el público nuevo, más joven y lleno de vida, no seducido por viejas indicaciones ligadas al pasado… Quizá piense un poco como nosotros. Quizá…»
La música
El propio Bernácer destaca de esta zarzuela «la espléndida inspiración melódica de la música de Guerrero y su capacidad de concebir frases sencillas que, desde el instante mismo de la primera escucha, van a quedar fijadas para siempre en los más íntimos recovecos de nuestra memoria. De ahí la formidable acogida que obtuvo en su estreno hace casi cien años, un éxito que perdura hasta la actualidad».