Por Nieves Cisneros Pascual / @copittto

Foto: Cristina Manuela

 

Artículo publicado en el marco de colaboración con la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (RESAD) para la realización de prácticas de los alumnos de último curso de la especialidad de Dramaturgia

 

 

Nunca he asistido a una competición de atletismo, hasta que el domingo pasado fui a ver 8,56 de Julio Béjar. A pesar de las dimensiones de la sala de Espacio Guindalera, experimentamos la fuerza y amplitud que desprende un estadio. Nosotros, los espectadores, cobramos otra dimensión: estábamos siendo espectadores deportivos. Si ya en la entrevista que tuve con el autor teníamos ganas de conocer la historia de Yago Lamela, esa tarde sentimos el impulso de ser sus cómplices.

 

Una de las virtudes que presume la puesta en escena es la relación que establece entre los personajes y los espectadores. Julio Béjar nos obliga a estar en la pista de atletismo, a aceptar que los actores son los atletas, entrenadores y presentadoras deportivos. Los juegos con el público buscan reconstruir el ambiente de las gradas del estadio. Desconozco si para el autor sería glorioso lograr el nivel de euforia que en ese espacio vibra.

 

Las interacciones con el público no sólo dan pie a la risa o a la reflexión, sino que permiten transformarle en un elemento más de la trama. El público constituye un sexto personaje dentro de esta tragedia deportiva. Representa a la sociedad española que en el año 1999 celebró los 8,56 metros que conquistó Yago Lamela. Una sociedad de memoria frágil que, con la retirada del atleta, el desinterés de los medios y la falta de responsabilidad de las instituciones políticas, favoreció el detrimento de uno de los mitos del deporte español.

 

8,56 es una obra que pone en valor a aquellas personas que arriesgan todo por un sueño. Sin embargo, también es una obra de denuncia, donde el personaje de Yago Lamela – interpretado por Federico Ortiz – expone la crueldad a la que se somete un deportista de élite.

 

La instrumentalización de los medios de comunicación para subir audiencia, de los políticos para promocionar proyectos abandonados de altos costes públicos – como la candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos de 2016 – son algunas de las controversias que se manifiestan en la obra.

 

Julio Béjar considera que existe un punto de unión entre el mundo del deporte y del arte. Cree que, en ambos universos, hay un descuido total por parte de las instituciones públicas que no debería darse. Situación que a día de hoy es aún más notoria por las nuevas políticas. No hay suficientes ayudas, ya no sólo económicas, sino en materia de salud mental y física, ni programas de reinserción laboral – en el caso de los deportistas – una vez finalizada su carrera.

 

Esto último fue secundado por dos de los espectadores que acudieron a la función del domingo. Tras la obra, el equipo de 8,56 abrió un coloquio moderado por Teresa Valentín. Los asistentes tuvimos la suerte de escuchar a Julia García, manager de Yago Lamela y a Gabriel Merino, periodista que se encargó de realizar el montaje del vídeo que testificó el salto de 1999.

 

8,56 contiene un tema arriesgado con un texto complejo, donde realidad y ficción trascurren en una estructura onírica que recoge el pasado de Lamela de forma no lineal. La densidad de la temática pone en riesgo la pérdida de atención del espectador, pero el trabajo con la ruptura de la cuarta pared y las transiciones al estilo brechtiano, hacen que la obra fluya como el agua.

 

Los momentos cómicos protagonizados por la periodista – interpretada por Silvia Morell –, Pedroso – interpretado Joseph Ewonde Jr. – o el presidente – interpretado por Carlos Cepa –, son indispensables para mantener el ritmo de la obra. Sus escenas, llenas de humor e ironía, nos abofetean con la cara más perversa y especulativa de los medios de comunicación y la política.

 

8,56 culmina con el esperado salto de Yago Lamela. El aplauso del protagonista con el que invita al público a animarle nos conduce a la catarsis de la obra. Antes de que los pies del actor lleguen al suelo, la sala queda en penumbra para dar paso al video emitido en 1999.

 

Julio Béjar, un autor de saltos arriesgados, despide así el Espacio Guindalera, ensalzando lugares de compromiso, soñadores y luchadores.