«Nadie nos enseña a despedirnos, cuando es la única certeza que tenemos»
El final de temporada de Naves del Español nos tenía reservada una sorpresa, poder descubrir la faceta sobre los escenario del actor Diego Luna, al que todo el mundo conoce por sus trabajos cinematográficos; sin embargo, en esta ocasión podremos descubrirle con Cada vez nos despedimos mejor, un monólogo escrito y dirigido por, el también mejicano, Alejandro Ricaño. Este espectáculo, aprovecha la historia reciente de Méjico para narrar el periplo de encuentros y despedidas de Mateo y Sara, dos personas que la casualidad une haciéndoles nacer el mismo día y a la misma hora. Un viaje a través de cuatro décadas que nos habla sobre la pérdida de la inocencia, del amor, del despertar sexual, y las idas y venidas del destino, planteándonos una cuestión: ¿Estamos preparados para dejar marchar lo que más amamos?
Una mañana a finales de primavera nos damos cita con Diego Luna en Naves del Español. Uno piensa que, al tener un recorrido internacional tan impresionante como el suyo, el encuentro va a ser medido y, en cierta manera, distante; sin embargo, Diego llega sonriente y saludando a todos con cercanía. Nos sentamos a la mesa para charlar y, antes de arrancar la entrevista, me habla con entusiasmo de lo mucho que le recuerda a su padre el venir a trabajar a nuestro país; en los años 90, el actor Alejandro Luna venía a hacer teatro con la Compañía Nacional de Méjico, y su hijo recuerda su paso por el Festival de Teatro de Cádiz o las veces que pasó por la Sala Olimpia de Madrid -Ahora el Teatro Valle-Inclán- y, a pesar de la dificultad que supone hacer teatro y moverlo internacionalmente, me habla de la emoción que supone poder presentar este espectáculo, con el que lleva desde el 2014, en España.
La historia, el destino y la vida
Es la primera vez que te vamos a ver sobre un escenario en España, ¿en qué momento surge la idea de traer Cada vez nos despedimos mejor aquí?
La verdad que tenía muchos años con ganas de hacerlo, siempre he tenido ese sueño de pararme aquí. Cuando hice esta obra por primera vez, casi venimos, un amigo se acercó y me dijo: “Deberías ir a Barcelona y deberías venirte al Matadero”. Luego me pasaron cosas en la vida, me puse a trabajar en otros proyectos, luego vino la pandemia. Y ahora se abrió la posibilidad de hacer una temporada corta aquí, además en un espacio que a mí me encanta, cada vez que estoy en Madrid lo visito. Entre que está la Cineteca, las Naves, lo que ofrece también con mis hijos, es muy rico venir aquí. Me encanta el Matadero y lo que significa, eso de recuperar espacios para el desarrollo y la interacción cultural y resignificar espacios. Es alucinante. Hay proyectos que me dan esperanza. Por ejemplo, hay un proyecto en San Luis Potosí que es una antigua cárcel, que hoy en día es un centro cultural con un museo, con teatro, con escuela… es esa cosa, estos espacios que ya no nos identifican como sociedad y recuperarlos y ver que chance tenemos de transformar y de cambiarnos y hacer algo tan generoso como teatro.
Son casi 10 años representando, de manera intermitente, este texto de Alejandro Ricaño, ¿cómo nace la idea de trabajar juntos?
Vi una obra de Alejandro Ricaño que se llamaba Mas pequeños que el Guggenheim y El amor de las luciérnagas y me parecía un dramaturgo excepcional, con un estilo y una identidad muy propia. Tiene un humor, una acidez, una ironía implícita en todo lo que hace, que a mí me gusta muchísimo. Le hablé y le dije: “hablemos de las despedidas”. Fue un proceso muy íntimo, los dos empezamos a echar nuestras vidas sobre la mesa, a beber unos tequilas y unas cervezas y a platicar; y nos dimos cuenta que, si bien nuestras historias eran muy distintas, la sincronía emocional existía.
¿Eso quiere decir que Mateo, el personaje que interpretas, tiene cosas de los dos?
Mateo tiene muchísimas cosas de ambos ¡Por suerte es de ambos! Entonces, cuando se vuelve incomodo, yo digo que es de él y él dice que es de mí (Risas) Pero sí, está lleno de referencias personales llevadas al extremo. La obra transita en un momento histórico de nuestro país que los dos vivimos de una manera muy activa. Hablamos desde el 85 hasta el principio de los dosmiles, es como fundacional en nuestras vidas en términos de un despertar en lo político, en lo sexual… como de entendimiento, cómo fuimos perdido la inocencia en ese contexto. Entonces, acordamos una cosa que fue muy linda: escoger momentos históricos que nos hayan marcado, y nos ayuden a hacer un trazo de Méjico, en el que pasamos de la adolescencia, a la madurez… ¡si es que eso sucedió alguna vez, que es debatible! (Risas) Y en esos eventos, es donde nace esta historia de despedidas. Fue muy lindo porque no solo estamos hablando de nuestras relaciones, también del contexto de nuestro país, con una realidad que nos ha definido.
¿Qué temas son los que se toca en Cada vez nos despedimos mejor?
Es un texto que pienso que es atemporal porque, por un lado, habla de esta incapacidad de despedirnos. Nadie nos enseña a despedirnos, cuando es la única certeza que tenemos. Lo único que sabemos del amor es que se acaba, todo lo demás es debatible y, sin embargo nunca estamos preparados, es donde nos volvemos más idiotas, donde sale lo peor de nosotros, cuando sabemos que es inevitable. Entonces, ¿por qué depositarle tanto peso a eso? Cuando sabemos que viene. Que cuando llegue es inevitable. Es interesante la apuesta en ese sentido.
La función está contada como a flashazos, capturando momentos, como esas fotos que hace Sara. Son instantes. ¿Cómo la habéis trabajado Alejandro Ricaño y tú? ¿cómo se compone un espectáculo como este?
Sí, es como que detenéis esos momentos y luego regresas a ellos. A partir de una imagen, como dice el texto, fosilizada en un papel, empiezas a reconstruir un pasado, que de cierta forma está ficcionado ya, como es la memoria. Lo que sí es interesante, que no sabíamos, es que pensamos que solo iba a funcionar en Méjico, pero viajamos y la obra se sostenía porque, probablemente, el público de otros países no sabe de qué político o de qué elección fraudulenta estamos hablando, pero tienen sus propios referentes y, de repente, la obra detona en el público cosas distintas. Es imposible pasarle por encimita al texto porque Ricaño tiene una sensibilidad y una elocuencia para entrar en lo emocional tan divertida que, de pronto, ya estás ahí, ya estás conmovido, y ni cuenta te diste cómo. De repente ya estás ahí, sintiendo por este personaje, aunque es un idiota, pero es un idiota que se parece a nosotros cuando hacemos idioteces.
Es un monólogo, pero no estás solo en escena, ¿qué importancia tiene la música dentro de la función?
Sí, hay un percusionista en vivo, Darío. Él y el compositor Alejandro Castaños, hicieron un concepto increíble que es el pulso de la obra. Verás que es muy emocionante, es otra lectura cuando tienes ese pulso presente. Tener un músico en mi vivo es lo que hace que la experiencia sea alucinante de verdad.
El texto, incluso leído, tiene la particularidad de ser exigente con el público. Va y viene, dejándote pistas por el camino, que debes ir uniendo.
Es un texto que solo se puede juzgar en su conjunto, no se puede aislar y es un texto que demanda del público ir atando los cabos, se les dan datos que parecieran anecdóticos y que después van a tener toda la importancia, te das cuenta que está completamente relacionado con la emoción de un personaje en un momento, o la sucesión de eventos íntimos de la pareja y esa es la capacidad que tiene Ricaño, que lo hace muy interesante y demandante, por eso digo que tiene un estilo muy peculiar.
Demandante para el público, pero también para ti.
Sí, también demandante en la interpretación, no te puedes ir de corrido en este texto. Hay que establecer muy bien esos cambios en la narración porque si no, esa cosa que tiene Ricaño para hilar, se puede perder. Creo que una de las cosas, para bien y para mal, que definen su trabajo es que, si no lo dirige él, no se para solo. Es un teatro muy personal, un teatro que no me hubiera perdido la oportunidad de montarla con él, y la montamos y la vida nos seguía pasando, y reflejándose en la obra.
Por lo que dices, imagino que en este tiempo que llevas haciendo la obra, el personaje ha evolucionado, ¿no?
Definitivamente, hay cosas que aun ahora entiendo e interpreto de manera distinta. Es lo bonito que tiene el texto, por lo menos cuando yo lo represento, es una carta abierta para indagar en mi persona, para hacer un viaje introspectivo emocional, pertinente al momento. Tengo esa libertad, todos esos referentes tienen que ver conmigo, con mi historia y resuenan diferentes. La ausencia de mi madre resuena distinto a hace siete años, mi hija se llama como mi madre y podré compartir la obra ahora con ella, es una cosa distinta y será desde otro ángulo que estaré viviéndolo. No es una obra que no puede hacerse igual si estás cercano a una despedida, resuena distinto; o si estás enamorado. Lo maravilloso que tiene el teatro es que tiene, sé que suena a cliché, que cada noche es distinta, y esta obra te permite traer eso al escenario y trabajar con ello. Por ejemplo, habla de la soledad de un tipo atorado, detenido, que no puede avanzar, porque tiene una conexión con alguien que no terminar de resolver y eso, después de la pandemia, después de estar encerrados dos años, de vivir la imposibilidad del encuentro, resuena distinto.
Una cosa que me ha gustado mucho de ‘Cada vez nos despedimos mejor’, es que tiene una forma de terminar que seguramente no sea igual para nadie que vaya a verla. ¿Para ti tiene un solo final o depende del día le das un destino diferente a la historia entre Mateo y Sara?
Totalmente. Sin duda eso es cierto. La diferencia está en una inflexión, en un detalle. Al teatro no vienes a que te den clases, vienes a sentir, a proyectar, a imaginar, y a mí me encanta cuando el público puede acabar de construir contigo la historia, y esta es una de esas obras. Cada quien le pone rostro a Sara y a Mateo porque tenemos una historia similar, es imposible no tenerla. Obviamente, aquí lo llevamos al extremo, al absurdo y a través del humor, que es bien importante porque, en el momento más triste, siempre hay un comentario ácido, humorístico. A mí me encanta porque da espacio para acercarse y dar distancia, acercarse y dar distancia… esperemos que el público lo goce. El final es muy emotivo, me pasó que se acercaba gente que me decía que iba a venir con su ‘Sara’ y su ‘Mateo’, y es muy interesante ser testigo de eso.
¿Qué impone más estar solo en escena frente a un público en directo o la responsabilidad de pertenecer a una saga como Star Wars?
Definitivamente el teatro siempre impone más. El cine es una articulación mucho más compleja donde el momento de la exposición llega mucho tiempo después de haber trabajado, aquí la articulación no termina de suceder hasta que llega el público. El cine lo vemos terminado. En esos procesos tan largos, como actor, pasan otras cosas; no es que no disfrute o no me imponga, pero no hay nada como pararse frente al público y vivir esa expectativa que la gente pone en tu trabajo en carne propia. Es alucinante. Lo de estar en un proyecto como Star Wars, conecta con otras cosas… Ahora que lo dices, buscando paralelos, los dos proyectos están muy relacionados con mi infancia. Yo crecí en el teatro y como espectador en mi infancia, Star Wars fue muy importante. Citaste dos cosas que me conectan con lo más primario de mi trabajo que es lo que adoro: Conectar con tu niñez inmediatamente y sentir que estás en un lugar al que perteneces.
¿Qué buscas cuando haces teatro?
Hace poco vine a ver La Infamia de mi amiga Lydia Cacho justo en la misma sala y salí diciendo “Qué ganas”. El teatro tiene eso, ¿no? En el cine no me pasa, cuando voy a ver una película, la puedo ver como espectador, pero en el teatro no hay un momento en el que no empiece a sentir una envidia, a veces de la buena, a veces de la mala (risas), de la gente que está arriba del escenario, porque es adictivo, porque es el espacio ideal para un actor. Es donde me han pasado cosas más interesantes como actor. Y cuando vine aquí pensé “Qué ganas” y se dio la oportunidad, estoy muy agradecido con el Teatro Español, con Natalia en particular y con el texto de Ricaño, porque solo no lo hubiera logrado.